“Vos tenés que tener una respuesta, querido amor. Porque quien te escribe no tiene ningún camino que la muerte para poder liberarme, ya pasaron casi ocho meses de mi prisión y no veo ninguna lucecita de esperanza, mi vida”.
Es una noche de septiembre de 2016 y Milagro Sala no puede dormir. En la celda que comparte junto a otra detenida en el penal de mujeres de Alto Comedero, en las afueras de San Salvador de Jujuy, la líder de la Tupac Amaru toma mates y escribe. Con una caligrafía casi infantil y en mayúsculas, le dedica una carta al gran amor de su vida, su gordito, su poeta, su cielito, su marido, su amante, su compañero, Raúl Noro.
Hasta el 16 de enero de 2016, cuando un grupo de policías encabezados por el ministro de Seguridad jujeño, Ekel Meyer, la detuvo en su casa, Milagro no tenía tiempo para la lectura y la escritura. Dedicaba todas las horas de su día a la Tupac Amaru, un movimiento social que solo en Jujuy empleaba a 4.600 personas y construyó ocho mil viviendas, cuatro escuelas y centros de salud y recreación. Ahora, en el encierro -sobre todo por las noches, cuando la ataca el insomnio- Milagro lee libros y diarios que le llevan las visitas. También escribe poemas, capítulos de un futuro libro y cartas para Raúl en hojas tamaño oficio que los compañeros que hacen de mensajeros doblan en pequeños cuadraditos para sacar del penal.
El 21 de julio de 1994, cuando volvían de la marcha por la Noche del Apagón, aquella semana de 1976 en la que un corte programado de luz en el ingenio Ledesma, del empresario Pedro Blaquier, facilitó la desaparición de cientos de empleados, el entonces corresponsal del diario La Nación y el diario local La Gaceta, Raúl Noro, le confesó a Milagro que estaba enamorado de ella.
Él era un periodista jujeño cincuentón que cubría las manifestaciones de los sindicatos y movimientos sociales en la Jujuy de los ‘90. Como secretaria Gremial de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), ella encabezaba las marchas. Tenía treinta y pico, se enfrentaba con la policía, lideraba acampes y escraches, tiraba piedras, quemaba gomas y pasaba hambre, como el resto de sus compañeros. Noro sentía una “atracción inexplicable” por esa mujer que comenzaba a perfilarse como líder social.
Milagro se sorprendió ante la declaración de amor. Le dijo que esa historia era imposible, que pertenecían a mundos diferentes: él era un “gringo” de “clase alta” y ella no podía estar con alguien así. En Jujuy, las clases sociales no se cruzan y se diferencian hasta por el color de piel. “Luego insistí. Ella aceptó. Y comenzamos una hermosa relación que se consolidó con la creación de la Tupac Amaru”, recuerda Raúl.
Veintitrés años después de esa declaración de amor, una comitiva de dirigentes políticos y sociales viajó a Jujuy para visitar a Milagro y participar de la movilización por el 40 aniversario de la Noche del Apagón. Ella estaba angustiada. Hacía una semana que Raúl estaba detenido en el Hospital Pablo Soria acusado de asociación ilícita y fraude al Estado.
Desde que Gerardo Morales ganó las elecciones en la provincia, a fines de 2015, ella supo que el radicalismo movería todas sus fichas con un único objetivo: meterla presa. Pero nunca imaginó que en esa jugada caería también su marido.
“Ese viernes que me llevaron a verte al hospital te confieso que fui muy nerviosa no estaba nada bien. Pero cuando te vi me volvió el alma al cuerpo. Te vi bien tranquilo cariñoso como sos conmigo vos no sabés la fuerza que me pasaste, me gustó verte bien, mi vida, mi amor, a pesar de lo que estás pasando. Te vi como siempre dándome fuerza como de costumbre. Me gustaría decirte muchas cosas bonitas pero no me sale te estoy escribiendo con muchos nervios, mi vida. Ese día que estaba en el hospital vos me acariciabas con tus manos suaves por mi cara que bien me sentía mi vida sentir tus manos suaves y calentitas, sentir tu respiración en mi cuerpo. El aroma de vos es algo muy hermoso. (…) Y pensar que quien te tenía que dar fuerzas era yo pero fue todo al revés (…) Vos sos mi marido, amante, mi compañero. Sos todo para mi. Es algo grande que no tiene dimensión que no se puede medir en la vida de lo grande que es este amor que siento por vos. Te amo mi vida”.
Las 200 personas que estaban en el jardín del salón a las afueras de San Salvador de Jujuy aplaudieron el beso entre los flamantes esposos, mientras les tiraban pétalos blancos de margaritas. La novia vestía pantalón violeta, camisa florida y campera de cuero negra. El novio, traje, camisa blanca y corbata violeta. Era viernes 12 de septiembre de 2013. Entre los invitados estaban los padres adoptivos de Milagro, sus hijos, los hijos de Raúl, otros familiares, amigos y los compañeros más íntimos de la Tupac. Las mujeres de la organización se encargaron de la comida, la música, el baile y la torta decorada con dos muñequitos de mazapán idénticos a los protagonistas. El ramo lo agarró Guillermina, la hija de Raúl.
La fiesta en el salón continuó con bandas de folklore. En el medio de la pista de baile, alguien se le acercó a Milagro y le dijo algo al oído: había un problema en una de las fábricas de Alto Comedero. La fiesta de casamiento continuó sin la novia.
Aquel día Milagro estuvo feliz, aunque confesaba a los invitados que ella no se quería casar ante la ley, que fue por insistencia de Raúl. Le alcanzaba con la ceremonia ancestral que siete años atrás dirigieron miembros del Consejo de Amauta de Bolivia. En aquel ritual, delante de los miles de tupaqueros, Raúl se comprometió a trabajar junto a ella por más paz, armonía y justicia. Milagro prometió estar con él en las buenas y en las malas. Pero más en las malas.
“Gordito: cómo estás mi amor querido.
Yo estoy un poco triste porque es el primer aniversario sin vos y no porque queramos los dos sino que estas rejas de mierda nos separan a nuestro amor que construimos a medida que pasaban los años que vivimos juntos para vivir toda la vida juntos pero bueno la vida es así (…) Fue así nuestra vida compartiendo fue hermoso, divino, fue la pareja que mucho le hubiese gustado tener o es así mi vida o no. Bueno me despido mi amor querido cuanto te amo mi vida no te das cuenta lo mucho que te quiero?. Te amo mi vida. Milagro Sala de Noro”.
Querido Raúl Cómo estás mi amor yo sigo preguntándome por qué tengo que pagar deuda de nuestros antepasados errores que no he cometido (…) Te acordás que yo una vez te dije que no quería que me pase como el “Che Guevara” o ni lo que le pasó a Tupac Amaru que los mataron que yo no quería terminar así, te acordás que esto te lo dije hace un año.
En el barrio del Alto Comedero o el “cantri”, como reza el cartel de la entrada, hay un lugar sagrado: es el templo del Kalasasaya, una réplica del que se encuentra en Tiwanaku, Bolivia. Es un lugar elevado en donde se realizan todas las festividades de los pueblos originarios, el preferido de la Flaca. Desde ahí se ve la inmensa pileta, hoy vacía y rota, donde miles de pibes disfrutaban de las altas temperaturas del verano jujeño.
Para Milagro, que a los 14 años se enteró que era adoptada, que se fue de la casa buscando su propia identidad, la conexión con los pueblos originarios se convirtió en su único cable a tierra, siempre. Su color de piel, sus rasgos indígenas, se constituyeron como su piedra basal, su arma de defensa, su escudo ante las adversidades. Milagro vivió en la calle diez años y ahí empezó a moldear su personalidad. Cambió de amigos, probó drogas, robó. Lustró zapatos, vendió helados, endureció el carácter. Pero nunca dejó de rezarle a la Pacha Mama.
Cómo me gustaría dormirme y despertarme en el mundo donde pertenezco, en ese lugar bonito donde no hay maldad y donde el aroma es puro y sano (…) Siento que aquí en este mundo no tengo nada que hacer, creo que ya cumplí con lo que tenía que hacer, esa misión que me mandaron los antepasados.(…) ¿Por favor amor me ayudas espiritualmente para ir a mi mundo hermoso de donde pertenezco? Te lo pido por favor amor ayudame, te lo ruego, mi vida. Ya no aguanto más estar en este mundo donde no pertenezco.
Una tarde a finales de octubre Milagro recibió una llamada en el penal.
—Hola, Flaca, tengo una muy buena noticia para darte pero necesito que no te ilusiones— le dijo Elizabeth Gómez Alcorta, jefa del equipo jurídico de Milagro.
La abogada le contó que el Grupo de Detenciones Arbitrarias de Naciones Unidas había dictaminado que su detención era “arbitraria” y que debía ser liberada “de inmediato”.
—¿Y entonces?— preguntó Milagro.
—Es la primera buena noticia que tenemos hasta ahora, pero no vayas a hacer el bolso porque esto no implica que el gobierno acate la orden.
A pesar de las advertencias de la abogada, la noticia la hizo sentir a Milagro con un pie afuera de la cárcel. Esa sensación de libertad quedó reflejada en las cartas.
“Hola gordito querido: Cómo estas, yo estoy un poco más tranquila porque me mandaste la ratificación de la ONU. Lo del Presidente pide una vez más que me liberen. Y volvió a explicar lo que tiene que hacer el gobierno nacional y provincial. Y lo único que tienen que hacer es obedecer y respetar la resolución de la ONU. (…) Estoy muy inquieta para que llegue la hora de que nos den la libertad tan anhelada mi querido Raúl”.
Y después:
“Hola mi amor cómo estás mi vida. Bueno yo estoy contenta con todo lo que está pasando estos días y también por lo que te vi me puso muy feliz porque pude acariciarte, besarte y sentir tu aroma, pude tocar tu piel mi vida y eso me puso muy bien mi amor. (…) Bueno me despido hasta la próxima carta, a lo mejor me vaya a la casa te amo mi vida”.
Cada noche, antes de volver a su habitación, Milagro llena tres termos de mate porque cierran la cocina. A medida que pasan los meses la situación dentro del penal empeora.
“Hola querido Raúl
Te cuento que no la estoy pasando nada bien con este nuevo director hay mucho atropello hacia las internas y a quien te escribe. Me llega la desesperación de irme o irme no aguanto más toda esta mierda que me pasa me siento sola desprotegida que cualquier estúpido te basurea y que lo único que tenemos que hacer es agachar la cabeza y decir si a todo (…) Raúl querido te pido disculpas por cualquier cosa que yo pueda hacer con mi vida perdoname por favor mi amor. Quiero que entiendas que ya no aguanto más de todo lo que me pasa. Ya estoy cansada no tengo ganas de vivir más no le hallo sentido a la vida, me siento muy golpeada, muy lastimada anímicamente”.
“Esa noche del lunes fue muy fea porque se escuchaban gritos de las chicas como le pegaban y ellas se quejaban, se sentía el ruido de las botas como corrían las milicas de traslado”.
Antes de arrancar las tres hojas de esa carta, como si fuera un juego de niños, Milagro apoyó la mano izquierda y trazó el contorno sobre el papel. Raúl te amo. Mi vida. Mi Corazón. Mi esposo, escribió adentro de la mano dibujada.
El 10 de mayo, mientras en Buenos Aires la gente se preparaba para marchar a Plaza de Mayo en rechazo al fallo de la Corte del 2×1, Raúl Noro entró al penal con bolsas con comida, gaseosas, yerba VerdeFlor y cigarrillos 43/70 para las cinco presas de la Tupac, como hace cada día de visita desde que él recuperó la libertad.
Sentados alrededor de una mesa larga en el quincho del patio del penal, las detenidas, sus familiares y un grupo de visitantes almorzaron lengua guisada con papas en platos de plástico. Milagro sostenía en sus manos el pañuelo blanco con el logo bordado de las Abuelas de Plaza de Mayo que su titular, Estela de Carlotto, le envió de regalo.
—Les quiero contar algo que no dije antes por miedo a que le hicieran algo a las compañeras— contó Milagro —a mí también me torturaron. La subdirectora Balcarce, que ahora la corrieron, me pegó una cachetada, golpes y me amenazó.
Mientras lo contaba, se le caían algunas lágrimas. Raúl, sentado junto a ella, le acariciaba la mano. En ese momento, él se enteró que la violencia que ella relataba en las cartas no la sufrían solo las compañeras del pabellón.
Seis días después una comitiva del grupo de trabajo sobre detenciones arbitrarias de la ONU visitó el penal de Alto Comedero. Milagro y las otras detenidas les contaron de los golpes y el maltrato psicológico. Por la tarde, la líder de la Tupac denunció las torturas ante la justicia jujeña.
El último sábado 22 de abril Raúl cumplió 74 años y lo festejaron en el quincho del penal. Como en cualquier fiesta de cumpleaños llevaron torta, gaseosas y soplaron las velitas. El festejo fue doble: también cumplía años el nieto de Milagro. Antes de que terminara el horario de visita, a las seis de la tarde, ella le entregó a su marido una carta que había escrito la noche anterior:
“Para el gran amor de mi vida querido Raúl: ¡Feliz cumpleaños mi amor! (…)
Hay días que pareciera que se acerca una derrota. Pero viene a mi mente, tu sonrisa, recuerdo tus palabras y mi energía sube a mil (…) Sé que falta poco, sé que pronto estaré a tu lado para que me mimes, para que me protejas, para que me cuides, para que me atiendas como nadie en este mundo podría hacerlo (…) Perdón por los errores cometidos y por los que vendrán. Gracias por todo. Por lo que fue por lo que es y por lo que falta que sea (…) Asumamos los errores, aprendamos de las experiencias, cicatricemos las heridas. Disfrutemos de la vida. Te amo, te recontra amo mi vida. Tu esposa Mila”.