Este sábado la Comisión de Auxilio encontró a Rodrigo González después de pasar tres noches interminables en el valle del arroyo Rucaco en el cerro Catedral.
-Varias veces escuché el motor del helicóptero -dice Rodrigo González, el hombre que estuvo perdido tres días en el Cerro Catedral-. Le hice señas con lo que tenía a mano. Pero enseguida desaparecía entre las paredes de piedra en las que estaba encerrado.
La Comisión de Auxilio junto a Parques Nacionales con helicóptero, drones y perros entrenados para buscar personas rastrearon el cerro Catedral y el valle de Jakob durante dos días sin pausa.
Rodrigo González estaba de visita en Bariloche. Unos días antes de volver con su familia a Rosario quiso aventurarse a la travesía Frey – Jakob. Era su primera vez en la montaña. El miércoles 9 de febrero, de jeans y zapatillas blancas Flecha, cargó pesada su mochila al hombro -bolsa de dormir, sándwiches, galletas, frutas, medicamento para la diabetes- y subió por el teleférico hasta el filo del Catedral. Vio el cartel que indicaba el sendero al refugio Frey, pero luego de unos minutos de marcha decidió -no sabe explicar por qué- descender la ladera hacia el arroyo Rucaco. Una pendiente de piedra suelta, expuesta al viento, tan abrupta que ni las lengas se animan a crecer.
Esta decisión desorientó al operativo de rescate que barrió la zona más cercana al Frey hasta Playa Muñoz y el valle del Jakob. El sábado bien temprano salió un nuevo grupo de la Comisión de Auxilio hacia el Catedral. El guía de la patrulla tenía por objetivo descartar unas huellas que el dron había localizado el día anterior.
-Las huellas eran claras y todavía estaban frescas- dice Gabriel Bondel, guía de la patrulla.
Siguieron los rastros en la piedra suelta como si todavía desprendieran el miedo de saberse perdido. En un momento la huella desapareció. Dudaron si continuaban bajando o buscaban más cerca del sendero. Avanzaron valle abajo. Ahí encontraron otras huellas que subían hacia el filo. Se detuvieron para imaginar el posible trayecto del turista.
Más tarde Rodrigo González les contará que intentó remontar la ladera pero se topó con una pared vertical imposible de trepar. Que durmió en el fondo del valle. Al otro día intentó vadear el arroyo del Rucaco. Lo bordeó, internándose entre las lengas. Creía que estaba cerca del refugio -le habían dicho que el Frey estaba al lado de un arroyo-. Una enorme cascada interrumpió su itinerario. Su esperanza se escurrió -de golpe- como el salto de agua. Volvió sobre sus pasos. Esa segunda noche pasó frío.
La patrulla decidió bajar un tramo más para estar seguros. No muy lejos divisaron una mancha azul entre las piedras. A medida que deshacían el desnivel de la pendiente, esa mancha se convirtió en una bolsa de dormir azul, una bolsa desplegada, una persona abrigada dentro de esa manta de plumas. Que no se movía.
-Rodrigo -le gritó el guía, imaginando lo peor.
Los ojos incrédulos del turista sobresalieron de su sueño. Se humedecieron sin pudor, como un niño. Se aferró al cuerpo del guía como a una balsa en altamar. El rescatista lo revisó y corroboró que no tuviera ninguna lesión. Luego lo aseguró a una cuerda y desandaron el camino cuesta arriba. Después de cuatro horas alcanzaron el filo. Una camioneta los estaba esperando para llevarlo a la ciudad, para luego volver a casa.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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