Mientras los hinchas esperan la verificación tecnológica para gritar un gol, los partidos son exclusivos para suscriptores de cadenas televisivas y las tradiciones barriales se pierden al ser los clubes comprados por grupos empresariales, el sueño sigue siendo que un pibe se sienta representado, deje el celular y salga a jugar a la pelota.

El fútbol argentino te rompe las piernas y después te vende las muletas. Los jugadores de Boca posaron sonrientes para los reporteros gráficos con un cartel en las manos:“La ciberludopatía infantil es una enfermedad. Alejá a los menores de las apuestas”, mientras lucían el logo de Betsson en el pecho de sus camisetas.
En la final entre Huracán y Platense, un hombre encapuchado entró a llevarse la pelota, y la televisación privada remató el acto con la consigna “no permitas que nos roben el fútbol. Decile ‘no’ a la piratería”. Las escenas, entre bizarras y apocalípticas, parecen escritas a dúo por Roberto Fontanarrosa y David Foster Wallace. Los destinatarios de las campañas son los niños, los únicos para los que todavía, como decía Pier Paolo Pasolini, el fútbol es una representación sagrada.
La Asociación del Fútbol Argentino funciona como enfermedad y remedio en simultáneo. En las canchas del Predio de Ezeiza enseñan, intercambian conocimientos y siembran semillas profesores como Lionel Scaloni, Pablo Aimar o Diego Placente. Una guerrilla nostálgica que difunde el deporte lúdico, la relación histórica del fútbol nacional con el potrero y la teoría del “jugar para divertirse”; como decía Osvaldo Bayer: el jugar, que no es otra cosa que soñar. Pero también salen de la AFA directrices como que el Torneo de Primera División 2025 tenga el nombre de una casa de apuestas, la principal adicción de los adolescentes. “Los chicos ya no disfrutan el fútbol -declaró el vicario de pastoral Munir Bracco en el Senado- viven pendientes de si es gol, palo, tarjeta amarilla, roja o penal para ver cuánto ganan. La apodada “liga de los campeones del mundo”, donde solo Franco Armani, Marcos Acuña, Gonzalo Montiel y Leandro Paredes, los integrantes del plantel de Qatar 2022 que juegan en el país, se comportan como uno de ellos.

“Los chicos ya no disfrutan el fútbol -declaró el vicario de pastoral Munir Bracco en el Senado- viven pendientes de si es gol, palo, tarjeta amarilla, roja o penal para ver cuánto ganan”.
Pasolini creyó en la condición sagrada del fútbol. El director de cine italiano jugó en la calle, en la plaza y en el potrero con los bambinos de Roma hasta el día de su muerte. Buscaba alejarse por unas horas de la rutina, de los vicios de la adultez: “Fueron indudablemente las tardes más bellas de mi vida. Solo con pensarlo se me hace un nudo en la garganta”, confesó. 50 años después de que sea asesinado por un grupo de fascistas, los hinchas esperan la verificación tecnológica para gritar un gol, los partidos son exclusivos para suscriptores de cadenas televisivas y las tradiciones barriales se pierden al ser los clubes comprados por grupos empresariales. Para Pasolini, el culpable de la situación futbolística mercantil moderna sería lo que él nombró “fascismo actual”: la sociedad de consumo.
Es el 17 de abril de 1975 y Enrique Raab llegó a La Boca para cubrir el Superclásico. El periodista pisó la tribuna de La Bombonera y registró a los xeneizes cantando la Marcha Peronista; y a los de River respondiéndoles un “Ya lo ve, ya lo ve / La Boca está bailando a pedido de Isabel”. La presidenta Isabel Perón había exigido que el partido fuera pasado por televisión abierta. Dos situaciones que parecen inviables en 2025. La transmisión es el punto central en el relato de Raab. El cierre de la nota, y de una época, se lo da un boletero del extinguido Trocadero de la calle Lavalle, cuando le dice “hoy el cine no es negocio. Entre los 65 mil que están en la cancha y los tres millones que lo van a ver por TV, lo mismo podríamos no hacer la función”. El negocio comenzará a ser el fútbol.

Es el 17 de abril de 1975 y Enrique Raab llegó a La Boca para cubrir el Superclásico
El Superclásico era sagrado: un encuentro con dos hinchadas; visto por fanáticos ricos y pobres, ancianos y jóvenes, porteños y de El Interior del país; y protagonizado por ídolos que permanecían en los clubes durante décadas. El clásico redactado para la historia por Raab fue uno de los últimos antes de la Dictadura cívico-militar, la cual haría del Mundial 1978 un fracaso financiero y desaparecería al periodista.
Pasolini compartía los ideales oníricos de Bayer: el balón como sedante anti doloroso, o bien: todo se olvida con un partido. […] En el fondo, al pobre le basta con poco, y un balón es lo ideal para soñar. Un “sedante anti doloroso” ausente para el pobre en estos momentos. Los únicos beneficiados con la píldora son las tres millones de personas abonadas al exclusivo “pack fútbol”, que tiene los derechos para el Superclásico del domingo, y los pocos afortunados que consiguen entradas para ver a su equipo o a la Selección. El colmo de la maquinaria: el pobre sufre la precarización en el trabajo y se encuentra incitado por Boca y River a apostar lo poco que gana. Los escritores no entenderían por qué ambos equipos saldrán a La Bombonera con logos de casinos virtuales en sus camisetas teniendo en cuenta que son un peligro comprobado para los simpatizantes.
“Empanadas fatta per la mamma”, leyó Raab en italiano en un carrito callejero apenas pisó el barrio de La Boca. Pasolini pidió un solo autógrafo en toda la vida: a Amedeo Biavati, quien jugó 14 años en Bologna, el equipo de su ciudad natal. Los orígenes, las manos de la vieja tana y los equipos como identidades significaban un camino a respetar para los dirigentes, hinchas y jugadores. Los dos escritores, comunistas y homosexuales, asesinados por su triple condición social, reportaron un fútbol obsoleto.
“Se dañó casi todo lo que no es la hora y media de entrenamiento o de partido. Lo que no tiene daño es la risa de un loquito que tira un caño”, sintetizó Aimar alguna vez. El sueño es que un pibe se sienta representado, deje el celular y salga a jugar a la pelota. ¿Puede seguir siendo sagrado algo que cada vez está más manchado?
Por Luca Palmas
Equipo de Comunicación Popular Al Margen

