La marcha por el Ni Una Menos estaba convocada en todo el país para el sábado 3 de junio en coincidencia con el aniversario de aquel primer junio en que la tierra tembló de indignación y rebeldía.
Las compañeras de nuestra ciudad comenzaron desde muy temprano los preparativos para esa jornada pese a que el cielo se iba cerrando arriba de las producciones realizadas en los talleres y actividades que durante toda la semana se habían llevado a cabo. Durante el escrache del viernes 2 de junio, muchas de las compañeras que se juntaron enfrente del poder judicial miraron al cielo y manifestaron su enojo por “el clima patriarcal que nos empapó el 8 M y ahora nos quiere tapar de nieve el 3 de junio”. Ese sábado, la nieve lo tapo todo en los barrios. Con la bronca de cuando se conoce el esfuerzo y las negociaciones que se habían realizado intrafamiliarmente y entre organizaciones, se decidió por mayoría pasar la marcha al lunes 5 de junio. La idea era ser muchas en la calle, encontrarnos con otras y otros. Ese sábado de nieve un grupo de mujeres abrigadas y embanderadas decidieron hacer acto de presencia para no quedar en falta con la agenda nacional que convocaba a marchar. Sin embargo los preparativos y las banderas de la mayoría de las agrupaciones de nuestra ciudad quedaron ardiendo para salir a quemar el silencio ayer a la tarde.
El lunes fueron llegando de a poco. Se notaba el esfuerzo, la salida de la escuela, el faltazo a la facultad, las mochilas de los secundarios que vienen dando catedra de militancia estos días, las corridas desde el trabajo, los encuentros planificados y los espontáneos pero esperados. La marcha empezó puntual porque cada persona marchaba para adentro desde ese sábado en donde la nieve nos había hecho esperar en las trincheras. Había ganas acumuladas de denunciar y de estar juntas. Se acercaron muchos compañeros varones que llevaban mate, a las hijas, o las banderas que el viento se empeñaba a tirar para atrás como creyendo que podría hacer retroceder un colectivo que decidió marchar y pedir justicia cada vez que en nuestra ciudad asesinaron a una mujer o mal caratularon un femicidio.
Se marchó por momentos llenándolo todo de cantos, con las compañeras que más se animan a llevar el megáfono. Con las y los estudiantes que se quedaban afónicos en la felicidad de encontrar causas justas por las que pelear. Y con las infaltables candomberas que desafiaron el frio de los parches en cada retumbe del tambor.
Hubieron cuadras también donde el silencio y el dolor desafiaban la fuerza del grito colectivo. Coincidía cuando pasaban entre las que caminábamos las siluetas que llevaban los nombres de las mujeres que nos faltan. Las siluetas ensangrentadas que se autodenominaban “evidencias”. Estas cuadras, las del silencio, nada tuvieron que ver con la sumisión o el cansancio. Era un silencio que hablaba memoria. Pero sobre todo demostraba que las mujeres asesinadas no son un número, y a todas las que estábamos ahí nos hacían falta.
Al llegar a la Plaza de los Pañuelos se armó una ronda repleta de carteles, en el centro indudablemente latía el fuego del caldero, porque durante los cuarenta minutos en los que se leyó el documento nadie pareció tener frío. Las veinte mujeres que leyeron las más de diez hojas que se habían escrito dieron una clase magistral de militancia y género. El texto se convirtió en una Proclama. Se especificaron los casos de femicidio cometidos en nuestra ciudad. Se denunciaron las experiencias subjetivantes donde se vivencia el machismo en las prácticas cotidianas y naturalizadas. Se realizó una descripción de los espacios físicos en los que se vulneran los derechos de las mujeres, las travestis y las personas trans. Se puso hincapié en los derechos vulnerados de las compañeras mujeres originarias y los permanentes maltratos a sus cuerpos y sus tierras que sufren por parte de este Estado. Se explicitó el derecho a ser felices y libres. Se denunció la cantidad de muertas por abortos clandestinos y se pidió, nuevamente, por la legalización del aborto.
Se terminó la lectura y la tierra tembló. Porque todas desde sus lugares llenaron el aire de gritos, aplausos y alaridos. Las siluetas con los nombres de nuestras mujeres se plantaron en la tierra y casi coreográficamente cerraron el círculo que habían formado las allí presentes. Esa imagen viajó a las cenas de esa noche, con amigas, compañeras, con familia, y con cada una. Viajo para ayudarnos a recordar que no estamos todas. Pero las que estamos y los que decidan sumarse no daremos un paso atrás. Porque el patriarcado se va a caer y el feminismo va a vencer.
Por Mariel Bleger
Fotografía: Euge Neme
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen.