Los conflictos socio-ambientales vuelven a estar en la agenda mediática durante los gobiernos nacionales y populares. No es casualidad. Durante estos gobiernos, en rasgos generales, se apunta a la creación de riqueza para distribuirla en forma más equitativa.
Esa creación de riqueza se da a partir del aprovechamiento de los bienes naturales que el país posee y algún grado de agregado de valor industrial. El grado de redistribución de la riqueza, de los costos ambientales y del agregado de valor son los que suelen provocar tensiones entre los sectores sociales que se identifican en mayor o menor medida con los gobiernos populares.
En los gobiernos neoliberales no existe esta disputa (y menos que menos mediática, dado que los medios dominantes son de tendencia neoliberal), porque solo buscan la maximización de las ganancias. Casi en exclusividad de las que ya son grandes empresas, y en la sociabilización de las pérdidas, tanto económicas (deuda externa, pobreza) como las ambientales. Si durante estos gobiernos hay agenda “ambiental” es solo de marketing y/o oportunidades de negocios para los amigos del poder (por ejemplo, con parques eólicos y solares del ex presidente Mauricio Macri).
Frente a los conflictos sobre el uso de los bienes naturales, los sectores en pugna, dentro del amplio espectro popular, suelen ser uno más focalizado en el aumento de la producción y la creación de trabajo y otro más enfocado en las consecuencias socio ambientales de los modelos de producción hegemónicos actuales. El problema es que, aunque ambos sectores tienen parte de la verdad, no suelen admitir en el otro sector un interlocutor válido. Es decir, se suele desconocer los aportes del otro sector minimizándolo a los integrantes más extremos de cada uno. Suele descolocar a más de uno que referentes de lo nacional y popular utilicen adjetivos fuertes, reservados normalmente para los neoliberales o del extremo trotskismo, para referirse a otros integrantes, referentes y políticas del espectro nacional y popular. Así surgen fácilmente calificaciones despectivas que anulan la opinión del otro. Por ejemplo: si uno habla a favor de la minería “está comprado por la multinacional” y si uno plantea algún reparo sobre las consecuencias ambientales es un “ecochanta”. Esto ocurre sin distinción del grado de formación y capacidad de quien emite la opinión. Estas posturas se extreman tanto que se llega a resultados indeseados por los sectores nacionales y populares.
Así sectores ambientalistas pudieron apoyar por acción u omisión el enjuiciamiento del máximo experto y un gran promotor de la conservación de glaciares del país, porque consideraban que está equivocado (o comprado) el relevamiento que hizo para el relevamiento de la Ley de Glaciares, sin ahorrar en adjetivaciones virulentas en su contra o quienes lo apoyaban.
O sectores productivistas pueden apoyar la sanción de una ley pro minera, aunque para ello se violen muchas garantías democráticas (legisladores cobrando coimas, manipulación de informes tecno científicos, desconocimiento de la participación popular, representantes políticos que votan lo contrario a lo que prometieron en campaña). Y lo mismo que en el caso anterior, tratando a todo el que se oponga a dicha sanción o presentara algún reparo con los calificativos más virulentos.
Estas sorderas y agresiones se dan hasta con posicionamientos que buscan rescatar, al menos en parte argumentos de uno y otro lado. Eso nos ocurrió hace un tiempo con la nota: Trigo transgénico y modelo agroalimentario (https://almargen.org.ar/2020/11/12/trigo-transgenico-y-modelo-agroalimentario-tratando-de-separar-la-paja-del-trigo/ ; donde tratamos de analizar los pros y contra del desarrollo nacional del trigo HB4. Desde cada sector nos indicaron mayormente en que aspectos estábamos a su juicio errados, lo que invalidaba en consecuencia el resto del razonamiento que propusimos. Todas estas situaciones ocurren, porque cualquier advertencia o critica que se haga a la postura de cada sector, se toma como invalida, falaz o comprada.
El nudo del problema
El problema es que los conflictos problemas socio-económico ambientales no se resuelven con prohibicionismos ni siguiendo la agenda ambiental impuesta desde los países centrales. Pero tampoco se resuelven solo con buenas prácticas y profundizando los métodos productivos que nos están llevando al colapso socio ambiental, ni menos aún, denostando vías complementarias y/o alternativas al modelo actual de producción.
Nuestra agenda ambiental como país no puede ser seguir las mismas recetas productivas que se nos imponen desde afuera y/o que están destruyendo nuestro ambiente, ni tampoco puede querer emular los objetivos socioambientales de sociedades cuyo estándar de vida esta lejísimo de nuestro (por ejemplo, los países nórdicos).
Con el nivel de pobreza e indigencia que hay en el país, pero más que nada con los niveles de concentración de riqueza en pocas manos, la agenda no debe ser hacer lo mismo que se viene haciendo, ni que actividades productivas se hacen y cuáles no, sino que debe ser como se hace para producir riqueza con la mayor armonía posible, dadas las limitaciones y capacidades geopolíticas, económicas, sociales, laborales y científico técnicas de las que dispone el país.
En esto que cada parte tiene algo de razón, se pueden dar ejemplos claros. Es tan nocivo para el desarrollo nacional inclusivo que la legislación minera permita la exportación de material en bruto por mera declaración jurada, sin controles ambientales estatales y/o independientes de las mineras y los pocos incentivos para el agregado de valor a nivel local (con excepciones como Rio turbio); como que por prohibición o bloqueo de la actividad no se pueda aprovechar bienes naturales estratégicos, como el Litio o el Uranio, para los cuales el país tiene capacidad técnico científica (que muy pocos países en el mundo tienen) para llevarlos al máximo grado de agregado de valor posible en la actualidad.
Es tan perjudicial para el desarrollo nacional inclusivo que la producción agropecuaria se haga sin ningún reparo ambiental, con altos grados de concentración de la tierra y la comercialización, en muchos casos evadiendo impuestos y con un modelo exportador que no permite garantizar alimentos a precios accesibles para toda la población, como que se atente contra cualquier esbozo del Estado por participar del sector para captar recursos (sea vía impuestos, desarrollos científico tecnológicos, inversiones externas estratégicas).
El problema es muy complejo y con claroscuros, como por ejemplo en muchas áreas del territorio nacional que se usa el modelo agrario actual, solo es rentable porque es subsidiado ocultamente. Porque no se le cobra los costos ambientales. No solo de desmonte y agroquímicos en las napas, sino especialmente la aniquilación del ecosistema suelo que hace que se utilice cada vez más y más fertilizantes. No se cuentan nunca esos costos, no se les cobra nunca a los productores (en muchos casos multinacionales) por la remediación de suelos, por las obras hídricas o reparaciones o compensaciones que hay necesarias por las inundaciones, no se les cobra nunca la restauración ambiental que hacen organismos del Estado y ONGs. Por otro lado, existe toda una cadena productiva y económica ensamblada, redes de proveedores, industrias, especialistas, científicos y técnicos y muchos etcéteras, enlazados en el modelo agrario actual.
Pensar que esa maquinaria social y económica solo con la prohibición de ciertos agroquímicos y transgénicos puede desarmarse o readaptarse de un día para otro al modelo agroecológico (muy prometedor y en franco desarrollo), sin consecuencias sociales, económicas y ambientales no deseadas, es una percepción una poco sesgada de la realidad.
Ver como repudiable cualquier intervención del Estado como parte de ese modelo, aunque se esté captando recursos e información vital, que podría ser útil para regular mejor el mercado e incentivar nuevas prácticas sustentables, es también una mirada parcial y nociva del asunto. Un claro ejemplo es el repudio focalizado solo en la aprobación del trigo transgénico, que es cuanto menos la única patente con participación nacional-estatal entre más de 50 eventos transgénicos aprobados en el país.
Otro ejemplo fue el intento fallido de estatización de Vicentin que algunos sectores criticaban porque el Estado sería parte del “agronegocio”. Más acá, la recuperación del control de la cuenca Paraná-rio de la Plata (bautizada Hidrovía, por el nombre de la empresa que la controla y explota desde los nefastos 90) provoca rispideces y descalificaciones muy fuertes entre quienes quieren una empresa Estatal que haga todo el trabajo y quienes consideran que con hacerse del control y el cobro del peaje es suficiente.
La transición de un modelo a otro más amigable con nuestro medio y nuestra gente no va ser fácil ni rápida y no necesariamente se podrá dar en todo nuestro territorio. Pero en el mientras tanto, es vital que el Estado tenga un rol activo en el control, en la promoción de las buenas prácticas productivas actuales y en la investigación de nuevas prácticas mejores. Para ello tiene que intervenir en el mercado productivo actual captando recursos para redistribuirlos. Y para ello es vital que todos aquellos que nos interesamos en estos temas tratemos de enriquecernos de las diversas opiniones, en vez de extremarnos, agredirnos y atomizarnos.
Acercar los extremos
Estamos muy acostumbrados en el país al blanco o negro, al peronista o gorila, al River o Boca, unitarios y federales, Racing o Independiente, porteños o el interior. Pero en los problemas socioambientales no hay otra que enamorarse de los grises. Porque la naturaleza está llena de grises, aunque nos esforcemos desde hace siglos por clasificarla y ordenarla. La naturaleza es de gradientes, más o menos abruptos, pero siempre hay grises. Entonces, nuestra relación con el entorno tenemos que aprender a verla de esa manera. No hay recetas mágicas ni nadie tiene toda la verdad. Si es cierto que atrás de cada discurso puede haber sectores minoritarios con posturas extremistas y necias, o intereses ocultos poderosos y, en muchas ocasiones, foráneos que les interesa poco y nada el desarrollo nacional inclusivo. Pero si ponemos por delante primero el intento de comprensión entre los que vivimos en este suelo y lo apreciamos con su gente adentro estaremos en el rumbo correcto.
En la coalición gobernante y su base electoral ampliada (incluyendo a quienes no lo votaron, pero aprueban en general el rumbo) existe un espectro ideológico muy amplio, que va desde lo más ambientalista a lo más productivista, de lo más pro laburante a lo más pro empresario, pero en todos, está claro que es una unión frente a lo horrible, frente la miseria planificada y la sumisión neocolonial que propone el neoliberalismo.
Eso no quita que se puedan hacer todas las críticas y denuncias posibles en los casos que lo ameriten. Si creo que hay que apelar al debate sano y participativo y allí tiene la responsabilidad el Estado (no solo el poder ejecutivo de turno) de brindar espacios para que esos debates sean constructivos. Las universidades, los organismos de Ciencia y Tecnología, las defensorías públicas y del pueblo, las cámaras legislativas son los espacios que deberían promover la participación ciudadana en estos debates, dando lugar a la mirada de los especialistas como a la gente de a pie.
Si estos debates se siguen dando en forma cuasi anárquica, a través de las redes antisociales, los medios empresariales de comunicación y con base en la descalificación del otro y/o imponiendo mayorías legislativas circunstanciales, auguro una profundización de los conflictos que ya se están dando y magnificando.
Vivimos en una época donde la naturaleza nos rompe los esquemas, donde no hay un solo culpable ni recetas mágicas para solucionar problemas estructurales de larga data. Lo que es seguro es que la única forma de enfrentar ciertos problemas y poderes de la época es dando la batalla cultural juntos aquellos que pensamos parecido. Quedándonos solo con los que pensamos igual, seremos siempre pocos e insuficientes. Ver en el otro cercano el posible enemigo, es la victoria final del mundo neoliberal, del cual la pandemia resulta el fruto propio que desnuda toda su crueldad.
Por Manu de Paz
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen