El economista y periodista Claudio Scaletta dialogó con Al Margen sobre los debates entre productivistas y ambientalistas, en el que él toma posición. La apuesta fue encontrar respuestas y puntos de encuentro en temas que se presentan en el debate público de manera muy polarizada. Minería, agro, el rol del Estado, Hidrovía y movimientos sociales, entre otros, en esta nota.
Al momento de pedirle esta entrevista, Claudio Scaletta acepta, pero por escrito. “Con todas las repreguntas que quieran”, dijo el hombre, periodista y economista que vive en el este de Bariloche desde hace ocho años.
Scaletta escribe los domingos el panorama económico de El Destape y colabora en la edición local de Le Monde Diplomatique. Antes, trabajó en Página 12 y fue editor de Economía y Energía de La Mañana de Neuquén. También estuvo a cargo del área de Desarrollo Económico del Centro de Estudios de Patagonia, que coordinada Celeste Ratto. Su equipo, muy activo durante el macrismo, entró ahora en reposo. Lo adjudica a cierto reflujo en la militancia, que volverá a crecer –supone- en tanto el peronismo provincial reformule una estrategia de poder.
“Tras la experiencia de Soria padre, el partido parece haber regresado a lo que fue la era Remo Costanzo (ex senador y apoderado del PJ rionegrino): su lugar histórico de repartirse los cargos de representación de apenas un tercio del electorado provincial, y pegarse al arrastre de los triunfos nacionales ”, dice Scaletta. “Si no hay un proyecto político de provincia que enamore, es medio divertimento de aficionado dedicarse a las propuestas técnicas en el aire. Como en toda militancia tiene que haber un fuerte “para qué ”.
Scaletta interviene en la opinión pública desde un lugar político, a veces polémico y provocador. Su confrontación en Twitter contra lo que denomina el “falso ambientalismo prohibicionista” lo apasiona. Una tarde perdió ahí varias horas en un debate sin sentido, dice. Entonces mutó la cuenta. Pero cuando la Legislatura de Tierra del Fuego prohibió la cría de salmones a gran escala, volvió.
– Explicás en tus notas que uno de los principales problemas económicos de la Argentina es la restricción de dólares. ¿Cuáles son las salidas?
– Tanto en la izquierda como en ese difuso campo que suele denominarse “progresismo”, se generalizó un cierto desdén por aquello que Marx llamaba “la base material”, la materialidad de la producción. El discurso político parece haber sido apropiado por las clases medias urbanas vinculadas al sector servicios, con ingresos de medios para arriba, lo que coloquialmente definiríamos como “panza llena”, y que lucen más preocupados por las libertades individuales y los derechos de las minorías, que por los problemas concretos de la producción material, a la que desconocen y, como dije, desdeñan. Aclaro que de ninguna manera quiero decir que lo primero no importe, estoy hablando de lo que enfatizamos. Pero hay que entender que la Argentina no tiene la misma agenda que los países europeos, aquí no sólo cae el PIB desde hace años, sino también el PIB per cápita en el largo plazo, lo que explica el constante aumento de los niveles de pobreza que se agravaron con la pandemia. Y acá es donde entran “los dólares”. La razón del freno del crecimiento durante la última década, más o menos desde 2012, se debió a eso que los economistas llamamos “restricción externa”. Lo explico de manera rápida para los que no están familiarizados con el término: dada la estructura productiva local, cuando la economía crece las importaciones crecen mucho más que las exportaciones y aparece el déficit comercial, al que le sigue el de la cuenta corriente del balance de pagos, especialmente por nuestras dificultades para financiarlo en el largo plazo con ingreso de capitales y deuda. Esto es lo que si no se resuelve nos lleva a las devaluaciones cíclicas de nuestra moneda. Las devaluaciones deprimen los salarios y con ellos la demanda agregada. Esta es la clave tanto de nuestra inestabilidad macroeconómica como de nuestro estancamiento estructural. Veamos esto mismo desde la perspectiva de los trabajadores: si me aumentan el salario desde niveles de subsistencia, primero demandaré más alimentos y vestimenta, pero a medida que el salario crece comenzaré a demandar celulares, electrodomésticos, una motito, un auto o viajes al exterior, todos bienes que en la estructura económica local demandan insumos importados, o sea dólares. El único camino real para conjurar este problema, si descartamos el endeudamiento externo, es aumentar la producción exportable para generar más dólares. Si quiero aumentar la inclusión social, necesito divisas.
Y ya que estamos con el tema, este es precisamente el núcleo de la crítica al falso ambientalismo prohibicionista que nos ocupa por estos días. Se trata de una corriente de pensamiento que, con la excusa del daño ambiental, busca prohibir todas las actividades que en el mediano plazo podrían aumentar la provisión de divisas o ahorrarlas, atacan la productividad del agro, la producción porcina, la minería, la producción de hidrocarburos, la energía nuclear y ahora hasta la producción de salmones. Siempre amenazan con cáncer y contaminación de las aguas, cualquiera sea la actividad, y en el camino se disfrazan de un falso progresismo, cuando en realidad sus triunfos sólo provocan el freno de la economía y que las inversiones se vayan a los países vecinos. Como los argumentos ambientales del prohibicionismo suelen hacer agua por todos lados, los mezclan con la distribución del ingreso. Sostienen, por ejemplo, que los dólares de las exportaciones quedan en pocas manos, como si para generar exportaciones no hubiese que pagar salarios e impuestos y desarrollar infraestructura, o que el oro y los salmones son productos suntuarios, como si importase la naturaleza del producto que se exporta, todas afirmaciones completamente desconectadas de los procesos productivos y de la macroeconomía real. Tan desconectadas que abruma. Para la economía no importa de quién sea el producto ni la naturaleza del bien que se exporte, lo que importa es que generar divisas permite aumentar salarios. Así de simple. Y no generarlas nos conduce al estancamiento y a la pobreza.
La salida es una sola, generar el marco para aumentar la producción y las exportaciones, y sustituir importaciones. Y en ese camino lo más rápido que tenemos a mano es, valga la redundancia, lo que ya tenemos, los recursos naturales y avanzar luego en la integración de las cadenas de valor de esos recursos. Tenemos que incentivar la productividad agropecuaria, la piscicultura y la actividad forestal, impulsar el cannabis medicinal, convertirnos en un país minero y potenciar la producción de hidrocarburos. En el mediano plazo y analizando costos, necesitamos avanzar hacia la nuclearización de la matriz energética y hacia más generación hidroeléctrica. Todo esto es lo que tenemos a mano en lo inmediato, a la vez que tenemos que seguir potenciando la ingeniería de firmas como Bióceres, INVAP e IMPSA, ahora también bajo control estatal.
El potencial de Argentina es enorme, pero está claro que el problema no son sólo las élites, las viejas oligarquías, sino también muchos sectores medios que hoy se expresan también en el Frente de Todos y que tienen corrido el eje de los verdaderos problemas de la economía local, que son aumentar la producción, el empleo, los salarios y las exportaciones. ¿Cómo se les ocurre, sino, que vamos a resolver la restricción externa y el endeudamiento salvaje que nos dejó el macrismo? Lo que digo debería ser básico y evidente, pero para muchos no lo es. Siempre termino diciendo esto y me sigue sorprendiendo.
– Arranquemos por la minería. ¿Qué rol debiera ocupar el Estado en su proceso de extracción?
– Antes de la construcción misma de una mina, existen muchas etapas previas. Siguiendo un orden temporal están la prospección, la exploración, el planeamiento, la obtención de permisos y recién después de todo esto, que lleva años, comienza la construcción de la mina. Todas esas etapas previas, en un proyecto chico pueden representar hasta el 30 por ciento del total del costo del proyecto y en uno muy grande entre el 10 y el 15 por ciento. Estamos hablando de procesos previos que llevan 4, 5 o más años de trabajo y cuestan literalmente decenas o cientos de millones de dólares y que, para colmo, si bien no se hace prospección y exploración sin indicios, no siempre terminan en el éxito de la construcción de la mina. Lo que quiero decir, es que se trata de inversiones de riesgo y en gran escala que generalmente los Estados no quieren hacer y los privados solamente si tienen los incentivos adecuados.
Notemos de paso, que la minería moderna es una actividad de escala, lo cual hace verdaderamente estúpido hablar de “megaminería” como si existiera una minería de pequeña escala, como la que puede haberse hecho en el pasado. Suele decirse que en los ’90, la segunda experiencia neoliberal de la economía local -el menemismo (la primera fue la dictadura y la tercera el macrismo)-, dejó una legislación minera muy favorable para las empresas, lo cual es sencillamente mentira por un dato fáctico: no estamos llenos de empresas explotando la actividad y viniendo a buscar lo que se regala. Otra cosa que no debemos eludir, es el presunto inevitable daño ambiental. No vamos a desarrollar toda la cuestión aquí porque es bien larga, pero consideremos que el peor accidente minero que tuvo la Argentina fue el derrame de solución cianurada en Veladero por la rotura de una válvula, derrame que no provocó ni muertes ni secuela residual alguna.
Respondiendo la pregunta, lo que debe hacer el Estado con el sector son dos cosas, promover en serio la actividad y “vigilar y castigar”, es decir tener una muy buena policía ambiental. Los prohibicionistas, generalmente pertenecientes a las clases medias urbanas, tienen una visión muy escéptica de las capacidades estatales para vigilar. En el fondo, y no tanto, son anti-Estado. Las experiencias de las provincias mineras, como Santa Cruz y San Juan, muestran que esto no es cierto. Ambas avanzaron en sus capacidades de regulación y la minería les trajo riqueza, no daño. Luego deberá analizarse también la forma en que los Estados provinciales participan de la renta minera. Santa Cruz, por ejemplo, creó una empresa estatal que participa con un porcentaje de todos los proyectos.
– ¿No considerás válido alguno de los reparos sobre la actividad minera?
– Toda actividad económica humana tiene impacto ambiental. La conciencia ambiental del presente llegó para quedarse por una simple cuestión de supervivencia. Una minería que desdeñe el cuidado del ambiente sería tan espantosa como socialmente inviable para las comunidades. Por supuesto que es tremendamente válido el reparo ambiental. Lo que no es válido son las zonceras del “no a la mina” o el “no es no”. Me pregunto cuántos de quienes leerán este reportaje conocen, por ejemplo, la zona de la meseta de Chubut de cerro Navidad donde se proyecta la extracción de plata. Son lugares como la línea sur rionegrina, donde hasta es dificultoso llevar adelante la producción ovina de subsistencia. Estar en contra de la actividad minera en ese lugar es simplemente obtuso.
– Vayamos al agro: ¿En qué estás de acuerdo y en qué estás en desacuerdo con las críticas al empleo de agroquímicos?
– Desde que domesticamos las plantas, uno de los principales problemas de la agricultura fue el control de malezas. Este control fue históricamente mecánico, léase manual. Dicho de manera rápida: el campesino araba la tierra, sembraba y sacaba yuyos, como lo sabe cualquiera que como yo tiene una huerta orgánica. Con la revolución verde, ese control pasó a ser químico, lo que no sólo ahorró trabajo, sino que, junto con la mecanización, condujo a la explosión de la productividad agraria. A ello se sumaron luego los transgénicos de primera generación, resistentes a agroquímicos específicos, el más conocido es el demonizado glifosato, los que permitieron bajar costos a través de un menor uso de agroquímicos. Gritémoslo para que lo escuche el falso ambientalismo: los transgénicos se adoptaron masivamente porque reducen el uso de agroquímicos y, con ello, reducen los costos de producción. Y las mejoras de productividad derivan, entre otras razones, de las mejoras en el control de las malezas. En el balance completo, no hay nada más ecológico que el uso de agroquímicos, porque son los que permiten, además de la reducción de los costos, una mayor producción por unidad de suelo. Si intensifico el uso del suelo, eso quiere decir que libero suelo para otros usos o que necesito hacer menos desmontes o que la frontera agrícola se corre más despacio. Sin los agroquímicos hoy no quedaría un solo bosque nativo en el planeta y se habría frenado el crecimiento de la población. Sin los agroquímicos, la humanidad simplemente no se hubiese librado de las hambrunas cíclicas, ni el hombre de la dura vida campesina, que no tiene nada de romántica. Aquí me pasa lo mismo que cuando hablo de la necesidad de aumentar exportaciones, me parece insólito que sea necesario explicar que los agroquímicos y los transgénicos son una bendición, no una desgracia. El falso ambientalismo parece la nueva Inquisición.
Ahora bien, como en toda actividad humana, en la agricultura también existe la mala praxis. Y no ser cuidadoso también puede ser, a veces más barato, por ejemplo, en el reciclado de envases o en las formas de aplicación. Al igual que sucede con la minería, la solución no es prohibir sino promover las buenas prácticas y vigilar y castigar mejor.
– En sectores del INTA y en otros organismos de Ciencia y Técnica se están desarrollando técnicas agroecológicas aptas para la transición a otro modelo como para eficientizar el actual. Sin embargo, tus críticas suelen englobar a todo lo que se refiera a agroecología como una falsa alternativa
– Creo que el falso ambientalismo siempre fue brillante en materia de marketing, en encontrar palabras con gran potencia comunicacional. Por ejemplo, usan “agrotóxicos” para demonizar a los agroquímicos o “megaminería” para demonizar a la minería. También hablan de “agronegocio” para estigmatizar a la agricultura moderna, como si el capitalismo agrario fuese un tipo especial de capitalismo. A mi juicio, y sólo a mi juicio, “agroecología” también es un gran invento de marketing cuyo objetivo indirecto es decir que la agricultura moderna es “antiecológica”, cuando en realidad es todo lo contrario, como expliqué recién. ¿Qué sería exactamente la agroecología? Hasta dónde pude saber en función de la suma de relatos de “experiencias” en distintos terrenos y climas, ya que no hablamos de un proceso estandarizado como podría ser por ejemplo la producción orgánica, y en el que se puedan comparar en el tiempo resultados en grandes superficies, se trata de una forma diferente de controlar las malezas y la fertilidad del suelo haciendo uso de una mayor rotación y combinaciones de cultivos y ganadería, lo que permitiría usar una menor cantidad de agroquímicos, fitosanitarios y fertilizantes, a los que prefieren llamar “insumos”. No me parece que ello tenga nada de malo. Cada cual puede cultivar su tierra de la manera que le plazca, si le cierran los costos y obtiene un mejor producto. Si los nuevos métodos obtienen un buen producto a un costo competitivo, la transición está garantizada, se producirá sola. Será una alternativa natural, no harán falta subsidios ni combatir a la agricultura moderna.
No soy todólogo, tampoco soy un biólogo que monitorea los cuadros de resiliencia y homeóstasis de los ecosistemas, soy un simple economista y mi crítica es desde allí. El debate es largo, suelo escuchar el contraargumento de que en los costos de la agricultura moderna no están internalizados los costos ambientales. Para eso tengo una sola respuesta: no tienen idea de los costos en términos ecológicos, de producción y de pobreza que tendría la pérdida de productividad en el agro. El futuro de la actividad agraria no está en la “agroecología”, sino en la biotecnología, tanto en materia de semillas como en el desarrollo de agroquímicos cada vez más inocuos, y en los procesos técnicos de la agricultura de precisión y bajo el cumplimiento cada vez más estricto de las llamadas buenas prácticas. Es decir, como siempre en la historia de la humanidad, en la ciencia y la técnica, a veces lamentablemente ausentes en algunas visiones de los organismos de ciencia y técnica.
– Para algunas actividades productivas, en particular varias de aprovechamiento de bienes naturales, sostenés que se precisa cierta escala. Ahora bien, a partir de cierta escala, también son inevitables ciertos efectos socioambientales, a veces cuantificables y otras veces no, que varias veces no forman parte del análisis económico de la actividad. ¿Cómo podría mejorarse este aspecto?
– Lo del aumento de las escalas no es algo que diga yo, son procesos del capitalismo global, que operan en todas las ramas, pero mucho más en la de productos sin mayor diferenciación como las commodities agropecuarias y mineras. Lo cuantificable y no cuantificable del aumento de los efectos socioambientales un poco lo contesté en relación al agro en la pregunta anterior. Lo que sí podemos decir, es que para un Estado es mucho más fácil controlar ambientalmente a unas pocas grandes empresas que a una constelación de firmas más pequeñas. Además, para las grandes empresas es más fácil internalizar los costos del cuidado ambiental. Un ejemplo es la contaminación del Riachuelo en Buenos Aires, provocada fundamentalmente por pymes.
– Mencionás la necesidad de un Estado que vigile y castigue a las empresas, y que sea promotor de las buenas prácticas ambientales. En este sentido, ¿qué evaluación hacés del rol del Estado durante los últimos 20 años?
– El Estado argentino es débil y no tenía saber cómo sobre estrictos en actividades nuevas, o relativamente nuevas, como la minería de escala. Claramente, en esos lugares hubo procesos de aprendizaje y mejoras del control del Estado. Respecto a otras actividades, como el agro, el Estado está en falta y va a tener que seguir desarrollando sus sistemas de control. En el tema del reciclaje de los envases de agroquímicos, el control no resultó satisfactorio como se sostiene en teoría, por ejemplo. Ese proceso de aprendizaje tiene que seguir. Ahora, que vos critiques al Estado por lo que le falta, no quiere decir que llevar adelante esas actividades sea imposible, y que esa falta se utilice como pretexto para prohibir actividades que son la mejor práctica que podés tener.
El Evita y los movimientos sociales
– Sos muy crítico en redes sociales de la conducción política del Movimiento Evita, y entiendo que sos crítico de las organizaciones sociales en general. ¿No te parece que éstas abrieron una perspectiva organizativa para un sector descartado del mercado de empleo, justamente alrededor de la creación de trabajo?
– No, solamente soy muy crítico de la dirigencia del Evita, quizá por haber pasado por allí, pero no de la del resto de las organizaciones, a las que sinceramente desconozco bastante, más allá de lo que puede leerse en la prensa. Efectivamente, los movimientos sociales tuvieron un rol fundamental en la organización de los excluidos a partir de los tremendos resultados sociales de la segunda ola del neoliberalismo de los ’90. Conocí a personas valiosísimas dentro del Evita con una dedicación política y un compromiso social casi sacerdotal. Pero necesitamos contar la historia completa. Los movimientos sociales crecen y decrecen en función inversa al desarrollo económico. A mayor desarrollo, menos excluidos y menos base social para estos movimientos. Por eso, con el tiempo el Evita devino funcionalmente en un aparato de contención social sobre el que se montó una conducción burocrática. Y esa conducción tuvo un comportamiento político bastante infiel con la fuerza política que los incluyó en su mapa y los ayudó a crecer, que fue el kirchnerismo. Entiendo que las fidelidades en política son complejas, pero mi identidad política es eso que la prensa concentrada llama “kirchnerismo duro”. Yo nunca le perdonaré a la dirigencia del Evita su defección. Después, durante el macrismo, optaron por el rol de la contención de su base social, antes que por el combate abierto al neoliberalismo, con lo cual se alejaron todavía más de las cosas en las que creo. Y finalmente, mis diferencias son ideológicas. El modelo para incluir a los excluidos es el desarrollo económico. El rol de los movimientos sociales me parece sí muy útil para la etapa de la transición hacia ese desarrollo, pero no pueden ser nunca un modelo en sí mismo.
– Decís que durante el macrismo optaron por la contención de su base social, antes que por el combate abierto al neoliberalismo. Sin embargo, no hubo quien haya tenido más presencia en la calle que las organizaciones sociales.
– Me remito a las fotos de Pérsico con la ex ministra Carolina Stanley, lo que me releva de mayores comentarios. Lo de la calle es un tema complejo. Porque una cosa es reclamar asistencia del Estado y otra es tu posicionamiento frente a un gobierno.
– ¿Apoyás la estatización de la Hidrovía?
– No la apoyo ni la dejo de apoyar. Simplemente, creo que no es un tema de la dimensión que algunos políticos y literatos le dieron. No está en juego “la patria”, no es el debate “jauretcheano” del manual de zonceras sobre “la libre navegación de los ríos”, es solamente cómo se mantiene y controla “la autopista” que transporta el grueso de nuestras exportaciones. Y debemos decir, que es una suerte para los costos y la logística que podamos hacer todo este transporte desde nuestro hinterland sin trasbordos. No creo que la Patria se defina por quién cobra el peaje que sostiene el dragado y el balizamiento, y creo que para controlar el contrabando están la Aduana y la Prefectura. Ello no quiere decir que no haya mucho por mejorar en materia de aprovechamiento y logística de transporte, pero es otro debate.
Por Manuel de Paz y Pablo Bassi
Cooperativa de Comunicación Popular al Margen