Bajo el pretexto de “volver a la tradición”, desde la Municipalidad de Bariloche intentan reinstalar la elección de una reina en la Fiesta Nacional de la Nieve. A pocos días del triple lesbicidio ocurrido en Barracas motivado por el odio, ¿cómo puede leerse esta medida? ¿Puede la violencia simbólica ejercida desde el Estado engendrar más violencia en una sociedad de por sí ya fragmentada? ¿Hasta dónde llegarán las políticas de la crueldad?
¿Quién será la reina, muchachas? ¿La más linda, acaso, la más rubia? Ni la más baja, ni la más alta. Flaca, pero no tanto. Tener entre 17 y 24 años, ser soltera, sin hijos (y no quedar embarazada en el camino, porque de ser así, podría perderse el “reinado”). En caso de ser elegida y dar entrevistas a los medios, sólo hablar de los temas previamente establecidos por la Comisión Permanente o la Secretaría Municipal de Turismo de San Carlos de Bariloche. Cuidar su imagen, comportamiento y presencia en todo lugar que asista.
Estos eran algunos de los requisitos que exigían para la postulación y deberes establecidos para la reina en 2013, cuando el concurso aún estaba en vigencia. Para Lala Pasquinelli, según escribió en su libro La estafa de la feminidad, estos “rituales de la feminidad se nos venden como destinos, nos preparan para tolerar y normalizar la violencia que nos rompe y a veces termina con nuestras vidas”. Las últimas cifras de femicidios en el país podrían confirmarlo: sólo en lo que va del año se registraron 78, según el Observatorio Ahora que Sí Nos Ven.
Mariana Jaroslavsky es integrante de la Multisectorial de Mujeres y Disidencias de Bariloche y en rechazo al concurso, dice: “Hay violencias que son muy visibles, como la física, es muy fácil identificar cuando alguien es golpeada. Pero hay otros tipos de violencias, como la simbólica, que son más sutiles. Esta violencia arranca con este tipo de cuestiones, cosificar, elegirla sólo por sus características físicas, negarle la voz, negar los sentimientos. Cuando se cosifica, la violencia escala”.
Ahora, el Municipio insiste en volver a instalar este certamen que parecía haber quedado atrás después de la ola feminista impulsada por el movimiento Ni Una Menos en 2015, que puso en tela de juicio a las estructuras patriarcales más invisibles.
En consonancia con la ampliación de derechos que promovía la agenda de género, más de 60 ciudades de todo el país dejaron los concursos de belleza en las fiestas regionales. Bariloche tuvo en 2015 a su última “reina” con tal título, en 2016 fue “reina embajadora” y de 2017 en adelante, sólo “embajadora”.
En esta oportunidad, aunque con algunos cambios (o lavada de cara), como la inclusión de un “rey”, esta medida no deja de significar un retroceso. ¿Por qué ahora? ¿Qué cambió en la sociedad para que este debate que parecía saldado vuelva a resurgir?
El odio, un terreno fértil para la violencia
La periodista feminista Florencia Alcaraz afirmó en un reciente artículo que en el gobierno libertario hay una “radicalización” de las agresiones físicas a mujeres, lesbianas, travestis y trans “por su mera existencia en el mundo o por su activismo político”. “Este tipo de agresiones siempre existieron, no son novedad, pero a partir de la gestión de Javier Milei parecen desplegarse sin más malla de contención que el repudio de las organizaciones sociales, feministas, de derechos humanos y una parte de la sociedad civil que todavía siente empatía ante la crueldad”, aseguró.
¿Y qué ocurre cuando la violencia es legitimada desde el Estado mismo? Una respuesta esbozan desde el Laboratorio de estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín: “Los discursos de odio tienen un efecto mayor si vienen de voces autorizadas como un presidente, funcionarios o asesores. Generan un clima de intolerancia que puede provocar prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas. Cuando los discursos de odio se legitiman desde la esfera pública, no sólo tienen consecuencias sociales, se vuelven una política de Estado”.
A pocos días del triple lesbicidio ocurrido en Barracas, Ciudad de Buenos Aires, un crimen motivado por el odio de género, el rol del Estado puede inclinar la balanza hacia el lado de la prevención o más bien todo lo contrario: darle rienda suelta a las políticas públicas de la crueldad, aquellas que sólo engendran en sí mismas, más odio, más violencia, más crueldad.
Rechazo a la violencia simbólica
Desde la Multisectorial de Mujeres y Disidencias de Bariloche preparan un petitorio para que el Municipio dé marcha atrás con la medida a la que calificaron de “arcaica y violenta”.
“Nuestro pedido se fundamenta en la no reproducción desde el propio Estado municipal de prácticas que constituyen en sí mismas, violencia simbólica, cosificando los cuerpos de las mujeres, además de promover determinados estereotipos de ‘belleza’”, escribieron en el petitorio.
Mientras reúnen adhesiones para que el pedido tome fuerza, Mariana Jaroslavsky reafirma: “No es volver a las tradiciones, es cortar con la violencia”.
Por Camila Vautier
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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