¿Qué se espera de la cárcel? ¿Qué se espera que suceda con los que van a la cárcel? Quizás el “para que aprendan” sea un discurso viejo, sobre la creencia social acerca de las capacidades de reinserción que puede dar la cárcel. Una mezcla entre aprender “lo que no se hace” y “el deber ser”. El “para que se pudran” es más actual, más cínico y demandante. Es entender la cárcel como una cuarentena social, un depósito que busca ser un exilio interno. Y a la pobreza se le agrega la expulsión. Un castigo sobre otro.
Estadísticamente, en Argentina cerca de un 80% de los presos están por delitos contra la propiedad y provienen de sectores de bajos recursos. Algo mayor es el número en Bariloche, en proporción con los 95 detenidos que pueblan el Penal Nº3 de esta ciudad, dependiente del Servicio Penitenciario Rionegrino. Según la referente educativa de la provincia, Cecilia Martínez, el año pasado en esa unidad carcelaria, un 97 por ciento de los detenidos no había realizado su escolaridad obligatoria. Y un buen número de éstos habían alcanzado sólo un desempeño elemental en lectoescritura y cálculo.
Existe una gran distancia entre las demandas de venganza que pide la sociedad contra los que delinquieron y los resultados socializadores que se esperan sobre la cárcel. Una distancia entre los deseos de castigo (“para que se pudran” o “ya van a ver lo que les va a pasar ahí dentro”) y las demandas en que aprendan a ser ciudadanos productivos y adaptados. Ambas instituciones, escuela y cárcel, quedan apresadas entre estas lógicas contradictorias. O sea, hay una relación esquizofrénica entre ambos discursos que afectan tanto a las prácticas docentes como a las políticas públicas. Por un lado, un deseo que entiende la justicia como ejecutora de castigo y por otro, (como si no hubiese consecuencias en vivir ese castigo), que de esas mismas instituciones salgan flamantes ciudadanos dispuestos a incluirse al mundo social bajo los preceptos de la servidumbre laboral y las buenas costumbres.
Se trata entonces de oportunidades versus castigo. O como lo sintetiza un detenido estudiante de la primaria: “La cárcel de hoy ni nunca estuvieron adecuadas para ayudar a la juventud. Si a mí la cárcel me hubiese ayudado, me hubiese enseñado, yo no hubiese sido un delincuente. Yo llegué a la cárcel hace 22 años no sabiendo nada y salí siendo un delincuente. Hoy encontré una familia, quiero pagar lo que debo y ser feliz”.
En los “para qué” de la escuela en contextos de encierro se juegan mucho estos discursos cruzados. Por ello, buscamos las voces de los propios protagonistas de este dilema.
Dos instituciones entre los mismos muros
La sala de espera de la ex Alcaidía, hoy Penal Nº3 de Bariloche, es una introducción a una institución de cosas hechas a medias, al paso de proyectos nunca enraizados del todo. Sucede tanto con los cimientos como con la formación. Un gran vidrio polarizado separa la sala de otro espacio desde donde salen voces de los guardias charlando. No se sabe si están mirando hacia la salita o no. Las paredes han sido pintadas quizás hace dos años y tienen varios carteles. Algunos son de cursos para Penitenciarios, órdenes del día, otros fueron pegados por la Secretaría de DDHH y hablan de los derechos que se tienen “cuando te detienen”. Están a medio arrancar, son viejos. Hablan también de instituciones y programas que ya no están vigentes, y 0800s que ya no tienen tono.
Los guardias son amables en general. No tienen el rictus del rencor tan visible en los agentes de la vieja familia penitenciaria de otras provincias. Hay sólo tres guardias para el control interno de rejas donde viven 95 personas detenidas. Es, por lo que se cuenta, un penal duro, con muchas internas y peleas de larga data entre familias de detenidos. Sin embargo, el olor del penal no tiene el tinte a hospital de otras cárceles más grandes, tampoco a guiso podrido, pese a que muchas de las quejas de los detenidos están orientadas a lo incomible del “rancho”.
El penal está en refacción. Se está rehabilitando un pabellón y el techo. Esto genera que, hasta tanto se termine con la obra, en el pabellón de Población las celdas donde hay dos camas vivan tres personas. Hay espacios muy oscuros, sectores donde hay basura y un pasillo con rejas en el techo y con escombros esparcidos por el suelo.
Ediliciamente, la escuela consiste en tres aulas. Las dos más chicas son containers alquilados por la provincia por presión del Juez de Ejecución. Son nuevas y luminosas. Su alquiler anual supera el costo de lo que saldría hacerlas de concreto. El aula principal no es un aula, es el locutorio de visitas, espacio de encuentro de familiares y detenidos que también comparten las escuelas Primaria y Secundaria. Dan clases simultáneamente en dos mesas lo más alejadas posibles para no molestarse. Comparten aula, ruidos y el pizarrón que está dividido al medio por una línea de tiza azul. Los bancos de cemento están rotos, no debían ser muy cómodos. No alcanzan las sillas para todos, así que algunos acarrean la suya desde su celda.
Antes de entrar al locutorio-aula hay una matera. Un lugar de espera con un anafe para calentar agua y el cuerpo cuando el frío inunda la sala. Es un lugar para ponerse al día, donde se sabe, por ejemplo, que fulanito, que los guardias dijeron estaba durmiendo, resultaba que sí quería ir a la escuela; o también que se escuchó que los “violines” habían escupido la comida mientras la preparaban; o que estaba muy duro llegar al puntaje para irse de transitoria; o que a otro en la requisa le habían perdido un cuaderno; o que mengano estaba contento porque había podido leer un mensaje de su esposa en el celular.
Hasta el año pasado funcionaba allí el Bachillerato Libre de Adultos dependiente del CEM Nº37. Según Florencia Adorno, antropóloga y ex docente de allí, los estudiantes de primaria y secundaria no llegaban a superar los dedos de las manos. En 20 años apenas se había logrado que terminen las materias 3 estudiantes. El año pasado se abrió allí un anexo del CENS Nº 9 a cargo de la directora Alicia Schiuma, donde cursan hoy unos 40 estudiantes. A la Primaria concurren 15 alumnos y se espera se reciban este año 3 ó 4. Funciona dependiendo de la Escuela de Adultos (EEBA) Nº9, aunque no tienen directivos relacionados al penal, lo cual pareciera dejar a los docentes sin apoyo institucional propio.
¿Para qué te sirve la escuela?
La pregunta fue repetida a cada estudiante que nos cruzamos. La mayoría habló de la posibilidad de llegar antes a la libertad. La reforma del 2011 a la Ley de Ejecución Penal Nacional (26.660) determinó una serie de incentivos a los estudiantes privados de la libertad, otorgando reducciones en las condenas según los logros educativos conseguidos. Este beneficio, que algunos analistas como Mariano Gutierrez describen como una coerción, ya que relaciona la Escuela con los métodos de premios y castigos propios del “tratamiento penitenciario”, fue recibida como positiva por la mayoría de los estudiantes.
En este sentido, un estudiante de 31 años dijo que “para la persona que está condenada con muchos años ayuda mucho. Hoy en día la escuela es todo. Me queda todavía mucho acá, por eso estoy haciendo las cosas bien, vengo a la escuela, hago todas las cosas para poder irme lo antes posible”.
Sin embargo, no es el único objetivo señalado. La posibilidad de mostrarse a la familia y a la sociedad de otra manera, hacerse de una herramienta para conseguir trabajo afuera, o salir un rato del pabellón, son los alicientes de la mayoría. En todos los casos el esfuerzo es un bastión en sí mismo.
“No soy una persona mala, pero hoy estoy acá. Y voy a estudiar mientras pueda” nos dijo una mujer estudiante detenida de 44 años, y relataba que desde que volvió a estudiar esto la ayuda mucho. “A despejarme, a pensar distinto. Ojalá le den la oportunidad a más chicos porque acá hay muchos chicos que lo necesitan”.
Un pibe de población cuenta que antes no se imaginaba haciendo otra cosa que por las que cayó detenido. “Ahora pienso en cómo tengo que escribir, en cómo me tienen que salir las cuentas”. Que su intención es “demostrarle a la familia que a pesar de las cosas que hicimos podemos salir adelante”. Y agrega un consejo: “Esto es una oportunidad, si vos no la sabés aprovechar, afuera no vas a aprovechar más nada. Vas a seguir en la misma”.
Hay coincidencia en que el título es fundamental. “Y si afuera estás buscando trabajo lo primero que te piden es la secundaria. Afuera lo más difícil es conseguir trabajo”.
Afuera la condena se alarga, la cárcel seguirá pesando como un castigo inconcluso. Un estudiante que ya había estado en libertad dijo: “Ahora se ve la educación (referido a que está presente la institución educativa), antes no tenías todas las materias que tenés ahora. Podés llegar a salir con un título y te puede servir para salir y buscar trabajo. Igual cuando salís de acá muchas puertas se te cierran”.
Otro estudiante agrega: “Antes no me importaba, no me levantaba ni para ir al colegio. Me la pasaba acostado, era otra cosa. Después con el tiempo me fui dando cuenta que era lo que necesitaba para poder irme en libertad. Y ahora acá estamos, intentando terminar el colegio”.
Para Carlos Ortuño, docente de la Primaria desde hace siete años, la cárcel es una excusa. “¿Para qué sirve la cárcel? Hace bastante que estoy trabajando en este espacio. Yo creo que la cárcel está para no hacer visibles las cosas que suceden afuera. Es como tapar con una condena cosas que se pueden resolver afuera. El que ingresa acá pierde muchísimas cosas. Desde el espacio educativo tratamos de que sea la posibilidad para algo que quedó incompleto, como la Primaria, de brindar un espacio para que se puedan formar, que puedan pensar diferente a la hora de salir”.
¿Estar en “Población” o en el “Vip”?
Los mates fueron pasando en cada aula. Al principio desconfiaban de los extraños. “Los periodistas escriben sin saber nada de nosotros, de la realidad”, dijo un estudiante de unos 40 años cuando hablábamos sobre qué decían los medios acerca de ellos. Al periodismo actual le faltan recursos para hablar de las personas y sus historias, entonces se habla sólo de hechos, de los más dramáticos y se borronean los sujetos como si fuesen todos el mismo: joven, pobre, morocho y violento. Cuando hablamos del proyecto de Al Margen las cosas fueron aflojando. Algunos conocían, nos mostraron revistas que habían producido en talleres de proyectos de extensión y hablaban de “sus verdades”.
Población es el espacio de convivencia más grande. Allí se pasa la mayor parte del tiempo sin poder hacer otra cosa que estar en la celda o caminar en el pasillo. Siempre hay ruidos y música, y la escuela se ve como algo lejano, destinado a otros. Llegar a la escuela en el día a día depende mucho de los tiempos de los guardias, de la dedicación de cada uno. Entonces, mejor nombrar a los que van a la escuela como “giles”. Un joven del pabellón de Autoconducta se reía sobre esto: “Si vos le preguntás a ellos (a otros internos) qué piensan de los que van a la escuela te dicen `son todos giles´, pero después tienen que pasar ellos por acá y van a los talleres, a la escuela, lo que sea por la libertad”.
En el penal de Devoto llaman a este sector “la villa”, como mostrando un paralelismo con la sociedad. Hay varios estudiantes que viven en Población, y comentan que allí se complica para hacer las tareas. “Por el tema de las rejas, los pibes que están en sus formas vio? Haciendo la escuela se pueden cambiar varias cosas, en el pabellón no podés. En la escuela pensás de diferente manera”.
Lo del “Vip” fue un chiste durante la entrevista colectiva en el pabellón de Autoconducta. Tienen acceso directo a la escuela, pueden cocinarse y hacer más actividades. No mucho más que eso, pero es una gran diferencia estar allí y un paso más cerca de la libertad.
Se sabe: los contextos hacen mucho a las posibilidades. Según cómo sea lo que te rodea y el ritmo que tenga, esto impacta haciendo que las cosas resulten más difíciles o más fáciles. Con crudeza y no menos valentía un estudiante de secundaria que vive en “población” nos dijo frente a la directora: “Es difícil levantarse y salir a la escuela a la mañana. Bueno acá no te podés drogar y allá siempre pinta droga. Entonces uno prefiere decir `bueno listo, la condena se la hago todo empastillado y listo, me quedo durmiendo y se me van los días más rápido´, antes que ir a la escuela, no? Y te cuesta en que vos ves a tus compañeros y decís `bueno si él no va yo tampoco, entonces yo me quedo´. Y los bochinches, los quilombos que hay ahí adentro… no te dan ganas de venir. Ese es el esfuerzo que estamos haciendo, no?”
Por Fabián Viegas Barriga.
Equipo de Comunicación Popular Colectivo Al Margen