En esta nota convocamos a pensar en la territorialización simbólica de los cuerpos de las mujeres, en los usos y las prácticas que se imprimen sobre ellos.
La idea de territorio suele remitirnos a espacios, materialidades, límites (políticos, sociales, imaginarios). Por su parte, el cuerpo representa una espacialidad en sí misma, una materia corporal y física concreta con fronteras propias. Dichas fronteras señalan dónde empieza y termina ese cuerpo. Asimismo, establecen que en circunstancias específicas, los cuerpos pueden volverse objeto e incluso, propiedad.
Si nos detenemos en esta última característica, en la “objetivación” del cuerpo, parecería que se produce un vaciamiento de autonomía de la persona que encarna ese cuerpo, lo que supone la existencia de un ente exterior, ajeno, que de alguna forma dirige y acciona sobre nuestras propias corporeidades y corporalidades. A esa fuerza externa quizás podemos llamarla “poder”.
Tal como sostiene el filósofo francés Michel Foucault “el poder se ha introducido en el cuerpo, se encuentra expuesto en el cuerpo mismo” y su origen no está solamente en los aparatos de Estado o de gobierno, sino que el poder funciona “por debajo de ellos, a su lado, de una manera mucho más minuciosa, cotidiana”.
Entonces, si reflexionamos sobre un caso puntual como es el aborto podemos preguntarnos: ¿qué tipo de poder es el que está interviniendo en su prohibición o mejor dicho, en la inexistencia de su legalización en nuestro país?, ¿qué hay detrás del debate de la despenalización?
LOS CUERPOS DE LAS MUJERES
Desde el principio de los tiempos, antes incluso del “verbo”, las mujeres gozamos con nuestros cuerpos. Cosechamos, bailamos, deseamos y parimos mientras lo habitamos. Siendo niñas, las mujeres vamos descubriendo nuestra vagina, nuestras tetas; nos tocamos, nos buscamos y nos encendemos, experimentando.
De pronto aparece la sociedad, las más de las veces de la mano de mamá, y nuestro cuerpo deja de ser un territorio personal, un territorio del disfrute. Escuchamos voces que dicen que pariremos con dolor, que nuestro cuerpo despierta tentaciones prohibidas y que debe ser ocultado. Vemos que el éxito es comer yogur, trabajar miles de horas adentro y afuera de casa y tener un buen culo. Aprendemos que mostrarnos sexuales es vulgar y sobre todo, peligroso porque la sociedad machista acepta que nos violen si usamos pollera corta. Notamos que la señora de enfrente tiene un piñón en la cara y leemos en los diarios que una joven fue abusada por la pareja de su madre. Todo esto también es ser mujer en nuestra sociedad.
Y la huella va quedando. Objetivado, condenado, usado, golpeado, violado, prohibido: calificaciones todas que traducen las representaciones de lo que hace la sociedad machista con el cuerpo de las mujeres. Nos lo roba, mete leyes entre nosotras y nuestros cuerpos, hace sentirnos extranjeras en nuestro propio territorio.
Pero, adentro nuestro hay una sospecha. Un recuerdo ancestral que nos dice que no siempre fueron así las cosas. De a poco esta sospecha va transformándose en certezas: certeza de que las relaciones entre las personas y la interpretación de nuestros cuerpos es cultural; certeza de que “lo cultural” es un sistema que responde a un esquema de poder donde hay beneficiados y perjudicadxs; certeza de que lo cultural puede cambiarse. Y ya no hay vuelta atrás, porque en algún momento aparece la perspectiva de género y empezás a ver al mundo desde otro lugar. Lo más duro de este proceso es aceptar que el patriarca vive adentro nuestro. El trabajo profundo es íntimo y consiste en arrancar de nuestras entrañas al patrón del sistema.
El camino que lleva a este horizonte es difícil, pero hermoso; luminosas son las personas con las que nos iremos encontrando en este andar y que como vos, viven luchando por un mundo donde quepan muchos mundos.
DESCOLONIZACIÓN CORPORAL
En uno de sus poemas, Eduardo Galeano se pregunta: ¿no es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dice que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre?, ¿por qué no se legaliza el derecho al aborto?, ¿será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?
Sabemos que son las mujeres pobres las que no acceden al derecho de interrumpir sus embarazos voluntariamente y en condiciones seguras. Quienes tienen dinero resuelven en clínicas privadas la ausencia de deseo de continuar con un embarazo.
Traer a Galeano a este apartado de la nota no es casual. Es uruguayo y en Uruguay, desde diciembre del 2012, las mujeres pueden interrumpir libremente sus embarazos hasta la semana doce.
En febrero de 2014, el Ministerio de Salud Pública de Uruguay (MSPU) presentó un informe en el que se detalla que entre diciembre 2012 y diciembre 2013 se realizaron 6676 abortos y que no hubo muertes entre las mujeres que abortaron dentro del mecanismo previsto por la ley. Desde la sanción de esta ley, 9/1000 mujeres en edad reproductiva solicitaron la interrupción de su embarazo. Ello ubica a Uruguay entre los países con menor cantidad de abortos.
Leonel Briozzo, Subsecretario del MSPU, declaró que “en todos los países que tienen legislación de despenalización baja el número de abortos” y subrayó: “hay un trípode, que es la estrategia exitosa que se ha demostrado en el mundo (para reducir embarazos no deseados): acceso a anticonceptivos, educación sexual y servicios seguros de atención de abortos”. Finalmente, agregó: “si uno está contra el aborto, lo que debe hacer es apoyar la despenalización”.
Los estudios comparados entre países que tienen despenalizado el aborto en las primeras semanas de gestación (Rusia, China, India, Estados Unidos, Canadá y la mayoría de los países de Europa) y aquellos que aún lo condenan (la mayoría de los países latinoamericanos, africanos, del Sudeste Asiático y Medio Oriente) muestran cuán exitosas son las políticas públicas de educación sexual y reproductiva que contemplan la interrupción voluntaria de un embarazo y de manera segura. Canadá, Estados Unidos y Uruguay son los países donde menos abortos se practican en el mundo.
Una obstinación patriarcal y religiosa impera en la mayoría de los países que todavía condenan el aborto. Priorizan la vida de un embrión de unos días por sobre la vida de una joven en edad fértil. No obstante, a la hora de argumentar a favor o en contra de la interrupción voluntaria de los embarazos hay que mirar la realidad. Y la realidad demuestra que el aborto es un hecho, que muchas mujeres se mueren o viven con secuelas terribles por practicar abortos de manera insegura. Esto no va a detenerse con la propuesta de dar en adopción a lxs bebxs nacidxs de embarazos no deseados. Al no ser una opción para la mayoría, ello la descarta como propuesta viable. Por ende, creemos que hay que dejar de incorporar esta opción al debate cuando se discute el aborto en términos de política pública.
Veamos los números del aborto en la Argentina:
- El 60% de los embarazos no es buscado. Según datos de Ministerio de Salud de la Nación, 4 de cada 10 mujeres desearon su embarazo.
- Se practican entre 360.000 y 500.000 abortos por año (metodología Pantélides y Mario – 2007).
- En 2012, 70.000 mujeres fueron internadas por complicaciones en abortos clandestinos.
- Cada hora, 9 mujeres egresan de un hospital público después de haber sido internadas por complicaciones derivadas de un aborto.
- Alrededor de 100 mujeres mueren por año debido a abortos clandestinos.
- Hace 35 años que las complicaciones durante abortos inseguros son la principal causa de muerte materna.
¿Qué dicen estos números? Primero, que la ley contra el aborto es claramente inútil, porque cuando una mujer quiere interrumpir su embarazo no hay legislación que la detenga; segundo, que la mortalidad materna en la Argentina es muy alta y está lejos de los compromisos que asumió nuestro país a nivel mundial de reducir la mortalidad materna para 2015; y tercero, que el aborto es un problema de salud pública.
Las mujeres queremos recuperar el control total de nuestros cuerpos, queremos poder decidir si continuar o no con un embarazo cuando los métodos anticonceptivos son inaccesibles o simplemente, fallan. Queremos descolonizar nuestros cuerpos, recuperar nuestro propio territorio.
Las diferentes filosofías y religiones indican distintos momentos para el comienzo de la vida. Lo que reclamamos los colectivos de mujeres es que quienes creen que la vida comienza el día uno de la concepción sean tolerantes con quienes practicamos otras religiones y filosofías y no compartimos ese pensamiento. Y que nuestros argumentos sean puestos sobre la mesa a la hora de discutir el aborto en términos de política pública.
Una legislación que combine educación para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir es una deuda pendiente de un gobierno que reconoció derechos a los sectores postergados de la sociedad.
Por Florencia Tayor y Melisa Cabrapan Duarte
Páginas donde encontrar información y consejos sobre el aborto:
Texto de referencia: Foucault, M. (1978). Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta.