Este 4 de noviembre en el marco del Festival Iberoamericano de Periodismo Narrativo, organizado por la Fundación Periodismo Patagónico, reconocidos cronistas se dieron cita en Bariloche. Al Margen conversó con el escritor y docente Martín Kohan acerca de la relevancia de revisitar a Rodolfo Walsh en estos tiempos mediáticos donde la verdad no importa tanto.
Primero le preguntamos por qué eligió hablar sobre Walsh en este encuentro y cómo volver a leer su obra en estos tiempos en que se dice que el periodismo ha muerto. Kohan habla claro y rápido, es preciso en sus ideas, nos sorprende con digresiones privadas y nos hace reír. Esta charla que parece espontánea reposa en ese saber que da la experiencia de un buen profesor, que quiere que todos sus estudiantes entiendan, hasta el último de la fila. “Para los debates de esta época donde la cuestión de la posverdad está tan presente -dice Kohan-, la figura de Walsh nos permite pensar la ficción y la no ficción, los límites de la escritura y el paso a la acción, en especial, la relación entre la verdad y la política”.
Kohan considera que en nuestra coyuntura histórica la verdad está amenazada. “En la palabra periodística la verdad ya no importa”-dice el escritor. Los medios son una herramienta para intervenir la realidad, ya no se atienen a la veracidad de los hechos. La mentira circula viralmente y no importa si ese discurso tuvo lugar, con suerte se desmiente, pero pocos se enteran de esa reparación. El periodismo toma la lógica de las redes, supone que el humor social se mide en las plataformas virtuales y naturaliza la violencia en la comunicación. “Siempre hubo agresividad en el discurso político -dice el entrevistado- pero antes quedaba fuera de tono. Los diarios siempre mintieron, pero se ocupaban de que esa mentira pasara por verdad. Ahora no.”
Kohan cita a Ricardo Piglia, su gran maestro, de quien todavía copia algunos gestos como el de rascarse la cabeza o tocarse el dedo índice mientras habla, cuando dice que Operación Masacre es el momento en que Walsh se ve interpelado por la realidad, deja el juego de enigmas de los cuentos policiales para escribir la verdad, el relato de los hechos. En este corrimiento de la ficción a la no ficción, nace otro modo de hacer periodismo, los recursos de la intriga y la tensión narrativa se disponen al servicio de la verdad –nueve años antes de que Truman Capote escribiera A Sangre Fría y fundara el género de no ficción-. “En este texto Walsh confía en la potencia de la escritura para afectar al estado. Todavía tiene la expectativa de que se haga justicia. Toda la investigación consiste en probar con enorme destreza que el estado violó su propia ley, al establecer que los fusilamientos de León Suarez en 1956 son anteriores a la declaración de la ley marcial”.
Nos interesa preguntarle sobre Enriqueta Muñiz, la periodista que investigó con él los fusilamientos de León Suárez. Kohan nos cuenta que al leer los diarios de Enriqueta -publicados por su familia después de su muerte- dimensionó la importancia que tuvo esta mujer en la reconstrucción de los hechos. “No fue una colaboradora más, investigó a la par de él y en momentos de vacilaciones fue ella la que decidió seguir hasta el final. Esto ya lo había escrito Walsh en su prólogo: Desde el principio está conmigo una muchacha que es periodista, se juega entera. Es difícil hacerle justicia en unas pocas líneas. Simplemente quiero decir en algún lugar de este libro escribo “hice”, “fui”, “descubrí”, debe entenderse “hicimos”, “fuimos”, “descubrimos”. Algunas cosas importantes la consiguió ella sola, como los testimonios de los exiliados Troxler, Benavídez, Gavino… En Enriqueta encontré esa seguridad, valor, inteligencia que me parecían tan rarificados a mi alrededor. Pero, por alguna razón que desconocemos, la figura de Enriqueta quedó relegada. “Tal vez fue para protegerla” -dice Kohan, esbozando una explicación.
Walsh no solo explicita en el prólogo la importancia que tuvo Enriqueta en la obra emblemática del periodismo argentino, sino que se la dedica a ella. En sus diarios Enriqueta escribió: “Y cuando le pregunto a Walsh, medio en serio y medio en broma: “¿de veras piensas dedicarme el libro?”, me siento llena de satisfacción al oírle decir, con tono terminante: “antes lo quemo, que no dedicártelo”.
Enriqueta no escribió Operación Masacre, pero redactó a mano alzada la crónica de esta peligrosa tarea de probar que el estado había incumplido su propia ley. Tan solo con veinte años, guardó documentos debajo de su cama, siguió pistas con la precisión que se necesita para caminar sobre un campo minado, entrevistó a testigos clave, leyó el primer manuscrito y acompañó los derroteros de su publicación, sin que sus padres sospecharan nada. Sus diarios se publicaron en 2019 con el nombre de Historia de una investigación. Operación Masacre de Rodolfo Walsh. Una revolución de periodismo y (de amor).
Kohan resalta que es en Operación Masacre donde Walsh se acerca al mundo popular y al mundo de la política. “Claramente hay algo que lo atrae de esa condición popular. Su escritura se enciende, despliega una gran sensibilidad por retratar esa vida.” En 1955 Walsh no era peronista. Era aún un escritor de cuentos policiales que celebró el golpe de estado que derrocó al general Perón en 1955. Pero en este adentrarse en el universo de sus entrevistados se ve interpelado por esa realidad y así comienza su activismo político en defensa de la justicia social. Esto también nos muestra Enriqueta en sus diarios cuando transcribe lo que dice Walsh frente a la casa de Garibotti -uno de las víctimas de los fusilamientos-.
“Es una casa mejor construida, con muchas flores en el jardín. Mientras esperamos que nos abran, Walsh me dice:
– ¡Y luego quieren que dejen de ser peronistas! ¡Si Perón les dio una casita con flores, y estos vienen a sacarlos de ella para llevarlos a un baldío y matarlos como a perros, por la espalda!
Y Walsh es anti–peronista. ¡Pero la evidencia es tan triste y abrumadora!”
“Operación Masacre pone en escena -dice Kohan- la irrupción de la política en las vidas comunes. En ciertas instancias lo político trastoca la linealidad de los días.” Varios de los detenidos no estaban relacionados con el peronismo, ni sabían de la rebelión contra la dictadura que había derrocado a Perón. Algunos se habían juntado en una casa de Florida solo para escuchar una pelea de boxeo. “Walsh no solo narra la irrupción sino que produce la irrupción en el texto. Primero construye la atmósfera de los personajes para que cuando la política irrumpe con violencia en esa cotidianidad produce ese trastocamiento también en el texto.”
Kohan nos revela que el último Walsh, el militante de montoneros, el que escribe la Carta Abierta a la Junta Militar, tenía un cuento entre manos. Tuvo la oportunidad de exiliarse y no lo hizo. El único resguardo que se permitió fue el de la literatura. Nunca abandonó el deseo de escribir una novela. Y justamente lo que lo convocó a escribir el gran relato de no ficción fue un elemento literario: la frase “Hay un fusilado que vive”, una frase inverosímil que le dijo un hombre en un café de La Plata. Un momento en que la realidad se vuelve literaria. Kohan aclara que esto también lo marcó Enriqueta en sus diarios. Esos dos llamados siguieron pulsando a lo largo de su vida, no tenía que ver con un tema de etapas superadas, ni con una doble vida, fue una tensión que lo atravesó hasta el final. “Hay tensiones que nunca se resuelven, problemas que no tienen solución, como la Argentina”, agrega el entrevistado.
En este momento de un “periodismo ciudadano” donde cualquiera puede filmar un video si está en el lugar de las circunstancias y viralizarlo en las redes sin contexto, sin nombre, cuando ya no importa si lo que se dice es cierto, volver a las fuentes, a Walsh y rendirle sus merecidos honores a Enriqueta Muñiz, es un gesto imprescindible.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen