Un tema que solo sale a la luz cuando las celebrities se convierten mágicamente en madres o padres. Viajan al extranjero -donde está permitido el alquiler de vientres- a buscar a su hijo o hija nacida de un riguroso contrato donde los derechos de las gestantes quedan suspendidos hasta el momento del parto. Conversamos con Paula Puebla.
Paula Puebla es escritora y ensayista que publicó el libro “El cuerpo es quien recuerda” donde parte de un trabajo de investigación para ficcionalizar esta práctica donde el deseo y los desarrollos tecnológicos parecen no tener límites.
– ¿Qué pilares de nuestra sociedad se ponen en cuestión en la práctica de la gestación por sustitución?
-Los temas que se manifiestan a través de la subrogación de vientres son múltiples. En primer lugar, y para empezar, se tensiona algo fundamental que es “la madre”. Entiendo que puede ser una cuestión del orden de lo filosófico pero en esta forma de tener hijos -dejando de lado las parejas de hombres- ya no interviene una sola mujer. Quien gesta y da a luz es un eslabón fundamental y, paradójicamente, quien menos tiene lugar en la escena de la maternidad. Por otra parte, se pone en tensión el vínculo entre Estado y mercado. Una vez más, la oferta del capitalismo se adelanta a las regulaciones constitucionales, que quedan vetustas o atrasadas frente a los pasos agigantados de la ciencia -que opera fundamentalmente de la mano de las farmacéuticas, los laboratorios, etc. Y mientras ocurre ese desfasaje, se amplían los panoramas de desregulación y explotación que se dan a nivel mundial respecto del alquiler de vientres o maternidad por subrogación. Aparecen preguntas, por ejemplo, sobre el derecho a la familia, sobre la libre elección, sobre el derecho a la identidad de esos niños y niñas nacidos a través de esta técnica; y, sobre todo, nos vemos de frente a la caída de barreras éticas donde acceder o no a determinados procedimientos o bienes queda librado a la voluntad individual.
– ¿Por qué crees que este tema no está en agenda generando una discusión social?
-Creo que no está en agenda, primero porque la maternidad, pese a toda discusión, sigue siendo un hito sagrado. Luego, porque hay una idea de que la gestación subrogada ocurre lejos de nuestro territorio. Hay una imaginación de estar a salvo, de que esas son cosas del primer mundo, de gente con dinero, cuando es exactamente al revés. Mi consideración es que la subrogación de vientres es una problemática de países empobrecidos, con mujeres en situaciones de vulnerabilidad sin demasiado margen para poder decidir, como gusta decirse, “libremente”. En esta dirección, el triunfo una vez más es del mercado, que instaló narrativas indoloras e inofensivas con, por ejemplo, los casos emblema de gestación solidaria. Lo cual es absurdo: si la mayor parte de las gestaciones fueran altruistas -entre hermanos, amigos o pares-, no existiría la industria de billones de dólares que existe alrededor del mundo, más recientemente arribada a nuestro país y región.
Al mismo tiempo, los feminismos, que son quienes se esperaría que tomaran esta causa como propia, vienen de luchar por la IVE. Y encuentran en esta cuestión un ruido con el que no saben qué hacer. Hay una contradicción hiperexpuesta entre los lemas liberales de propiedad sobre el cuerpo -el más conocido es “mi cuerpo, mi decisión”- y las realidades socioeconómicas sobre las que se sustenta esta industria.
-Considerás que es necesario regular esta práctica y que los proyectos de ley presentados en el congreso pueden abarcar esta figura compleja?
-No tengo leídos los proyectos presentados, pero sí tengo constancia de que la regulación, en muchos países, no evitó de modo alguno la explotación de mujeres para la reproducción y el tráfico de bebés. Por el contrario, los avales estatales lo que generaron fue ampliar la oferta y la demanda. Hace poco, en Grecia -donde la práctica está altamente regulada- se desbarató una organización clandestina de subrogación comandada por mujeres, que operaban como reclutadoras y recibían entre 3000 y 5000 euros por candidata. Quiero decir, es ingenuo pensar que solo la regulación alcanza para evitar la trata de personas. Si no se mejoran las condiciones de vida de las mujeres, los peligros de la clandestinidad persistirán.
-En el caso de la gestación por sustitución, el hijo nace por la voluntad procreacional, es fruto del deseo de ser padres y la tecnología parece estar ahí para convertir todos los deseos en realidad. Hay algo un poco inquietante en todo esto.
-Una de las cosas que más me interesa pensar es cómo no hay umbral para la frustración en estos tiempos. Nadie sabe qué hacer con el no, el perfecto mal de época. Instado por el sistema que te quiere convencer y te convence de que no hay límites, de que si deseás algo lo suficiente, lo vas a poder tener. Sea un iPhone o un bebé: al mercado le da lo mismo. Pero también porque hoy todo se instala en nuestras imaginaciones como derecho, muchas veces de manera distorsionada, y sin considerar que los derechos no son absolutos. En Argentina, tener un hijo no es un derecho; lo que es un derecho es a formar una familia, que los niños y niñas estén contenidos por ese lazo. Por eso, si tener hijos es planteado como un derecho, entonces ahí está, además, la demanda hacia el Estado.
Saber qué hacer con el “no” me parece una tarea pendiente. Del mismo modo que desarticular viejas ideas sobre la maternidad, sobre la importancia de la transmisión genética. Incluso con la biología en contra, es posible formar una familia, convertirse en madre o padre sin exponer a terceros a la brutalidad de un sistema fundado en la violencia.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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