(por Marcelo Massarino/El Furgón) – La Revolución Rusa que encabezaron Vladimir Lenin y León Trotsky, en 1917, cumple una centuria y es motivo de recuerdos y homenajes. También es una oportunidad para reflexionar y trazar balances y conclusiones sobre el devenir del socialismo en el poder y de papel que jugó, con posterioridad, la burocracia stalinista. En ese sentido, el historiador argentino Luis Brunetto escribió El camino hacia Oktubre: a 100 años de la revolución, un trabajo que publica la editorial Sudestada y que se propone un intento “por centrarse en los aportes de la revolución rusa a las discusiones políticas de nuestro tiempo, más que por ganarse un lugar en el terreno de las acartonadas discusiones académicas”.
En más de 120 páginas, que incluyen un anexo documental, el autor advierte que “desempolvar la discusión sobre la comuna rusa es una necesidad para pensar las luchas revolucionarias en estos días. Pues, los militantes de un lado y del otro de las fronteras latinoamericanas, nos preguntamos por las formas que adquieren ciertas relaciones de producción en esta parte del mundo, y las potencialidades y limitaciones de ellas. Probablemente, sea del mismo tipo también del dogmatismo de las socialdemocracias europeas con las que se midieron los bolcheviques, el de aquellos que piensan que en países como Colombia o Bolivia las revoluciones puedan abstraerse de los elementos campesinos y originarios”.
Luis Brunetto tiene una Licenciatura en Historia de la Universidad Nacional de Luján y es docente desde hace veinte. Publicó varios libros y es columnista de la revista Sudestada desde 2014. Codirigió los documentales La división perdida, sobre los alumnos y ex alumnos desaparecidos de la Escuela Normal Nacional Antonio Mentruyt, de Banfield, y catorcedosciencuenta, que narra las luchas del movimiento obrero contra el gobierno de Isabel Perón, que provocaron la caída del ministro de Economía Celestino Rodrigo y del titular de la cartera de Bienestar Social, José López Rega.
Parte del libro está dedicado a reseñar los días de octubre en una crónica que sirve para tomar dimensión de las pujas internas adentro de las fuerzas revolucionarias. En ese marco, el bolcheviquismo, un concepto que Brunetto propone recuperar, adquiere un papel clave en la conducción aun con la oposición de la mayoría de los sectores. En un tramo que se refiere al Congreso campesino y el Primer Congreso de Soviets de toda Rusia, el autor señala en diálogo con El Furgón: “La base de crecimiento de la influencia bolchevique se hallaba en el hecho de ser el único partido dispuesto a levantar el programa al que las masas aspiraban. A principios de mayo, durante la reunión del Congreso Campesino de Toda Rusia, los bolcheviques tuvieron por primera vez ocasión de desarrollar esa influencia sobre el campesinado. A pesar del predominio de los socialrevolucionarios y de los mencheviques en él, las posiciones bolcheviques tuvieron una inmensa repercusión. La propuesta del delegado bolchevique Ivar Smilga, defendida también por el propio Lenin en su discurso al Congreso, fue rechazada por una amplia mayoría, pero llegaría a todos los rincones de Rusia transmitida por los delegados que habían participado: el planteo bolchevique era que el Congreso se declarase a favor de la toma inmediata y organizada de las tierras por los campesinos”.
–A cien años de la revolución, ¿se pueden sacar nuevas conclusiones y enseñanzas?
–Es necesario hacer un balance y más que enseñanzas nuevas lo que hay que retomar es el camino que se interrumpió con el stalinismo. La gran pregunta es por qué ese ciclo fracasó. Por eso, el libro encara la discusión sobre la revolución en los países atrasados, cómo (Karl) Marx y (Federic) Engels encaraban ese problema. Siempre plantearon que se tomara en serio a la revolución, que es la idea de la unidad del proceso revolucionario mundial. No que se iba a dar en todos los lugares al mismo tiempo, pero sí que no puede detenerse.
–¿Cree que el marxismo, con los aportes del leninismo y el trotskismo, son una base válida para analizar el mundo de hoy?
–Yo no distingo leninismo de trotskismo, sino que uso el término bolchevismo. Lenin y Trotsky eran dos personas que pensaban igual en términos generales. Se peleaban, tuvieron diferencias políticas antes y después de la toma del poder sobre algunas cuestiones sobre las cuales el propio Trotsky reconoció que, normalmente, la razón la tenía Lenin. Pero aun así, pensaban de la misma manera porque eran bolcheviques. Se debe rescatar la idea de bolchevismo sobre todo en base a estas dos ideas teóricas fundamentales: la del imperialismo y de la revolución permanente. El trotskismo es un rótulo que dejé de usar hace rato, incluso para identificarme. El propio Trotsky no se consideraba trotskista. Nunca vas a encontrar un texto donde hable en esos términos, salvo cuando lo hace entre comillas. De hecho, su corriente al comienzo se llama “de los bolcheviques leninistas”. Si hay algo que podemos llamar trostskismo es en referencia a Stalin, cuando Lenin había muerto.
–Tal vez, al pensar en la izquierda argentina, sería interesante hablar de “bolchevismo” y dejar de lado el resto de “ismos”.
–Sí, yo discuto el tema, por ejemplo, con compañeros del Partido Obrero que están empezando a revisar la cuestión del Che y replanteando algunas cosas. El término trotskismo tenía algún sentido cuando el stalinismo era una realidad política, pero hoy en día no existe ni tiene peso social o político. Lo que fracasó no fue la revolución permanente, sino el socialismo en un solo país.
–¿La cuestión central en nuestro país es la herramienta política?
–Me parece que el problema es que el stalinismo fue muy grave porque hizo desperdiciar un siglo entero a la clase trabajadora. Entonces sí, el problema es la herramienta política, pero es igual acá y en todas partes. Pienso que cuando se iniciaba un ciclo revolucionario (en Europa), ¿qué había? Las socialdemocracias se rompían y se forman los partidos comunistas, algunos grupos anarquistas. Si uno ve la crónica del año 1917 y Lenin no le daba bola nadie, se tenía que pelear con todo el mundo. No era un partido en el que el tipo decía “acá se hace esto y listo”. Pensemos en eso, al punto que lo que decían dos de sus principales dirigentes (Lenin y Trotsky) para el resto era una locura, les decían “vamos todos al cadalso”. Hay mucho mito sobre el bolchevismo y el centralismo democrático. Lo que se ve es un partido lleno de tendencias que dicen una cosa y otra. Incluso Lenin amenazó con renunciar al Comité Central y dijo que iba a sublevar a los obreros en contra del partido, un mes antes de la revolución. Pero todos tiraban para el mismo lado cuando la cuestión era decisiva.
–La izquierda tendría que leer con atención su crónica de los días de la revolución de octubre…
–Acá hay mucho rencor, cosas chiquitas. A medida que la clase trabajadora vea que necesita a la izquierda, esta va a cambiar. En nuestro país, por ejemplo, cada vez el peronismo desgaja más su identidad. Entonces, es lógico, ¿a dónde va a ir la clase trabajadora? A la izquierda, no le queda otra y eso hace que se vea obligada a mejorar. Los procesos de cambio también se producen porque te ves obligado a madurar.
–¿El socialismo es la única salida?
–Es la única salida para la humanidad. No hay duda. La burguesía siempre usó las ideas falsificadas sobre el marxismo, como decir que Marx planteaba que el socialismo era inevitable. Jamás lo hizo, tampoco Engels, ni Lenin. El socialismo sólo es posible si la clase obrera lo construye, no hay otra manera. De lo contrario, la burguesía va a seguir reconstruyendo su poder aunque tenga que pasar por las crisis más graves y ese proceso pueda llevar a la destrucción del planeta. Como decía Marx, la burguesía se traga la fuente de toda la riqueza social: el trabajo y la tierra. Si el capitalismo subsiste, vamos hacia eso. Y el socialismo es la única salida. El problema es que no se trata de algo automático por más que el capitalismo se caiga a pedazos y nos lleve de tragedia en tragedia. Va a sobrevivir si la clase obrera no derrota a la burguesía.