Lejos de pensar un modelo de desarrollo sustentable, y aún con la experiencia de la producción de soja que trajo a su paso enfermedad y tierras arrasadas, la Argentina se convierte ahora en el primer país del mundo en aprobar el cultivo de trigo transgénico.
La resolución ya fue publicada en el Boletín Oficial y autoriza la comercialización de la variedad transgénica de trigo HB4 de la empresa biotecnológica Bioceres. Para concretarla, solo resta que Brasil ratifique que adquirirá la producción, ya que este país es el principal consumidor con la importación de casi un 50% de este cereal. La salud ambiental y del pueblo, penden de un hilo.
“Es muy perverso”, dice Patricio Eleisegui, periodista especializado y escritor, autor de los libros Envenenados: una bomba química nos extermina en silencio (2014) y Agrotóxicos: Argentina como laboratorio a cielo abierto para el control de la alimentación mundial (2019), entre otros. “Es el primer trigo transgénico a nivel mundial, pero no porque no existan pruebas en otros lugares, sino porque que no hay garantías de seguridad con respecto al consumo”.
Incluso, en la resolución que se publicó en el Boletín Oficial el punto 4 detalla que la habilitación para ese trigo transgénico va a quedar sin efecto si surge nueva información científico-técnica que invalide las conclusiones de los dictámenes actuales. “Te están diciendo que no tienen la información científico-técnica completa para garantizarnos que después del consumo no vaya a haber consecuencias. Si dentro de un año o dos tenemos estudios que dicen que el trigo transgénico afecta la salud, va a ser a partir de haber efectuado el experimento con la población y de haber constatado los daños a partir del mismo consumo. Es un experimento a cielo abierto con un transgénico que no se puede disimular, como en el caso de la soja o el maíz, donde, como son destinados a la alimentación animal muchas veces dicen: bueno, primero lo come la vaca, el cerdo o el pollo, al humano no le llega de manera directa. Como si el animal tuviese una fábrica que anula las posibilidades de contaminación que vienen con el transgénico”.
Lo cierto es que el trigo va a llegar directamente a la mesa de los argentinos y será imposible para el consumidor distinguir un trigo del otro. La única manera será yendo al laboratorio y nadie va a comprar pan o una docena de facturas y va a ir al laboratorio para ver si es transgénico.
Veneno que financiamos
Patricio Eleisegui recuerda que hace más de cinco años que Bioceres –la “Monsanto local”- empezó a seguir de cerca el experimento que venía haciendo la Universidad Nacional del Litoral (UNL) con la manipulación genética para estrés hídrico, promocionando un mejor rendimiento en situaciones de sequia.
“Lo que hizo Bioceres es seguir de cerca la investigación que se estaba haciendo de manera pública, con financiamiento de todos. La compañía tomó la posta en el último tramo del experimento, cuando todo lo que es costos, prueba y error, ya fue financiado por el sector público para hacerse cargo de la comercialización y ahorrarse varios millones de dólares que debería haber invertido en hacer su propio experimento”. Así, la empresa se beneficia, como tantas otras, con una investigación del sector público. El hecho de algún modo, también pone en discusión qué tipo de ciencia estamos financiando.
– Por otro lado, se repite la película de la soja, con todas las consecuencias nefastas que trae esta producción sobre el ambiente y la salud.
-Sí, y a su vez, un dato que expone la decisión de Bioceres de producir este trigo resistente a la sequia, o al estrés hídrico, es cómo el sistema se reconvierte para seguir generando regalías. Porque lo que viene a decir este trigo HB4 es que el mundo se está secando, pero que la decisión no es cambiar el modelo, sino tratar de seguir sacando rédito sobre esto que está pasando: el derrumbe ambiental, la depredación de los ecosistemas, la falta de agua, las situaciones de sequia. ¿Cómo siguen generando dinero? A través de semillas que se adapten al problema de degradación ambiental. Encuentran en el mismo derrumbe, que en muchos casos provocan los mismos transgénicos, otra oportunidad de seguir haciendo negocios. Ese también es el lado perverso: ellos están entendiendo que vamos hacia un cataclismo ambiental, pero que eso también puede generar muchas ganancias a través de estas producciones transgénicas.
Lo cierto es que al momento, al proyecto se opone la cadena triguera en su totalidad y Federación Argentina de la Industria Molinera (FAIM) ya manifestó su disconformidad: los mercados no quieren saber nada con el trigo transgénico. Algo que no parece detener la iniciativa. ¿Cuál es el negocio? En un primer momento, no es menor la apuesta a futuro en el marco de la degradación ambiental que mencionamos anteriormente: ausencia de agua, ambientes cada vez más secos y todo lo que viene aparejado a lo estamos viviendo hoy con la sequia, los incendios y muchos otros aspectos que se van a ir profundizando porque el mismo poder lo está generando. Pero hay además otra pata a tener en cuenta: “Bioceres nació con la idea de que Argentina un día pudiera sentarse tranquilamente a discutir con quienes tienen, justamente, el manejo de la agricultura de laboratorio. Más allá de que puedan o no sacar un reedito hoy, lo que entienden es una movida estratégica, porque ¿cuántos trigos transgénicos hay aprobados en el mundo? ninguno. Esta es la primera empresa que lo hace. Muy pocos hoy manejan los transgénicos: Monsanto Bayer, Quentina, Syngenta, Dupont Dow, que están todas asociadas, y Argentina, con Bioceres. Entonces, en esa mesa chica de los que controlan las semillas, que es controlar el insumo básico para la alimentación, ellos ahora se van a poder sentar. Los consolida como una de las cinco o seis empresas en el mundo que manejan una manipulación genética de estas características. Es una gran carta de presentación en el mundo y una demostración de capacidad técnica, nacida de la universidad pública”.
-Con el paquete viene además el glufosinato de amonio, más dañino que el cancerígeno glifosato.
-Al principio de la década del 90 se usaban uno o dos millones de litros de glifosato y actualmente debemos estar en los 200 millones de litros. Todo eso derivó en la reacción lógica de la naturaleza: los vegetales que compiten con los cultivos empezaron a generar una inmunidad a ese glifosato y cada vez hubo que usar más. Entonces, la industria química buscando opciones para seguir manteniendo el negocio –la venta en agrotóxicos en Argentina mueve casi 3 mil millones de dólares anuales– pensaron en esta otra molécula a la cual todavía no hay resistencia de las malezas, pero es un producto mucho mas toxico que el glifosato: el glufosinato de amonio, que vamos a tener en los próximos sembrados de trigo. Al mismo tiempo, hay un acuerdo comercial entre Bioceres y la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), que son los que fabrican el glufosinato, que dice que si vos compras el trigo, solamente podés usarlo con este herbicida de la marca de ellos: “Prominens”. Es un contrato de exclusividad, te venden el paquete completo. No solo es el trigo, sino el negocio de vender más agrotóxicos. Los últimos transgénicos que se han lanzado en Argentina son resistentes al glufosinato, o sea que es el producto que viene, el elegido por la industria agroquímica como el sucesor del cancerígeno glifosato.
– ¿Cómo sigue esto hacia adelante?
-Este es un permiso y un aval que está atado a lo que decida Brasil, lo dice la misma resolución: solo podrá negociarse una vez que sea autorizada para ser importada por el gobierno de Brasil, que es el que compra la mitad del trigo. Es decir que no se está tomado en cuenta ni si quiera el criterio de los consumidores en Argentina. Si mañana Bolsonaro dice “vamos a comprar el trigo”, este trigo va a llegar a nuestras panaderías y nos van a traer este veneno.
-Seguimos apostando al modelo extractivista
-El Gobierno de Alberto Fernández planteó de entrada que sus objetivos iban a ser intensificar el agronegocio, promover la actividad hidrocarburífera, inclusive en el mar, e incentivar la megaminería. No es una prioridad la soberanía alimentaria, sino generar commodities para la exportación, lo estamos viendo incluso a partir de la baja de retenciones de la semana pasada. Iban a crear la dirección de agro-ecología, la incluyeron en el organigrama, y no se abrió nunca.
Lo cierto es que el panorama es grave y pone en juego los alimentos más básicos derivados de la harina de trigo exponiendo eventualmente a la población a consumir productos que no se sabe qué efectos tienen en el corto ni en el largo plazo. Argentina, además, no tiene ley de etiquetados de transgénicos, con lo cual, las empresas ni siquiera se deben molestar en avisar si tiene o no el componente. “Este es el grado más peligroso al que se ha llegado con los transgénicos. Debemos exigirle al poder político que deje de privilegiar el negocio de la exportación como única fuente de regalías, para tomar en cuenta que este país está habitado por gente y esa gente también consume y tiene todo el derecho a comer sin riesgos”.
Por Violeta Moraga
Equipo de Comunicación Popular Colectivo a Margen