El periodista y escritor Martín Rodríguez analiza el escenario político, en el que otorga a los movimientos sociales un protagonismo clave.
Días antes que Alberto Fernández se calzara el traje de candidato, los periodistas Martín Rodríguez y Pablo Touzón publicaron “La grieta desnuda”: un ensayo sobre la época con visión retrospectiva y señuelos para pensar lo que viene.
Allí, concluyen que “si a mediados de siglo XIX la respuesta al auge de la revolución industrial y sus injusticias fue la creación de los sindicatos, hoy lo será la organización de los movimientos sociales de excluidos y descartados”.
“Se trata de <rearmar> la clase”, dicen en libro, “y no sólo por motivos estrictamente económicos: es reconstruir un sentido de pertenencia y comunidad, de finalidad y destino, en el cuerpo atomizado de la vieja clase trabajadora”.
En esta entrevista, Martínez Rodríguez, editor de La Nación Trabajadora, coeditor con Pablo Touzón de Panamá Revista, columnista de La Política Online y Le Monde Diplomatique, sostiene que “el protagonismo paralelo del movimiento feminista y la CTEP podría esconder paradójicamente una lógica común: identificar formas de trabajo y explotación no reconocidas en la vida económica posfordista”.
– ¿Es posible insertar a ese 30% de trabajadores de la economía popular en esta matriz económica?
– ¿Qué es la economía popular? Es todo ese emprendedurismo de abajo -que también existe- y coloca a las personas en una situación vulnerable, porque son capaces de generarse un empleo sin patrón, sin gozar de garantías ni coberturas. No vamos a sacrificar generaciones hasta que la economía evolucione sanamente, sin distorsiones. Porque la racionalidad económica no es lo único que organiza una sociedad, nos dice el Frente que ganó las elecciones. Pero también está visto que el problema argentino al que llamamos “restricción externa”, y que es la falta de dólares, es también el nombre no sólo de esa manta corta de la economía, sino de una falla tectónica sobre la que armamos nuestros órdenes precarios: el valor de la moneda
– ¿El peronismo relegó la construcción popular en los movimientos sociales?
-La tasa de sindicalización y el rol de los sindicatos en la Argentina siguen siendo muy importantes. Ocurre que algo quedó claro de Menem para acá: es más conocido el ministro de Desarrollo Social que el de Trabajo. El ministro de Desarrollo Social, ese funcionario que maneja un “Consejo de Seguridad” y mira en pantalla todos los posibles focos de conflicto. Yo te diría entonces que sí: no hay un peronismo sin movimientos sociales. Pero también te diría: no hay un peronismo solo de los pobres
– ¿Imaginás a Alberto Fernández conduciendo esta unidad del peronismo en el Frente de Todos?
-Que haya un 40% del electorado de Cambiemos en medio de esta crisis económica, y con representación parlamentaria, es un estímulo para sostener la unidad. De los últimos años hay aprendizajes. Por ejemplo, que una coalición de poder implica la convivencia de distintas miradas y no una cruzada purificadora o vanguardista. Me imagino un peronismo tenso y denso, cuyas contradicciones estén conducidas y no requieran que la conducción haga una demostración de poder hacia abajo. Al peronismo le fue mejor cuando fue diverso
– ¿Ves en ese pueblo macrista, como lo denominás, una oposición dura desde el 11 de diciembre?
-Por supuesto que sí. Dura en términos de organizada y capaz de hacer sentir en el clima del inicio del gobierno de Alberto Fernández un rasgo ingrato: que nace ese gobierno “sin primavera”, sin luna de miel entre la sociedad y el nuevo presidente. Que nace con un sector de la sociedad con los dientes apretados y la guardia en alto, sin mucho changüí para abrirse a la expectativa. Ese pueblo macrista se organiza sobre una idea que es la siguiente: hay una cierta cantidad de millones de ciudadanos (¿siete, ocho?) que pagan impuestos y producen en la economía privada, y hay otros 20 millones que pasan todos los meses a cobrar cheques del Estado. Los que “trabajan”, los que “producen”, los que “pagan salarios”. O sea: se organizan sobre esa idea los “productivos” versus los “parásitos” y “subsidiados”. Después, cuando raspás qué significa cobrar del Estado, entra todo: amas de casa que cobran jubilación, una mamá que cobra la AUH, un docente, un profesor de música, un policía, un oficial de justicia, el chofer de un diputado. Pero te diría, entonces, que eso que llamamos neoliberalismo es un lenguaje de la calle. Mi amigo historiador Alejandro Galliano explicó una genealogía del “neoliberalismo” (señala que hubo tres en la historia) y dice que estamos en el 3.0, uno “que siente que el mundo se acaba y no tiene sonrisas ni paciencia para filósofos franceses”. Evidentemente la tarea estatal no fue hecha durante estos cuatro años: no mataron a la patria sindical, no desregularon la economía, etcétera, entonces podemos pensar que el fracaso de gobierno los devuelve a su sociedad.
Por Pablo Bassi y Tato Arce
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen