Sergio Maldonado acaba de publicar “Olvidar es imposible”, un libro que puede encontrarse en Cultura y que será presentado el 7 de agosto en Casa Macacha, Bariloche. Allí narra los 78 días más brutales de su vida: un descenso al infierno, con pasadizos a la dimensión humana del bien.

La causa original por la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado el 1 de agosto de 2017 durante un operativo de Gendarmería Nacional en Cushamen, Chubut, sigue abierta en estado de investigación. Trescientos cincuenta kilos de expediente descansan en el juzgado federal de Esquel desde hace 15 meses y esperan ser enviados al juzgado federal de Ushuaia. Así lo resolvió la Cámara Federal de Comodoro Rivadavia el año pasado, y además revocó el sobreseimiento de los seis gendarmes imputados.
—¿Dónde estás? —preguntamos por teléfono a Sergio Maldonado.
—Estoy en mi casa en Buenos Aires. Desde hace un tiempo tengo dos domicilios: en Bariloche y acá. Porque para que siga el reclamo de justicia, tengo que participar en distintas actividades, muchas concentradas acá. La causa además está en Esquel, aunque debería estar en Ushuaia, con lo cual para ir hasta allá hay que salir desde Buenos Aires, la abogada está en Buenos Aires, todos los organismos de derechos humanos están en Buenos Aires, el resto de las querellas también, las radios, los canales.
—¿Estás participando en alguna organización?
—No estoy dentro de un organismo o algo por el estilo. Sigo buscando qué lugar siento que me pertenece. Durante mucho tiempo tuve vínculo con Norita Cortiñas, entonces estuve en los espacios de ella. Al ya no estar Nora, empecé a andar solo, lo que es duro.
—¿Antes de 2017, buscabas espacios de participación política?
—Entre los 14 y los 16, después vino Menem y sentí una desilusión. Pero siempre me gustó discutir de política, y ahora con lo de Santiago se despertó mucho más, porque hace que tenga una posición mucho más fuerte, que no tiene que ver con lo partidario y me hizo ver muchas cosas.

—¿Cómo nació el libro?
—El 2 de agosto de 2019 estaba escuchando la radio después de la marcha por el segundo año de Santiago y un periodista presentó un libro con un montón de mentiras sobre el caso, me generó mucha bronca. En uno de esos días Pedro Saborido me dijo “vos tenés que empezar a escribir”. Después vino la pandemia, Pedro me llamó varias veces: “Y ¿escribiste? No, no escribí nada”, le decía. Hace tres años hice un contrato con Marea Editorial, pero bueno, no arrancaba a escribir nunca. Luego vinieron dos personas que me ayudaron a desgrabar, pero no me gustó el resultado: eran ideas desordenadas, un texto pobre. Entonces Andrea (su mujer) me dijo “Bueno, pero en realidad la gente no sabe lo que vos querés contar, o sea nadie te va a reemplazar en esa tarea”. Me empezó a ayudar, el texto se fue ampliando, se fue creando una cronología, entré en broncas, dolores, angustias. Y ahí es donde ella tuvo la mayor injerencia, porque ella estuvo todo el tiempo al lado mío durante la búsqueda de Santiago. Me ayudó a reconstruir cosas que tenía bloqueadas.
—Describime la sensación al entregar la última corrección.
—Fue como sentarme en un confesionario, para ponerlo en términos católicos, o ante un juez y contarlo todo. Cuando vi el libro en librerías, volví a sentir eso que me pasaba cuando diseñaba una cajita de té y la dejaba en un supermercado y la miraba como un objeto que nació de mí, transformado por mí. Ojalá que circule, que se pueda leer.

—Tengo la impresión de que a partir del caso de Santiago empezó esta moda de capitalizar políticamente declaraciones conscientemente antipáticas, ofensivas. Aunque no recuerdo bien si la frase “el curro de los derechos humanos” del ex presidente Macri fue anterior o posterior a agosto de 2017.
—Tuvo un sentido lo que dijo Macri, un efecto. Cuando desapareció Santiago, un montón de organismos de derechos humanos salieron a hablar. Santiago era un desaparecido en democracia, eso tenía un peso fuerte. No porque la vida de Santiago fuese más o menos importante que la de otros desaparecidos mapuche, wichi, Julio López, Daniel Solano, Luciano Arruga. Sino porque estuvo involucrada una fuerza federal avalada por el gobierno que negaba el involucramiento. El primero de octubre se juntaron 300.000 personas en Plaza de Mayo, hubo manifestaciones en 200 ciudades, en Roma, en Londres, en París, en Berlín, en Atenas, cantidad de medios internacionales cubriendo el caso: RT, CNN. ¿El país de los 30.000 desaparecido volviendo a las viejas prácticas?, decían. En ese momento hicieron aparecer el cuerpo, instalaron que se ahogó solo, que inventamos un desaparecido, pareció que la piñata se pinchaba. Pero después vino Rafael Nahuel y la sociedad ¿cómo reaccionó? Con doscientas personas en el Centro Cívico apoyando a los buenos vecinos de prefectura. Vino Facundo Castro, Luis Espinoza, los casos en comisarías, llegamos a que en el obelisco, tres días antes las elecciones de 2023, mataran a Facundo Molares con una rodilla en el cuello y Bullrich dijera “se infartó solo“. Gatillaron a Cristina Fernández, dijeron “fue un auto atentado”. Gasearon a una nena de diez años, dijeron “la culpa es de la madre”. Un gendarme disparó a Pablo Grillo y dijeron, prácticamente, que cabeceó la bala.
—¿Cuál fue el peor descenso al infierno de esos días?
—Cada día fue peor que el anterior. Tal vez el día en que apareció, el día que fui a la morgue. Yo tenía la esperanza de que apareciera con vida.
—¿Alguna vez te sentiste usado por alguien (o por algunos) que estaban “políticamente” de tu lado?
—El uso es mutuo, es un uso hasta donde uno permite que haya uso. Lo feo es cuando hay un uso en el momento que suma y en el momento en que no suma le sacás el brazo a la jeringa. Lo tengo claro y se los hago saber. Hay momentos en que hay canales de televisión que te sacan, en otros momentos no, otros son muy fieles. Periodistas, políticos. Hay que convivir. Me parece que todos los espacios son buenos. Yo separo a Sergio hermano del Sergio a secas. Si yo me quedara con el Sergio hermano y siguiera los ideales de Santiago, no sería yo, tendría que transformarme en un anarquista, pero yo no soy anarquista, creo en el Estado. Porque mi manera de seguir es por la vía judicial y de impulsar cosas a través de la dirigencia política.

—Decís que así como conociste el infierno también conociste una dimensión desconocida, la de la solidaridad inesperada de tantas personas. Además de Nora Cortiñas, ¿quién más estuvo cerca tuyo?
—Norita tenía como un sexto sentido, a veces yo estaba medio bajoneado y me llamaba por teléfono y decía: “Escúchame, vos llegas a dejar la causa y yo te cago a patadas en el culo”. Durante mucho tiempo iba a algún lado y estaba serio, ¿viste? No me permitía ni tomar un vino, no me aflojaba y ella era la que me iba diciendo “bueno, también hay que vivir, hay que disfrutar de la vida“. Otra persona muy influyente es Tati Almeida, todos los primeros un mensaje, un te quiero, muy familiera. Lita Boitano, que me impulsó a hablar ante tanta gente por primera vez, me dijo que hablara con el corazón. Artistas, actrices, actores, el ambiente del fútbol, de la música, sindicatos, organismos de derechos humanos y gente particular que me cruzo en la calle. Tengo que estar con los pies en la tierra, siento un grado de responsabilidad. Nunca fui tilingo, pero digo, todo esto también puede generar confusión y que se te suba a la cabeza. No es fácil pasar de un anonimato a que te hagan un lugar en todos esos espacios, a que te adopten, a que te quieran. Por eso cuando terminé el libro dije que así como es imposible olvidar, es imposible agradecer. ¿Cómo nombro todas estas personas en un libro? No se puede.
Por Pablo Bassi
Colectivo de Comunicación Popular Al Margen
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