Policías armados detuvieron pintada de murales en el barrio 34 hectáreas que realizaba el piberío del barrio.
Pocho Lepratti fue unos de los 39 asesinados por las fuerzas de seguridad durante la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre del 2001. Su caso fue emblemático. El Pocho era un militante social rosarino por los derechos de pibes y pibas. Mientras que la policía disparaba al Centro de Día donde el piberío concurría a soñar un mundo distinto, el Pocho se subió al techo y les grito a los hombres de azul: ¡Bajen las armas que acá hay solo pibes comiendo!
El Pocho se movía en bici por las barriadas olvidadas de Rosario. A partir de su muerte, la bicicleta se convertiría en el icono de la lucha de jóvenes que desde los barrios olvidados de las grandes ciudades se atreven a pelear por un proyecto de país que los incluya.
Esa bicicleta es la misma que manos anónimas pintaron en los muros que marcan el inicio de la subida al barrio Unión en el sur del sur, de Bariloche.
Las manos que la pintaron tal vez no sepan la historia de esa bici. Pero si su significado: la rebeldía de sentirse joven, adolescente y excluido de un montón de derechos.
Y cerca, pero muy cerca del control social que ejerce la policía en las barriadas del Alto.
Esta vez el piberío tuvo suerte. Una militante del guardapolvo y el pizarrón se interpuso entre los adolescentes y el cacheo humillante al que eran sometidos por el personal de la Comisaria 42. Esta vez los pibes zafaron y fue la docente quien recibió la furia policial. Tampoco pudieron detenerla. No encontraron motivo. Y se conformaron con traer un inspector de tránsito desde la ruta 40 y realizar una infracción por mal estacionamiento…
Las armas que portaban los y las adolescentes eran pinceles, pintura y aerosoles, herramientas de expresión popular en las imprentas del pueblo como nombraba a las paredes, el periodista Rodolfo Walsh.
En el Alto, el osado acto de expresarse se paga con horas en un calabozo sin vidrios ni calefacción en la Comisaria 42 de las 34 Hectáreas. No esta vez. Porque una maestra no solo enseña en el aula, también en la calle, en el barrio y construyendo organización comunitaria.
Porque estos últimos 34 años de democracia nos enseñaron que lo único que no cambia en la argentina son las practicas humillantes que las fuerzas de seguridad ejercen sobre los sectores populares de nuestro pueblo.
En estos 34 años también, aprendimos de las Madres, de las Abuelas, de los Hijos e Hijas; y de todos los organismos que luchan por los Derechos Humanos a lo largo y ancho de este país.
De ellos aprendimos también que a la violencia institucional que ejerce la policía en los barrios se la enfrenta con organización social, horizontal, transformadora y desde el pie.
Por ese camino y sabiendo que la única lucha que se pierde es la que se abandona seguimos avanzando sin prisa, pero sin pausa.
Por Alejandro Palmas
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen