El último lunes el reconocido educador Daniel Brailovsky, pasó por Bariloche, invitado por la Fundación Gente Nueva y el Instituto de Formación Docente, a partir de escenas escolares problematizó la relación de las infancias con las pantallas, la contienda entre la inteligencia emocional y la ESI y la mirada gerencialista del oficio docente.
En las paredes cubiertas de pancartas oscuras de la sala de Unter se leía la tristeza que envuelve a la educación pública. De todos modos, la conversación con el profesor e investigador propuso una pausa al ritmo vertiginoso de estos tiempos para poder repensar la educación, tocó las fibras más sensibles del quehacer docente y dejó muchas preguntas en su auditorio.
La ESI va en colectivo y la educación emocional va en auto
La cultura de la autorrealización y autocontrol que se sintetiza en los posteos de instagram se está filtrando en la currícula. Este año se presentó en el congreso un proyecto de ley para la incorporación de la inteligencia emocional al sistema educativo. Varias provincias ya trabajan con estos contenidos en sus escuelas.
“De alguna manera la educación emocional está funcionando como el artilugio para desplazar la ESI. Esto sería algo muy resistido porque esta ley ha coadyuvado a un montón de transformaciones positivas de la sociedad, no solo de la escuela. Ya no podemos hablar igual que antes porque hay un peso ético que nos dice que hay cosas que ya no son graciosas, hay cosas que revelan su violencia. Creo que sería impensado derogar la ESI aunque tampoco me sorprendería tantísimo, pero la manera en la que están encontrando de correrla es a través de la educación emocional. Este enfoque, desde una perspectiva gerencialista, pretende quitar la mirada de género centrada en la afectividad, para focalizar en la autorregulación individual de las emociones. Es interesante recorrer la historia de la psicología positiva y su alianza con el mundo de las empresas. Por ejemplo, la empresa Ford Henry Ford fue pionera en la implementación no solo de la cadena de montaje, sino también de ciertas técnicas de aumento de la productividad con mecanismos psicológicos. El concepto de inteligencia emocional se popularizó con el libro de Daniel Goleman que no estaba dirigido a docentes sino a emprendedores. En algún momento estas ideas, junto a una nueva versión biologicista que viene de la mano de la neurociencia, se trasladaron a la educación y ahora se disputan la novedad aunque representan visiones conservadoras.
A través de la pantalla
Dos meses atrás el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires resolvió regular el uso de celulares en las escuelas. En nivel inicial y primaria se desalentó todo tipo de pantalla tanto en las aulas como en los recreos. En secundaria, se establecen algunas restricciones y se apela al uso responsable y seguro de los dispositivos.
“Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, de la Sociedad de Pediatría sobre la relación de los niños con las pantallas especifican la cantidad de horas según las edades bajo estricta supervisión adulta. Hablan de las pantallas como si hablaran de los medicamentos: manténgalos alejados del alcance de los niños o de los rayos ultravioletas del sol, no los exponga a las pantallas más de tanto tiempo. En cambio, si uno mira los diseños curriculares para la educación inicial de cualquier provincia de la Argentina todos hacen referencia a la tecnología como cosas acerca de las cuales hay algo para aprender porque forman parte de la vida de los niños. Este desacuerdo tiene que ver con que los médicos están hablando del niño en su casa trabajando de hijo, que es uno de los dos laburos que tienen los chicos y los diseños curriculares están hablando de los niños en la escuela trabajando de alumnos. Evidentemente la pantalla que preocupa es la de Disney plus, no es la pantalla utilizada para proyectar un cuadro de Kandinsky, la pantalla que sustituye vínculos, aquella que le ponemos a los niños delante para sacárnoslos de encima y no aquella que puede potenciarlos”.
“Hay tres enfoques para pensar la relación de los niños con estos artefactos cuando es problemática, una es la prohibición, otra, la negociación con los propios chicos y con la familia, establecer acuerdos locales en cada caso en cada escuela y la última tiene más que ver con los dispositivos escolares diseñados para hacer uso de los celulares de una manera útil. Autores de la filosofía de la técnica como Eric Adam presentan la idea de que las tecnologías tienen un costado práctico y útil, pero al mismo tiempo que no sirven nos desigualan, nos verticalizan, hacen que nuestras maneras de comunicarnos se vuelvan un poco oscuras, intervienen en nuestra vida cotidiana desplazándonos de ciertas actividades que en la escuela deberíamos tratar de hacer por nosotros mismos, porque las hacemos precisamente para desarrollarlas como habilidades. Si la escuela es el lugar en el cual nos volvemos capaces de algo que no éramos, no siempre va a ser tan oportuno que una máquina lo haga por nosotros”.
Educación uberizada
Daniel presentó varias escenas escolares como disparadores para la charla. Una de ellas muestra a dos estudiantes de primaria en el aula y uno le propone al otro hacer más tarea para que a la maestra le paguen más. Este comentario sobre el mundo adulto en la boca de un niño inquieta a la vez que evidencia una visión del trabajo docente acotado a una mera prestación de servicios en un marco de transacciones individuales.
“Esto revela una mirada uberizada del oficio docente donde se invisibilizan los derechos laborales y los efectos sociales del trabajo. Desde este punto de vista, si la labor de la maestra es algo que a ella le conviene y cuanto más hace más gana y cuanto menos hace menos gana, entonces se desdibuja el rol social de la educación. Podemos pensar al docente como un funcionario porque de alguna manera la escuela cumple un rol público -todas se rigen por el mismo currículum- y además como dice Henry Giroux, el docente es una especie de intelectual público porque se suma a cierto debate sobre el mundo que queremos y qué lugar ocupa la educación en ese mundo.
Escuché en boca de varios funcionarios distintos una frase de apariencia seductora que dice que tenemos escuelas del siglo XIX, con maestros del siglo XX y alumnos del siglo XXI. La escuela es al mismo tiempo una relación que nos reclama rondas y un sistema que nos invita a las filas, una relación que nos propone miradas, conversaciones, encuentros y un sistema que nos invita a tomar lista, a registrar las calificaciones. Entonces tal vez no se trata de elegir entre lo viejo y lo nuevo, sino conjugar las demandas relacionales y sistémicas de la educación. Hoy la escuela es una institución más frágil que antes, si uno le sigue pegando capaz que se rompe, quizás es el momento de cuidarla. La escuela ofrece a las personas un tiempo separado del tiempo habitual, un tiempo entre paréntesis, un tiempo distinto en el que uno no está corriendo detrás de las cosas prácticas de todos los días, está fuera del del circuito del consumo, fuera del circuito del entretenimiento también y uno tiene tiempo simplemente para conversar, para leer, para escribir, para pensar que quiere sumarle al mundo.
Para cerrar el encuentro Daniel propuso a la audiencia que escribieran definiciones de niño: “Alguien recién llegado al mundo”. “Persona que siempre quiere más”. “Alguien que no tiene cuenta de instagram, pero pide el celular”. Y a estas conceptualizaciones sumó las palabras del pedagogo Jorge Larrosa: “… la infancia es lo que siempre va más allá de cualquier intento de captura, inquieta la seguridad de nuestros saberes, cuestiona el poder de nuestras prácticas, abre un vacío en el que se abisma el edificio bien construido de nuestras instituciones…”.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación popular Al Margen
Seguí leyendo Al Margen: