Tras la aprobación de la producción de trigo transgénico en Argentina y las alertas que desencadenó la posibilidad de empezar a sembrar y consumir un grano que además necesita un paquete de venenos aun más dañinos que el glifosato -que ha dejado a su paso tierras inutilizables y graves enfermedades- rescatamos los otros modos de llevar alimento a la mesa sin necesidad de empeñar el futuro.
“Creemos que es importante darle valor a lo que se produce regionalmente, saber de dónde viene, y generar alimentos en armonía con la naturaleza. Hay que pensar en las generaciones que vienen, uno está de paso. ¿Qué vamos a dejar?”, se pregunta Brigitte Van den Heede.
Segunda de cinco hermanos, Brigitte se crió en el campo. En el paraje Las Golondrinas, cerca de Lago Puelo, en la provincia de Chubut, su familia tiene la chacra y todavía recuerda los kilómetros en bicicleta para ir a la escuela, el trabajo en el tambo -tarea que la familia sostuvo por largos años y con mucho sacrificio- la vida de levantarse a las 4 de la mañana, el empeño de sus padres. La ética en el hacer como norte.
Estudió Ingeniera Forestal, una carrera relacionada al ambiente y al hacer de su entorno, como todos en su casa. Hizo su camino de ida y también el de regreso para incorporarse junto a sus hermanos a la pequeña Pyme Pradera Patagónica SAS, emprendimiento que encabezan sus padres: Marc Van den Heede y Dina Ferrero desde el 2007 para la producción de harinas.
Concretar un sueño
Marc Van den Heede llegó de Bélgica a los 15 años, proveniente de una familia de ebanistas. Siempre había soñado con trabajar en el campo y la Patagonia fue de algún modo la concreción de ese sueño. Acá conoció a su mujer, Dina Ferrero, hija de inmigrantes italianos, y juntos comenzaron el proyecto de cultivar una chacra. “Con mucho esfuerzo lograron comprar lo que alquilaban y de a poco fueron creciendo. Hoy tememos 22 hectáreas que cultivamos al 100% – con esa mentalidad europea de aprovechar el espacio- y también alquilamos tierras para producir granos”, cuenta Brigitte.
Anteriormente y por al menos 30 años la familia tuvo un tambo, que decidieron cerrar en el 2007 y comenzar este nuevo proyecto. “El trabajo era muy esclavo y ese año mi papá nos preguntó a mí y a mis hermanos qué queríamos hacer. Y decidimos hacer el cambio. En ese momento mi hermano mayor se dedicaba a la siembra y cosecha de granos como principal actividad y pensamos en darle un mayor valor agregado a los granos. Otro de mis hermanos, Simón, fabrica maquinas agrícolas para pequeños productores y replicó un molino harinero que funcionó muy bien”.
A través de VDH, Máquinas para la agricultura familiar Simón se dedica a fabricar equipos y maquinaria específica para trabajar sobre pequeñas superficies. Su fuerte son los molinos a piedra, desarrollados para hacer harinas integrales de cereales.
“Mi mamá se acuerda cuando metía la harina en las bolsitas de kilo y se iba a vender a Bariloche negocio por negocio. Hoy ya tenemos los registros, la habilitación comercial de todas las harinas”. El emprendimiento se convirtió en el primer molino habilitado de Chubut. “Cada harina está registrada y nos monitorean la calidad cada 6 meses”.
La producción es completamente agroecológica. Actualmente, forman parte de la Red de Acciones Sustentables de Argentina, un espacio que creció especialmente en este contexto de pandemia, agrupando a muchos emprendedores. “La idea es conocernos más entre los pequeños productores. Muchas de las cosas que sacan desde el gobierno para el campo son para lo de más de 1.000 hectáreas. Nosotros tenemos 20. Entonces, eso también: la nueva generación en casa apunta a nuclearse con gente que está en la misma”.
– ¿Cómo es el proceso de elaboración?
-Los granos que cosechamos van a un silo y pasan por un proceso de limpieza y selección para después ir a los molinos, que son a piedra, similares a los molinos antiguos europeos. La ventaja es que muelen el grano entero, muy despacio, lo cual evita que el grano se caliente. Esa también es parte de la filosofía: es una harina 100% integral, sin ningún proceso químico ni de separación, y con la temperatura justa para que el grano conserve todas las propiedades al momento de caer en la bolsa.
Sostenido con la tenacidad del trabajo, el emprendimiento permite hoy distribuir harina en toda la región. “La idea de mi papá siempre fue la de producir tu propio abono, tu cultivo y siempre mirar la naturaleza, cómo son los ciclos y eso transformarlo en un ciclo productivo”.
– ¿Qué piensan cuando se habla de la producción de trigo transgénico?
-Nos hicimos la pregunta: para quién o quiénes necesitan este tipo de trigo. Obviamente hay un debate sobre una planificación del territorio, necesitamos una mayor distribución de la tierra para que no ocurran estas cosas, porque en realidad nadie niega que es un hallazgo maravilloso de la ciencia: para llegar a esto se necesitan muchos años de investigación y desarrollo, pero ¿realmente necesitamos hacer eso, o necesitamos hacer otra cosa? La pregunta en Chubut una vez se hizo: ¿De qué va a vivir mi pueblo? Y repensarse realmente: cómo queremos vivir y en función de eso ir haciendo. ¿Realmente necesitábamos un trigo transgénico, para quién lo estamos haciendo? Es un debate que no se da en profundidad y que trasciende los productos transgénicos y va asociado al desarrollo que uno quiere del lugar donde vive.
Lo cierto es que multiplicar este tipo de experiencias agroecológicas permite una visión de desarrollo sustentable en el tiempo. Muchos pobladores aun recuerdan un valle productor de trigo que abastecía de harina el consumo local. Más tarde, las grandes empresas de la agroindustria y la industrialización de la harina avanzaron sobre los pequeños molinos. Sin embargo, todo parece indicar la necesidad de fortalecer las economías regionales. Proyectos como este, demuestran que es posible.
Por Violeta Moraga
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen