Después de los incendios que arrasaron en marzo con unas 500 viviendas, tres vidas humanas y miles de hectáreas de bosques, en la nueva etapa hay trabajo comunitario y solidaridad popular para llenar los vacíos del Estado. Historias, miradas y esperanzas que nacen entre las cenizas. Una nota de Cítrica.
La vida y la cotidianeidad de quienes habitan la Comarca Andina se han modificado drásticamente desde marzo. Por las rutas ya no circulan los vehículos con los kayaks encima, ni las casas rodantes que abundan en temporada veraniega. Tampoco están los cartelitos a la vera de la ruta donde se ofrecían “dulces caseros”, “fruta fina”, “miel”, “cabalgatas” u “hospedaje”.
Los tonos amarillos, naranjas y rojos que podían inspirar alguna pintura se transformaron de golpe en un escenario sombrío propio de una película de posguerra. Pasaron casi dos meses desde que el incendio en el paraje Las Golondrinas (Lago Puelo, Chubut) consumió en pocas horas alrededor de 500 viviendas, galpones y talleres pertenecientes a distintos barrios de la zona. También quedaron arrasadas tres vidas humanas y miles de vidas animales y vegetales.
En esta nueva normalidad, por la Comarca se ven camionetas, autos y camiones transportando agua, colchones, tablas, chapas y alimentos. Puestos de chapas quemadas y nylon refugian montañas de ropa, todo tipo de calzado y botellas de agua. Los gimnasios municipales y centros culturales y comunitarios se convirtieron en centros de acopio de donaciones o en cocinas. Cientos de personas han abandonado su rutina para ofrecer un rato de sus vidas en pos de colaborar con sus vecinxs, miles de vecinxs, que están volviendo a empezar.
Después de la tragedia, llegó el tiempo de la reconstrucción.
De vacíos estatales y solidaridad comunitaria
Julio Castañeda, vecino de El Pinar, uno de los barrios más afectados, fue uno de los protagonistas de una conferencia de prensa (el 30 de marzo) donde quedó clara la ausencia del Estado en todos los niveles: “La única asistencia que hemos tenido del Municipio fueron 20 metros de manguera y bidones con nafta. Es chistoso, es gracioso y es penoso, porque a nosotros no nos quedó ni una motosierra, ni tenemos un grupo electrógeno. Nosotros no comemos nafta, no comemos mangueras. Que se hagan responsables, que nos asistan”.
La conferencia la abrió Elvio Ritchie, del barrio Bosques al Sur, con un mensaje que revela la contracara de esa ausencia: “Los convocamos, en primer lugar, para expresar nuestro profundo agradecimiento a todas las personas y organizaciones que nos han estado ayudando con donaciones, con envíos y depósitos en corralones. Gente que ha estado cerca de nosotros desde el momento en que se inició esta catástrofe ígnea”.
Elvio, docente de Lengua y Literatura, convive a diario con el espacio para las infancias que se gestó frente a su terreno, donde hay banderines de colores y niñes corriendo entre árboles quemados. Psicólogas, docentes y psicopedagogas de distintas organizaciones barriales le ponen el cuerpo a la tarea.
Elvio: “Esta gente se organizó e hizo algo en lo que el Estado también estuvo ausente, que fue asistir a les niñes del barrio. Muches niñes vivieron una experiencia que ya de por sí para un adulto es traumática. Vienen todos los días y realizan juegos y están ahí, generan una pequeña isla para les niñes que les permite salir un poco de esta realidad”. Después de una pausa, remata con una sonrisa: “Ojalá tuviéramos algo así para nosotros”.
“Desde la Comisión Salud de Autoconvocadxs en Defensa del Bosque, que se había formado para acompañar a les voluntaries que bajaban del incendio en Cuesta del Ternero (en febrero), en este segundo incendio decidimos armar un espacio para las infancias, que en principio se armó en Bosques al Sur”, cuenta Delga, que pese a su formación profesional prefiere definirse como “lesbiana” e integrante de la colectiva de FM Alas, radio comunitaria de El Bolsón.
Dice Delga: “Se sumó a trabajar con nosotres gente de uno de los Institutos de formación docente, acompañando con juegos. Ahí se dividieron las tareas. Allí compartimos una merienda que aportan les cumpas de Defensa del Bosque, con gente que está cocinando en el centro cultural Eduardo Galeano, de El Bolsón”.
Abrigados y juntos
Las melodías de la Comarca también han cambiado, porque ahora predominan los martillazos y las motosierras más que los sonidos de la naturaleza. Cuadrillas de constructorxs, albañiles y carpinterxs, procedentes de distintas partes de la Patagonia y del país, se acercan a reconstruir las casas o a levantar distintos espacios para el refugio de las familias que repasan en sus relatos cómo eran, semanas atrás, sus hogares, huertas y talleres. Cada tanto, entre los escombros (y después de la metamorfosis del fuego), se deja reconocer algún elemento que formó parte de sus vidas y sus recuerdos.
Juan Rego, “Chay”, es tatuador y vivía en el barrio Ecoaldea desde hacía tres años. Construyó su casa con sus propias manos “y las manos de amigos”. Allí funcionaba su taller y también había una huerta y gallinas que cuidaba su compañera.
Rememora: “El día mismo del incendio mi mamá llegaba de Buenos Aires para quedarse a vivir acá. Dejé a mis niños con un vecino y me metí al fuego a buscar a mi compañera, la bebé y mi mama, porque no sabía nada de ellas. No se podía casi respirar y el calor quemaba a la distancia. La verdad es que entré y logré llegar a la casa, que ya estaba en llamas. Vi caer el techo y en mi cabeza, a esa altura, me imaginaba que buscaba esqueletos. Entré hasta donde pude y no las vi. Cuando salí, ya tampoco estaban los niños. De repente había perdido todo, de verdad”. Su historia quedó en suspenso hasta dos días después, cuando pudo reencontrarse con su familia: todes a salvo.
Un posteo reciente en Facebook que hizo Chay fue censurado por infringir las normas de la red. Volvió a postear: “Estado y gobiernos ausentes su empatía no existe. Cada uno cómodo en su puesto comiendo y durmiendo calentito carecen de empatía y conciencia social, sin hacer el labor que les corresponde… los pocos avances que hemos realizado es gracias a voluntarios particulares y organizaciones independientes que se acercaron o hicieron llegar su ayuda”.
Abrazado a su compañera Quillen en el lugar donde reconstruye su casa, dice: “Nos haremos viejos con una historia para contar. ¿Y los gobiernos seguirán haciéndola difícil? Sí, pero no nos van a doblegar ni a desaparecer. Hoy estoy con mi familia, entre el amor, el odio, el rencor, el aprender, trascender, ser un sabio y un guerrero. Estamos también muy felices. Estamos ya construyendo la casa, taller de trabajo, estudio de tatuajes. Proyectando y haciendo. Se acerca el invierno y nos va a encontrar abrigados y juntos”.
Levantar paredes, reconstruir historias
Se han multiplicado las ayudas silenciosas que sostienen a les vecines cada día. Personas de manos dispuestas y corazón solidario, como “el Gringo” Luis, al que han apodado “el Ángel del Agua”, porque suele aparecer con su camioneta con un gran tacho para abastecer los tanques de les vecines que están reconstruyendo. O como Marcelo Fernández, de Mallín Ahogado (El Bolsón), que hace dos meses que se acerca junto a una cuadrilla solidaria a levantar las casas y los ánimos de la gente. Cada día nuevas paredes, un nuevo techo, un nuevo abrazo.
Marcelo: “Nosotros no esperamos nada del Estado; si llega, mejor. Estuvimos colaborando en ocho construcciones de forma directa y de forma indirecta en otras tantas”. Habla en plural, desde un “nosotros” que nació de la suma de voluntades que dan lo que tienen, lo que saben, lo que pueden: “No nos conocíamos entre los que estamos trabajando y, de hecho, tampoco conocíamos a nadie allí. Luego del incendio me acerqué solo al lugar y me dije ‘bueno, donde estén haciendo un techo, paro, que es lo mío’… Vi que estaban haciendo un techo, paré, me bajé y así empezó la cosa. Después se empezó a sumar gente y se fue armando toda una historia”.
Lxs Autoconvocadxs en Defensa del Bosque, que ya venían organizadxs desde el incendio de febrero (que consumiera más de 6 mil hectáreas en la zona de Cuesta del Ternero), se están encargando también de ayudar a limpiar los terrenos y reconstruir las casas, e incluso propusieron y autogestionaron junto a lxs vecinxs un sistema de acceso al agua para las personas de El Pinar que viven y trabajan en áreas pendiente abajo o más alejadas de los pocos tanques de abastecimiento que hay en el barrio.
Con un poco más de visibilidad, trabaja el grupo de construcción natural coordinado por Jorge Belanko; también están Marco Aresta y Nuria Vilalta, quienes han aprendido junto a Belanko. Es una tarea formativa y que permite utilizar los recursos que existen en el territorio, como la arcilla y la madera.
Belanko tiene 70 años. Albañil, constructor, docente, investigador. Un trabajador social vocacional, reconocido por ser uno de los promotores y maestros de la construcción integrada con la naturaleza a nivel internacional. Dice: “Vamos a trabajar hasta fin de abril, es nuestro compromiso. Otros si pueden van a seguir, porque el tema es el frío. Y después reiniciaremos en agosto, con otra técnica que es quincha y bastidores. Mientras tanto, avanzamos hasta donde podamos y nos dé. Sé que otros grupos están haciendo otras casas. Siempre de acuerdo a la llegada de materiales de construcción”.
¿Por qué están trabajando en el territorio? “Nosotros lo hacemos porque disfrutamos de hacerlo. Nos sentimos bien de hacerlo. Porque tiene que ver con el ser humano. Aunque es muy fuerte el individualismo y lo demás, nosotros hemos descubierto lo que nos hace felices y eso es lo que estamos haciendo. Esto de la solidaridad que hoy aparece, no es raro en los argentinos. No es raro pero, en general, es espasmódico. Es mientras que está la desesperación, después pasa el tiempo y… bueno. ¿Dónde está el curro? ¿Dónde está la ganancia? Y bueno, lo disfruto, me gusta. Es parte de mi vida”.
También están las cuadrillas del grupo Bioreconstruyendo, a la par de muchísimxs voluntarixs de la zona que se organizan para levantar viviendas de adobe y construcción natural, otras de ladrillo, construcción en seco o madera.
Ni el Municipio de Lago Puelo ni el de El Hoyo estaban preparados para una situación como la que atraviesa la zona, y quedó en claro que, ante la emergencia, quedan limitados a lo poco que tienen o enmarañados en burocráticas reuniones aquí y allá. El propio intendente de Lago Puelo, Augusto Sánchez, reconoció en conferencia de prensa el 6 de abril: “Es cierto que el Estado no llega al tiempo de las necesidades, pero llega“.
“Solo el pueblo salva al pueblo“, se escucha al final de una charla breve, en uno de los grupos que está ayudando en la Ecoaldea. Un trago de agua, y a agarrar las palas nuevamente para seguir haciendo los pozos donde se levantará la estructura de una nueva casa. Hay momentos de risas compartidas y otros, donde lo que se necesita es un abrazo y llorar.
Esta historia de la Comarca Andina, como la reconstrucción después de la tragedia, continuará.
Gioia Claro (Para Revista Cítrica)
Fotos: Euge Neme
Redacción
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen