Es complejo definir a Martha: ¿enfermera o malabarista? ¿Enfermera-malabarista? Seguro un poco de las dos cosas. El lunes de la movilización contra la reforma previsional, con la mano derecha le hacía curaciones a un herido y con la izquierda le ponía hielo a otro. Con palabras trataba de dar serenidad en medio de lo que parecía un campo de batalla. “No van a creer que mi trabajo sólo consiste en poner inyecciones, la contención es tan importante como todo lo demás”, se jacta Marthita Braesk, una madraza barrial de 54 años que el día de la gran manifestación comandaba el equipo de una de las ambulancias de la Corriente Villera Independiente y el Movimiento La Dignidad. Son las ambulancias que estas organizaciones montaron cuando el SAME se negaba a entrar a las villas sin custodia policial y quedaban los vecinos desprotegidos, sin asistencia médica. En las protestas se ocupan –igual que todos los días en los barrios vulnerables– de lo que el Estado no hace. En la última marcha hicieron 370 curaciones y ochenta traslados a hospitales.
Las ambulancias villeras se caracterizan por tener al costado una imagen gigante de la cara del Che Guevara y otra del cura tercermundista Carlos Mugica, además del logo de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Hoy forman parte del Centro de Emergencias Villeras, un sistema colectivo y autogestivo de atención a la salud que crearon los vecinos para poder atender urgencias y trasladar a quienes reciben tratamientos, que se fortaleció en los últimos tres años. En 2014 hicieron una huelga de hambre que tenía entre sus reclamos la falta de atención a la salud y el hecho de que las ambulancias no entraban a las villas. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires arregló el asunto dándoles algo de fondos para que compraran ellos una ambulancia. “Luego se decidió destinar excedentes de nuestras cooperativas, que trabajan en limpieza e infraestructura de los barrios, para crear la central de emergencias y comprar más ambulancias”, explica Marina Joski, que es la coordinadora del Centro de Emergencias y quien en las últimas movilizaciones coordinaba la posición de las ambulancias que llevaron, que fueron cuatro, y la derivación de heridos a cada una de ellas. En la movilización del jueves 14 de diciembre, la primera contra la reforma previsional, el desenfreno de las fuerzas de seguridad eran tan grande que recibieron un cartucho de gas lacrimógeno adentro de una de las ambulancias. “Teníamos diez pacientes que estábamos atendiendo a bordo, no lo podíamos creer”, recuerda Marina.
El lunes de la movilización Martha, la enfermera de cachetes rellenos y melena rubia, llegó bien temprano en la mañana a la zona del Congreso. Con el resto del equipo analizaron dónde sería conveniente ubicarse con los vehículos. Una posta de la organización decidió quedarse, en principio, sobre la calle Hipólito Yrigoyen y las ambulancias se estacionaron en calles paralelas. Una “foto” de su día, según sus palabras, sería así: “Me levanté pensando que se venía un día difícil, pero a la vez diciéndome a mi misma ‘esto es lo que hago y acá estoy’. A mí me gusta ayudar, y me gusta la adrenalina, por eso estudié enfermería en la cruz Roja de Paraguay antes de venir a la Argentina, donde estoy hace treinta años. Hubo corridas, persecución, toda una locura, vi cabezas cortadas, balazos de goma hasta en los ojos de algunos, pero lo que más me impactó fue la violencia hacia las personas mayores. Yo misma vi como la policía le pegaba a un abuelo y luego lo pisoteaban”.
Cuando volvía a su casa, cerca de las 19.30, sentía una mezcla extraña de “cansancio físico, algo angustiante, y satisfacción”. Pero la entusiasmaba saber que al día siguiente estaría atendiendo a sus vecinos como siempre, les tomaría la presión, mediría la glucosa, charlaría con los que están solos, repartiría abrazos y palabras para ayudar a las víctimas de violencia de género. Le gusta ser la enfermera querida de la villa 21-24 todo el día, y aunque le toquen el timbre a la medianoche.
Junto con ella, además del chofer de la ambulancia en la última movilización había un grupo de promotoras de salud –vecinas con formación en el tema– y rescatistas. Estos últimos eran los que estaban metidos en medio de la multitud, con las organizaciones barriales, listos para dar primeros auxilios si hacía falta. En las últimas movilizaciones los sucesos desbordaban todas las previsiones. Hubo gente que se acercó a la carpa del SAME para recibir atención, pero se topó con que había prioridad para los policías. Otros ni se asomaban al SAME porque el temor que generaron las detenciones a mansalva los llevaba a pensar que podrían ser detenidos allí. Hubo atención improvisada en la sede de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, en el centro cultural de El Hormiguero, en el Instituto Patria, entre otros lugares. Y los rescatistas de las ambulancias villera iban ayudado a las personas lastimadas que tuvieran cerca.
“Atendí mucha gente descompuesta por los gases, el pimienta y el lacrimógeno, heridos de balazos de goma en su gran mayoría con impactos en la cabeza y el torso, un chico con la cabeza cortada, un pibe con una lesión terrible en el ojo, que prácticamente le colgaba”, recuerda Martín Vega, un santafesino de 44 años a quien todos conocen como “Rata”. Martín es diseñador gráfico, trabaja para la revista Crisis, pero cuando llegó hace ocho años a Buenos Aires advirtió que con un solo trabajo no podía sobrevivir. Un amigo suyo armó un grupo de rescatistas que obtuvieron formación con bomberos expertos retirados. “El sueño de todo niño es manejar un coche bomba”, bromea, para contar que él se le hizo realidad cuando supo que el Centro de emergencias Villeras necesitaba un chofer, precisamente para un coche bomba. Porque las ambulancias no van solas, siempre van con el camión de los rescatistas detrás. Así, algún tramo de su día la dedica a diseñar desde su casa en Floresta, pero siempre tiene un bloque de cinco horas en el que maneja el camión, atiende incendios y da primeros auxilios en las villas porteñas, donde los bomberos tampoco entraban. Su tarea es múltiple, puede incluir atención a la salud, extender certificados de apto físico o ayudar a bajar escaleras a las personas que no pueden caminar y deben ser llevados a hacer tratamientos, como quimioterapia o rehabilitación. “La militancia social y poner el cuerpo –sintetiza– me resultan gratificantes”.
De acuerdo a la gravedad de las heridas de la gente que iban atendiendo, si se podía esperar las ambulancias trataban de subir la mayor cantidad de personas para llevarlas a los hospitales. Para Marina, que se ocupa de sincronizar las tareas de todos, fue agobiante. “Porque además era ostensible que la policía, y Gendarmería el jueves 14, actuaban sin ningún código. Así como tiraron gas en una ambulancia nos disparaban a nosotros cuando atendíamos a la gente en la vereda”, describe a este diario. Desde la semana pasada comenzó a recibir convocatorias de barrios y organizaciones sociales, comedores, bibliotecas y agrupaciones sindicales que detectaron esta experiencia en medio de las últimas manifestaciones. Plantean que quieren formarse para garantizar la salud a partir de la experiencia de la central de emergencias y sus ambulancias.
Por Irina Hauser/ Página 12.