A fin del año pasado el Circo XXI pasó por Bariloche regalando magia, acrobacias y sonrisas. Desde Al Margen quisimos saber un poco mas acerca de su historia y sus personajes. Crónica y reportaje fotográfico de un arte que nunca pasa de moda.
La historia del circo se remonta al legado cultural que nos dejaron algunas de las civilizaciones más antiguas. En estas sociedades, aproximadamente 3.000 años atrás, algunas de las actividades que hoy relacionamos como parte del espectáculo circense, como la acrobacia, el equilibrismo o el contorsionismo tenían una utilidad que estaba íntimamente relacionada con la preparación de guerreros, rituales de ámbito religioso y con algunas prácticas festivas de la época.
Fueron los romanos quienes dieron el nombre Circo a estas actividades de ocio. Tras la caída de estas civilizaciones -principalmente las occidentales-, las artes escénicas (teatro gestual, danza, gimnasia y circo) perdieron el interés de la sociedad. Posteriormente, ya en la Europa de la Edad Media, este tipo de espectáculos públicos comenzaron a ganarse nuevamente un espacio. Fue en la época del Renacimiento, cuando los y las artistas con experiencia en los espectáculos circenses volvieron a tomar pueblos y calles de muchos países del continente europeo, ampliando con ello el status social de dicha cultura.
El primer circo moderno, como nosotros lo conocemos, fue inaugurado en Inglaterra el 9 de enero de 1768 por Philip Astley en Londres. Entre sus diferentes propuestas de entretenimiento, algunas siguen usándose en los circos de hoy, como es el caso de la música, los animales domesticados (por suerte son cada vez menos), acróbatas, y payasos. “A él se le ocurre poner una carpa para poder cobrar entrada y de ahí sale este nuevo circo con varios artistas que viajan juntos. Primero dormían adentro de la gran carpa y después comenzaron a tener sus propias carpitas que se llamaron camarines”, precisa Julio Oñate del Cirque XXI.Y agrega: “El circo es el primer espectáculo del mundo, es la madre”.
Algunxs historiadorxs afirman que el circo criollo, que tiene sus inicios a mediados del siglo XVIII en Argentina y Uruguay, fue el primer espectáculo que puso en juego algo de la identidad sudamericana sin imitar las artes provenientes de Europa. Realizaba sus presentaciones en carpas que iban de pueblo en pueblo, y su significación ha sido destacada en todas las referencias al teatro rioplatense, sobre todo lo relacionado a la actividad de los Hermanos Podestá ya hacia finales del siglo XIX. Así precisan que el verdadero circo criollo nació en 1886 con los hermanos Gerónimo y José Podestá y la representación de la obra de Eduardo Gutiérrez Juan Moreira, donde nació el personaje “Pepino el 88″, un payaso que fue modelo del cómico rioplatense.
Ellos difundieron enormemente los temas gauchescos y los aires musicales. A través del circo criollo se dio a conocer el pericón, y popularizó otros ritmos musicales tradicionales, rescatando a muchos de ellos del olvido. Sus giras acercaron las primeras experiencias teatrales a poblaciones alejadas de la capital, así como costumbres y usanzas rurales al público de la ciudad. En la Argentina, el 6 de octubre se celebra el Día del Circo en homenaje a Pepe Podestá, que nació ese día de 1858 en Montevideo y desarrolló aquí una labor pionera.
A fines del siglo XIX surgieron numerosos circos criollos argentinos como el Circo Ecuestre, el San Carlos, Circo Paysandú o Circo Pabellón General Lavalle, y en la primera década del siglo XX el Queirolo, el Anselmo, el Giani, el Unión, el Fassio, el Saporitti, el Sarrasani o el Alarcón, entre otros.
“En la actualidad hay como dos circos paralelos que conviven. El circo tradicional y el posmodernista estilo Soleil, mezclado con el teatro de revista o varieté que surge del Vodevil, que es de la época de Charles Chaplin. Eran circos llevados al teatro. En Argentina está volviendo gracias a Flavio Mendoza, que pone mucho de circo en el teatro”, contextualiza Julio Oñate de Cirque XXI.
Como vemos, el tiempo ha modificado las formas y contenidos de las actividades circenses, pero hay reacciones que perduran en el tiempo: la sonrisa de un niño al ver un payaso o las desventuras que interpreta un clown. Esa sonrisa que no respeta frontera de edad ni barreras económicas es la esencia del circo. Y no es algo menor, sobre todo en los tiempos que corren.
Durante la
risa se contraen 15 músculos faciales, el diafragma y otros músculos del pecho,
así como el abdomen, los brazos y las piernas. La frecuencia cardiaca se dobla,
aumenta la presión sanguínea, la respiración se hace más rápida y profunda, se
liberan hormonas y se activa el metabolismo.
Todo este despliegue supone un gasto energético. Con 15 minutos de risa se
llega a quemar tantas calorías como en una larga carrera o un paseo por
bicicleta. La risa es la mejor terapia para retrasar el envejecimiento. Es
la mejor gimnasia porque al reír, sobre oxigenamos a las células y tejidos.
Eso sí, para que la risa sea efectiva y podamos gozar de sus innumerables
beneficios, la carcajada debe ser franca y sincera, esa que sale de adentro y
notamos en el estómago. Esa misma que tienen los pibes cada vez que van a un
circo.
Por Sebastián Carapezza
Fotografías: Euge Neme
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen