Hace siete años que Rafael Nahuel nos hace falta. A través de las voces de las personas que lo conocieron y las imágenes que registran su vida en un documental, recordamos la historia de un pibe que quiso ir más allá de lo que la realidad en los márgenes parecía destinarlo.
El 23 de noviembre de 2017 Rafael subió a lo alto de la montaña donde los hombres de la comunidad Lafken Winkul Mapu estaban escondidos. Compartieron milanesas con verduras en lata, afilaron cañas colihue y se comunicaron con sus ancestros bajo un cielo enrejado con drones y helicópteros. Se dividieron en grupos para pasar la noche. A la mañana siguiente, guiados por el sonido del ñorquin, se reencontraron en una pampita.
“Ahí empezamos a bajar, diez, quince metros como mucho –dijeron los comuneros al escritor Daniel Zelko en su libro Lof Lafken WinKul Mapu– y escuchamos de nuevo: “¡Maten a un indio! ¡Maten a un indio de una vez!” y de nuevo las ráfagas: ¡ta, ta, ta, ta, ta!, al lado había unos árboles secos y todas las balas que tiraban daban a los árboles y se veía cómo saltaban todas las astillas….El Rafa estaba guardando su mate y le gritamos: “Rafa escondete!” Apenas Rafa se agacha y se da vuelta, cae”. Sus compañeros, Fausto Jones Huala y Lautaro González, armaron una camilla con ramas y lo bajaron corriendo hasta la ruta 40 cortada por una barrera de uniformados de la Gendarmería, del grupo GEOF de la Policía Federal y del grupo Albatros de la Prefectura.
Ese mismo 25 de noviembre, en Buenos Aires, velaban a Santiago Maldonado después de haber estado desaparecido durante 78 días. Dos muertes cometidas por la espectacular fuerza represiva y ficcional que la actual ministra de seguridad supo desplegar. Muchos volvimos a marchar hacia la plaza de los Pañuelos y los Kultrunes donde repetidas veces nos preguntamos ¿dónde está Santiago? Esta vez no éramos tantos.
Rafita
Rafael Nahuel se crió en el Alto -esa zona relegada del proyecto económico y turístico de Bariloche-, en el barrio Nahuel Hué. Estudiaba carpintería en el centro comunitario El Semillero, Vientos de Libertad. Le gustaba jugar al fútbol y era fanático de Boca. A sus 22 años soñaba con construir una vida en el campo.
“Rafita era un chico feliz a pesar de las dificultades que teníamos en la casa.
–dice Graciela Salvo, madre de Rafael-. Nos levantaba el ánimo y nos abrazaba y nos ponía contentos. Se llevaba muy bien con su hermano Ezequiel, le compraba todo lo que él quería. Juntaba a los chicos del barrio para ir a jugar a la canchita. Cuando era chico se vestía entero de los colores de Boca, hasta las zapatillas. A veces venía con su novia a compartir unos mates conmigo. Lo que le sacaba una sonrisa era ver unida a su familia”.
“Lo conocí en la escuela de oficios Don Bosco –recuerda Alejandro “El Duke” Palmas, referente del centro comunitario El Semillero-. Nos mostró cómo estaban armando salamandras con termotanques reciclados y cunas de fenólico. Nos llamó la atención porque era muy carismático y tenía una actitud de líder y además estaba muy convencido con el proyecto”.
El Rafa
Hacía tiempo que su tía paterna, María Nahuel, venía rescatando la historia y la identidad del pueblo mapuche. Su prima, Betiana Colhuan, estaba en un proceso de formación para convertirse en autoridad espiritual. El ejercicio del poder ancestral se lleva a cabo en conexión con un sitio sagrado (rewe). La Lof Lafken Winkul Mapu reivindicó el territorio donde se encuentra el rewe a orillas del lago Mascardi.
“Se acercó al Semillero por el taller de carpintería –dice el Duke-. Cuando Carmen Marpegán empezó a dar el taller de telar mapuche, Rafa se sumó a la propuesta. Después Carmen nos contó que ese espacio lo habilitó a compartir sus preguntas sobre su apellido y su origen. Nosotros veíamos al Rafa con un perfil en relación al barrio, a las vivencias de los pibes en los sectores postergados. No teníamos bien en claro que él tenía una inquietud sobre su identidad. Hasta que después que lo asesinan, con la fotógrafa Euge Neme encontramos en su archivo la imagen paradigmática de él con la vincha, la trutruca y un nene en brazos. Ahí nos dimos cuenta de que el Rafa había ido a la comisaría a solidarizarse con las mujeres desalojadas con violencia por las fuerzas de seguridad antes de irse a la montaña. A diferencia de lo que algunos medios decían apoyado por el relato de una parte de la familia de que “él no tenía nada que ver con la toma mapuche”, esa imagen fue la respuesta a nuestras dudas: el Rafa entendía muy bien a dónde había ido, nos resultó evidente que estaba transitando su reconocimiento como parte del pueblo mapuche.
Weichafe Rafael Nahuel
Las tapas de los grandes diarios interpretaron el asesinato de Rafael Nahuel como el saldo que deja un enfrentamiento armado. Versión que -seis años después- confirmaría el juicio contra los miembros del grupo Albatros que dispararon más de cien balas de plomo contra unos pocos jóvenes mapuche con piedras y cañas. El prefecto Cavia fue condenado a cinco años de prisión por homicidio agravado con arma de fuego cometido en exceso de legítima defensa y otros cuatro prefectos fueron acusados de ser partícipes necesarios con una pena de cuatro y seis meses de cárcel.
“La historia de Rafa podría ser la de tantos otros que portan un apellido mapuche –dice Duke-, que no se reconocen como parte de un pueblo originario o que viven con vergüenza producto de una marginación histórica. El Rafa es un caso testigo: un pibe atravesado por el consumo, la vulneración de derechos y la violencia, que siempre tuvo una llamita, una intuición que lo llevaba a conectarse con espacios comunitarios y en esa pulsión de vida quería salir del barrio y armar una nueva historia en el campo.
Algunos amigos de Rafa terminaron haciendo opciones por proyectos que no están buenos. Hay una deuda pendiente en esta ciudad que expulsa a sus pibes jóvenes. Si el Rafa no hubiera terminado así, hoy podría estar dando un taller a otros pibes y ser un referente para el trabajo de interculturalidad en los barrios que tanto hace falta en un Bariloche que niega su historia”.
La casa familiar de Rafa
Muchos vecinos, grupos y organizaciones sociales acompañan a la familia hoy en día. El grupo de artistas Kultrunazo se encargó de hacer mejoras en la casa familiar y desde el grupo musical Refugio, la APDH, Vientos de Libertad y militantes solidarios se reunió el dinero para instalar gas natural en la vivienda. Con la ayuda del director y guionista del documental que se está filmando sobre la vida de Rafa, se consiguió poner los vidrios en la casa donde él vivía cuando lo mataron.
El documental
El director Guillermo Costanzo y el periodista Santiago Rey están documentado la vida de Rafael Nahuel y su decisión de involucrarse en la reivindicación territorial de la Lof lafken Winkul Mapu, como también el modo en que se preparó, se consumó y se pretendió cubrir el asesinato a manos del grupo Albatros. El guión está basado en el libro Silenciar la muerte escrito por Santiago Rey.
“Estos cinco años de trabajo con más de 40 entrevistas confirmaron la preparación de los actos represivos, la conformación de la narrativa del gobierno y de los medios de comunicación de estigmatización del pueblo mapuche y de lo que sucedió ese 25 de noviembre del 2017 y también cómo la comunidad intentó demostrar lo que realmente ocurrió en términos judiciales y de disputa de relato. Cada revisita de la historia es una confirmación de que hubo una persecución que pudo haber sido una masacre. Este documental nos va a permitir llegar a otras audiencias, más gente va a saber lo que realmente pasó y quién era Rafael Nahuel”, dijo el periodista.
Los padres siguen esperando que se haga verdadera justicia por su hijo. Los abogados de la APDH, Rubén Marigo y Ezequiel Palavecino, apelaron la sentencia y van a hacer todo lo que esté al alcance para que los autores materiales cumplan una condena perpetua y para que la actual ministra de seguridad Patricia Bullrich, responsable intelectual del crimen, sea juzgada.
Por Verónica Battaglia
Foto portada: Gentileza Santiago Rey
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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