Finalmente ocurrió. El Ministerio de Producción y Agroindustria aprobó la semana pasada el loteo de 320 fracciones de la empresa Laderas sobre el cerro Perito Moreno en Bolsón. El proyecto que fue punta de lanza de un nuevo modelo de negocios de la elite de la región llegó tarde, pero llegó. Atrás quedaron los hitos en la movilización y resistencia popular, estudios de especialistas en contra, acciones legales, etc., similar a lo ocurrido con Catedral.
Si uno hace un análisis puramente económico y de corto plazo puede entusiasmarse con la llegada de inversiones para la construcción de las casas y servicios en la altura y los puestos de trabajo que se crearán. Incluso estos proyectos traen un bagaje teórico y técnico en su presentación y oferta enfocados en la “conexión y respeto con el entorno” en el servicio que se va prestar allí, construcciones que minimizan el impacto, etc.
Recuerdo que la primera vez que leí el estudio ambiental de Catedral pagado por la empresa (similar al de Laderas) noté que no solo que era difícil discutir desde lo técnico ambiental la calidad del trabajo, sino que era inútil dar esa discusión. Porque la discusión de estos emprendimientos no puede ser centrada en el proyecto en sí mismo, que, al contrario, usufructúa el discurso “verde” para darle mayor valor a su “mercancía” de turismo de elite, el punto culmine del neoliberalismo ambiental. Sino que la discusión que puede darse, con alguna esperanza de triunfo, es quienes se apropian de los beneficios de los bienes naturales y quienes sufren las consecuencias de su mal manejo. Los que somos de la zona sabemos que siempre los que sufren son los laburantes ante una mala temporada. Recuerdo que un concejal, en su faz de humorista, me amenazó con acciones legales cuando le sugerí que estaban comprados o eran muy inocentes por aceptar como buena la retribución a la ciudad que prometía la empresa a cambio de quedarse con el negocio y las tierras del cerro. Como para no dejar lugar a dudas, al poco tiempo la pandemia vino a ratificar que quienes manejan el cerro privatizaron los beneficios ambientales y socializaron las pérdidas. Pidieron no pagar canon, suspender obras prometidas y todos le pidieron al Estado Nacional que cubra sueldos y pérdidas.
El tiempo ha demostrado que los grandes capitales atrás de estos proyectos tienen la paciencia y espalda para esperar el momento social y político que les permite concretarlos. Cuentan con la guinda de ofrecer puestos de trabajo, algunos “vueltos” y la desesperación social. El tiempo demuestra que este nuevo modelo de negocios no hace más que renovar y profundizar un modelo de ciudades partidas, elite y pobreza. Entonces cabe preguntarse si es posible ganar al menos una batalla discutiendo más los cómo y para quienes son las ganancias de regalar los bienes naturales de todos. Si vamos a ceder como sociedad, queramos o no, los beneficios del control y cuidado sobre nuestro entorno, por lo menos hay que plantar ciertas banderas, ciertos límites que no se pueden tolerar. Por ejemplo, ¿Es aceptable que haya barrios sin agua, una sequía fuerte, peligro de incendios y al mismo tiempo se usen litros y litros de agua para fabricar nieve? ¿Es tolerable que haya vecinos sin servicios y a la vez el Estado invierta en servicios para el turismo de elite? ¿Es aceptable que los que se llenan los bolsillos con los bienes comunes a la primera crisis corten el hilo por el lado de los laburantes? ¿Puede la gran empresa manejar “a piacere” esos bosques, mientras hay vecinos sin leña?
No propongo bajar banderas, sino repensar como podemos lograr que socialmente deje de ser aceptable el que sigue siendo el negocio para unos pocos. El cambio global empieza a ser cada vez más claro en sus efectos imprevisibles y extremos. La pregunta es entonces es quien paga la próxima vez que no haya turistas ni nieve.
Por Manu de Paz
Fotos: Mateo Silva Rey
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen