Nuestra sociedad pendula entre la solidaridad y el “buchoneo”, y el miedo, fatal enemigo de la fraternidad, avanza. Mientras, el mundo se debate si son válidos nuevos órdenes de control, incluso la vigilancia de la ciudadanía por cualquier método posible y sin importar la intimidad. ¿A qué nos acostumbraremos? ¿Cómo será la sociedad post coronavirus? ¿Qué quedará como costumbre de lo que hoy hacemos “por la crisis”? Un listado de interrogantes para pensar los emergentes sociales del coronavirus en clave local.
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Diciembre y enero serán meses del nacimiento de los concebidos en cuarentena. Cómo será la de sociedad de la que serán parte esos niños y niñas, es la pregunta del millón. El SIDA y las series de zombis nos han adoctrinado en una desconfianza del otre que tiene una importante funcionalidad para el capitalismo, a un nivel imposible de prever todavía para “el después” de esta pandemia. Cuando el miedo se comparte tan pluralmente y éste cede espacio a prácticas de vigilancia y distanciamiento, lo que antes serían escenarios posibles de las pelis postapocalípticas, ahora huele a una tarde cualquiera.
Algunos de nuestros interrogantes más importantes ponen la mira en la relación entre las prácticas sociales que se generan en este contexto y las prácticas políticas globales que mutan durante la pandemia. Porque lo que pueda definirse desde los gobiernos, depende de la demanda o legitimación de una parte de la ciudadanía, y no hay políticas de vigilancia sin una sociedad vigilante.
Esto no es un planteo contra las restricciones planteadas por el aislamiento social obligatorio. El aislamiento demostró que nos ha permitido tener unos índices privilegiados en relación al resto de América. La pregunta es cómo se reconfigurará nuestro entramado social luego de esta experiencia colectiva que muy posiblemente se catalogue como trauma. ¿Qué pasará con la actitud solidaria con el correr del tiempo en este nuevo tiempo? ¿Qué generará ese individualismo tan feroz que mamamos como sociedad con el neoliberalismo de estos últimos 30, cuando se siga profundizando la crisis de pandemia?
Especulemos. Se sabe que tanto los momentos traumáticos como su correlato solidario, tienen curvas que con el correr del tiempo van disminuyendo. Los terremotos, los incendios, los volcanes o inundaciones generan en nuestro país un enorme reflejo de ayuda que nos emociona a todes. Después, éste se relaja y volvemos a la noticia del día. Pero no sin antes que esto deje un sedimento de emociones que generará que, con la próxima tragedia, frecuentemos repertorios de ayuda al prójimo. Con el miedo pasa algo similar, tiene picos máximos y luego baja. Nunca del todo, algo queda y se va entremezclando con los miedos viejos, los ancestrales. ¿Qué quedará de cada uno de estos miedos y actos de amor? Es el corazón de la pregunta.
¿Cómo se codifican en nuestras prácticas sociales estos nuevos miedos? Es lo que se desprende de la pregunta anterior.
Franco “Bifo” Berardi nos dice que “la nueva generación podría internalizar el terror al cuerpo de los otros” (Sopa de Wuhan, ASPO). ¿Nos acostumbraremos a tocarnos menos, como esa película de Stallone y Sandra Bullock donde las relaciones sexuales se hacían en la virtualidad?
¿Cómo se conjugarán los rechazos de clase con los nuevos miedos, cuando los sectores populares no puedan acreditar certificados de la profilaxis necesaria, incluso cuando ya no sea necesaria pero el miedo continúe?
¿Qué tanto se correrá la vara de la opinión pública para defender o no la vulneración de la privacidad y las libertades individuales si los gobiernos occidentales profundizan en lo que se denomina el Estado policial digital que promociona China? ¿La idea de las libertades individuales quedará como el gusto que se daban los pequeños burgueses del pasado? Porque si hablamos de libre circulación, intimidad y libertad de elección, son derechos a los que una gran parte nunca accedió del todo.
¿Qué pasará con las escuelas públicas? ¿Qué éxodos sucederán tras el efecto de esta pandemia? ¿Qué tipos de negocios se beneficiarán? La tendencia parece ser la concentración de burbujas sociales –profilácticas, sanas y servicio de delivery- cada vez de más difícil acceso.
¿Cómo puede afectarnos en Bariloche, una de las ciudades con más contagiados del país?
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Durante los últimos 30 días en la ciudad, más de una decena de iniciativas organizadas, compañeros y compañeras, e instituciones de todo tipo, vienen aunando esfuerzos para ayudar a aquellos más golpeados por la cuarentena. El municipio, el hospital, y las instituciones científicas son a su vez receptoras y generadoras de un enorme caudal de ayudas e ideas. El envión solidario es tal, que en algunas instituciones no lograban identificar algunas transferencias bancarias que les habían depositado. Durante años, estos gestos estarán en nuestra memoria.
También dejarán sedimentos en nuestro sentir y hacer colectivo esos pequeños gestos de parálisis que nos invaden estos días antes de tomar decisiones, que en general tienen la cualidad de anudarse a otros miedos pasados, a otras identificaciones. No es casual que en una campaña realizada por la radio comunitaria El Brote de Valle de Calamuchita, Córdoba, que denominaron “No es tiempo de rumores, es tiempo de solidaridad”, donde arengaban a la gente a no difundir datos sobre posibles infectados de coronavirus, en uno de los puntos resaltaban “No relaciones el motivo de su afección con su nacionalidad, su origen social o su edad”. A sabiendas de las tendencias discriminatorias que alimentan los miedos locales.
Tres días antes de la cuarentena unos turistas holandeses fueron a buscar víveres a un pequeño comercio de Bariloche. Al escuchar el acento extranjero, el dueño del mercadito se metió en una puerta preso del pánico y los dejó, a costa de dejarlos solos, con la mercadería.
En Córdoba amenazaron con quemar la casa de una familia donde habitaba una persona sospechosa de tener el COVID-19, se salvó -decía él en los medios- porque publicó el certificado del “negativo” en el grupo de WhatsApp de vecinos del barrio. La nota de Gisele Sousa Dias en Infobae (3 de abril) daba a entender que su nacionalidad venezolana había sido un agravante.
En una nota en Página/12 Alejandro Modarelli da a conocer algunos casos de Buenos Aires donde consorcios de edificios “exigen la expulsión de médicos y enfermeros”, y que se multiplican las “amenazas virtuales de muerte de vecinos contra infectados (una señora sugiere en cámara incendiar la casa de una española sospechada de portación de virus); denuncias, muchas veces infundadas, por haber violado la cuarentena, rumores falsos y escraches televisados hasta el hartazgo”.
Marisol San Román debió hacer una denuncia por “ciberacoso agravado por violencia de género” ante el INADI en Buenos Aires. Había llegado de España y si bien tuvo COVID positivo, respetó el asilamiento estricto para evitar el contagio a cualquier persona. Igualmente la trataron de leprosa y le deseaban la muerte por las redes (Página/12, 6 de abril).
En los comentarios de algunas notas del Bariloche 2000, vecines exigen que se identifiquen con nombre y apellido las personas infectadas, mientras en el debate una abogada les recuerda su derecho a resguardar su identidad.
Liliana Giménez, la docente cordobesa que murió de coronavirus, twitteó unos días antes: “El chismerío alcanza nuevos niveles con los grupos de Facebook de los pueblos en donde se encargan de escrachar a los que se enferman o son sospechosos de ello, sus familias y cualquiera que haya tenido contacto. Como si enfermarte fuera tu culpa” (Clarín, 8 de abril).
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El miedo, decía el filósofo David Hume (S. XVIII), surge de la incertidumbre, y se conjura culturalmente desde nuestros fantasmas sociales, le agrega la antropóloga Rossana Reguillo. Los miedos más antiguos, a veces la nocturnidad, a veces el otro, se funden con los miedos más actuales, como lo fue el subversivo, un motochorro o un infectado. Tenemos capas y capas de miedos acumulados en nuestra memoria social que han dejado huellas indelebles en nuestra memoria colectiva: la fiebre amarilla de 1871, que básicamente creó un nuevo sistema higienista e inspiró una serie de medidas que mezclaron lo preventivo con lo disciplinador; la Poliomielitis del ´56 y el SIDA en los ochenta, que cambió el mundo y permitió entre otras cosas -según asumen autores como Zigmund Bauman- la posibilidad de las relaciones humanas mediadas por la internet, incluso el amor.
Cada una de estas epidemias generó nuevas prácticas de separación social. Generalmente de clase, porque la pobreza tenía menos armas para sostener la higiene demandada o acceder a los recaudos médicos. Las pelis y series también son parte de nuestro entramado imaginario de pesadillas posibles, y nos empujan al refugio de los núcleos sociales.
Paralelamente están todos los otros casos, no nos olvidamos. Por ejemplo el de la enfermera de Bahía Blanca a quien la dueña de su casa le condonó dos meses de alquiler para empatizar con su tarea cotidiana. Y quizás no sólo lo solidario de este momento haga sentido en nuestras identidades colectivas, también el sentirse acompañado/a por la situación del vecine de al lado, que está en la misma.
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Se dijo “el Corona Virus es bien democrático pues afecta a todos por igual” pero la posibilidad de responder a esta situación no es la misma. Que en algunos barrios el aislamiento total es imposible, y que la vulnerabilidad genera más vulnerabilidad, como lo trabajó Pablo Bassi en la nota “Una apuesta a la Argentina para el día después” (Al Margen, 12 de abril).
El gobernador de Jujuy echa leña al fuego. Gerardo Morales anunció que va a poner fajas en las puertas de las casas de quienes pueden ser potenciales portadores de coronavirus, relata una nota de Página/12 del 15 de abril. “Le vamos a decir a los vecinos de la cuadra y de la manzana que esa familia está en cuarentena. Y que, si sale, puede contagiar a alguien. Va a haber un control social”. No es posible este tipo de declaraciones sin la anuencia de un importante sector de la sociedad. ¿Sabrá que está desatando una cacería al interior de Jujuy? ¿En qué actos se traducirá ese concepto de “control social”?
El escritor Esteban Rodríguez, quien trabajó en su último libro el concepto de vecinocracia para definir la policialización de la comunidad, en una entrevista publicada en la agencia Paco Urondo del 17 de abril advierte que “los vecinos tramitan la cuarentena con las maneras que venían utilizando para estar en el barrio. La vigilancia y la delación no llegaron con el pánico al Covid19, sino que ya estaban siendo utilizadas para prevenirse del supuesto pibe chorro que asediaba el barrio”.
Decíamos. El futuro parece apuntar a que la brecha se asiente entre burbujas de home office, escuelas de semi-presencialidad y compras por delivery, y los que deben seguir aferrados al pasamanos de un bondi para vivir. La pensadora norteamericana Judith Butler se pregunta cómo afecta la lógica capitalista a la división social de la salud (Sopa de Wuhan, ASPO). En su país, se accede al sistema con dinero y el Coronavirus golpeó directamente ese paradigma. Explica Butler que Donald Trump se jugó en ofertar a los alemanes la compra exclusiva de la vacuna que parecía “a punto de salir”. Supuso que su pueblo aplaudiría el cuidado a los individuos de su nación por sobre el resto. La concepción protestante de la democracia norteamericana lo permite: ser el pueblo elegido para sobrevivir un apocalipsis, incluso a costa de la mutilación de gran parte del resto del mundo. El consumismo de alta gama se basa mayormente en el concepto de exclusividad. Es bueno no solamente por la calidad del producto, sino porque pocos pueden acceder a ello.
En los ’90, los efectos del neoliberalismo en la educación pública (que se traducían en interminables paros), generaron una migración de la clase media y media baja hacia las escuelas privadas. Un éxodo que cortaba lazos sociales entre los que estaban más o menos bien y los que nunca llegaban a fin de mes. Son los grandes movimientos que se hacen al ritmo de un hormiguero. Uno a uno, en un reflejo de búsqueda de mejoría personal, que desarma de a granos el arenero social. No alcanzan después los actos de solidaridad temporal para reparar esto.
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Berardi dice que “El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir“. Y como tal, contiene peligros latentes que pueden ser capitalizados. El miedo –decimos nosotros- es la emoción más productiva de la política.
En esta línea Bifo retoma las palabras del filósofo croata Srecko Horvat, “el coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. (…) una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fronteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales”.
El párrafo anterior iba a ser eliminado con el argumento de que suena a un problema europeo. Pero luego el gobernador Gerardo Morales echó de su provincia a 61 personas –con la excusa de ser sospechosos de tener COVID 19-, en su mayoría migrantes y las obligó a subir a un micro rumbo a Buenos Aires, sin garantías de protección, ni medidas sanitarias, ni referencia alguna acerca de dónde serían enviados, por lo que las palabras de Horvat también hacen sentido aquí.
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El paradigma chino actual no tiene nada que ver con los murciélagos de Wuhan, sino con lo que ese país propone como método para el combate de estas u otras pandemias. Antes del surgimiento del Coronavirus, el gobierno chino había desplegado una serie de medidas de control poblacional a través de redes sociales y circuitos de cámaras (unas 200 millones y con tecnología de reconocimiento facial). El sistema chino tiene la capacidad -por ejemplo- de identificar por cámara térmica si en un vagón del subte hay alguien con su temperatura más alta de lo normal y les avisa por mensaje de texto a todas las personas que se encuentran en ese vagón, que se bajen en la próxima parada.
El sistema no fue creado para combatir pandemias. Podía ya identificar la ubicación de cualquier persona, sus relaciones y opiniones políticas en un complejo entramado de datos cruzados que “puntuaban” a sus ciudadanos para seleccionarlos –por ejemplo- como aptos o no para un préstamo bancario. El filósofo coreano Byung Chul Han, plantea que al haber utilizado China este sistema para identificar casos de coronavirus, se ha logrado instalar –y aceptar- la vigilancia digital de las personas. “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia”.
Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. Queda ahora por ver qué tanto comprará el modelo chino el mundo de occidente en este estado de conmoción tan compartido desde el aislamiento.
Hasta ahora las lecturas en Argentina predicen una curva de casos más “aplanada” que las de países como Italia, España o Brasil. Quizás esto genere un efecto menos traumático para nuestra sociedad en la comparación, pero no hay que menospreciar la enorme capacidad de transferencia cultural que se genera en este mundo globalizado. Esperemos además, que la curva de casos no siga aumentando como lo ha hecho en Bariloche, y que sigamos el camino de la solidaridad y la empatía por el otro.
Por Fabián Viegas Barriga
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen