Mientras el mundo globalizado profundiza su crisis, repensar qué consumimos y la huella que dejamos en el camino se vuelve fundamental. Compartimos la experiencia de la Fundación Cultivo Ecológico, a la que cada vez se vuelcan más personas apoyando la producción local y saludable. Alimentar a la comunidad respetando la tierra y la salud no solo es posible sino urgente.
Es viernes, último día del verano, pero el sol todavía abraza esta parte del mundo. Con los recaudos que la cuarentena impone, quienes han hecho sus pedidos de verdura se acercan a retirar sus canastas semanales. Mantienen las distancias pero no pierden la sonrisa: siempre buscar los frutos de la tierra es una alegría.
Para muchos, la experiencia de volcarse a un consumo saludable y de producción local ha implicado un gran aprendizaje: se come lo que brinda cada estación, se conocen verduras jamás adquiridas y se aprende de ellas y las nuevas propiedades –aparecen en los hogares especies como el Akusay, el colinabo o el Kale, más conocido en el último tiempo- y se organiza una proyección semanal de lo que se va a comprar y comer.
Esta es la primera temporada en la cual la Fundación Cultivo Ecológico entrega los pedidos semanales en Trypay Antu, donde también se suman producciones del vivero que allí funciona. Cuando comenzó todo, eran listas de WhatsApp que tomaban los pedidos y después eran repartidos desde casas particulares. Pero la demanda fue creciendo y todo augura que se siga incrementando aún más.
En tiempos donde la globalización se pone en jaque, el mundo se detiene y el rumbo de la humanidad se pone en cuestión, también las reflexiones sobre el cachetazo que vivimos en estos días lleva a repensarlo todo, y ese todo también abarca las formas de consumo y la huella que dejamos por un mundo que, con las personas en resguardado –o a resguardo de las personas- reverdece por todos lados.
Sin embargo, son muchos los que hace tiempo vienen pensando una convivencia más armónica con la naturaleza y en ese sentido hay un dato clave: la forma de producción de alimentos de la actualidad es una de las principales causantes de las emisiones de gas del mundo y del cambio climático. Frente a esto, es central un nuevo rumbo para el cual pareciera no tratarse de mega proyectos que salven a la humanidad, sino de empezar por lo más pequeño y cercano.
“Producimos alimentos desde el 2013, empecé solo, en un pedazo de tierra disponible para alquilar en el Bolsón donde querían que se produjera verdura e incluso tenían herramientas a disposición. Yo nunca me había subido a un tractor, pero eso me permitió pensar en hacer un proyecto a escala”, cuenta Conrado Tognetti pionero en la experiencia que hoy funciona como Fundación Cultivo Ecológico. “Fueron dos primeros años de mucho aprendizaje, pero enseguida me di cuenta de la gran cantidad de alimentos que se podían producir en no mucha tierra con un poco de maquinaria”.
Paralelamente fueron creciendo los clientes y para el 2014 ya estaban trayendo verdura a Bariloche para gente conocida. Unos años después se fue consolidando un grupo de trabajo y comenzaron a funcionar bajo el marco de la fundación. “Nos da el paraguas jurídico legal para toda la parte organizativa, impositiva y la proyección. El capital que juntamos pasa a ser parte de un proyecto que no sólo es de producción de alimentos sino de generar tecnología, mercado, educación, formación”, explica Conrado.
Los caminos
“Estuve viviendo cuatro años en Estados Unidos y en ese tiempo hubo un gran auge de lo que se llamó agricultura comunitaria”, cuenta recordando sus inicios. “Formé parte de un grupo que realizó huertas en el pueblo donde yo vivía, fueron muy importantes y siguen vigentes hasta hoy. Ahí me vinculé con el mundo de la agricultura, no solamente de la producción, sino del impacto social que conlleva”.
Todo esto que podía parecer una novedad, recuerda Conrado, ya venía gestándose hacía tiempo con los grandes antecedentes de la década del 60, cuando se inició una corriente de producción orgánica alternativa en rebeldía al nuevo modelo de producción de alimentos que se imponía después de la Segunda Guerra Mundial: la llamada “revolución verde” se basaba en una industria que comenzaba a experimentar con los agrotóxicos y la producción a escala que fue ganando lugar en el mundo entero.
“Frente a eso también se generó una cultura muy fuerte de producción organizada con base local, y nos nutrimos de esa experiencia. En Bariloche estuve en el 2004 cultivando en 34 hectáreas, después tuve una huerta particular pero de venta local en Dina Huapi, y más tarde estuve viviendo en la comunidad Ranquehue, produciendo alimentos y viendo la forma de vincularlo a la comunidad. El clima me llamó venirme a Bolsón a trabajar con los sistemas sin labranzas y acá estamos, siempre buscando la salida tanto productiva como social y cultural”, dice como trazando un breve mapa de este camino que comenzó hace casi 20 años.
“Me gusta hablar de que hacemos agricultura ecológica, porque tratamos de que el agro esté vinculado a la cultura, que es lo que de alguna forma generamos: toda una cultura de consumir productos locales, productos frescos, de apoyar manos de obra local y de generar salud y bienestar. A esta altura hay niños y niñas que vienen desde la panza mamando esto y es muy gratificante. Los resultados están a la vista”.
– ¿Cómo se desarrolla el proyecto colectivo?
En la actualidad son 14 personas -es decir involucra el sostén de 14 familias- las que están trabajando en este proyecto colectivo. Hay un laburo en equipo que mantiene muy fresca toda esta idea de que estamos generando un servicio para la comunidad, más allá de que nos estamos ganando la vida. Eso me parece importante mencionar por un lado. Y también rever esto de los sistemas alimenticios: en el 2002 y ya era una obviedad que no podemos tener sistemas alimenticios globalizados, no tiene sentido. Pasaron muchos años, y ahora esta crisis lleva a darse cuenta que si voy al supermercado y compro una berenjena que la traen de Misiones, no solamente dependo de un montón de transporte sino que también que tengo cero vinculo con eso y es mi alimento, mi sostén. Los sistemas alimenticios a nivel global son responsables de una gran parte de la emisión de gas, entonces la mayor parte del cambio climático en el mundo es consecuencia de los sistemas alimenticios. Pero está buenísimo decir que la gente debe consumir local, ¿pero como hace para consumir local si no hay productores locales? Ahí en realidad es el gran desafío o con el que yo me he encontrado en los últimos 18 años.
-No se ha transformado además en una política de Estado para que haya un mayor impulso.
-Nadie te ayuda. Es decir, finalmente un montón de gente te ayuda, pero no es política de estado, no está el municipio diciendo: vamos a ver como ayudamos a los productores locales con un crédito de bajo interés. No hay nada. De parte de los sistemas gubernamentales hay cero. Y con la soberanía alimentaria al final se arma un palabrerío político pero, qué municipio de Argentina apoya proyectos de producción local agroecológicos, ninguno. Es pura fuerza de productores, con lugares como la Feria Franca de Bariloche, con gente que hace 8 años que empezó a gestar ese espacio, gente del municipio, hay que reconocer, pero todavía muy marginal. No sé si está en conocimiento lo que implica pensar en abastecer ciudades con producción local, algo que se puede hacer en la mayor parte del país.
Conrado concluye: “Lo que sí nos hemos encontrado es que de parte de la gente hay mucha buena onda. Generamos un mercado en Bariloche, un circuito en Bolsón, toda gente que es clienta pero además que está apoyando un proyecto y una forma de cambiar un poco las cosas en el mundo”.
Trypay Antu
Que la verdura pueda distribuirse hoy en tierras de la comunidad mapuche Trypay Antu no es un dato menor. Es conocida la larga lucha que debieron llevar adelante para que recién en el 2018 una jueza federal porteña dictaminara al gobierno nacional que debía otorgarles el título de propiedad comunitaria de las hectáreas en las que estaban asentadas generación tras generación desde fines del siglo XVIII y que eran reclamadas por el Ejército.
Un ejército que durante la dictadura incrementó el atropello y el embate al que resistieron con todas sus fuerzas estas familias encabezadas por Clorinda Gualmes y Silvia Ranquehue: en pleno invierno, y cuando las mujeres estaban solas, directamente les tiraban abajo sus casas, matando y llevándose a sus animales, o cargándolos a la fuerza en camiones para llevarlos a otro sitio. Los desalojos se sucedieron en el 67, en el 79, en el 83… Pero ellas y la comunidad siempre volvieron para defender su lugar de pertenencia. Ese mismo lugar que hoy ponen a disposición para que pueda ofrecerse este servicio de entrega de verduras a todo el pueblo. “Nos dieron la posibilidad para tengamos este nodo y podamos generar en este espacio en Bariloche a cambio de nada, simplemente porque quieren que estemos ahí brindando este servicio”, dice Conrado. “Es muy importante que la gente sepa cuando va a buscar la verdura que la comunidad está abriendo sus puertas a un territorio que recuperaron con sangre y sudor. Clorinda y Silvia tuvieron que vivir un invierno bajo un nailon al lado de río, pero volvieron y le pusieron el cuerpo a la lucha y gracias a eso este territorio está a disposición de la comunidad y hoy se ofrece para esto”, destaca.
Por Violeta Moraga
Equipo de Comunicación popular Colectivo al Margen