Pasamos constantemente por la entrada, pero pocas veces cruzamos la barrera para acceder al Centro Atómico, una de las sedes pioneras de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) que tuvo sus inicios en la década del ’50. Sin embargo, la cantidad de labores que allí se realizan tienen completa relación con nuestra vida cotidiana.
El proyecto que desde hace dos meses se lleva adelante gracias a un convenio marco entre este organismo y la Asociación de Recicladores de Bariloche (ARB) también da cuenta de lo concreto que pueden ser los resultados en este ida y vuelta con la comunidad, y muestra un trabajo de hormiga que muchas veces se nos hace invisible.
“Los protagonistas son ellos”, dice Carlos Talauer, jefe del Taller de Servicios de Ingeniería. Con el guardapolvo azul puesto, va y viene por las más de 15 máquinas que funcionan en este espacio: tornos de control numérico, plegadoras de chapa, una guillotina hidráulica, entre otras que se distribuyen por el espacio como animales en vigilia, permitiendo obras que requieren la combinación perfecta entre la precisión de la máquina y la destreza del trabajador. Carlos no quiere otorgarse créditos, y sin embargo, su hacer deja ver que no escatima en paciencia y didáctica para explicar lo que sea necesario. “Todo surgió porque la actual presidenta de CNEA, Adriana Serquis, nos pidió hace unos años, antes de la pandemia, a ver si podíamos hacer algunos trabajos de mantenimiento en la ARB. Después de eso, surgió la propuesta para que directamente los chicos de la asociación pudieran hacer el mantenimiento de las maquinas. Porque nos llamaban cuando estaban rotas y nosotros íbamos, las arreglábamos, pero mientras tanto tenían el sistema de reciclado parado”.
Con esta idea superadora dando vueltas es que surgió el convenio entre este taller y la ARB para capacitar a personas en distintas disciplinas. Matías Ceballos y Miguel García fueron los primeros en comenzar, y lo hicieron aprendiendo sobre soldadura y la parte mecánica, aunque con conocimientos generales que van enriqueciendo el aprendizaje a medida que surgen las inquietudes. Pronto vendrá otro equipo para adquirir nuevas herramientas sobre la parte eléctrica, y así. Lo cierto es que el compartir es muy generoso, y la idea, cuentan, es que a lo largo de seis meses pasen seis personas por el taller, para luego evaluar y seguir analizando cuál es el mejor modo para llevar adelante este proyecto que se piensa en un plazo de al menos cinco años.
“Los lazos con la comunidad están desde siempre. Acá también tenemos un sistema de pasantías por el cual vienen estudiantes de escuelas secundarias a los talleres y laboratorios del Centro Atómico. Siempre hubo esa inquietud de acercar, a veces con más premura, otras no tanta, pero los quintos y sextos años de las escuelas técnicas, en general hacen pasantías acá y en distintos laboratorios. Eso implica capacitaciones en algo bien concreto”, dice por su parte el técnico Ernesto Scerbo, quien también integra este taller. En cuanto a este proyecto particular con la ARB, destaca que se está capacitando a gente que hace una acción social muy importante, como es el reciclado.
“Quería venir a conocer las maquinas soladoras, yo sabía soldar con la otra no más, porque estas son muy caras y nunca las había usado. Estamos hace dos meses y ya aprendimos bastantes cosas”, cuenta Matías. “Ojalá sigamos viniendo, que se hagan más cursos. Cuando estas todo el año en el basurero no conocés otras cosas, más que cosas del basurero. Soldadoras y eso no hay allá”, dice como pensando en voz alta.
Miguel asiente, él también fue uno de los seleccionados -en un proceso interno dentro de la ARB- para capacitarse y lo hace con dedicación: “Queremos aprender de todo. Ahora cuando tenemos una reunión en la ARB ya les contamos a los compañeros”.
Destreza y precisión
“Somos parte de una Gerencia de Investigación Aplicada (GIA)”, explica Ernesto y describe que actualmente son cinco integrantes en el taller que compone el área que trabaja para las investigaciones de esta gerencia, en primer lugar, y abarcando trabajos que pueden llegar de otros sectores del Centro Atómico.
– ¿Cómo es posible hacerse una idea de la tarea que llevan adelante?
-Acá se desarrollan equipos, máquinas para terceros, o se reparan cosas que no se consiguen, y se hacen. Es un taller de metalurgia, hacemos objetos con chapa, con metales, mecánicas. No podemos hacer un equipo de rayos, pero sí reparar una parte. Por ejemplo, en Intecnus (que es parte de la CNEA) hay reparaciones y modificaciones de equipos que podemos hacer acá. Desde accesorios para equipamiento científico a mantenimientos más comunes.
Así, Ernesto explica que los equipos científicos en general son complejos y tienen un montón de accesorios alrededor con los que el público común habitualmente no está familiarizado. “En general uno aprieta un botón y ve los resultados. Pero para que esa caja funcione necesita determinadas condiciones, determinada energía eléctrica, que le lleguen gases, ciertas condiciones de seguridad, que al suelo no le lleguen vibraciones. Todos esos accesorios para que esa caja produzca resultados es la que se hace de forma local”. Muchas de esas tareas intangibles a los ojos comunes, son parte elemental del engranaje de fondo que incluso se puede observar en un hospital y el buen funcionamiento de la máquina de oxígeno o cualquier otro aparato.
“Llegué acá hace diez años y en general lo que es muy motivante es trabajar con gente que es apasionada con su labor, que le gusta mucho lo que hace. Eso me contagió: la pasión que va más allá de todo. Cuando apareció Intecnus, por ejemplo, nos permitió ver la devolución más inmediata de lo que hacemos. Cuando alguien hace ciencia básica, está investigando por el conocimiento en sí mismo y no sabes en qué va a terminar, se pude usar para salvar vidas, o para ganar plata o quizás no sirva. Si uno lo racionaliza es más intangible, porque es a largo plazo. Pero acá veíamos la tarea para asistir a personas que uno ve entrar todos los días”, agrega.
“Lo vimos cuando hicimos el posicionador para irradiar a las personas en un punto específico. Tenía que tener unas dimensiones justas, así también cuando se calibran las máquinas. La posición y cantidad de radiación se maneja con mucha precisión y para eso hay que calibrarlo y ensayarlo sobre un equipo: esos equipos se fabrican acá, es muy emocionante”, señala a su vez Valeria de la Fuente que viene de generaciones de electricistas y se egresó de la Escuela Técnica “Jorge Newbery” de Bariloche, por medio del cual había ya hecho pasantías en este lugar.
“Siempre la parte de electricidad me gustó mucho. Estuve 10 años en un taller eléctrico. Lo que más me gusta es el entusiasmo, el estar todo el tiempo siendo creativo. En el trabajo con la medicina la devolución está ahí no más. Y con la ARB también: los chicos no se están formando para trabajar en algún momento, salen de acá y se van a trabajar. Lo vemos como un proyecto a largo plazo, en un principio que sepan defenderse y después que tengan conciencia en lo que es mantenimiento preventivo, que no llegue la maquina rota para arreglarla, sino que sepan cuales son los pasos que tienen que hacer”.
Y es que, el trabajo en la planta no se pude detener: “La idea de esto es que si vos hacés el trabajo previo vas a lograr que las maquinas se rompan mucho menos. A veces no tenés los medios, pero sabes lo que tenés que hacer”.
Por Violeta Moraga
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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