El nombre es de película, y no exagera ni un poquito. Es que los que vivimos a la sombra de la cordillera de los Andes, al menos en esta región patagónica, estamos mal acostumbrados (¿o será al revés?) a tener la posibilidad de remontar un río valle adentro y bajar por otro en un valle diferente a casi 100 kilómetros por ruta si tuviéramos que unir en auto el punto de salida y el de llegada.
Las opciones para caminar entonces son varias y llegar a Mallín de las Nieblas seduce no solo por el nombre sino por el trazo de este sendero que comienza a unos pocos metros antes de llegar al arroyo Ragintuco si vas desde Bariloche. Ahí se ve el cartel de cabecera con las indicaciones pertinentes. Las marcas rojas y la senda ancha persisten durante todo el trayecto que no debería llevarte más de 4 horas, yendo con ánimos de no ir a las corridas y tomarte al menos unos mates en el camino.
Buena parte del recorrido el sendero va bordeando el Ragintuco de un lado y de otro, sobre todo en la última hora en donde hasta el verano, seguramente se deberá vadear en más de una ocasión dicho cause o con suerte intentar el ejercicio del equilibrio en piedras y ramas.
El desnivel no es abrupto hasta la última cuesta antes de llegar al mallín que existe en el inicio de un profundo valle que se extiende a lo largo y al pie del cordón de las Ardillas. Ese es el valle de las Nieblas que tiene restos de dos taperas, una en cada extremo. Será una hora de marcha por un valle que buena parte del año está seco para unir esto dos puntos: en uno nace el Ragintuco y en el otro el Minero. El primero desemboca cerca de Bahía Manzano y el segundo culmina a un puñado de kilómetros de Villa Traful. En este último la vuelta es larga, con poco desnivel y complejidad en el recorrido más allá que los vadeos que presenta el camino, y se recomienda hacerlo en dos noches, para no tener que hacer jornadas de caminatas tan largas. Los lugares para acampar, o hacer una vianda reparadora se repiten y multiplican a lo largo del camino.
Después de la segunda tapera, el valle baja y comienza a formarse el hermoso río Minero. La senda, buena parte del recorrido va bordeando el agua por un bosque de lengas. A dos horas de salir el río hace una curva a la derecha, cuando se ensancha por el afluente del arroyo La Negra, se atraviesa un bosque muy bajo, y la arena del piso cobra protagonismo. Si en esos momentos hay mucho sol, la cosa se pone picante. Al rato se llega a otra tapera, esta vez más armada, junto al Minero que invita a refrescarnos un rato. Aquí hay que prestar atención, porque las marcas rojas, cruzan el río, y suben por una senda bien marcada derecho al cerro Negro, donde años atrás pasó la carrera La Misión. Esa no es la senda que queremos hacer, al menos en este relato. Así es que debemos seguir por la que sigue bordeando el río que está siempre a nuestra izquierda. Si es temporada de tábanos, saca tus anticuerpos de la mochila y la paciencia de la cantimplora porque la vas a necesitar.
A veces se pierde el sendero por la presencia de vacas que abren posibles caminos. En alguna otra ocasión conviene cruzarlo para poder pasar un desplome o alud de una ladera de montaña que termina dentro del río.
Así es como al cabo de 4 o 5 horas de recorrido, donde se pasan algunos puestos abandonados y covachas de animales, se llega a una tranquera de un privado donde te queda claro que empieza a terminar la caminata y a comenzar el mundo. Las opciones que hay para llegar a la ruta que está a menos de una hora son tres. O se vadea el río nuevamente (que a esta altura ya trae mucha agua), o se pide permiso al privado para pasar y seguir bordeando el Minero o se sube bastante, rodeando toda la propiedad privada y salir bastante más alejado del río sobre la ruta, lo que suele dificultar el lugar de encuentro con un amigo que se prestó a irte a buscar hasta allá. Porque si dependes del trasporte urbano, prepárate a esperar y mucho, ya que existen no más de 3 frecuencias diarias hasta Bariloche o San Martín de los Andes en temporada.
Este recorrido no se lo puede hacer en época de caza (marzo y abril) y hay algunos pozones de agua color esmeralda y costas de arena fina que son paradas obligatorias para cualquier ser vivo.
Tiempo de recorrido: Ida y vuelta al Mallín de las Nieblas; 8 horas
Travesía Mallín de las Nieblas/ río Minero: 2 noches y 2 días
Señalización: La primera aparte muy señalizada con marcas rojas, la segunda mitad visible, siempre bordeando el Minero que sirve como referencia.
Características: Recorrido sin demasiada dificultad técnica, salvo el reiterado cruce de ambos ríos que en buena parte del año, traen bastante agua. Un tema a resolver previamente es la logística que nos llevará y nos buscará en las cabeceras de la senda. Se puede transitar sin inconvenientes en los dos sentidos y si se consigue un pasaje en colectivo que nos deje a media mañana en el Minero, puede ser la opción más recomendada, ya que es más fácil tomar un transporte de regreso en ruta 40, entre Bariloche y La Angostura. Sino siempre es válido invocar a alguna alma caritativa que nos busque en un punto determinado o recordarle a un familiar que te debe algún favor de antaño.
Ubicación: La picada comienza 100 metros antes de llegar al arroyo Ragintuco, yendo por la ruta para Villa La Angostura. Hay una tranquera, donde al costado se puede dejar el vehículo y más cerca de la casa de ese poblador el cartel indicador de la picada.
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La buena senda
Un recorrido poco transitado no significa que sea peligroso sino que hay que siempre contar con los recaudos necesarios. Que no tenga señalizaciones a cada kilómetro no quiere decir que no hay un camino visible que nos impida llegar a destino. El sabor del descubrimiento de sentir la naturaleza tal cual es, sin rastros más que los de animales, constituyen esos momentos en los que la felicidad envuelve al ser. Y no son muchos minutos por año lo que esto te sucede, en donde podés sentirte pleno y agradecido.
Llevar adelante estas travesías por lugares mágicos con escasa presencia humana requieren el compromiso de ser responsable de las limitaciones y estado físico de cada uno, y del cuidado y respecto hacia el medio ambiente, para dejar a nuestro paso todo igual a lo que encontramos. En estos lugares son poco frecuente encontrar un área de acampe definida, o señalizaciones a la vera del camino. Muchas veces se encuentran en estado silvestre y natural como hace varias décadas atrás.
En muchos de estos periplos no hay acceso a señal de celular, ni seccionales de guardaparques donde informarnos acerca del recorrido, estado y dificultades de la picada. O contar con una logística certera que nos lleve de regreso a casa. Es por eso que a pesar de los avances tecnológicos y dispositivos digitales, el boca a boca muchas veces sigue siendo la mejor manera de averiguar cómo llegar a una cima, o encontrar el inicio de una picada. Muchos de estos recorridos no están todavía reducidos a un track que se sube a la nube. Los interlocutores caminantes que tienen y socializan esta información son válidos hasta que demuestran lo contrario. Y la gente de a pie tiene memoria para estas cuestiones.
Así como nuestros músculos tienen memoria de su trabajo realizado, nuestro espíritu también recuerda sensaciones que nos quedaron estampadas en algún lugar del alma. Cuando el celeste de un cielo despejado se mezcla con el blanco de la nieve de las cumbres, el esfuerzo y cansancio del día comienzan a tener sentido, los tábanos ya no son tan molestos, o el golpe de alguna caída ya no se siente…
Son lugares donde podés encontrar a la vera del camino, una lata de atún de hace 30 años, un pedazo de cuero antiquísimo, o una bota de esas que ya no se fabrican y quedaron en desuso. Donde hay vestigios de un pasado que nos aparece en blanco y negro, pero que nuestros abuelos relataron en presente. Donde tenés la certeza de que por ahí no pasó nadie en años. Y eso en el mundo contemporáneo en el que vivimos es mucho. Es por eso que aquí es donde es factible perder la senda en reiteradas ocasiones y amerita estar atentos al devenir de la senda.
En esa búsqueda constante de nuevas sendas, de buscar una variante a una cumbre, a una misma travesía nos convertimos seres en movimiento físico y mental, que quieren dejarle a la nueva generación de montañeses alguna marca, alguna huella, alguna pirca que seguir.
Frase de mochila
– La Patagonia fue uno de los últimos lugares a explorar en un pasado reciente. ¿Crees que todavía conserva esa magia?
–Sí, sin duda conserva esa magia. Es tan grande territorialmente que es un terreno de aventura inmenso aunque ya no es lo que era antes. Desde que existe el Google Earth, el GPS y la metodología por Internet, podes armar desde tu casa una exploración con muchísimo detalle. Si bien antes también los exploradores trataban de planificar lo máximo posible y obtener toda la información posible del lugar, no tenían las herramientas de las nuevas tecnologías. La planificación de la salida siempre fue el recurso más importante porque es lo que te aproxima a lo que vas a encontrar. Acá lo lindo es eso: salís caminando y enseguida estás solo y en contacto con la naturaleza, sea un bosque, un espejo de agua, o una cumbre. Creo que a cada uno le pasa algo diferente, pero que tiene que ver con la esencia o el hecho de estar ahí disfrutando en tiempo real y sintiéndote parte de eso, con la expectativa de estar andando y querer ir siempre un poco más allá.
Además hay muchas formas de ir a la montaña. Podes ir solo, con amigos, en familia, con tu novia. La montaña permite todas esas variables. Podes un día arrebatadamente, agarrar pocas cosas y salir a caminar, o irte un mes a un lugar con una gran logística a cuestas. La naturaleza está tan cerca que es como el patio de tu casa. Eso es muy lindo. Ni siquiera hay que irse lejos. Si bien hay muchos problemas a nivel ambiental, en ese sentido estamos en la gloria. Eso sí es difícil verlo en otros lugares, porque en general ya está todo trabajado, o hay animales, casas o una industria. Acá la naturaleza está muy a mano y sin duda es algo que se extraña cuando te vas.
Ramiro Calvo /// Guía, escalador y cineasta barilochense (2014, Revista Supermercado Todo)
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Por Sebastián “Pollo” Carapezza
Fotos: Mariana Chiesa
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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