María Marta Quintana, profesora de Filosofía e investigadora del CONICET, aporta una mirada barilochense sobre el Covid-19 y el día después.
María Marta Quintana es profesora de Filosofía, docente en la Universidad Nacional de Río Negro e investigadora en el CONICET. Como la inmensa mayoría, se encuentra aislada, con su compañero, en Bariloche, a donde llegó a vivir meses antes de la explosión del volcán Puyehue. En estos días, la palabra de los científicos es muy requerida.
Hace un mes, prácticamente, filósofos, sociólogos y politólogos de todo el mundo pronostican cómo será el mundo el día después de la cuarentena, cuál será el modelo de Estado emergente de una crisis inaudita que comparan con la del ´30 o la segunda guerra mundial. El aporte autóctono que hace Quintana es muy valioso.
En esta entrevista, sostiene que la pandemia pone en debate el papel del Estado en relación con el cuidado de la vida; que es oportuno profundizar la escucha de los movimientos que denuncian la estructuración desigual de la vulnerabilidad y brindan respuestas contra-hegemónicas; que es necesario avanzar hacia una nueva ética de la política; y que la pandemia vino a profundizar la desigualdad en Bariloche, entre otras definiciones.
-¿Qué pone en escena la pandemia en el mundo?
-Para mí pone en cuestión la precarización –inducida por las políticas neoliberales- de nuestras existencias y la desigualdad en el reparto de los recursos. Esto lo podemos observar a escala global, pero también regional y local. La falta de trabajo estable, formal, de vivienda digna, de acceso a la salud y a la educación, por nombrar solo algunas cuestiones vitales, se tornan dramáticamente evidentes. Y en este sentido, todes, aunque en muy distintos grados y circunstancias de exposición al trabajo precario o directamente a la falta de laburo, al hambre, a la violencia, experimentamos nuestra propia vulnerabilidad.
Es decir: la desigualdad estructural
Claro, pero mientras la máquina funciona no somos conscientes de cómo esa precariedad se entreteje en las condiciones mismas de nuestra supervivencia, de nuestros cuerpos. Pensamos que es un problema que aqueja a otres, a quienes viven en los márgenes del Estado o caídes de sus confines. Entonces, lo que se pone en debate en el impasse que produce la pandemia, seguramente no voy a ser novedosa en esto, es nuestra forma –política, social, económica, afectiva- de vivir, el papel del Estado en relación con el cuidado de la vida y la democratización de los mecanismos de protección, y nuestras lógicas subjetivas (siempre atravesadas por el género, la clase, la edad, la colonialidad). Esto hace preciso interrogar a qué estamos sujetades, cuáles son nuestros automatismos, cuál es nuestro ‘valor’ –o disvalor- al interior de esa máquina productiva.
-¿Qué países ganan y cuáles pierden en términos geopolíticos?
-Tengo que decir que no soy una buena analista de política internacional. Pero sí creo, que muchos países que tienen recursos económicos para afrontar la pandemia han demostrado una enorme pobreza ética; otros, como el nuestro, han puesto la defensa de la vida en primer plano. Y agregaría que esta pandemia no sólo pone en evidencia nuestra conectividad global bajo la lógica del capital, sino también nuestra interrelacionalidad como comunidad humana y no-humana, es decir, nuestra conexión como seres humanos y también no humanos.
-¿Qué aspectos de la política doméstica argentina entran en escena?
-Creo que el gran desafío para nuestro país es volver a poner de pie un Estado minimizado o desguazado por cuatro años de macrismo. Pero también están en juego una reorientación ética de la política. Es decir, una reconceptualización respecto de cómo vamos a entender nuestra vulnerabilidad y nuestra mutua dependencia. Asimismo, es preciso avanzar en la reconstrucción del lazo social dañado por el anterior gobierno y en la elaboración de una agenda de prioridades que no esté dominada por el pago de deuda. Sin duda la decisión de una cuarentena obligatoria y preventiva va en esta dirección, pero creo que esta experiencia tiene que dejar una marca duradera y convertirse en el mojón de políticas redistributivas de largo alcance –temporal y territorial- y de financiamiento sostenido de la salud, la educación, la vivienda, la ciencia y la tecnología, entre otras.
-¿Habrá una relegitimación de lo público y los trabajadores del Estado?
-Esperemos que sí. Ojalá se aproveche esta oportunidad para generar esa relegitimación, e incluso para que la clase media vuelva a levantar las banderas en defensa de la salud y la educación (sobre todo primaria y secundaria) públicas –sectores en los que las políticas neoliberales han sido altamente efectivas-.
-Los aplausos pueden ser un fenómeno efímero…
-Seguramente estemos frente a un fenómeno ambivalente. Por un lado, con gente que aplaude porque es consciente del laburo –coordinado desde el Estado- que están realizando médicas, médicos, enfermeras, enfermeros y otres trabajadores (entre elles una gran parte de les actuales gobernantes) para contener y afrontar una situación de pandemia. Por otro lado, es posible que haya gente que aplaude sin esa consciencia de que el Estado se hace presente a través de sus trabajadores y trabajadoras. Digo esto y se me viene a la mente la respuesta de les trabajadores estatales durante la campaña de desprestigio que orquestó el macrismo para justificar despidos y el desfinanciamiento de políticas públicas: “Mi trabajo son tus derechos”. Supongo entonces que habrá que generar esa comprensión para que no se trata de un fenómeno efímero
-¿Creés que vamos hacia la constitución de un nuevo paradigma del Estado?
-Todo dependerá de qué hagamos con la oportunidad que genera la crisis, con la cesura temporal que produce. Y no hablaría sólo a nivel del Estado, sino también de la subjetividad. Creo que todo dependerá del tiempo que nos demos para interpretar esta experiencia y devenir algo diferente. Para eso se necesitan saberes -y poderes- alternativos a la hegemonía neoliberal. Y sobre todo, insisto en esto, se necesita poner en práctica una ética diferente. Quizás sea un gran momento para profundizar la escucha de los movimientos transfeministas, de derechos humanos, de la economía popular, los cuales no solo denuncian la estructuración desigual de la vulnerabilidad –que decía más arriba- sino que además brindan respuestas contra-hegemónicas y construyen potentes lazos y redes de solidaridad. La oportunidad (siempre) está en nuestras manos. Qué sucederá, no lo sé.
-¿Cómo vive la cuarentena el pueblo de Bariloche, de acuerdo a sus características y entorno?
-Cómo lleva la cuarentena la población en general, no lo sé. Pero sí sé, incluso gracias a la labor comunicacional de Al Margen, cómo se profundiza la desigualdad que hay en Bariloche, antes y durante (y posiblemente después) de la pandemia. Hablamos de precarización laboral, sanitaria, habitacional, alimentaria, etcétera.
Por ejemplo, hace poco, desde el espacio de Científicxs y Universtitarixs Autoconvocadxs Bariloche del que formo parte, impulsamos una colecta de fondos en articulación con la UTEP, para comprar frutas y verduras para comederos y merenderos de barrios populares. Esto significa que las iniciativas estatales –o las redes de contención institucional- no están alcanzado para paliar una crisis social y económica que el COVID-19 sólo vino a profundizar.
O como trabajadora universitaria, que debió continuar con el dictado de clases en una plataforma virtual, te puedo contar de la disparidad en el acceso a internet o en el equipamiento tecnológico necesario para poder afrontar una cursada virtual. Con el paso del tiempo, hemos visto desaparecer las computadoras de Conectar igualdad en las aulas. Y ello sin contar que no todes les estudiantes cuentan con un lugar apropiado para estudiar, o que muches son sostén de hogar o están al cuidado (sobre todo las estudiantes mujeres) de niñes y mayores.
Y para cerrar, me gustaría agregar que esa estructuración diferencial de la precarización de la que venimos hablando, también se manifiesta –en el contexto de la cuarentena- como una recarga en el trabajo productivo – reproductivo de las mujeres (pienso en compañeras docentes que además de dictar clases o de investigar desde sus casas sostienen la logística doméstica con todo lo que ello implica); y, en el extremo, como violencia sexo-genérica. De esto último dan cuentan los femicidios que se vienen produciendo a lo largo y ancho del país –incluida nuestra ciudad- desde que comenzó el aislamiento físico (que no es social). Asimismo, hay que atender la merma de recursos –económicos, sanitarios, habitacionales- que denuncian travestis, trans, trabajadoras/es sexuales, y que maximizan su exposición a la violencia en las diferentes formas en que ésta se manifieste.
Por Pablo Bassi
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen