¿Qué está cambiando en América Latina hoy, en términos políticos? ¿Es el caso argentino un ejemplo aislado de políticas neoliberales que vuelven a los gobiernos como en la década de los noventa? ¿Cuál es el rol de los activistas y de las organizaciones sociales en tiempos de retroceso?
Para referirse a estos temas visitó nuestro país el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera. Compartió escenario el 27 de mayo pasado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, junto con Emir Sader (intelectual brasileño) y Eduardo Rinesi (politólogo argentino). Se trata de tres pensadores y también militantes de los nuevos tiempos históricos. Fueron convocados por la Fundación Germán Abdala, ligada a la Agrupación Verde y Blanca de la Asociación Trabajadores del Estado, un espacio formado mayormente por jóvenes militantes sindicales.
¿Qué pasa cuando uno piensa que la realidad le pasa por encima, que las malas políticas avanzan, arrasan y no se sabe cómo frenarlas? Sobre esto García Linera sostuvo que “no es un gran momento, pero tampoco es el peor”. El avance de gobiernos progresistas en Latinoamérica vive distintas situaciones en los países de la región. En algunos el proceso de avances “se detuvo”, en otros “se retrocedió” y en otros aún está “en duda”. García Linera señaló que la región vivió una “década dorada”, a la que describió como el momento “de mayor autonomía y construcción de soberanía” en la historia.
Esta década de avances y transformaciones tuvo cuatro características centrales. En primer lugar, se produjo un ascenso de clases sociales y fuerzas populares a la gestión estatal, a cargos de gestión, senadores, diputados, etc. También se fortaleció la sociedad civil a través de organizaciones y redes, en el territorio, en la acción social directa con los sectores más vulnerables. En tercer lugar, se redistribuyó la riqueza, logrando un descenso en los índices de pobreza, baja en la desocupación, aumento en el consumo popular, etc. Con matices, con problemas y discusiones, estos datos son innegables. Por último, se avanzó también en la integración regional, a través de la creación de organismos como UNASUR -en términos políticos- o la CELAC -desde lo económico-.
Pero el vicepresidente boliviano señaló también fuertes limitaciones o contradicciones en los procesos de cambio. Por un lado, remarcó que no se le dio la importancia necesaria a la economía, “que es el factor principal en un proceso de cambio”. Esto significó en algunos casos “minar el propio bloque”: ¿se puede hacer acuerdos con empresarios sin afectar los intereses de los trabajadores? (Brasil es un caso relevante de problemas en ese sentido). Y señaló que el principal cambio es el cultural: “si redistribuimos la riqueza sin politización social, habremos creado clase media, sí, pero portadora de sentido común conservador”. El gran reto es acompañar el mejoramiento de la calidad de vida y de la ampliación de la capacidad de consumo con “un nuevo sentido común”, ya que “no hay revolución verdadera, sino hay revolución cultural, ideológica y espiritual”.
Otro elemento a corregir ha sido la débil reforma moral: podría decirse que en Argentina, uno de los caballitos de batalla para ganar la elección -y que se sostiene en el gobierno actual- ha sido “la batalla anti-corrupción”, cuando en realidad es la derecha la que históricamente se ha valido de los contratos con el Estado, la fuga de capitales y las cuentas en paraísos fiscales. Otros límites que señala el intelectual boliviano ha sido la continuidad en los cargos presidenciales, advirtiendo que, si bien son necesarios los recambios, las transformaciones las realizan los sujetos y no las instituciones. Por último, se refirió a la débil integración económica continental: “Estoy convencido de que América Latina solo va a poder convertirse en dueña de su destino en el siglo XXI si logra constituirse en Estado continental plurinacional que respete las estructuras nacionales de cada país, pero que, a la vez, se tenga un segundo piso de instituciones continentales en lo financiero, legal, cultural, político y comercial”.
Podemos aquí detenernos un poco para preguntarnos: ¿Cómo es posible quebrar la apatía, la frustración y el aislamiento en los tiempos difíciles? ¿Cómo se logra que las personas vuelvan a interesarse y a confiar en la política como herramienta de transformación? Los procesos de cambio atraviesan distintas etapas: ascenso, estabilización, repliegue (que es un descenso político y emotivo, y suele generar desánimo). “No podría ser de otra manera”, dice. Si los procesos sociales de cambio son como una marea, podemos decir que hay momentos de pleamar, ascenso, transformación; y otros de bajamar, de resistencia. De frenar más que de avanzar. Allí es importante saber trabajar las redes de comunicación, la televisión, la radio, el debate sobre las telenovelas, las series, los grupos de amigos, las plazas, etc. Desplegar la presencia en esos escenarios implica generar una “capilaridad” que permita mantener conversaciones cotidianas que comuniquen de par a par, de modo cercano. “Ser más gramsciano que leninista” es la tarea de la hora. Más cultural que político. Replegarse sin rendirse, podríamos decir.
Las ideas de Álvaro García Linera, vicepresidente boliviano, intelectual destacado del campo popular, dejan optimismo y esperanza en un mar de desánimo. Refiriéndose a las oleadas de cambio, afirmó: “Estamos en el fin de la primera; a prepararse para la segunda (…) los revolucionarios nos alimentamos de los tiempos difíciles, venimos desde abajo, y si ahora, temporalmente, tenemos que replegarnos, bienvenido, para eso somos revolucionarios”.
* Por Diego Jaimes.
Para Equipo de Comunicación Popular Al Margen.