Alcanza con cruzar las puertas de vidrio del Hospital Zonal Ramón Carrillo de Bariloche para que la desolación tome forma y se siente en alguna de las sillas vacías que hoy se multiplican en uno de los nosocomios más importantes de la región.
El silencio parece enlatado, una respiración contenida. Cada tanto, entra algún usuario que insiste en averiguar cómo hace con el turno que consiguió hace tres meses, un día de diciembre, a las 4 de la mañana. Las ventanillas están cerradas. Alguien que pasa esboza una respuesta de posibles escenarios.
Las intervenciones en los muros, los vidriecitos que devuelven reflejos de una luz lejana, parecen vestigios otros tiempos, como si todavía quedara en algún ribete el intento de sostener cierta inspiración alegre en esas paredes que recuerdan largas esperas.
Bajando una de las escaleras del laberinto que une la zona nueva de hospital con el antiguo edificio se llega al espacio que hoy contiene al sector de enfermería. Allí, en pequeños grupos, comparten las últimas informaciones, se alientan con los problemas más inmediatos, se pasan un mate para apagar la angustia de estas horas. El pan duro sobre la mesa.
El conflicto fue avanzando frente a la falta de respuestas y este miércoles en el Hospital se presentaron las renuncias de jefes de servicios y centros de salud, una medida que acompaña el cese de actividades del Servicio de Enfermería que comenzó este jueves. La cuerda se tensa. El sector constituye una gran parte de ese iceberg que sostiene la salud púbica que hoy tambalea por la falta de recursos y los sueldos de miseria en el que se sumerge a todos los trabajadores y trabajadoras de la salud. Las protestas se multiplican en la provincia.
“La situación viene mal desde noviembre del año pasado: no nos aumentaban y nos decían que no había plata y que no nos iban a aumentar. Llegamos a marzo y cobramos sueldos de 320.000 o 350.000, depende el caso. Con guardias se puede llegar a 400.000”, dice Daiana. Trabaja hace seis años en el hospital y como al resto de sus compañeras le es imposible llegar a fin de mes, con alquileres que valen lo mismo que el sueldo, aumentos en trasporte, servicios y una canasta básica estipulada en 700 mil pesos. Hace guardias, todas las que puede, pero tampoco alcanza. La angustia crece.
“No podemos hacer más extras porque no nos dan los tiempos”, dice otra compañera y explica que hay días que trabajan 16 horas dos días seguidos, descansan uno y así siguen. Hasta 10 guardias por mes.
En el medio, cuentan, desde el día de ayer comenzaron a recibir intimaciones por parte de la policía que llega hasta sus casas en ambulancias que salen del hospital: “Traen las notificaciones del gobierno provincial diciendo que sí o sí hay que presentarse a trabajar y nos amenazan en forma indirecta en relación a quitarnos el título o la matricula. A pesar de eso seguimos firmes, porque es totalmente inhumano lo que se está ganando hoy en relación al trabajo”, dice otra de las trabajadoras y expone también las condiciones en las que se desempeñan y el grado de responsabilidad que conlleva. Viviana completa: “Nosotras estamos en la parte de pediatría que tiene la sala general y la UTI pediátrica, donde ingresan los casos más críticos. Estamos cuidando otras vidas, con un gran nivel de responsabilidad y no se nos reconoce la labor, no podemos trabajar con tranquilidad”.
Valeria cuenta que ingresó al Hospital en el contexto de la pandemia, cuando nadie, recuerda, quería pasarse al sector público porque todos saben que los sueldos son muy bajos. “Estamos cumpliendo las guardias mínimas, pero reclamamos lo justo. El trabajo dignifica, pero en este caso no: estamos pasando un momento de angustia y crisis porque no llegamos a fin de mes. Es la indigencia total”, dice y recuerda el tiempo de los aplausos: “Parece que no hay memoria, hasta el gobernador dijo que nos tenían que reconocer como esenciales y hoy se olvida”.
Así, mantienen la espera a alguna respuesta que por ahora apenas es promesa de una comitiva que llegaría al hospital. Nada concreto. “Queremos volver a trabajar”, dicen. “Muchos compañeros andamos con el uniforme en la mochila, esperando que haya una propuesta y se levante el paro. Los que tienen que responder y resolver son los políticos de turno. La sociedad se confunde: no nos tiene que pedir respuesta a nosotros, le tienen que pedir respuestas al gobierno”.
No se puede vivir del amor
Livia trabaja en el Hospital hace 27 años. Ingresó al sector del lavadero, después, por problemas de salud debido a los componentes químicos que se usaban pasó al plantel de mucamas del sector de laboratorio y luego a la unidad de alimentación, donde continua.
“Trabajamos prácticamente 16 horas diarias, con un sueldo magro de 350 mil pesos. La mayoría alquilamos y pagamos un alquiler de 400.000, 500.00 pesos, esto quiere decir que estamos pagando algo que no tenemos en el bolsillo. Por eso, tenemos que estar 16 horas acá. Yo me perdí parte de la educación de mi hija, de la crianza, de la adolescencia, y hoy no puedo disfrutar de mis nietos porque estoy acá adentro, así como yo el resto de los compañeros que están en el en el área de servicio generales”, detalla.
También se refiere a otras partes de este gran engranaje que es el funcionamiento del hospital. “Las mucamas también trabajan 16 horas con un sueldo mínimo, igual que el nuestro, y tenemos muchas compañeras jóvenes que ya tienen problemas de columna, tendinitis en el hombro, en la mano, y hacen maravillas para trabajar ya que no tienen insumos porque el gobierno no los provee. Más de una tiene que comprar de su bolsillo: rejillas, trapos de piso. Sin mucamas no hay higiene y no hay atención. Es una cadena. Limpian los servicios para que después venga la enfermera y atienda, después viene el médico. También está la cocina, el lavadero: un paciente no puede estar si no tiene sus sábanas limpias”, dice y menciona la falta de recurso humano: “No hay gente y no va a haber nombramientos. Tampoco tenemos el reconocimiento de categorías, no nos pagan las recategorizaciones, estuvimos en la pandemia, nos prometieron la ley de insalubridad, pero nada, y así muchas falencias”.
A eso, le suma, están los otros incrementos, como los que se viven en el trasporte, donde no se gasta menos de 2.000 pesos diarios para hacer uso del colectivo de línea. “Ayer una compañera contaba que no llega a comprar la garrafa de gas y están aportando entre todos los compañeros para comprarle una. A eso que hemos llegado en una provincia tan rica y en un hospital tan importante, que alberga toda la línea sur, un hospital escuela que esté en las condiciones que está. Maternidad cerró, porque la infraestructura se está viniendo abajo, pediatría, cuando llueve, llueve más acá adentro que afuera”.
– ¿Pensás en jubilarte?
-Me da miedo. Ya estoy pidiéndole al de arriba que me dé salud y fortaleza para seguir trabajando en otra cosa. Hoy si mi hija no me ayuda con el alquiler, yo no lo puedo pagar. Hemos llegado a depender de mi hija. Aunque al hospital entro y salgo de noche.
“El hospital es irreemplazable, sobre todo acá en Bariloche. Uno cuando no tiene cobertura de la obra social, o cuando tiene una complejidad, el lugar es el hospital. Porque, aún las obras sociales, teóricamente con mejor cobertura, ante algunas dificultades de complejidad que no pueden cubrir van al hospital”, dice la trabajadora social Patricia Mendoza quien integra la Diplomatura Superior en Salud Mental comunitaria. En ese sentido recuerda que todas las clínicas privadas de Bariloche están en falta legalmente, porque no tienen guardias vinculadas a la salud mental: “Todo lo que tenga que ver con salud mental lo atiende el hospital. Así que la situación es gravísima en un contexto donde estamos ya todos colapsados y es cuando más atención se necesita. Todavía se están viendo las consecuencias de la post pandemia de tantas situaciones, de ataques de pánico, depresión. Siguen subiendo los intentos de suicidio, hay muchas más violencias. Que no haya atención es terrible”.
En cuanto al conflicto, rescata la fuerza de la organización que ha tomado, sobre todo el sector de enfermería. “Creo que el que se hayan podido plantar y tomar esta medida extrema tiene que ver también en parte con el proceso de jerarquización de la profesión y la valorización de la disciplina. Históricamente la enfermera era auxiliar de, pero hoy es un campo disciplinar específico y son totalmente irremplazables por cualquier otra disciplina y están organizándose y poniendo voz en sus necesidades y a la situación en la que deben desempeñarse”, dice y alerta sobre el riesgo de las intervenciones sin insumos en lo cotidiano. “Terapia intensiva pediátrica no hay en otra parte de la ciudad y una enfermera contaba que no había tubo de oxígeno. Ponen en riesgo su intervención profesional. Ni ibuprofeno hay en el Hospital. Por eso hay un acuerdo general de enfermería de que no se puede trabajar así. No solamente en relación al salario sino a las condiciones de trabajo”.
Por Violeta Moraga
Fotos: Alejandra Bartoliche (Télam en lucha)
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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