¿Qué pueden tener en común la revolución mexicana, los roedores franceses y un repartidor de la ciudad de Nueva York? En las paredes del mundo está la respuesta. Les damos la bienvenida al mundo del arte callejero: aerosoles, rebeldía y resistencia.
Es común ir caminando por la calle y encontrar murales que desafían la imaginación, proponiendo mundos alternativos donde las historias y el color nacen de pinceles y brochas anónimos. De igual forma, las intrincadas y complejas formas de los graffitis callejeros ya son parte del paisaje natural de cualquier ciudad. Luego de una marcha, o cualquier tipo de manifestación pública de corte social o político, suelen quedar a su paso varios stencils con consignas, rostros o imágenes que buscan dejar plasmadas en un muro los ideales y la voz de quienes pasaron por ahí, como una especie de recordatorio para transeúntes y autoridades: “aquí estamos, esto pensamos”. Pero ¿cómo surgieron estas formas de expresión popular? ¿Cómo fue que las hicimos parte de nuestra vida? ¿Qué efecto tiene en el tejido social de quienes los ven a diario? Y sobre todo… ¿Pueden estas formas de expresión ser consideradas arte? Veamos.
El graffiti tiene sus raíces en la ciudad de Nueva York de los años ’60 y se considera a un pibe de origen griego como su iniciador; o al menos como el primero en marcar tendencia entre sus pares de la pintura callejera. Su estilo era muy sencillo y fácil de recordar, lo que hizo que la juventud lo adoptara rápidamente: su “firma” era TAKI 183, un diminutivo de su nombre (Dimitrios) y la dirección de su casa. Básicamente, mientras laburaba como repartidor firmaba cualquier superficie que sea visible en la calle, ganando fama y creando un misterio que luego sería leyenda. Aún hoy, no se sabe a ciencia cierta su apellido, siendo el anonimato una de las características fundamentales del estilo.
Por la misma época, un artista plástico llamado Keith Haring empezó a pegar posters con dibujos coloridos y llamativos en el metro de N.Y. para luego pintar directamente sobre los muros. Esto lo convirtió en una figura pública del llamado pop art y rápidamente las galerías de arte contemporáneo lo invitaron a exponer su obra, que influenciaría en los diseños, colores y trazos de la nueva ola de graffitis.
Muy pronto, el Hip-Hop adoptaría el graffiti como parte fundamental de su cultura creando una nueva escuela de arte popular que echaría raíces primero en los barrios bajos y ciudades de Estados Unidos, viajando a Europa y de allí al mundo entero. Las pandillas de N.Y. adoptan el término Throw Bomb (arrojar bomba) para el acto de ir a pintar un graffiti: pintar rápido y sin ser vistos, pintar algo explosivo, algo grande… como una bomba.
Pero no todo nace en gringolandia… el muralismo es un movimiento nacido en México a principio del siglo XX que luego de la primera guerra mundial reunió a intelectuales y pintores contra el dictador Porfirio Díaz, quienes a través de luchas políticas plasmadas en murales consiguieron reformas sociales que favorecían al campesinado, redistribuyendo tierras y creando un Fondo Nacional de las Artes. Gerardo Murillo, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros son algunos de sus máximos exponentes, que comprendieron totalmente el papel de la pintura, los muros y el pueblo. ¿Cómo hacer para explicarles al campesinado, analfabeto, los profundos cambios que atravesaba México y el mundo, sin rodeos y de forma contundente? En los muros estaba la respuesta.
Como vemos, muralismo y graffiti comparten la preferencia por las paredes, pero no es hasta la aparición del stencil como forma de expresión contestataria que surge un término para estas nuevas formas plásticas: el street art (arte callejero, en español) llegaba para quedarse.
El stencil o estarcido es una técnica milenaria donde se usa una plantilla con una figura recortada en su interior, que permite reproducir rápidamente la misma figura muchas veces. Si bien las primeras plantillas de estarcido datan de más de 60.000 años de antigüedad, en cuevas donde a alguien se le ocurrió apoyar las manos sobre una pared y soplar pigmentos encima para dejar una marca, recién en 1981 esta técnica se carga de un mensaje crítico y de confrontación directa a un mundo en constante guerra. El artista urbano Blek Le Rat se hizo leyenda inundando la perfumada Francia de pequeñas ratas, corriendo o de pie, en casi cualquier lugar: esquinas, bares, comisarías, bancos, plazas, callejones… la gente debía saber que su país (es decir, las políticas de su país) era un hervidero de ratas. Tres años después, las ratas de Blek viajaron a otras ciudades europeas hasta que en 1984 la policía europea lo encuentra pintando en la calle y es detenido por primera vez. Esto sirvió de advertencia para sus sucesores, quienes no correrían mejor suerte pero sabrían que para la policía, arte y vandalismo eran sinónimos. En el stencil el movimiento anarcopunk español de finales de los ’80 encuentra una forma rápida y eficaz de transmitir mensajes subversivos y anticapitalistas. Pero no todo sería prisión con el arte callejero: el artista británico Banksy continúa el legado crítico y satírico de su antecesor y logra introducir el stencil callejero en galerías de arte, sin perder su impronta contestataria.
De esta forma se responden las preguntas antes formuladas, pero el mundo es un inmenso jardín de senderos que se bifurcan y en las respuestas hay más preguntas. Pareciera ser que toda esta linda historia del arte callejero transcurre en Europa, y de este lado… ¿qué? Acá se escribe otra historia, con otra tinta, con otros nombres.
En el año 2003 la editorial La Marca Editora publica “¡Hasta la victoria, Stencil!” de Diego Indij, fotógrafo bonaerense que se encargó de reunir en un libro años de stencils anónimos (o firmados) de toda la República Argentina. La publicación logra reunir parte de la historia que une al común de la gente de todo el país en una mirada a veces irónica, a veces dolorosa: El Eternauta, el topo Giggio fumando marihuana, San Martín con el peinado de Elvis Presley, Perón con una cresta punk acompañado de “Punk Vuelve”, Videla limpiándose la boca con un mapa de Argentina, el querido Fiat 600… todos son stencils fotografiados en grandes y medianas ciudades, pueblos y barrios de Argentina. Si tenemos en cuenta que muralismo, stencil y graffiti son movimientos pictóricos que nacen por una necesidad de decir, de revolución social y como ruptura a la cultura hegemónica, es lógico que después del trágico año 2001 Argentina se viera súbitamente infestada de estas expresiones. “Las paredes son la imprenta de los pobres” decía el querido Eduardo Galeano en una entrevista a propósito de una genial frase que leyó en una pared: nos mean de arriba y los diarios que llueve. De esos años hacia acá, de la Argentina saqueada a la Bariloche actual, los nombres y las caras se hacen cada vez más familiares y recurrentes en los stencils. El graffiti se ha vuelto una forma de muralismo por el nivel de técnica desarrollado a lo largo del tiempo. ¿Cómo olvidar a Maxi y Darío, inmortalizados en la vieja Estación Avellaneda, que hoy lleva su nombre? ¿Acaso nos parece raro ir a caminar por el Centro Cívico de nuestra ciudad y quedarnos mirando los nombres en blanco de la Plaza de los Pañuelos? ¿Alguien tiene dudas de que Nino, Diego y Sergio seguirán apareciendo en las paredes de los barrios de Bariloche hasta que se acabe el gatillo fácil? Bajando del Alto en el 50, en la bajada de la calle Elordi, hacia la mano izquierda podemos ver un impresionante mural hecho en aerosol con el rostro de Rafael Nahuel. Los eternos ojos de Santiago Maldonado, que nos indagan como hurgando en nuestro deseo de cambiarlo todo, los nombres de las miles de pibas que se lleva la violencia machista, Higui y Amancay Sacayan, Lucía Pérez y los cientos de casos de (in)justicia patriarcal que siguen perpetuando los nombres de pibas y pibes que ya no están en sus casas. ¿Cuántos nombres más vamos a seguir leyendo en las paredes? Los aerosoles lloran y resisten.
A fines de abril contamos con la presencia del artista platense Luxor, que compartió su obra en Bariloche. Dueño de una impronta inconfundible, los personajes icónicos de su obra resaltan la importancia de la unidad, la vuelta a la tierra, la alegría y, sobre todo, la rebeldía. Pájaros, mujeres diversas, serpientes y la tierra como epicentro de su obra se ven atravesadas por frases sencillas que logran despertar la atención de quien anda caminando medio durmiendo ya que, según Luxor, vivir es mejor que soñar. ¿Cuál será la esquina que elija para regalarnos un poco de sus ideas?
Nuestra ciudad es un cúmulo de historias, de personas que desde el anonimato nutren de color y alegre rebeldía los muros de la ciudad. No existe barrio en todo Bariloche que no tenga una pintadita, un mural, un trazo o una firma colorida en alguna pared afortunada. Las calles son nuestras aunque el tiempo diga lo contrario y los graffitis lo saben bien. Caminando de noche, hace poco, me llamó la atención el olor a pintura fresca. Una pared gritaba con desespero: más amor, por favor… o que se pudra todo.
Por Michal Martín Hynst
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen