Si el clima no acompaña en la capital de los lagos, salir de la ciudad rumbo a la estepa puede ser una solución. Una buena alternativa es llegar al poblado de Cuyin Manzano, ubicado a una docena de kilómetros (de ripio) de Confluencia. Desde allí, se pueden hacer varias caminatas, pero una que recomendamos y mucho, es la que remonta el río homónimo del paraje.
Dependiendo de la época en que vayamos el cruce del río puede variar en su dificultad. O sea que si vamos antes de diciembre la corriente nos hará preguntarnos varias veces si saldremos secos del otro lado, al menos de las rodillas para arriba.
Una vez que llegamos a Cuyin, se puede pedir permiso a la población Chamorro y seguir por un camino de auto un par de kilómetros más en donde se vuelve inevitable el cruce. Sin embargo si vamos en época en que el río está alto, el mejor vado para cruzar sin dudas está a la altura del pueblo.
Una vez del otro lado, con el río a nuestra derecha, hay un camino vehicular que remonta el río, unos cuantos kilómetros más y que pasa por diferentes puestos de pobladores, pequeñas casas (todas con Direct tv, eso sí) y viviendas abandonadas. En varias de ellas uno quiere quedarse a vivir para siempre ya que tienen todo lo imprescindible: agua, sombra, leña, árboles frutales y mucho sol.
Así es como a las tres horas de cruzar el río, siempre por un sendero consolidado, encontramos algunos lugares con todos estos requisitos ideales para armar campamento bajo un manto de estrellas, que son muchas más de las que nos ofrecen en un alojamiento de lujo. En ese lugar el paisaje y la vegetación tienen un poco de montaña y un poco de estepa, ya que estamos en el límite de ambas.
Cuando tuvimos la oportunidad de ir, en el momento en que el sol se escondía, el fuego hacía su magia y salían los primeros mates de la tarde, tuvimos la suerte de ver muy cerquita a un par de ciervos que bajaban al río y nos miraban curiosos como preguntándonos qué hacíamos en su lugar. Esos son los momentos que quedan sellados en el pasaporte del alma y justifican cada salida.
Al día siguiente, después de desayunar, salimos con poco peso a seguir remontando ese hermoso río, que incluso ahí, seguía bajando con mucha fuerza. En las siguientes dos horas y media, pasamos por varios remansos y playas de arena que invitan a la pachorra, al incipiente almuerzo o a quedarse simplemente bajo el sol. Uno de esos lugares puede ser la horqueta, en donde se juntan los cauces del Cuyin Manzano y del Arroyo de los Quemados que viene bajando a mano izquierda, justo enfrente del cerro Quintriqueo.
Una vez allí si en alguna expedición se decide ir por el sendero de la izquierda, el periplo será en ascenso y algo alejado del río, hasta llegar a la cumbre del cerro más alto de la zona, el gran Sayhueque de casi 2000 metros. Si se decide rumbear para la derecha, después de remontar un tramo más del Cuyin, se puede intentar la vuelta al poblado por las cumbres del cerro Redondo y Blanco. Ambas travesías que nos demandará al menos una noche más de pernocte si es que contamos con excelentes condiciones climáticas, buenas piernas y muy buena orientación en montaña.
Tiempo de recorrido:
Cuyin Manzano-Horqueta: 9 horas (ida y vuelta)
dificultad: media
observaciones:
El cruce del río puede ser complejo dependiendo de la época del año. recomendamos ir entre noviembre y marzo. es un buen destino para hacer el primer pernocte previo al verano, mientras esperamos que las nieves de los filos de la cordillera se derritan de a poco.
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Seres en movimientos
Hace algunos años un luthier barilochense me dijo durante una entrevista que lo que más le gustaba de este lugar era la humedad. Así, a secas lo largó. Aseguraba que tenía la exacta proporción que su piel necesitaba. Parecía una publicidad de cosméticos pero hablábamos del oscilante clima patagónico de cordillera. Es que esa variante es un limitante o potencial fundamental para hacer (o no) determinadas caminatas. Son muchas las veces que no se sabe con certeza a cuánto van a soplar las ráfagas de viento cuando llegues a aquel filo. O cómo va a pegar el sol. O qué posibilidad de lluvia tendrá la salida.
Si bien los pronósticos suelen acertar la mayoría de las veces, el clima en la altura cambia bastante rápido y en una travesía de varias jornadas puede dar sorpresas. Cada caminante relojea su propio pronóstico. Si bien todos tienen números, colores y porcentajes parecidos, algunos tienden a ser más depresivos y alarmantes y otros demasiados optimistas. A veces también sucede que en una travesía de tres noches, ya sabes de antemano que algún día tocará mojarse, pero se sale igual, porque los otros dos no, y el balance da a cuenta. Eso es porque cuando llegás al filo y ves del otro lado, sigue emocionando como la vez primera y siempre te invitan a andar.
¿Qué tendrá el ser humano con las alturas? Debe ser algo ancestral como contemplar el fuego o mirar el mar. Porque se sienten hormigueos que no se repiten muy seguido. Es como satisfacer una necesidad de saber qué hay del otro lado. Tener una perspectiva más amplia y mirar desde arriba por dónde sigue el camino y hacia qué lugar te llevaron tus pasos. La llegada es el camino. “Solo quedan las alturas”, entona el flaco Spinetta desde las nubes, como si fuera la banda de sonido de un documental que todavía no terminó de contarse.
Ahí, cuando nuestras piernas se detuvieron, se prende el motor de nuestra mente que comienza a hacer cálculos de tiempos, cuentas de recorridos, estimaciones horarias y promesas de futuras caminatas. Eso dura hasta que nos volvemos a alzar la mochila en la espalda y encarar la bajada del pedrero que requerirá toda nuestra atención con los ojos bien abiertos. Una vez más, el camino te enseña y te trae de vuelta al presente. A pensar cada paso, a distinguir si nos conviene pisar arriba de la piedra o dar un paso largo, a vadear ese arroyo por arriba de un tronco o saltando por las piedras. Es que quizás eso sea lo más potente de caminar. Que son tus pasos los que te llevan al aquí y ahora, algo que en la vida cotidiana está en franca extinción.
En esos momentos es que uno saca fotos instantáneas mentales que vamos a llevar pegadas en algún lugar de nuestro ser. Son justo esos mates con el que germinan conversas que se atesoran con el tiempo. Ahí nacen esas risas que recordarás en una juntada con amigos, 15 años después cuando se rememoren las épicas del periplo.
La emoción de ver una marca roja en un árbol después de estar un buen rato perdido. La adrenalina que brota después de cruzar un río que nos mojó de la cintura para abajo. La paz de una noche estrellada. El cansancio después de cargar una mochila de 60 litros después de toda una jornada de caminata. La paciencia para encontrar dónde entra la picada en medio de un mar de lengas achaparradas. El sacrificio que requiere el ascenso a cada filo.
Son todos sentimientos que se mueven. Emoción en latín significa mover los sentimientos. Y, en definitiva, ese tráfico de nuestros propios sentimientos nos hace eco porque somos al fin, seres en movimiento.
Frase de mochila:
“Desde chico las primeras ascensiones y travesía que hice fueron al cerro Otto, en la zona del refugio viejo a buscar frutillas con mi familia. En mi primera excursión de montaña importante debo haber tenido 11 años y fue con un grupo del Cab, para ir al Ñireco. Fue la primera vez que pude ver el panorama que se extiende desde la cumbre y desde ese momento siempre me gustó ir a mirar por todos lados.
Muchas de las caminatas y recorridos que hice son a partir del 46, cuando ya tenía relación con el Cab. Ahí tuvimos un instigador, llamémoslo así, que era Augusto Vallmitjana quién andaba mucho y disponía de más medios que el resto por su profesión de fotógrafo y empezó a entusiasmarnos. Así se juntó un grupo de 20 jóvenes casi todos menores que yo que hacían excusiones de todo tipo. Yo tenía 22 años por ese entonces. Andábamos sistemáticamente en el López donde fuimos a todas sus cumbres y organizábamos algunas salidas más largas. Recuerdo varias. Una que es la que compartimos con Vallmitjana, y Otto Jung del fondo del brazo Tristeza del Nahuel Huapi al cerro Tronador entrando por el ventisquero del Castaño Overo.
Así empezamos a organizar y realizar salidas diversas. En otra oportunidad salimos del cerro Catedral, donde no había medios de elevación por entonces, así que a pata desde abajo, hasta el Jakob, del cerro Tres Valles hasta el Bonete, pasando por laguna la Carne y de ahí a laguna Frías en 4 días. Otra travesía fue la que recorrimos el valle del Cuyin Manzano, el cerro Redondo, y salimos al Río Minero, aunque la idea original era salir a Villa Traful, excusión que está en las memorias del Cab”.
Andrés Lamuniere (2013, revista Kooch, Espíritu de Montaña)
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Por Sebastián “Pollo” Carapezza
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen