La Biblioteca Sarmiento cumple 95 años al servicio de la comunidad, convirtiéndose en una usina cultural esencial en la vida de quienes habitan estas tierras.
Cuando en el año 1993 nos vinimos vivir a Bariloche, una de las primeras cosas que hizo mi mamá fue hacerse socia de la Biblioteca Sarmiento. Era uno de los rituales que siempre hacía cuando llegaba a un lugar nuevo: acercarse a la biblioteca. Así nos inculcó esa danza de ir y venir con un libro bajo el brazo. Leer, devolver, volver a pedir prestado.
Puedo escuchar, como todavía sucede, el crujir del piso de madera lustrada al ingresar por los arcos de piedra del Centro Cívico. Inmediatamente después, el silencio algodonado, como una sustancia mullida, que cobija a los que se refugian en este espacio donde la luz de la mañana cae desde el ventanal que mira al lago y va a dar sobre las mesas redondas que se distribuyen por el espacio.
A la sala de teatro, conciertos, conferencias y charlas a la que se llega por una escalera que se fue remodelando, íbamos con mis amigas en los últimos años del secundario a ver ciclos de cine italiano, francés, e incluso, a presentar obras de teatro de la escuela. Debe haber alguna foto de nosotras, en alguna de aquellas veces que desnudábamos sobre el escenario las situaciones complejas que nos atravesaban en aquellos años 90.
Seguro son infinitos los recuerdos que las personas guardan del paso por esta querida institución, que este otoño se prepara para cumplir 95 años, casi un siglo, al servicio de la comunidad como una asociación civil sin fines de lucro; una biblioteca popular conformada y dirigida por vecinos que integran la comisión directiva y que navegan juntos con el objetivo, como señala el estatuto que los guía, de promocionar la cultura en sus distintos aspectos.
Julia Vives también recuerda, mientras hablamos, su llegada a la Biblioteca Sarmiento en el año 1992, cuando empezó a trabajar como bibliotecaria en este espacio que sigue integrando hace más de 30 años. Tiene en la memoria los 90 como una década de mucha ebullición: todavía el uso de Internet era una idea lejana y la consulta era básica para los alumnos de la primaria y secundaria. “Guardo imágenes muy hermosas del salón de lectura abarrotado de estudiantes. Estábamos ahí las bibliotecarias, a cuatro manos, tratando de atender a los chicos con los libros, las enciclopedias. Algunos, incluso, tenían que esperar para entrar porque no había dónde ubicarlos, se sentaban en el piso con los libros”, rememora.
Ya a fines de los 90 la Biblioteca incorporó tres máquinas con conexión a Internet. “Era la época de los ciber, ahora todos teléfono, pero en aquel momento fue muy interesante, nos teníamos que capacitar, aprender a manejar los recursos y ahí fue cambiando lentamente el contacto de los usuarios con los libros: si bien se mantuvo una esencia básica, se difuminó esta consulta que era tan común con las enciclopedias, los manuales. Los métodos de estudio fueron variando”.
También una pandemia
Quizás en alguna página de alguno de todos los libros que llenan las paredes en el salón de la Sarmiento -posiblemente entre las ficciones- se llegue a esbozar una situación tan impensada como la pandemia. Sin embargo, ese tiempo bisagra también ahora es parte de la historia de este lugar. El mundo se cerró, las calles se vaciaron, la quietud se multiplicó en los espacios y, una vez, más hubo que desafiar a la creatividad en un contexto inédito. “Esta biblioteca se movió mucho para no perder el contacto y mantener el vínculo con los lectores y la comunidad”, recuerda Julia de esos días. Y lo cierto es que, si había un momento donde los libros podían salir a dar la batalla abriendo puertas y ventanas en medio del encierro, era en este complejo tiempo.
Las redes ayudaron a seguir la difusión, también el programa cultural de radio y, más tarde, un aceitado andamiaje de préstamos y devoluciones que comenzaron a hacerse a través de la boletería: hubo que informarse cómo, se armaron las reservas por WhatsApp, la entrega en bolsas desinfectadas, y toda una infinidad de coordinaciones que lograron su objetivo. “Aprendimos un montón y en caso de emergencia sabemos que tenemos creatividad y recursos para tener contacto con los lectores”.
Actualmente, los socios siguen incrementándose y hoy llegan alrededor de los 3 mil activos. “Se mantiene el acceso libre a la biblioteca, de 9 a 17 horas, un horario de corrido donde siempre tenemos estudiantes, gente que llega y lee, un sistema de reserva por si quieren seguir en el mismo punto al día siguiente. No hay edades, vienen niños con sus papas, madres que les leen a sus hijos en la biblioteca infantil, los chicos que vienen con su notebook y complementan sus trabajos con libros. Es muy lindo ver las mesas ocupadas”, señala Julia y dice que, aunque a veces se diga lo contrario, los jóvenes siguen leyendo y enumera algunas de las tantas sagas que hoy circulan convocando a millones. “Ese momento de paz interior en contacto con el libro es algo muy importante, es como una meditación en diálogo, aprender a estar un rato en silencio, relajado, en otra cosa y consigo mismo. En esta civilización tan inmediatista, tan instantánea, que puedan quedarse, aunque sea 20 minutos leyendo algo, es muy importante”.
El propio libro
Entre la programación -que prevé una serie de actividades con una importante participación del ambiente artístico de nuestra ciudad entre el 19 y el 26 de marzo- el viernes 24 de marzo se realizará la charla Memorias, libros e historias, que compartirán la historiadora Laura Méndez y Julia Vives, autoras del volumen “Entre libros y Sueños” donde se narra la historia de la biblioteca desde 1928 hasta 2018, registro que hasta entonces no había.
“Es muy rico el texto ya que el relato de la historia de la biblioteca está hilado con los contextos regionales y nacionales que estaban pasando en el país, la región y Bariloche en esos años”, dice Julia y en el marco de esta fecha tan especial señala: “Es importante vincular la importancia que tiene el sostener la Biblioteca durante 95 años: habla de una comunidad interesada en preservar la memoria, los recuerdos, de dónde vinimos y tener una posibilidad de vislumbrar hacia dónde vamos. Eso en cuanto a lo que es una biblioteca como institución. Pero, además, y justamente para recordar en este día, también hay un capítulo que habla sobre cómo el proceso militar y la censura afectó a la biblioteca”.
Julia dice que la biblioteca es como su segunda casa, hoy por hoy, en medio de los vaivenes de la vida, dirá, la más estable. “Es como un hogar. Lo he visto crecer, cambiar, madurar, evolucionar. Me jubilé en el 2014 pero igual sigo, porque siento que tengo que seguir acompañando en las distintas situaciones. Pero, además, nunca fui yo sola”, señala sobre el sostén en equipo con el que se conduce la Biblioteca y cuenta que se recibió de bibliotecaria en 1978 y a partir de ahí no paró de ejercer la profesión. “Le agradezco a la vida porque, más allá de los contextos institucionales, mi vínculo con los lectores fue lo que más feliz me hizo”.
Hilar la historia
“En el hall de entrada de la modesta Escuela 16 había, en aquel lejano 1928, un armario sirvió para cobijar el primer tesoro de la Biblioteca Popular Sarmiento: cuatro estantes repletos de libros. El sello que le dio entidad a la naciente institución data el 21 de marzo. A partir de entonces y por 80 años, biblioteca y comunidad transitaron juntas los caminos de la vida cultural regional”, narran las autoras en las páginas de Memorias, libros e historias donde también se recuerda a Marta Verón de Mora, quien, apasionada por la tarea educativa, logró que un grupo de vecinos se organizara en función de dos necesidades: contar con una cooperadora escolar y con una biblioteca.
“Marta Verón fue la directora de la primera escuela pública de Bariloche -la Escuela N°16- y también la creadora de la primera escuela de adultos de esta ciudad en 1928”, repasa Laura Méndez y continúa: “Marta se daba cuenta que las dos cosas iban de la mano, para que haya lectores tenía que haber gente que supiera leer y el porcentaje de analfabetismo era inmenso: casi el 60% de la población adulta era analfabeta”, recuerda y destaca especialmente la labor de las mujeres, que siempre fueron sostén de la Biblioteca Sarmiento.
También, como historiadora, contextualiza el nacimiento de estos espacios a lo largo del territorio y como adquieren la función “si bien hay una mirada sumamente sesgada y particular” de acercar a las nuevas comunidades alejada de los poderes centrales las experiencias provenientes de las grandes ciudades.
“Por eso la biblioteca fue un lugar de lectura, pero también donde había conferencias magistrales de personas que recorrían el país dando charlas acerca del sistema planetario, viajes a lugares exóticos, flora, fauna. Entonces, en estas nuevas conformaciones, por un lado, está la idea de nutrir de datos y de información a la comunidad, y también de acercar la experiencia de las lecturas: por eso, en ese tiempo la biblioteca tenía un turno noche para que puedan ir los trabajadores y también estaban abiertas sábados y domingos con grandes cantidades de socios”, señala de este andar donde la biblioteca fue testigo de los cambios en el pueblo, una historia que no concluye, más se sigue nutriendo y resignificando hasta nuestros días.
El cronograma completo de actividades:
Por Violeta Moraga
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen