A la hora de caracterizar la potente avanzada de la derecha sobre América Latina, urge señalar elementos en común que emergen a nivel regional. La derecha aprovecha señales de debilidad, altera la correlación de fuerzas y ataca al mismo tiempo a procesos de recuperación capitalista (Brasil, Uruguay y Argentina) y a otros de transformaciones radicales más profundas (Venezuela, Bolivia y Ecuador): en cada caso, la derecha recupera terreno, erosiona el respaldo popular que cada una de estas gestiones mantenía como capital político (a diferentes escalas) y abre un ciclo de recambio de elencos gobernantes, a partir de un vuelco expresado en las urnas (para después aplicar la conocida fórmula: ajuste, endeudamiento, represión), o en la influencia de sus instrumentos de siempre: los medios de comunicación hegemónicos, el aparato jurídico, las chicanas parlamentarias y ahora, también, el peso de las iglesias.
Si bien resulta importante señalar razones globales como clave de esta etapa (la caída en los precios de las materias primas, por ejemplo), también hay rasgos que se repiten con sugestiva similitud: desgaste de gestión, liderazgos sin recambio, corrupción endémica, ausencia de autocrítica. Y más allá de estas razones de superficie, también hay cuestiones de fondo, no tan perceptibles: primero, la ausencia de la movilización popular como actor político. Segundo, la errada táctica de alianzas (en Argentina, lo confirma el voto unificado de PJ y oficialismo para cumplir con los planes de pago a los acreedores; en Brasil, con ex socios electorales del PT que hoy operan en favor de la destitución presidencial). Tercero y quizá menos visible, el virus del consumismo. Alentado por políticas de Estado durante décadas, ahora deja ver sus graves consecuencias: el individualismo creciente y el desinterés y la pasividad por la vida política.
El consumismo es una conducta clásica de los sectores del privilegio; el problema surge cuando se inocula entre los sectores más humildes a través del bombardeo de la publicidad. Desplegado a nivel general, provoca una serie de síntomas peligrosos: insatisfacción cuando el objeto de deseo no puede ser alcanzado, y frustración, cuando la distorsionada idea de ascenso social no se concreta a partir de la adquisición de nuevas mercancías, en su mayoría, inútiles y superficiales. Grave distorsión, el consumismo es aún más peligroso cuando es el Estado el que se ocupa de motorizar una lógica capitalista que apuesta a premiar sólo con estímulos materiales el esfuerzo diario de millones de personas.
En ese sentido, el rol de los Estados que responden a esta lógica por convicción o necesidad, ha contribuido a alimentar el monstruo que hoy los devora: cuando los procesos políticos se apoyan, como único factor de desarrollo, en garantizar que los sectores postergados se sumen a la ola del consumismo, corren el riesgo de tambalear cuando no son capaces de mantener esta lógica en el tiempo.
A la hora de los balances, cuando llega la hora de analizar las razones de una derrota electoral o del fortalecimiento del enemigo de clase, conviene no subestimar la influencia del consumismo como elemento de corrosión de la conciencia popular.
OTRA AGENDA
El fantasma del mosquito se extiende en todo el país, pero la prensa corporativa mira para otro lado. Los despidos en el Estado se multiplican cada día, pero los mercenarios con micrófono parecen no estar enterados. Los patrones del subsidio y la pauta huyen dejando trabajadores en la calle, pero los funcionarios de turno no se inmutan y acomodan sus alfiles a placer. La policía intensifica su trabajo de tráfico y control de la droga en todas las barriadas, pero ningún político acusa recibo. Los asesinos silenciosos de la patria sojera y agrotóxica acumulan ganancias y celebran la impunidad con la que contaminan, pero el tema sigue bajo la alfombra. No hace falta insistir en la necesidad de una prensa alternativa que investigue, que difunda, que comunique la realidad de tantos miles de trabajadores. Una realidad ausente en las coloridas pantallas de la prensa corporativa. Como pocas veces en la historia, el desafío hoy es sobrevivir y crecer para llegar más lejos, con otra información, con otra agenda y otra mirada política, transformadora y no subordinada al poder de turno.