El escritor, periodista y militante Francisco “Paco” Urondo fue asesinado el 17 de junio de 1976 por la dictadura militar. Escribió nueve poemarios. Entrevistó a los sobrevivientes de la Masacre de Trelew. Integró las redacciones de Primera Plana, La Opinión y Noticias. “La historia que nos atravesó es un espacio de tragedia, desde el que uno vuelve a reconstruirse o a chocar para siempre”, dice Javier Urondo, quien traza un retrato íntimo y desacralizado de su padre.
La poesía, la experiencia, el abismo. La experiencia, el abismo, la poesía. El abismo, la experiencia, la poesía. Poca importa el orden si entre los intersticios se teje una vida, la de Francisco “Paco” Urondo. Poeta, periodista y militante político asesinado en Mendoza el 17 de junio de 1976, hace 45 años.
“No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. ‘Empuñé un arma porque busco la palabra justa’, dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente”, escribió Juan Gelman.
Tenía poco más de 20 años cuando publicó sus primeros poemas en la revista “Poesía Buenos Aires”, donde también lo hacían Macedonio Fernández o Alejandra Pizarnik; vivía en Buenos Aires (había nacido en Santa Fe el 10 de enero de 1930) cuando fue periodista de Primera Plana y La Opinión (después vendrían Crisis y Noticias); ya era padre cuando se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
“Yo tengo otro lugar con él. Los lugares son los que a mí me construyeron como persona. El humor, la ironía, todo lo que sucedió entre él como viejo y yo como hijo. Padecíamos la ironía y nos divertíamos con su humor. Su mirada un poco más ácida sobre las cosas. De esas cosas yo me acuerdo, esas cosas me construyeron”, dice Javier Urondo, segundo hijo de “Paco”, en diálogo con Télam.
Hay un hombre común. Junto al intelectual, al escritor, al periodista hay un hombre común. Junto a la Revolución Cubana, a la épica del Che Guevara, a la lucha por la vuelta de Perón, al peronismo revolucionario, hay un hombre común. Junto a la balacera, a la muerte a golpes, a los hijos, a la búsqueda, hay un hombre común.
Lo único irreal
Paco y Javier, tiempos de padre e hijo. Cuando su papá fue asesinado, Javier tenía 14 años.
Javier Urondo es cocinero y desde hace casi veinte años atiende su restaurante, Urondo Bar, en Parque Chacabuco. Un bodegón de cocina “sencilla pero muy profunda”. Además, tiene dos hijas y otros dos hijos de un matrimonio “ensamblado”. Y dos nietos.
Es el hijo “del medio” de tres hermanos. Claudia (también asesinada durante la dictadura) y Javier son producto de la unión entre Paco y Chela Murúa. Ángela es hija de la última pareja de Urondo, Alicia Raboy, quien también fue secuestrada y asesinada durante el operativo que terminó con la vida del escritor.
“Básicamente, para mí es mi viejo. Su parte pública es un detalle para mí. Yo estuve metido bastante en su vida, en sus decisiones intelectuales, en su vida política. Era un padre que se separó muy joven y después hizo una gran recomposición de la relación con Claudia y conmigo. Vivió muy pegado a nosotros hasta que se fue a Mendoza”, cuenta Javier.
Entre “La Perichole” (1954) y “Poemos póstumos” (1972) Paco Urondo publicó nueve poemarios. Además, escribió dos libros de cuentos (“Todo eso”, 1966 y “Al tacto”, 1967), varias obras de teatro reunidas en “Muchas felicidades y otras obras” (1986), la novela “Los pasos previos” (1972), el libro de ensayos “Veinte años de poesía argentina” (1968) y los guiones de cuatro filmes, entre el que se encuentra “Pajarito Gómez”, de Rodolfo Kuhn.
Entre sus textos periodísticos se destaca “La Patria Fusilada” (1973), basado en las entrevistas que le realizó a los tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew estando detenido en la cárcel de Devoto por sus actividades políticas.
“Del otro lado de la reja está la realidad, / de este lado de la reja también estála realidad; / la única irreal es la reja; / la libertad es real aunque no se sabebien /si pertenece al mundo de los vivos, / al mundo de los muertos, / al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia, / al de la explotación o de la producción”, comienza su poema “La verdad es la única realidad”.
“Yo leo algunas cosas de él pero no soy un fan en términos de su laburo. Soy un fan en términos de que era mi viejo. Cada tanto leo cosas que tienen que ver con los momentos de mi vida, pero sin ser un albacea de su producción intelectual. No está en ese lugar para mí”, cuenta Javier, quien prefiere encontrar a su padre allí donde otros buscan a la figura pública o al ícono del intelectual comprometido.
Y agrega: “Yo lo busco a él, tengo la relación con él. Me construyo en lo afectivo, no con lo que hacía. Mi hermana (Angela), que era muy bebé cuando lo perdimos, tal vez pueda encontrar en lo que él hacía una manera. Pero yo tenía una relación muy cotidiana, muy cercana, y bastante concreta”.
Sin embargo, la voz de Paco todavía resuena en su escritura. “Cuando me mandan cosas apócrifas, que están supuestamente escritas por él, me doy cuenta de que no es la paleta de palabras que usaba”, explica Javier, ya que “a la inversa, cuando leo lo que él sí escribió, reconozco las palabras que utilizaba a diario”.
Ese hombre
Postal de un verano en Mar del Plata: arriba, Paco Urondo, Emilio Alfaro, Adriana Aizemberg, Zulema Katz y Claudia Urondo. Abajo, Marilina Ross, Javier Urondo y Alejo Stivel.
Al igual que sucedió con Rodolfo Walsh o Germán Oesterheld, en los caminos de Urondo se fueron cruzando la producción intelectual con las definiciones políticas, la escritura con la radicalización, el crecimiento de los hijos con el papel que estos asumieron en la repolitización de los padres.
“Su actividad militante aparece a través de Claudia, quien era muy amiga de Lily Goldemberg, que a su vez era parte de la familia de Carlos Olmedo (uno de los fundadores de las FAR), quien es el que introduce a mi padre en una militancia más profunda”, recuerda Javier.
“Creo que él siempre estuvo en esa búsqueda”, sostiene Javier, quien siendo un niño dio la voz de alerta cuando el Ejército saqueó la casa de su padre, y lo detuvo. Aquel hecho, ocurrido a comienzos de 1973, puso a resguardo a otras personas y estableció desde muy temprano un estrecho vínculo entre vida familiar y actividad política.
“Más allá de que trabajó en medios para sobrevivir, como Primera Plana, también lo hizo en medios comprometidos; y también están sus viajes a Cuba, cierta cercanía con la familia del Che… Hubo todo un proceso de búsqueda que se termina de definir con Carlos Olmedo en su militancia”, destaca.
A partir de 1972 Paco pudo haber dejado de publicar pero no de escribir. Y entre esos caminos tan compadres que son la ficción y el periodismo fue ganando cada vez más lugar la militancia, por lo que los versos, las crónicas y los cuentos fueron cambiando de casa, de ropa, de circunstancias.
El tiempo es veloz
Y como las cosas suelen pasar demasiado rápido cuando la historia está agitada, esto fue lo que pasó: las dictaduras de Onganía y Lanusse cayeron, la democracia con proscripción no funcionaba, Perón volvió y lo que comenzó siendo un sueño terminó en pesadilla.
Pero los hechos se producen en el tiempo y algunos de ellos bastan para ordenar la trama. Paco Urondo recuperaría la libertad gracias a la liberación de los presos políticos avalada por el gobierno de Cámpora en mayo de 1973; el 12 de octubre del mismo año las FAR y Montoneros anuncian su fusión bajo el nombre de esta última organización armada; el 1 de julio de 1974 muere Juan Domingo Perón, se profundiza la violencia política (la Triple A se cobra unas 3000 víctimas entre el 73 y el 75) y los militares comienzan a preparar un nuevo golpe, que concretarán el 24 de marzo de 1976.
Antes de que la noche lo cubriera todo, Urondo era un escritor, periodista y militante revolucionario que gozaba de prestigio y reconocimiento. En el inicio del gobierno de Cámpora fue designado Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y, a fines de 1973, secretario de redacción del diario Noticias.
El periódico, que se publicó entre noviembre de 1973 y agosto de 1974 y alcanzó una tirada cercana a los 200.000 ejemplares, estaba vinculado Montoneros. Además de Urondo integraron la redacción periodistas e intelectuales vinculados al peronismo revolucionario, como Miguel Bonasso, que fue su director, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Horacio Verbitsky y Norberto Habegger, entre otros.
En el documental “Paco Urondo. La palabra justa” (2005), dirigido por Daniel Desaloms, Bonasso asegura que además de ser secretario de redacción de la publicación, Urondo era “quien veía la línea editorial del diario”, siendo el responsable político-militar en nombre de Montoneros.
Sin embargo, Urondo sostenía que el diario debía priorizar un perfil informativo y analítico sobre el propagandístico, lo que terminó desgastando su relación con la conducción de la organización, que terminó desplazándolo.
Una cita envenenada
Paco en una foto tomada por Javier en 1973. Recién había salido, junto a su hermana Claudia, de la cárcel de Devoto.
“Mi viejo fue trasladado (por la conducción de Montoneros) a Mendoza, un lugar que estaba estallado y donde no tuvo muchas opciones”, recuerda Javier, que por entonces vivía con su madre pero que a Paco lo veía seguido, aún con las limitaciones que imponía la clandestinidad.
“Mucha gente consideraba a mi viejo parte de la cabeza de la organización simplemente porque era más grande y venía de la intelectualidad, pero no era así, ya que él era un cuadro medio. Incluso hay una nota, no recuerdo si de (Ibérico) Saint Jean o de (Ramón) Camps, marcándolo a él”, rememora.
Los militares estaban en el poder desde el 24 de marzo de 1976 cuando Paco es enviado a Mendoza a reorganizar una regional que estaba en emergencia después de una serie de caídas y delaciones. El traslado se produjo a pesar de que había pedido que no lo enviaran allí ni Santa Fe, ya que podía ser fácilmente identificado.
El 17 de junio el auto en el que viajaban Urondo, su mujer Alicia Raboy, la hija de ambos (Ángela Urondo, de ocho meses) y René “la Turca” Ahualli, fue interceptado en Guaymallén por fuerzas de seguridad, produciéndose una intensa balacera.
Según pudo reconstruir Javier, “van a una cita envenenada, delatados por un tipo que había sido tremendamente torturado, todo muy terrible”. “Especialmente todo lo que sucedió en la D-2. Yo hubiese preferido que hubiera muerto en el auto y no ahí. Una muerte más simple”.
Cuando el auto fue cercado Urondo no huyó para facilitar que sí lo hagan su mujer, la beba y Ahualli. Fue secuestrado y asesinado a golpes en el Departamento 2 de Inteligencia (D-2) de la policía mendocina, que funcionaba en el Palacio Policial, ubicado a dos cuadras de la Casa de Gobierno y convertido en el centro clandestino más importante de esa provincia.
René Ahualli logró huir del auto pero Alicia Raboy fue apresada y trasladada al D2. Nunca más se supo de ella. A su beba Ángela la familia materna la halló 20 días más tarde en la Casa Cuna. Si bien la adoptó una prima de su madre, recién a los 20 años conoció a Javier y recuperó su verdadera identidad.
Adiós
“Yo lo vi por última vez dos días antes de que viaje”, recuerda Javier. “Tuvimos una cena en un departamento que tenía Rodolfo Walsh en Corrientes y Canning, hoy Scalabrini Ortiz. Fue un día de charla y de despedidas”.
“Fueron en total tres o cuatro comidas que parecían más bien una despedida para siempre que algo temporal. Yo creo que él sabía que al lugar que iba no iba a tener muchas posibilidades. Fue una despedida muy larga, de muchos encuentros. Hasta que se fue”, rememora.
Respecto a lo que sucedió en aquella última cena Javier asegura que “más que él compartir sus dudas me preguntaba sobre las mías, hacía de padre. Se preocupaba de ver cómo podía mejorar los espacios de mi vida. Mi viejo ya me había propuesto irme del país y yo le había dicho que no”.
“Pero en aquel momento -continúa- yo no tenía dudas, tenía certezas: iba a ser muy difícil que pudiera sobrevivir a todo eso. Yo tenía la certeza de que todo iba a terminar mal”.
La madre de Alicia y Beatriz Urondo, hermana de Paco, consiguieron recuperar el cuerpo del escritor y también que les devolvieran a Ángela, evitando que sea entregada a una familia de militares, algo común en aquel entonces. En tanto que Claudia Urondo fue secuestrada y asesinada poco después, en diciembre de 1976 junto a su pareja, Mario “Jote” Koncuart.
Tragedia y reconstrucción
Urondo no ha sido valorado en su justa medida. “La patria fusilada” es una de las joyas de la literatura argentina.
“La historia que nos atravesó es un espacio de tragedia, desde el que uno vuelve a reconstruirse o a chocar para siempre. Yo lo que hice fue reconstruirme y seguir con la vida como pude. Lo que me queda de mi viejo es eso, sobrevivir con el humor, con la ironía, con la acidez, con la mirada un poco más entrelíneas, con todo eso que él tenía en lo cotidiano”, asegura Javier.
El 6 de octubre de 2011 el Tribunal Oral Federal 1 de Mendoza condenó a prisión perpetua a cuatro ex policías y a doce años de prisión a un ex teniente, acusados por crímenes de lesa humanidad, entre ellos el de Paco Urondo y Alicia Raboy
El fin de la impunidad significó una reparación. Pero hay experiencias que son intransferibles, incluso inenarrables. No es sencilla la reconstrucción después de la tragedia.
La reconstrucción de Javier Urondo es a partir de “ciertos optimismos” y de la “necesidad de seguir estando vivo”. “No de cualquier manera, tampoco. No esquivándole a entender lo que pasó. Son las cosas que yo laburé personalmente pero que en cierto contexto no se laburaron, por ejemplo, la derrota” (ver recuadro).
En Javier lo que aún vive de su padre es “la memoria familiar, lo más íntimo, el afecto, las cosas que nosotros extrañamos y queremos de él”. La intimidad como fuente de memoria, que el hijo varón de Paco desacraliza, despojándola de su carácter mítico.
“Para mí no existe el heroísmo. Mi viejo tuvo una muerte miserable, solo, viendo cómo se llevaban a su mujer. No existe un acto heroico ahí. Existe una muerte miserable, de encerrona. Una muerte terrible”, reflexiona.
“…tengo curiosidad por saber qué cosas dirán de mí; después de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas afinidades tan desencontradas, porque mis amigos suelen ser como las señales de mi vida, una suerte trágica, dándome todo lo que no está. Prematuramente, con un pie en cada labio de esta grieta que se abre a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo la nariz y me dejo tragar por el abismo”, escribió Paco Urondo en su poema “No puedo quejarme”.
Una manera de irse. Y de quedarse.
Por Daniel Giarone (TÉLAM)
Redacción
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen