Unos 10 senegaleses trabajan feriando en Bariloche, llegaron al frío patagónico huyendo de la miseria y buscando un futuro mejor. El país ya no los recibe con los brazos abiertos. En los últimos años se endurecieron las leyes migratorias y se exacerban los discursos xenófobos. La presencia de estos africanos puede ayudarnos a visibilizar nuestras raíces negras y a pensar qué tipo de nación queremos ser. Segunda entrega de la investigación de Al Margen.
El éxodo de los leones rojos.
Frente a la costa de Dakar, la capital de Senegal, hay una pequeña isla llamada “Isla de Gorea”, más conocida como “la isla de los esclavos”. Desde allí Portugal encabezó el envío de esclavos a América. Unos 12 millones llegaron a estas costas desde África. Unos cuantos más murieron en el trayecto y fueron arrojados al atlántico donde Lemanjá, la Diosa Yoruba del Mar, los volvió a recoger en su regazo.
De la misma latitud salen hoy los barcos con migrantes a Europa o los aviones, como el que trajo a Modou a la Argentina vía España. El himno de Senegal se llama “El León Rojo”. En una parte dice “La espada, la pondremos en la paz de la vaina, porque el trabajo será nuestra arma y la palabra” y con esa paz, y ese ímpetu por trabajar, los jóvenes salen en busca de una mejor vida y dejan atrás el sabor amargo de la partida dolorosa. Pero según Kleidermacher el viaje también representa un desafío: “está la cosmovisión de que salir del país y vivir la experiencia de trabajar y vivir afuera es para los jóvenes un paso hacia la adultez. Una etapa de la vida, una experiencia que hay que transitar”.
Las estadísticas dicen que hay unos 560.000 emigrantes senegaleses por el mundo. Aproximadamente el 3,5% de su población. Un verdadero éxodo. La gran mayoría son hombres, musulmanes y jóvenes. Un 26% están en Francia. Otros tantos en Italia. De ellos solamente unos 5000 están en Argentina. Son pocos en un país de 45 millones de personas, pero muy visibles para nuestra cultura blanca.
La mayoría de los jóvenes que salen lo hacen con un mandato por parte de su familia. La que queda, a la que hay que ayudar: “Es necesario que una de las personas salga y pueda enviar otro tipo de rentabilidad económica. El envío de remesas termina siendo una fuente de ingreso para la familia además de los salarios que pueden proveer aquellos que si se quedaron en el país. La familia apoya, vende algún auto, animales si es que tienen, para contribuir en esta primera inversión necesaria para poder salir del país. Es muy caro lo que hay que pagar, es caro el pasaje desde Senegal a Argentina y es un esfuerzo muy grande el que hay que hacer”, comenta Kleidermacher.
“Extraño mi familia”, dice Modou. “Si hago la plata, me voy a tomar unas vacaciones allá y voy a regresar a trabajar. Allá tengo a mi papá, a mi mamá, mis hermanos. Mis hermanos están estudiando. Mis hermanas están trabajando. Tengo una hermana que fabrica ropa y una está practicando para ser chofer de camión”.
¿Por qué Argentina?
Modou habla lento pero claro. Se pone serio para hablar frente al grabador o para ofrecer un reloj a una señora que pregunta.
_“Elegí Argentina porque pensaba que me gustaría conocer. Allá, Senegal, es más caluroso. Igual vengo acá a mejorar mi vida, a conocer Argentina y acá me quedo. Tengo 30 años. No volví a ver a mi familia, todavía no me alcanza para ir a verlos. En Senegal tenía mi trabajo, pero allá trabajás mucho y ganas poco, porque lo que te están pagando alcanza para la comida, para gastos pero para ahorrar no.
_¿Acá podés ahorrar?
_Más o menos. Acá tengo que trabajar mucho para poder pagar el alquiler. La verdad que lo que estoy trabajando acá, no lo trabajé allá. Acá trabajo más…”.
…y el senegalés cierra su frase con un gesto de ritmo y regularidad sobre la mesa; “acá todavía tenemos certezas que en África no”.
“Son una sumatoria de factores los que hacen que los Senegaleses vengan a la Argentina”, afirma la investigadora Gisele Kleidermacher. Y explica, “los senegaleses solían ir a Europa. Primero a Francia, porque Senegal fue colonizada por este país, entonces había lazos económicos, políticos, históricos e incluso lingüísticos. Cuando en Francia se hizo más complicada la entrada, empezaron a ir a Italia, España y otros países europeos. A mediados de los 80 se hizo más difícil poder acceder a una ciudadanía europea. Siguen accediendo a Europa, pero las condiciones de vida no son las mejores, porque no pueden acceder a un montón de derechos. Entonces empezaron a buscar nuevas rutas a dónde acceder y Argentina a mediados de los ‘90 resultaba un destino atractivo, porque tenía convertibilidad cambiaria, con el 1 a 1, se volvía más fácil enviar remesas a Senegal, y que fuesen más rentables. Por ese entonces Argentina tenía representación diplomática, había embajada Argentina en Senegal y de Senegal en la Argentina, por lo que era más fácil solicitar la visa. Estas dos condiciones a partir de 2001 y 2002 ya no existen más. Pero aun así los migrantes senegaleses siguieron viniendo a la Argentina porque empezaron a formarse una serie de redes y cadenas migratorias donde se va comentando que en Argentina se puede vender, donde se puede estar tranquilo, donde la policía parece en principio no era tan violenta ni tan racista, en relación con algunos hechos muy violentos que se sucedieron en España o en Brasil, aunque esto cambio evidentemente en los últimos años. Esta serie de fenómenos hacen que Argentina sea atractiva para esta población”.
Nengumbi Celestin Sukama, es congoleño – argentino, y es fundador del Instituto Argentino para la Igualdad, Diversidad e Integración (IARPIDI). Trabaja con inmigrantes de toda África y cree que “la elección de Argentina como país de destino responde a criterio de cada migrante. Las razones son diversas, y van desde los conflictos armados, persecución política, búsqueda de mejores condiciones de vidas, mayor democracia. Esta elección está ligada al endurecimiento de las condiciones migratorias en Europa, Estados Unidos, país de destino histórico para africanos/as”.
Los migrantes africanos que llegan a la Argentina no son los mismos que los que emigran a España, o Italia, los que viajan en esos barcos pesqueros abarrotados de gente, los que cruzan el Mediterráneo en los cayucos sin salvavidas ni suficientes provisiones, los que muy de vez en cuando aparecen en la prensa masiva, cuando se hunden, se ahogan, en el mar con sus hijos, los que llevaban tratando de darles una vida mejor.
Kleidermacher aclara que “los que vienen a Argentina son de una clase un poco más alta lo que les permite comprar este paquete de pasaje, con todo lo que implica pasar por España y Brasil a hacer el visado. Todo este trayecto tiene un costo que hace que los que vengan no sean los más carenciados”.
Migrar es un delito por decreto
El año 2017 empezó agitado para los migrantes. En enero de ese año, a través de un Decreto de Necesidad y Urgencia, el presidente Mauricio Macri modificó la Ley de Migraciones para acelerar los tiempos de deportación de migrantes. “El cambio en la política migratoria es muy notorio. En el gobierno anterior se logró sancionar la Ley 25,871 que consagra en su artículo 4 que migrar en derechos humanos esencial e inalienable, y la República Argentina lo garantiza sobre la basa de la igualdad y universalidad. El gobierno actual a través del DNU 70/2017, aportó cambió que victimiza a la migración, sobre todo la migración latinoamericana, asiática y africana al vincular la migración con la delincuencia en general y en particular con el narcotráfico”, afirma Nengumbi. El DNU sigue la línea de racismo institucional que denuncia hace años, por ello opina que “esta reforma inconstitucional culmina con una fuerte escalada de violencia de fuerzas de seguridad hacía africanos, migrantes e instala fuertemente la xenofobia, la discriminación racial hacía africanos y africanas”.
Thomas Valenzuela es paraguayo. Desde el Bloque de Trabajadoras y Trabajadores Migrantes dice que esta modificación inconstitucional, “nos deja en condiciones de total precariedad en relación a lo jurídico, lo institucional, la regularización de nuestras condiciones migrantes, derechos básicos laborales, etc”. Y continúa “La xenofobia, el racismo y la mirada despectiva hacia el o la migrante existió siempre. Ahora, cuando se legitima desde el discurso del estado y ese discurso xenófobo es apropiado por los medios hegemónicos y se reproduce en masividad, hace que toda la xenofobia que siempre existió salga a la calle, salga legitimada, sintiéndose abalada para hacerlo. Y encima hace que los discursos xenófobos no sólo salgan a la calle, sino que aumenten, proliferen y vayan creciendo. Y la xenofobia mata, la xenofobia despide, la xenofobia expulsa, la xenofobia discrimina, la xenofobia te deja al margen de la convivencia armónica de dónde te toca vivir, porque sos el distinto, sos la diferente”.
En lo concreto, a nivel de derechos, el DNU plantea la expulsión sumaria de migrantes, en contra de lo que establecía la ley N°25.871, que era básicamente un debido proceso, en el que se tenían que cumplir plazos y que no se podía expulsar a un migrante sin que se demuestre un hecho punible. Con el decreto, con la sola imputación de un hecho delictivo, se habilita un proceso sumario y se deporta de manera exprés. “Esto genera un montón de situaciones. Como por solo el hecho de imputarte te pueden echar del país, genera que, por ejemplo, en el trabajo, si vos no aceptas las condiciones precarias, sea fácil echarte. Se te genera una situación X y total no hay que comprobar si sos culpable o no, igual te van a deportar. Eso hace que la precarización sea doble en los migrantes que ya de por sí estamos precarizados”.
Por eso esta criminalización es denunciada como una herramienta de disciplinamiento, para que los migrantes no peleen por sus derechos y puedan ser vueltos a las condiciones de servidumbre de las que los negros argentinos se libraron con la constitución de 1853. Al menos hay una tendencia a ello. Como lo explica Kleidermacher en particular sobre la situación de los senegaleses: “El accionar de la policía de la ciudad en relación a la supuesta limpieza de la calle, que atenta directamente sobre los vendedores ambulantes, hace que se les abran causas por atentado y resistencia a la autoridad o por marcas. Les generan así antecedentes que les dan muchísimos problemas al momento de obtener la regularización. Ya con estas causas abiertas y con el antecedente de que no tienen la regularidad migratoria son pasibles de ser expulsados. A muchos les han llegado estos pedidos de expulsión. Por suerte hay instituciones como el CELS y otros grupos de abogados, que dan asesoramiento, han llevado causas y trabajan en el tema. Pero la situación para ellos es vulnerable y en su vida diaria están con temor continuo de ser detenidos y ser expulsados”.
El Movimiento de Trabajadores Excluídos (Mte), también trabaja en el tema. Nicolas Caropresi cuenta al respecto que “los compañeros senegaleses se acercaron alrededor de hace 2 años y medio a pedir un poco de acompañamiento y ayuda gremial porque la situación laboral en la calle se estaba volviendo insostenible. Es decir que el Gobierno y la policía de la ciudad les estaban imposibilitando trabajar. Eso conlleva un montón de problemas para compañeros que están en situación totalmente irregular debido a que las políticas migratorias se han endurecido y han complicado la posibilidad de acceder a una residencia precaria, ciudadanía o a un documento extranjero. Lo primero entonces era la situación laboral del sector, del vendedor ambulante, al que la política le pega por igual sea Africano, Argentino o Latinoamericano. La organización empezó a darse alrededor de esta problemática que se fue acrecentando. El gobierno de la ciudad en las pocas reuniones que hemos tenido se niegan totalmente de discutir alguna forma de ordenar y formalizar ese trabajo, en conjunto con los vendedores. El planteo del gobierno es que la calle es de ellos y los vendedores ambulantes no pueden trabajar más allí. Eso para los compañeros significa no tener plata y lleva a no poder pagar más los alquileres que pagan a precio usurero en las diversas pensiones en Constitución, Flores o Liniers, y, sobre todo, la posibilidad de poder acomodar la vida en nuestro país.”
El idioma como herramienta de lucha
Las organizaciones populares vieron que en ofrecer clases de español a los compañeros senegaleses había una pequeña llave a la defensa de derechos.
Mariana es mexicana y también integrante del Bloque de Trabajadores y Trabajadoras Migrantes (BTM). Es una de las docentes de español para extranjeros en la organización y explica: “vimos que subió la escalada de violencia contra los migrantes, y vimos que contra la comunidad senegalesa fue más represiva. Eso tiene que ver con que hay un ataque abierto al comercio informal, donde los senegaleses trabajan. El ataque se centra en ellos porque, del comercio informal, los más vulnerables son ellos. Evidentemente porque son migrantes, porque no hablan la lengua, porque son negros”. Yagrega: “Pensamos que uno de los aportes que podíamos tener como bloque de trabajadores migrantes era enseñar español”.
Lo mismo vieron desde la CTEP, comenta Caropresi, “organizamos unos cursos de español en la sede de la CTEP a los cuales hoy están asistiendo unos 50 compañeros y ese número sigue aumentando. Por eso estamos generando una estructura que pueda responder a la demanda”. Y cierra Mariana, la docente del BTM, “La lengua es una herramienta que te sirve para defenderte, para articular, para organizar y para luchar. No es cualquier cosa. En un sentido inmediato para defenderte, porque a los compas los llevan presos y si no hablas español es muy complicado entender alegatos y esas cosas”
La situación es distinta en estas latitudes según Modou, “Nunca tuve problema con la policía”, dice, y agrega “Son buena gente. No tengo problemas con ellos. La gente es más complicada que la policía. Acá los empleados atienden bien a la gente. Hay discriminación pero no mucha. Acá es más tranquilo con la policía, no tenés que andar en colectivo, en subte. Por eso yo lo elijo Bariloche”
Afodescendientes: Argentina cierra los ojos e invisibiliza.
Hasta hace muy poco los rastros de la negritud y su esclavitud, en la historia argentina, se limitaban a pintarle la cara con corcho quemado al nene que le tocaba actuar de farolero o de mazamorrero en el acto por el 25 de mayo en la escuela primaria. Papeles secundarios frente a los Saavedra, los Moreno y los Paso, pese a que fueron los primeros afroargentinos los que dejaron la piel, su sangre y su carne en las guerras de la independencia. Los cientos de miles de negros que murieron por la Patria acompañando a San Martin, a Belgrano, peleando en la guerra del Paraguay. Los que fueron insultados y despatriados por nuestros propios próceres cuando la Nación dejó de necesitarlos: “Llego feliz a esta Cámara de Diputados de Buenos Aires, donde no hay gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriotas”, dirá el racista Domingo F. Sarmiento hablando de la barbarie, quizás negando sus antepasados africanos.
De la misma manera Argentina cierra los ojos a la presencia negra en sus raíces: Al 30% de la población porteña en la época de Rosas, al 54% de la población Santiago del Estero o al 44% de la población de Córdoba, según el censo de 1778. Pero esas raíces dejaron vida que siempre vuelve a brotar, en el candombe, la milonga y el tango. En la chacarera, la zamba y el malambo. Incluso en el disfrute por el “tunga-tunga” del cuarteto cordobez, en la melena y el movimiento de caderas de la Mona Gimenez.
Al observar la presencia negra en los otros países de América es fácil concluir que los afroargentinos desaparecieron. Lamentablemente nos resulta lógico decantar en éste término. Un mejor análisis de la historia dice que en algun momento entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX la ola de inmigración desde el viejo continente hizo que los ideales de Nación estén más relacionados con ser la más europea de las patrias latinoamericanas que con ser negros. Ser afro perdió valor, apareció como despectivo el “cabecita negra” que llegaba a la ciudad desde las entrañas del país y resultó más conveniente mestizarse, engominar los rulos, ocultar el color de piel: invisibilizarse en el crisol de razas argentino.
Pero la negritud sigue presente. Si alguien sinceramente quisiera encontrar a los afroargentinos, los encontrará en los sectores populares. En los Lamadrid, que aún conservan el apellido de su esclavizador, viviendo en Merlo y manteniendo su rumba y su candombe; en los candombes del 6 de enero de Empedrado, Corrientes; en San Felix, Santiago del Estero, donde todos sus habitantes son afroargentinos; en la capilla de los negros en Chascomús, Provincia de Buenos Aires; en las sociedades caboverdeanas de Dock Sud y Ensenada; y en las más de 150.000 personas que se identificaron como Afroargentinas en el censo realizado en el 2010. Aún así los referentes de los movimientos negros argentinos creen que falta gente: “No vamos a tener un movimiento afro fuerte en la Argentina hasta que los Argentinos negros no se reconozcan como tales”, afirma en una entrevista en Telam, Federico Pita, Afrodescendiente, referente de DIAFAR, Diáspora Africana Argentina.
En una visita a una universidad de Estados Unidos, al entonces presidente Carlos Menem le preguntaron si había negros en la Argentina, a lo que, consustanciandose con Sarmiento respondió: “No, ese problema lo tiene Brasil”.
Si ser afro-argentino no existe en el imaginario colectivo o si sigue siendo un problema para la sociedad es dificil que más personas puedan encontrar en África sus raíces. En este sentido la migración Senegalesa abre una nueva brecha por dónde avanzar. Son muy visibles, en la calle, en los lugares públicos. Ello, según la Socióloga Gisele Kleidermacher “hace volver a repensar un poco quienes somos los argentinos, qué es lo que genera la presencia del migrante en toda la sociedad, volver a cuestionar nuestra identidad por oposición a otro, que en este caso es muy visible. Los propios afroargentinos vienen luchando en un proceso de visibilización propio. No es que necesiten a los Senegaleses para visibilizarse. Pero me parece que contribuye la presencia de los trabajadores africanos a cuestionar la idea de la Argentina como el país netamente blanco”.
Aun así el panorama no es promisorio. Luchar por los derechos de los negros en Argentina ha terminado con la vida de más de un activista. Casos que quedan impunes por años, porque la justicia también es racista. Podemos recordar el asesinato en 1996 de José Delfín Acosta Martínez, muerto a golpes en la comisaría 5ᵃ después de ser detenido por defender a un grupo de afro-brasileños que estaban siendo amedrentados por la policía federal a la salida de un boliche en congreso. Un crimen que hace más de 20 años pide justicia. O el más reciente caso de Massar Ba, referente senegalés, quien, en 2016, había denunciado la violencia policial contra su comunidad y luego fuera encontrado molido a golpes en San Telmo lo que le causó la muerte horas más tarde en el Hospital Ramos Mejía; crimen que también sigue impune.
Modou cierra el local a las 9 de la noche. Ya baldearon los pasillos del Espacio Sin Fronteras, y se va a pie por la vacía calle Onelli con su Tío, el que lo recibió cuando llegó, el que le dió comida y alojamiento mientras se adaptaba a la Argentina. Se van a practicar el Salat, sus oraciones musulmanas. Quizás también puedan conectarse al Facebook y hablar con la familia en Kébemer, contarles que va todo bien, que el negocio mejora, para que no se preocupen.
Fotos; Euge Neme y Ramiro Sáenz
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen