La tumba del hijo del cacique Liempichun fue profanada a finales del siglo XIX y sus restos expuestos en el Museo del Hombre, de París, hasta finales del 2009. Ahora regresan a su tierra, la comunidad Sacamata Liempichun de Alto Río Senguer, territorio recuperado al sudoeste de la provincia de Chubut. El documental de investigación Gigantes, de la realizadora Natalia Cano, narra desde adentro los caminos del despojo. Puede verse hasta fin de mes en forma gratuita en la plataforma. “Es una luz de esperanza que nuestro ancestro finalmente regrese al territorio», dice Cristina Liempichun, Werken de la comunidad.
Los restos del hijo del cacique Liempichun, expuesto hasta el 2009 en las vitrinas del Museo del Hombre de París, serán finalmente restituidos a sus descendientes. La comunidad Sacamata Liempichun de Alto Río Senguer, territorio recuperado al sudoeste de la provincia de Chubut, recobrará así parte de lo que le fue saqueado por el explorador francés Henry de La Vaulx, quien profanó la tumba de su ancestro y tantas más a finales del siglo XIX. La historia fue retratada por el documental de investigación Gigantes, de la realizadora Natalia Cano, quien narra desde adentro los caminos del despojo, pero también la reconstrucción de la identidad de un pueblo que hoy recupera una parte su historia.
“Es una luz de esperanza que nuestro ancestro finalmente regrese al territorio después de tantas intervenciones que se hicieron para lograr la restitución. Estamos contentos y agradecidos con muchas personas que nos han ayudado”, dice Cristina Liempichun, Werken de la comunidad Sacamata Liempichun de Alto Río Senguer. “Empezamos a trabajar sobre este pedido a partir del regreso al territorio, el 29 de diciembre del año 2010”, señala con precisión. Es una fecha que ninguna generación olvidará. Desde entonces, cuenta, empezó esa búsqueda personal y familiar para saber quiénes eran sus ancestros. “Esta comunidad es una de las más antiguas que existen en la Patagonia: nuestro linaje es de fines del 1700, donde figuran los primeros registros de nuestros ascendientes. Cuando volvimos al territorio nos propusimos recuperar todo aquello que se nos había arrebatado, negado. Y parte de esa historia era la de nuestro antepasado, que estaba en un museo de Francia”.
Cristina cuenta que les costó muchísimo tener acceso a documentos que hacían a la memoria de la familia, registros en papel. “Una cosa era la memoria oral, que para nosotros es muy valiosa, pero también estaba el relato de los exploradores de la zona y el registro del regimiento: los informes de las batallas militares, las partidas de nacimiento, defunción, matrimonio, de toda esa época”.
Empezaron a recopilar datos, avanzando sobre las dificultades: al no tener registros suficientes o conocimiento de cuestiones legales, muchas veces se les privó de información vital. “El árbol genealógico que armamos a lo largo de este tiempo comprende casi 10 generaciones y está avalado por actas de nacimiento, defunción, matrimonio, bautismo, partes de las gobernaciones militares y de las campañas, censos nacionales de aquella época. Con toda esa documentación y los relatos de nuestras familias fuimos armando todo de manera solvente”.
Impulsada por las comunidades, la primera nota formal al Museo del Hombre se envió en junio de 2015 a través del Colectivo Guias (Grupo Universitario en Investigación en Antropología Social) con apoyo del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) y de la Cancillería Argentina, entre otros actores que empujaron la demanda. El pedido fue acompañado por un informe elaborado por los miembros de la comunidad Sacamata Liempichun donde, a lo largo de varias páginas, exponían fotografías, árboles genealógicos, y la narración de la historia de la familia. “A través de nuestro abogado también hicimos en el 2019 un pedido a la ONU, que finalmente tomó parte de nuestra denuncia y el pedido de restitución como un tema a tratar y resolvió en el 2020 que los museos deben repatriar los restos humanos y pertenencias culturales de los pueblos indígenas. Es una recomendación hacia todos los Estados que forman parte de la ONU, como Francia. Y así llegamos a la actualidad, con el acompañamiento de los pu lamngen (hermanos y hermanas) que están en estos territorios y en toda la Argentina y nos han acompañado, al igual que la Asociación Tierra y Libertad que fue nuestro nexo en Francia”.
– ¿Cómo viven esta restitución?
-Para nosotros el tema de la repatriación evoca muchas cosas, no solo lo histórico, lo cultural, lo filosófico o lo político. Tiene que ver con la cosmovisión del pueblo mapuche-tehuelche, con las formas de ver la vida e interpretarla, en equilibrio con las fuerzas del lugar. Cuando nuestro ancestro fue retirado del territorio se interrumpió ese ciclo de vida que para nosotros no se termina cuando uno fallece. Vemos la necesidad de arreglar un daño que se le hizo a él y a la familia. Es sumamente importante para nosotros como pueblo que él retorne al territorio y descanse al resguardo de las familias y al lado de nuestros ancestros.
– ¿Recuperar un territorio es más que recuperar una tierra, verdad?
-Para nosotros el territorio va mas allá de lo que dicen los papeles. Para los pueblos originarios evoca muchas cosas: formamos parte, somos un elemento más que habita en el territorio. Por eso es importante volver y estar ahí, con las fuerzas de lugar y ser lo que somos. La lucha no es fácil, el auto reconocimiento tampoco, porque te lleva a situaciones que la sociedad sigue marcando, como el racismo, la xenofobia, la discriminación. Pero año tras año hay mas comunidades y más familias que se auto reconocen y reivindican parte de su historia y eso como pueblo te da fuerza y unión. Hoy no existen esas divisiones que el Estado quiso imponer entre mapuches y tehuelches, trabajamos de manera conjunta.
Cristina recuerda la recuperación en el año 2010 del territorio del que habían sido despojados sus antepasados. Atravesaron largos años de lucha hasta que cruzaron el alambrado. “Fue una alegría inmensa, de mucha emoción, mi familia lloraba”, relata. “Cuando hicimos el ingreso fuimos estratégicos, repartimos tareas. Yo fui la última que entré porque me quedé al resguardo de mi familia y cuidando la casa: la habían apedreado y teníamos miedo de que nos rompieran algo. Mi hermano se fue a la Comisaria y a la Municipalidad y dejó notas, el resto se fue al campo. Regresar fue volver a nacer. Uno empieza a entender mucho de los relatos de los abuelos y las abuelas, las cosas que hacían y uno no entendía. Es nuestro deber como jóvenes enseñarle eso a las futuras generaciones. Tengo una hija de ocho años que hoy se define como mapuche tehuelche, está aprendiendo el mapuzungún –lengua mapuche- y la cultura de su pueblo. Y eso sentimos cuando regresamos al territorio: ese lugar donde sabes que en el viento podés sentir a tus abuelos. Ellos nunca se fueron, los espíritus viven en este lugar. Por eso la restitución es reconocer el avasallamiento que vivimos como pueblo y parte de la reparación histórica que se nos debe”.
Gigantes, el documental
En el 2020 la realizadora Natalia Cano presentó el documental de investigación Gigantes, sobre el que venía trabajando desde el año 2015. Justamente, allí narra el camino de la comunidad Sacamata Liempichún en busca de la restitución de los restos de su ancestro directo, llevado al otro lado del mar para adornar las vitrinas de un museo en Francia. ¿Cómo se sentiría uno si su abuelo fuera expuesto en un museo? La pregunta se expande como un eco, un reflejo en el paisaje patagónico, que aún conserva la belleza desolada de antaño.
Actualmente, Gigantes participa del III Festival Internacional de Cine de Puerto Montt que se realiza en este momento y hasta el 31 de mayo en la selección de películas no competitivas realizadas por mujeres del sur, una muestra integrada por cuatro títulos que se encontrarán disponibles de forma online entre el 17 y el 31 de mayo. Las exhibiciones podrán verse de forma liberada con un cupo de 400 visionados por cada película para Chile y Argentina.
El proceso fue largo y arrancó coincidentemente cuando la guionista y directora de Gigantes asistió a la restitución de los restos de Margarita Foyel, una mujer mapuche tehuelche que había estado expuesta en el museo de La Plata. Fue en ese contexto que conoció a algunos de los integrantes de la comunidad Sacamata Liempichun, quienes le relataron el camino que venían haciendo para obtener la restitución de su ancestro fallecido en 1896 y desenterrado por el conde de La Vaux. Cano es una guionista y directora de múltiples producciones audiovisuales, tales como: El caso lagunitas, Familia en Transición, Escondidos al Oeste del Pichileufu, Donde existíamos antes y Carneada.
“En 1880 las comunidades originarias fueron atacadas militarmente y obligadas a abandonar esta forma de vida, los sobrevivientes se fueron asentando en zonas escondidas, generalmente frías e improductivas. Hacia fines del siglo XIX hace su viaje el conde francés Henry de La Vaulx a la Patagonia. Apoyado e instruido por los Estados de Argentina y Francia recorre los territorios diezmados por la guerra llevándose 14 esqueletos completos y cientos de cráneos para aumentar las colecciones de los museos franceses. Cuando La Vaulx desenterró a los muertos dejó un paisaje plagado de tumbas vacías, esos vacíos en el territorio, como marcas en la historia, nos llevan a las comunidades actuales, de aquellos cuyos restos llenaron los estantes de los museos”, narra la voz en off de Natalia Cano en los primeros minutos de este documental que abre la puerta a una de las tantas historias silenciadas por siglos. Más tarde dirá: “Todos esos desentierros, todos esos cráneos, esos hurtos, ese ultraje a sus lugares ceremoniales son marcas, son agujeros, son vacíos que quedan en ese territorio, y ese territorio es la cultura, es el pueblo, la nación. Entonces, cómo deshaces eso si no hay un retorno, un resarcimiento, un reconocimiento”.
-Cómo te llega la noticia, luego de haber realizado el documental y de alguna manera haber participado de ese recorrido del reclamo de la comunidad.
–El documentalista Jorge Preloran decía que si algo de lo que él hacía servía para mejorar alguna de las situaciones en las que se interesaba, eso para él ya era un gran logro. Y la verdad es que -aunque esta frase me encantó- no sabía si alguna vez iba a participar de algún cambio a partir de haber mirado y contado desde mi experiencia lo que esa situación era. Que se produzca la restitución es más de lo que yo esperaba presenciar y es una sensación muy gratificante. Más aún porque, al haberme acercado a la comunidad, transitado estos cuatro años con ellos, esa alegría sale desde un lugar mucho más profundo, con una sensación de justicia, de reordenamiento de cosas que están fuera de lugar.
-Te preguntabas al principio si el documental iba a ser para visibilizar la historia o para ayudar a la restitución y que en el camino no te quedo duda: el único motivo que podía tener era ayudar a la restitución. ¿Sentís que fue una pieza más para mover el engranaje?
-Con Gigantes yo quería contar la cosmovisión, conocerlos a ellos, dar un testimonio bien humano desde un lugar que permitiera una llegada empática al público, pero obviamente la historia que prevaleció fue la historia del “gigante” y el pedido de su restitución. Desde el momento que yo acepto que la película es esa ya soy parte de un engranaje que va a empujar la restitución, en donde hay un montón de otros espacios de lucha, como es el abogado, con las miles de maneras en que presenta la documentación que avala el pedido, el Colectivo GUIAS, el historiador que por primera vez escribe y une el relato con la comunidad en un paper, son muchos los que empujaron, y sobre todo está la decisión de la comunidad Sacamata Liempichun de enfrentar una potencia colonial como es Francia. Que el documental se haya estrenado en Francia en el Festival Cinelatino Rencontres de Toulouse y que haya molestado durante tres años pidiendo permiso para filmar en los dos museos -aunque no lo haya conseguido- debe haber aportado un granito de arena para decir “bueno, esto en algún momento se va a hacer visible”. No podían seguir haciéndose los sordos porque no iba a quedar en un cajón.
-Decías que no te permitieron grabar en los museos, ¿cómo fue ese periplo?
-Fue durísima la negativa de filmar en los museos de Francia, porque en realidad nunca fue una negativa, fueron un montón de estrategias burocráticas, de citas imposibles de conseguir, con carpetas que tenían que estar armadas de cierta manera, con tanto tiempo para hacer el pedido para la filmación más y montón de plata, más el número de serie de cada una de las piezas que quería filmar y que cuando entraba en el catálogo online no existían. Respuestas de uno, dos, tres personas que te dicen que lo van a pasar a la persona que corresponde. Y así se fueron pasando mis estadías en Francia, que eran cortas, con lo cual se hacía muy difícil lograr.
-Un peregrinaje en sintonía con el de la comunidad…
-En el medio tuve el apoyo de una productora de Francia que se puso el proyecto al hombro, generó un tráiler y ellos mismos hicieron el pedido al Museo del Hombre. Fue ahí, a partir de la intervención de la productora francesa que me respondieron. Y la respuesta fue la primera respuesta: “No”. La carta está en la película y la lee una miembro de la asociación Tierra y Libertad, que nos dio un apoyo importante. Ella también menciona en el documental la restitución de los cráneos argelinos, que es un antecedente de esta restitución.
-Hablabas de las marcas en el territorio, de esos espacios vacíos que deja el despojo. Las marcas no se borran, pero de alguna manera ¿es posible una reparación?
– Este es un hito, un comienzo de reparación, un reconocimiento a la historia de ellos, a saber que están presentes, que existen. En ese sentido, la restitución puede generar que los mismos miembros de los pueblos originarios sientan mayor motivación para empezar a leer esas marcas en su historia o el territorio en el que viven. También puede ser un disparador, una posibilidad de que más personas miren con entendimiento, con gana de reconocer, de escuchar esas cosas que tal vez les decían sus padres y abuelos y quedaron en el olvido. El Estado perpetró un plan de eliminación de la historia de los pueblos originarios, de su lengua, su cultura y de ellos físicamente. Este reconocimiento es importante para que esa historia propia vuelva a salir a la luz.
-Pensaba en la difícil situación que atraviesan los realizadores, en toda la labor a pulmón que realizan, en la falta de apoyo, siendo que el arte muchas veces permite dar a conocer temas de una manera que no lo hace ninguna otra disciplina.
-Siempre estamos dependiendo de productores externos, gente que haga aportes y nosotros poniendo nuestro trabajo ad honorem. Es una situación de mucho estrés que hay que sostener en el tiempo y es el sufrimiento de las familias, de los hijos, de millones de horas dedicadas a hacer múltiples roles. Me pregunto porque la disciplina artística no es considerada importante. El aporte que hacemos educa, sana, hace que la gente comprenda de manera cabal, genera reflexiones. Nadie va a negar que los productores culturales cumplen esa misión que es enorme, sin embargo siempre estamos precarizados. Es muy poca la gente que puede acceder a un financiamiento, que además es pequeño. Hay mucho que hacer, como federalizar el Instituto de Cine.
– ¿Cómo viene y cómo sigue el recorrido del documental?
-En el 2020 entró en varios festivales y tuvo tres premios: en el Festival de Cine Etnográfico de Ecuador, en el Festival de Cine Audiovisual Bariloche (FAB) y en el Festival Internacional de Cine Documental Competitivo de Buenos Aires (FIDBA), donde obtuvo el primer premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos. Después participó en unos diez festivales y tenemos dos para este año. Con la pandemia nos perdimos la posibilidad de acompañar el documental en otros países, que es como una especie de regalo que nos sucede a los realizadores luego de batallar mucho tiempo para hacer la película. Pero al mismo tiempo, sucedió que se presentó en festivales donde tuvo, por momentos, a casi 300 personas mirando la película. Y en realidad, no sabemos cuántas había detrás de cada monitor, si solo hubiera dos personas son 600 mirando una película de un festival, algo que en la presencialidad no pasa nunca.
– ¿Cómo ves hacia adelante, ahora que salió la posibilidad de la restitución?
-Me da muchas ganas de abrirla, de buscarle la vuelta para llegar a más gente, porque finalmente lo que la película puede ofrecer, que es la contextualización de este retorno, es mucho más importante que seguir paseando por festivales. Me interesaría ver la manera de estrenarla, que llegue a todo el mudo que esté interesado en el tema.
“El documental sirvió mucho para la visibilización y concientización de lo que se hizo, del despojo que vivimos, de la recuperación del territorio y la historia de nuestro ancestro”, dirá por su parte Cristina Liempichun. “La película fue un disparador de esa realidad que estábamos viviendo y que nos costó mucho hacer visible. Tuvimos altibajos, pero siempre con la misma convicción de luchar por lo que es justo y en este caso es la restitución de nuestro ancestro, que finalmente regrese con los suyos. Natalia con su gran paciencia supo poner en imágenes lo que sentimos como familia”, concluye Cristina Liempuchun.
Por Violeta Moraga (publicado inicialmente en Nuestras Voces)
Fotos Natalia Cano
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen