Mi abuela la lloró en la cocina mientras pelaba unas papas. Mi vieja tenía 7 años y me transmitió esa imagen de dolor que sucedía con la radio encendida en una cocina del conurbano bonaerense.
Luego la del funeral. Cuando mi abuela murió, encontramos cientos de fotos del funeral de Evita. Yo tenía el relato de mi vieja que cada vez que se tocaba el tema, me decía que en ese funeral se habían agotado las flores de toda la Argentina.
Mi abuelo además de llevar a mi vieja y a mi tía recién nacida a los funerales, consiguió una cámara y retrató la marea humana intentando llegar al cuerpo embalsamado de Evita. De forma rudimentaria mi abuelo documentó el dolor colectivo.
Como dijo Galeano: Perón sin Evita era cuchillo sin filo. El pueblo lo sabia y por eso la lloraba. Años después la “fusiladora” consumaría el destino de lo que pudo ser y no fue.
Por algún mecanismo emocional que desconozco, recordar a mis abuelos maternos me traen la imagen de ella y un poco mas atrás la de Perón. No hay razones, en esto. Son pasiones heredadas. Como ser hincha de Boca o River Plate.
Cuando tendría 8 o 9 años, mi abuelo que había agarrado de joven el berretín de coleccionar estampillas, me decía que la que mas valía del álbum era la del “descamisado”. Un cuadradito de 2 x 3 centímetros donde un trabajador en cuero blandía una bandera argentina.
A esa estampilla que mi abuelo le daba un significado especial, le seguía en orden de importancia la colección completa de Evita. Era una foto de perfil tres cuartos de sonrisa inmortal. Tener esa colección me podría salvar de algunas penurias en el futuro ya que en el imaginario familiar esas estampillas iban a valer muchísima plata. Por ahora esas estampillas, lejos de convertirse en viaje o ampliación habitacional, es un pedazo de historia familiar que guardo para mis hijos.
De estas imágenes y de una vieja máquina de coser que hoy adorna mi casa en Villa Los Coihues, se compone mi imaginario. También del relato de mi abuela contando que le escribió una carta a Evita para que le ampliara el crédito hipotecario para llegar a la casita con un cuarto mas, para mi tía Susana, que venía en camino. Y la respuesta de puño y letra de la misma Evita (que nunca pude comprobar ni atesorar pero que doy por cierta).
De todos esos recuerdos construí mi propio imaginario sobre Evita. Ya en los años de facultad entendí la idea del “inconsciente colectivo”. Mi identidad, mi memoria familiar es similar y compartida por una porción enorme de nuestro pueblo. En muchas casas conservan la “Singer”, recuerdan el primer Plan Quinquenal, la semana en Chapadmalal a todo trapo y el chalecito en el primer cordón del conurbano bonaerense.
En definitiva, el estado de bienestar (así aprendimos a nombrarlo en la facultad) que trajo el peronismo y la idea de justicia social encarnada en la misma Evita.
Hoy al cumplirse 100 años del nacimiento de Evita, mi memoria es mas emocional que política y trae el recuerdo de quienes me precedieron y vivieron esos años que siempre atesoré como de inmensa felicidad, aunque ni siquiera hubiera nacido.
Pero es política también, cuando en mi memoria aparece: que los únicos privilegiados serán los niños.
Hoy la mitad del piberío de este país, que exporta alimentos para millones, saltea comidas o revuelve desechos en los basurales.
Esa injusticia Evita no la hubiera permitido.
Por eso, su vigencia sigue presente y su sonrisa inmortalizada en un sello postal será símbolo y señal de un futuro que de a poquito viene llegando.
Por Alejandro Palmas
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen