Soportando el clima patagónico la cultura percutiva ha encontrado territorio fértil en Bariloche con variedad de géneros, estilos y objetivos. Primera parte del informe de Al Margen.
Las murgas en los barrios, los blocos de samba en el carnaval, candomberos en la calle, rumba afrocubana en un cipresal, una escuela de percusión por señas en un sótano, cumbia, salsa y tambores africanos en las costas del Nahuel Huapi y la certeza de que el tambor vive en estas latitudes desde hace centenares de años: Todo se acumula y vibra en un pulso común que hace tocar hasta que sangren las manos.
Estamos en un aula de la escuela del cruce del Km. 8. Los tambores se reparten entre madres, hijas, hijos, señores y mujeres de distinta edad. Hay bongós, tumbadoras, zurdos, cajones peruanos, derbakes, etc. Al frente Casalla, uno de los claros referentes de la percusión en la ciudad, nos dice: “Hay mucha movida de percusión ahora. Cuando yo empecé a tocar, de chico, había más que nada bateristas. Creo que estaba yo y no había un muchacho más. Ahora hay una gran variedad. Tenés varios grupos de candombe, las murgas, grupos como “La Nube”, que mezclan varios tipos de tambores”.
Corte. Se escucha un repique y la voz de Carlos Casalla que continúa: “La percusión es un modo rápido de encontrarte con la música, con el ritmo que llevamos dentro. Que es lo primordial, el ritmo en todo. Ese ritmo que está en la naturaleza, en el ritmo de la vida misma. Sobre todo tocar con las manos, tiene que ver con esa conexión con lo ancestral, con lo tribal. En mis clases por lo general son más mujeres que hombres y lo que me dicen es que pueden descargar las tensiones y sentirse conectadas a la tierra, al ritmo”.
La familia Casalla ha impreso un importante legado percutivo a la historia de la cultura barilochense. Carlos intenta ponerle palabras. “Del lado paterno de mi familia eran tres hermanos. Mi padre y mis dos tíos eran músicos. Dos de ellos, mi tío Eduardo y mi padre eran bateristas. Mi viejo, además de ser amante del Jazz le gustaba la parte latina y eso me marcó de chico. Me llamó la tumbadora, el bongó, la timbaleta; también la batería y el bajo. Mi papá de chico me regaló un bongó y ahí me enloquecí. Empecé a tocar por horas y no paré. No soy el más indicado para responder, pero creo que sí hemos dejado un legado porque tenemos muchos años tocando acá. Yo tuve muchos alumnos, mi viejo no daba clases pero tocó mucho. Algo hemos sembrado”.
Y esa siembra es la que hoy reconoce Juan Areiza, colombiano. A poco menos de seis meses de llegar a Bariloche ya había armado una banda de Salsa, Sonora Moderna La Parcería. Entre cervezas, cuenta: “me sorprendió ver un movimiento de percusión cuando llegué y más que sea un movimiento tan latino. Por lo general en lugares tan fríos se tocan ritmos más europeos y americanos, pero acá encontré candombe, cumbia, salsa, un grupo de rumba. Eso es fantástico”.
Martina Descalzo lo acompaña en La Parcería y además enseña y toca en otros grupos locales: “Cuando me vine de La Plata la gente me preguntaba ¿con quién vas a tocar? ¿Con duendes? Y acá estoy tocando candombe, salsa, afroperuano, rumba. Al final es lo mismo que hacía en La Plata pero en una ciudad más chica.” Martina cree que el momento es positivo, “el candombe está en la cresta de la ola, la percusión con señas también”.
La Nube y un chino
Un turista chino se pierde en un sótano del centro de la ciudad atraído por una música hipnótica. No logra entender si lo que lo traslada es una rave electrónica o un bloco de samba, como el que vio en Brasil antes de llegar acá. La fascinación toma el poder de su gesto y sólo logra disimular la necesidad de moverse en el ritmo de los tambores escondiéndose en la ejecución de su cámara de fotos. El sonido de los disparos va a tempo con el grupo de percusión que tiene enfrente. De repente se detiene el ensayo de La Nube y el oriental vuelve a tomar conciencia de sus sentidos. El silencio reinante es espeluznante que se corta con la palabra de uno los percusionistas: “La nube es una escuela de percusión que ya tiene cinco años. Se basa musicalmente en un lenguaje de señas que inventó Santiago Vázquez, de La Bomba de Tiempo, en Buenos Aires. Nosotros somos como semillitas de eso”. El Sapo Marigo, uno de sus compañeros, agrega: “es una de las pocas escuelas de música, de percusión, que hay en Bariloche. Hay otros muchos grupos y colectivos, pero armados como escuela, tan masiva es la única que hay. La propuesta es esta: que la música sea un canal para algo más: el encuentro, pero sin abandonar la musicalidad. Abrió el espacio para que un montón de gente se pueda acercar a la música, se anime a la percusión, se acerque a los tambores”.
Otro compañero, campana en mano, agrega: “La Nube te permite tocar sin saber absolutamente nada. Tocar y hacer música y eso abre puertas. Si alguna vez dijiste ‘¡no, nunca voy a tocar porque no sé!’, mentira. Acá hay un lugar”.
‘La Nube’, nació en paralelo a ‘Akaya’, grupo de percusión por señas ya inexistente pero que sirvió como un gran brazo difusor de la actividad en la ciudad. Ambas iniciativas estuvieron bajo la dirección de Javito Vidal. La Nube continuó en el tiempo y mostró su propio éxito en la realización de más de 70 lunes de conexión, recitales de los diversos grupos de la escuela con la participación de artistas invitados. “¡70 consecutivos!, re lindos”, festeja uno de sus integrantes y agrega: “Se hacían en réplica a los famosos lunes de la ‘Bomba de Tiempo’, en Buenos Aires. Armamos también un par de eventos en un subsuelo céntrico. Fiestas de tambores que servían también para sacar la manija. Eso es lo que tiene la percusión, se manijea todo el tiempo”.
Intentamos pensar en otros grupos que puedan mantener una actividad cultural tan prolongada. Como un corte que termina al aire, dejamos el interrogante abierto. Otra compañera toma la palabra, “por ahí, en diferencia con otras experiencias en otros lados es que esto era muy de familia, muy de encuentro de todos con todos, con más espacio de encuentro que división”.
La familia del candombe
Tocar en un ensamble, cuando ese ensamble tiene cierta libertad relacionada con la improvisación, hace que une empiece a conocer de una manera diferente, más profunda, a las otras personas. A escucharles hablar sin la boca, a sentirles fundamentar, expresarse y construir algo más a partir del tambor. ¿Eso te hace familia? Al parecer, sí.
“Esta comparsa se identifica mucho por la unión familiar. Todas las comparsas que conozco empiezan desde ese lugar, crecen y nacen desde esa unión”, dice Diego Silva en un asado dominguero con otros integrantes de Raíz Candompaico, una de las comparsas de candombe en Bariloche. Y sigue: “De repente, cuando la comparsa se va a otros lugares, a lo organizativo, político o artístico, también lo tomamos, pero tratamos de no olvidarnos de esto, de la familia. Somos una familia y entre todos nos cuidamos”.
Ernesto, de Candompaico agrega, “El espacio de respeto, de humildad y de construcción amorosa en familia hoy termina siendo bastante revolucionario. Es de lo más revolucionario que podemos hacer hoy, en busca de la alegría, con los tiempos que estamos viviendo”.
Grupo de “persecución” Opipoka
Fiesta barrial. Se va cerrando la noche y el público aguanta el frío con la campera puesta. Tras improvisadas bambalinas los tocadores ya están listos con zurdos, repiques y casetas. Hay plumas, brillos, colores fluorescentes. Hay alguien que ensayó una sola vez y ya está por salir al escenario. Es una costumbre del grupo, un ritual de iniciación. Abrazándolo le dicen: “Vení, sonreí y para adelante”. Como si fuera una apuesta al compañerismo curtido, al no abandono, lo explican: “Te tiran al asador enseguida. Es re particular. Es una apuesta. ¿Te la bancás? Te habilitan y tenés que ponerle garra. Igual te contienen. Antes era un poco más bravo. Era un poco áspero. No era para cualquiera. Si te la bancas, venís”.
Después de dos murgas, dos grupos de folclore y uno de blues el presentador ya no sabe muy bien lo que viene. Le alcanzan un papel con el nombre de la agrupación y, con la poca ayuda de unas luces verdes y amarillas mal puestas, hizo lo que tenía que hacer, presentarlos–“y con ustedes el grupo de persecución, Opipoka” – “¡Esa!… ¡Somos nosotros!, gritamos”, dicen los integrantes.
Pero de perseguir tienen poco, salvo que no te aprendas los cortes. “Opipoka es una agrupación de percu pero que no tiene esa cosa que tienen muchas agrupaciones de la energía, del amor, que es re característico de los tambores. A Opipoka lo siento más terrenal” dice Tania, una de las integrantes. Camilo explica “Opipoka es una familia que circula en el entorno musical. Entre nosotros tenemos un montón de otras actividades musicales. Estudiamos Samba, Maracatú. Se arma candombe en la semana, toques de bata, etc”.
Otra de las integrantes, Mariana, cierra: “La percusión es reunir gente. Te conectas con el otro de otro lugar. A mi personalmente me pasa. Logras una conexión distinta a charlar, a bailar, etc.”
Con 18 años de edad Opipoka es de las agrupaciones más antiguas en funcionamiento. “Nace en el 2001. Invierno de ese año, plena crisis, estallido total. Yo conocía a Mauri Ahumedes desde el ’96 o ’97, que venía de participar de Caturga, en Capital, y traía mucha información. Ahí nos conocimos”, dice Denis Sánchez, uno de sus directores, y completa: “Ese año, con el uno a uno, compramos una cuerda de tambores y esa fue la primera cuerda de candombe de Bariloche”.
Tambor popular, tambor rebelde
Puede ser fácil creer que el fenómeno de la percusión es solo una expresión de jóvenes de clase media, pero si miramos bien encontramos casos que nos hablan del tambor como forma de construcción popular.
Desde el Barrio 2 de Abril, Boni, bailarina de Candompaico explica, “estamos en los barrios, no en el centro. Por lo general un montón de movimientos culturales, artísticos, se dan más en la parte céntrica. Y de pronto descubrís esto más en el barrio, donde está la gente más relegada. El comienzo de estos movimientos culturales y artísticos tienen sus orígenes ahí, en el barrio”.
“Esta murga es una murga de barrio popular. La murga entonces era un eje claro para convocar a los vecinos. Es un barrio joven con gente joven y la murga se transformó en una herramienta clara y potable para hacer esto. Todo el tiempo lo artístico cinturea para poder integrar y acomodar, para integrar a cualquier vecino, sepa o no de música, de baile, sepa o no canto”, dice Claudio Paz, uno de los referentes de los Herederos de Kazó, la Murga del Barrio de Nueva Jamaika.
El bombo murguero se transformó para ellos en el imán que permite trabajar en una causa común con niños, jóvenes, adultos y viejos. “Intentamos siempre abrazar a los vecinos. Nos cuesta mucho sostenerlo todo el invierno, porque no tenemos un espacio físico para sobrevivir al frío, pero volvemos con fuerza con el calorcito. Han pasado muchos vecinos, muchos compañeros, muchos chicos. Cada año estamos rondando en los 60 integrantes”.
Paola Vázquez, otra de las integrantes de Candompaico, nos dice “esto surge de talleres que dimos en el Teatro Paico, que es un espacio cultural autogestivo en el barrio Frutillar, que hemos militado y defendido por mucho tiempo. Los primeros talleres fueron con tambores de plástico, eran baldes de plástico. Lo que da nombre a cómo nació el grupo y la elección y el querer entender el candombe desde su raíz, no solo desde lo musical, desde los arreglos y que sonara bonito, sino entender ese sonido y a qué nos trasladaba”. Y continúa: “Somos una organización, un colectivo, que sale de un barrio, que elige salir a caminar en calle de piedra, podríamos elegir calles de cemento, pero elegimos el barrio y estar dentro de un movimiento carnavalero que elige al arte como un motor de transformación social”.
“Nuestra historia tiene que ver con un barrio popular. Entonces la crisis la vemos históricamente. Primero fue la crisis habitacional, de la vivienda y el abrigo de la casa, con cosas que por momentos se acomodan o por otros se ponen más críticas y nuestra murga se acomoda a esto”, dice Claudio Paz, de los Herederos de Kazó.
Caro Cuevas, de El Chiflete, agrega: “A mí me pasa que me parece absolutamente descolonizador el candombe. Hay conflictos dentro de los grupos de candombe que tienen que ver con que no hay un manual. Como es una cultura que fue por momentos prohibida, callada, no es como ir a estudiar música con el manualcito. El candombe fue algo que se pasó de boca en boca, en Uruguay y a nosotros nos llega el rebote del rebote del rebote. Y nos pasa algo con eso, pero termina siendo un trabajo constante de buscar dónde está el candombe, como si fuera un misterio, pero a la vez encontramos un lenguaje en el candombe que a veces nos cuesta ponerlo en palabras porque no está construido sobre el lenguaje que nosotros manejamos y eso nos encanta”.
Texto y fotos: Ramiro Sáenz
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen