El ministro de Ciencia, Roberto Salvarezza, exhibe como ejemplo a seguir a la empresa Bioceres (productora de transgénicos), que cotiza en la bolsa de Wall Street. Lo propio había hecho su antecesor, Lino Barañao. En la misma línea se expresaron las sucesivas autoridades del Conicet. Y muy pocos científicos cuestionan el modelo y sus vínculos con el sector privado más concentrado y reproductor del modelo neoliberal.
En un lapso de dos semanas, la prensa de la ciudad de Rosario publicó dos noticias vinculadas al sector de la ciencia y técnica. La primera de ellas daba cuentas que la empresa Bioceres comenzaba a cotizar en el índice Nasdaq de Wall Street (Estados Unidos) y la segunda noticia fue la próxima inauguración por parte de la Universidad Nacional de Rosario de una “Incubadora de emprendimientos científico-tecnológicos”. La infraestructura es financiada por el Conicet y se encuentra en el predio de la Universidad.
Ambas noticias, que en apariencia no tienen puntos de contacto, dan cuenta de un complejo entramado de estrechos vínculos y de una concepción ideológica de la ciencia desde el sector público, pero muy al servicio del sector privado.
Bioceres fue creada en el año 2001 y fue parte de la creación en 2004 del Instituto de Agrobiotecnología de Rosario (Indear), junto a la empresa Biosidus y el Conicet.
Según Víctor Trucco, directivo de Aapresid y Bioceres, la propuesta consiste en “integrar el saber del sistema científico nacional con la libertad y la agilidad del sector privado para llevar adelante los proyectos».
«Son proyectos de desarrollo con retorno a mediano plazo, es investigación básica pero que luego da lugar a aplicaciones tecnológicas y puede llegar a generar jugosos ingresos por el pago de patentes», dijo Trucco en 2004.
El Estado proporcionó a través del Conicet el espacio físico dentro de lo que hoy se denomina Centro Científico Tecnológico y financió al menos parte del edificio del Indear a través del Fondo Tecnológico Argentino (Fontar).
Bioceres absorbió en 2009 las acciones de Biusidus y si uno revisa la web de Indear encontrará que no hay rastros de vínculos formales con el Conicet ni se menciona siquiera el nombre original del instituto. Solo subsiste la sigla y la descripción oficial: “Indear es la empresa de servicios de investigación y desarrollo del grupo Bioceres. Se encuentra emplazada en el Centro Científico Tecnológico en Rosario”.
En el mundo de las empresas es difícil saber quienes son realmente sus verdaderos dueños, pero de lo que no hay dudas es de que Indear ocupa un lugar preciado en el predio del Centro Científico Tecnológico, mientras que casi el 50 por ciento de los trabajadores del Conicet en Rosario se hacinan en sucuchos insalubres de la Facultad de Bioquímica y Farmacia (en el Área Salud de la UNR), mientras esperan que haya presupuesto para que se terminen de construir y equipar los nuevos edificios.
Mientras tanto Bioceres llega al Nasdaq con las salutaciones del poder y el aumento de sus ganancias a través de su actividad consagrada a consolidar un modelo agrario empresarial insustentable y ecocida donde desde la semilla hasta la comercialización está en manos de empresas multinacionales.
Sus semillas de soja y trigo resistentes a sequía y salinidad se suman al modelo basado en transgénicos asociados a los agrotóxicos y, en el caso de su “trigo HB4”, es resistente al herbicida glufosinato de amonio, quince veces más tóxico que el glifosato.
Tanto las variedades de soja como el trigo fueron obtenidas en colaboración con una investigadora superior del Conicet (Raquel Chan), incorporada recientemente a la Academia Nacional de Ciencias, lo cual constituye toda una red público-privada que se legitima ante la sociedad con un discurso falaz que enarbola banderas de sustentabilidad, soberanía alimentaria y provisión de alimentos para el mundo, pero que en realidad constituyen la autojustificación de los agronegocios.
Parece ser que Ceres, la diosa de la agricultura, las cosechas y la fecundidad, no era una diosa digna del neoliberalismo por lo cual fue preciso incorporale el gen “bio” y convertirla así en la primer diosa transgénica que cotiza en Wall Street. BioCeres es ahora la diosa de los agronegocios de rostro bondadoso y alma de especulación.
En 2011, el entonces ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, en una visita a la Universidad de Rosario, llamó a esta experiencia: “El modelo rosarino”. En clara indicación de cuál era el rumbo a seguir para la ciencia. En abril de ese mismo año, Barañao resaltaba el perfil de académico buscado: “Si un científico encontró algo útil, tiene la obligación moral de crear una empresa para brindarlo a la sociedad”.
El legado político de Lino Barañao sigue vigente en diversos sectores del sistema de Ciencia y Técnica, solo que perdió brillo durante el macrismo cuando el Ministro fue degradado a Secretario y voluntariamente eligió quedarse para ejecutar el ajuste correspondiente a su área. Consiente o no, su modelo y su praxis política se fundaban en la teoría neoliberal del derrame.
En esa línea, el discurso que precede a la inauguración de la incubadora de emprendimientos científico-tecnológicos de la UNR tiene todos los ingredientes necesarios para encender luces de alerta.
En la capital de los agronegocios, donde la Bolsa de Comercio fue sede del capítulo de Ciencia del G20 (“Sciense 20”) durante el macrismo, quién ofició de anfitrión local por parte de la ciencia es quién conducirá la “incubadora de emprendimientos científico-tecnológicos”. Se trata de otro científico (Alejandro Vila) recientemente incorporado a la Academia Nacional de Ciencias.
Los cantos de sirena que hablan de oportunidades, de negocios, de patentes, de mercados, de protagonismo de la ciencia, posiblemente sean muy bien recepcionados pero a la luz de lo que está sucediendo a nivel mundial a partir de las patentes de las vacunas contra el Covid-19, queda claro que la ciencia, antes que ser mercantilizada, debe ser democratizada y politizada.
En un reciente artículo, el presidente cubano Miguel Díaz Canel fundamenta una decisión política de su gobierno. “Para asumir ciencia e innovación como pilar de la gestión del Gobierno hay que responder algunas preguntas: ¿En qué fundamentos históricos y programáticos se fundamenta esa decisión? ¿En qué enfoques de ciencia e innovación se debe apoyar esa gestión? ¿Qué dicen las experiencias internacionales y nacionales al respecto? ¿Cuáles serían las características y objetivos de un sistema de gestión del Gobierno basado en ciencia e innovación?”.
Este tipo de análisis y toma de decisiones hicieron posible que un país como Cuba, asfixiado económicamente por un bloqueo inhumano, tenga en la actualidad un desarrollo científico autónomo capaz de desarrollar cinco candidatos vacunales contra el Covid-19, dos de ellos muy avanzados, que le permitirán inmunizar a su población y distribuir, sin especulaciones, millones de dosis a los países que no las están recibiendo.
La articulación entre lo público y lo privado no es a priori un rasgo virtuoso o vicioso porque esa articulación está mediada por la política, por un modelo. El problema se presenta cuando nos proponen que la solución es hacernos devotos de los dioses de Wall Street.
Por Armando Cassinera ( ATE Conicet Rosario. Ingeniero Agronómo.)
Agencia Tierra Viva
Redacción
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen