En la Cuenca de Ruca Choroy, las comunidades siguen realizando la laboriosa tarea de cosecha, conservación y aprovechamiento del piñón (o pehuén). La elaboración de productos a partir de su harina genera nuevos valores agregados y permiten continuar tejiendo la cadena del comercio justo.
Es posible que pronto caiga nieve en la región, aun así, dicen, todavía es posible que cuando el manto blanco se retire se puedan recolectar algunos piñones más. La temporada arrancó en febrero y dura unos tres meses. A lo largo de este tiempo, las familias de mantienen vivas las prácticas ancestrales de cosecha, conservación y aprovechamiento de los piñones.
En esa línea, un grupo de mujeres conformó el Grupo Funtú para dotar de valor agregado al fruto. Actualmente, elaboran alimentos a base de harina de piñón, principalmente alfajores, que luego se distribuyen en distintos puntos de la región a través de la Red Cooperativa de Alimentos Patagónicos y otras redes que van tejiendo. Son así unas 16 familias que trabajan vinculadas a la sala de elaboración, si bien toda la comunidad de la cuenca recolecta piñones: más de 250 familias.
“La recolección viene de generación en generación”, relata Petrona Pellao, una de las impulsoras de Grupo Funtú. “Siempre salimos a cosechar a nivel familiar. Como comunidad se hace una reunión cuando llega la temporada, fijamos el precio en asamblea y ahí se larga”, dice.
Cuenta que hacer la harina de piñón es muy trabajoso: de un kilo de piñones sacan 400 gramos de harina y el proceso lleva su tiempo porque, además, lo hacen de forma ancestral: se pelan los piñones, se secan y después se muelen hasta obtener la finura para hacer las masas. Hay otras formas, hervido se puede pelar más rápido, pero el sabor es muy distinto y ellos conservan esa forma tradicional.
“Primero nos garantizamos la harina, después sí, podemos vender piñones como grupo”, señala y cuenta que la iniciativa partió de una capacitación que recibieron hace algunos años. De ahí en más, pusieron manos a la obra. “Mucha gente viene y visita la sala de elaboración. Prueban los productos y vuelven a comprar por cantidad”. En el 2020, por su trabajo, el Grupo Funtú resultó ganador del concurso provincial Mujeres Rurales, que les aportó capacitaciones y asistencia técnica para su emprendimiento productivo.
Intercambios justos
“La recolección de piñones es una tarea ancestral, tanto para el consumo de las familias como para forraje, que es lo tradicional”, cuenta Julia Delgado, guardaparques del Parque Nacional Lanín y una de las personas que trabaja con las comunidades en las políticas de co-manejo.
Para los habitantes de estas zonas, la utilización de los recursos naturales de su territorio es imprescindible para satisfacer mínimamente sus necesidades básicas. Como describe Julia, las semillas de pehuén o piñones, son ricas en hidratos de carbono y fibra y han sido un componente fundamental en la alimentación de las comunidades mapuches asentadas en la región, con un rol similar al maíz para otras culturas.
Más tarde, el fruto se empezó a comercializar, algo que se permite específicamente en este lugar en particular por las condiciones sociales y la disponibilidad de piñones, una especie que requiere especial atención para la conservación y continuidad de los bosques de Araucarias.
Es así que, recientemente, la comunidad pasó a tener un rol más protagónico en la fiscalización de todo ese intercambio, donde en el marco del co-manejo no solamente está Parques, sino también la comunidad y los fiscalizadores comunitarios, que son parte del control de cómo se hace el intercambio.
El fruto del piñón tiene muchas connotaciones, de hecho, tiene un valor ritual en las rogativas de los pueblos originarios de suma importancia. Y si bien, es cierto que cuenta con propiedades destacables, su valor responde también a su disponibilidad en estos ambientes tan ásperos y extremos. “Es el alimento con el que los ancestros pasaron los inviernos. Más allá de que sea saludable y muy nutritivo. Tiene muchas propiedades, pero además está adaptado a ese ambiente donde casi nada más crece”, dice Julia.
Mantener el equilibrio
En este contexto, la cosecha no ocurre de forma individual, por pura decisión propia, sino que se acuerda una fecha entre la comunidad y parques, ya que la recolección se lleva adelante dentro de la jurisdicción. En el año 1993 la APN habilitó la comercialización de piñones en Ruca Choroy, como una forma de paliar la crítica situación socioeconómica de gran parte de la Comunidad.
En este marco, la fiscalización que llevan delante de manera compartida, explica Julia, tiene que ver con el control para que el intercambio se realice dentro de ciertos parámetros. “Históricamente llegan a la zona comerciantes ambulantes o mercachifles para cambiar piñones por productos de primera necesidad: harina, yerba, papas, entre otros”. Es así que se hace una tabla con equivalencias para el intercambio. “Después se pesan los kilos que se lleva cada mercachifle y se cobra un aforo comunitario, ahí se sigue con el remito de Parques, la guía de provincia”.
Y es que el recurso finito. Los bosques están en un proceso de retracción debido a su antigüedad, pero además a una serie de amenazas que van desde el cambio climático al uso ganadero y la intensidad del pastoreo. Los piñones también son utilizados para forraje y hay menos semillas en el boque, lo cual afectan la regeneración natural. Se suma, además, el uso que hacen los visitantes que desconocen las normas.
“Es importante una estrategia regional, que refuerce los controles y que la población tenga ciertos criterios. Cuando se restringe la cosecha no es caprichoso, sino que responde a una necesidad de que quede una cantidad suficiente en el bosque para que se pueda regenerar naturalmente”. De esta manera, se busca generar mejores condiciones para la comercialización buscando el equilibrio en términos ambientales y sociales. “Es un camino que lleva su tiempo, porque no es un emprendimiento con una mirada de maximizar la ganancia, sino que tienen su ciclo, sus tiempos, así como los piñones. No todos los años se cosecha lo mismo”.
Es en ese contexto que se van buscando alternativas para acompañar ese proceso de comercialización a través de instancias de comercio justo, como es el que sucede a través de la Red de Alimentos Cooperativos, un canal que abre una ruta interesante para comercializar de una forma más equilibrada a tanto en términos ambientales como sociales.
Por Violeta Moraga
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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