Estas líneas constituyen un registro casero en forma de crónica, de las situaciones cotidianas vividas en la intimidad de una familia barilochense durante la segunda semana de la cuarentena. Si bien son párrafos repletos de subjetividad y miradas propias, seguramente tienen muchos denominadores comunes que representen a otras familias.
Día 8 lunes 23/El gato y la tormenta.
Hoy es un día clave en la lucha contra la pandemia. Mi compañera se indispuso y las condiciones meteorológicas dentro del hogar prometen tormenta. Habrá que aplicar todas las medidas de seguridad posibles. Me repito como un mantra que debo hablar con amorosidad y evitar temas conflictivos. Camino sobre algodones, literalmente. Así voy cediendo terreno en diversos temas en las arenas de la vida conyugal: no presento objeciones ante la propuesta de un almuerzo cuasi vegano (teniendo carne en el freezer), tampoco en tirar comida “porque está vieja”, ni en aceptar la compra de objetos domésticos (desde mi punto de vista inservibles). Pero toda dignidad tiene un límite y esa frontera se cruzó cuando ella propuso comprar comida premium carísima a nuestro gato. Lo siento pero no tengo anticuerpos para ese tema y no puedo quedarme callado y dar una opinión opuesta a la mía. Error.
Tormenta. El gato mientras nos mira y se pregunta qué carajo hacemos en casa todo el día y por qué no lo dejamos tranquilo. Para colmo las condiciones meteorológicas externas no ayudan y una lluvia que promete quedarse el resto del día comienza a caer. Estos son los momentos en que me pregunto qué tan malo puede ser dar positivo en el hisopado y tener que quedarse aislado pero solito y solo con mis propias contradicciones.
Por la tarde tenemos un hecho inédito en esta cuarentena: hay que salir a comprar alimentos (para hombres, mujeres y gatos), una de las pocas actividades autorizadas en estos tiempos de encierro. Decidimos que vaya mi compañera, ya que debe comprar tampones y accesorios que están ubicados al menos para mí, en góndolas exóticas dentro del supermercado. Juro que la situación de ir hasta el super de Bustillo (unas 10 cuadras) nos ponen nerviosos a les tres. ¿Qué compro? ¿Pago en efectivo? ¿Si veo a alguien conocido lo saludo a la distancia o con el codito? ¿Y si aprovecho y de paso converso con alguien más? Dilemas cotidianos en épocas de pestes.
A su regreso nos cuenta las experiencias de su expedición: que había una cola de un puñado de personas, que personal del supermercado le rociaban las manos con alcohol a cada uno que ingresaba y que no dejaban permanecer a más de 20 personas bajo el mismo techo. Además que solo estaban habilitadas las góndolas de alimentos y las que exhiben otro tipo de productos se encontraban clausuradas con cintas. Esa misma noche los muertos en España llegaban a 500 en solo 24 horas, cerraban accesos a Capital Federal respecto a Buenos Aires, pero se levantaba la cuarentena en la ciudad china, donde comenzó a expandirse la epidemia hace tres largos meses atrás.
Día 9/ martes 24: Marcha de la bronca
Hoy amanecí con bronca. Y se sabe: la bronca agrupa lo irracional, lo despiadado, y hasta lo xenófobo que convive dentro de cada uno. En orden de méritos mi bronca fue dirigida esta mañana con las y los argentinos y extranjeros que trajeron el bicho al país. Después con los que no acataron la cuarentena obligatoria y se fueron a un casamiento multitudinario, a la costa a veranear o a navegar a altamar. No me importa. Por último mi resentimiento e ira fue apuntado contra los porteños y bonaerenses a quién les adjudicaba que por culpa de ellos, ciudades enteras que no tienen ni un solo caso positivo (como Bariloche al momento de escribir estas líneas) tuvieran que acuartelarse por tiempo indefinido. Otra vez las provincias pagando la joda de la capital. A esa altura de la calentura y la irracionalidad ya proponía políticas públicas donde encerrábamos a nuestros viejos (por precaución) y el resto éramos “liberados”. O decretaba el fin de la cuarentena argumentando que 4 muertes por esta pandemia eran demasiado poco para las medidas drásticas que se habían adoptado. Iré al infierno, perdónenme.
Tomé un té de cedrón y salí afuera rememorando que a esta hora ya debería estar en la marcha más popular del año, al menos en esta ciudad. Colgamos un pañuelo en nuestra puerta. Finalmente el enojo me lo saqué tijera de podar en mano con las mosquetas y retamas del jardín. La ligaron de rebote algunas autóctonas. I´m sorry, pero fue una situación de necesidad y urgencia.
Por la tarde, mientras mi niña jugaba con la manguera y su madre tejía un chaleco para el bebe de un amigo, me dediqué a analizar las nuevas estadísticas de casos en Europa y esperar el reporte local diario de infectados que casi siempre se actualiza cerca de las 20 horas: 6 muertes y más de 300 infectados, ninguno en Bariloche. Veo cómo la curva de las estadísticas nacionales sube y sube pero todavía es manejable. Todavía.
Día 10. miércoles 25. Memes de la pandemia.
Con este encierro uno perfeccionó los sentidos del oído y la vista y está muy pendiente de quién circula. No es el mediodía y ya veo mucho movimiento en la calle, al menos para estos días: 3 transeúntes, 2 bicis, 3 autos y un caballo. Me contengo las ganas de denunciarlos a todos, incluso al animal.
Mientras Camila y su madre “hacen la tarea”, (actividad sumamente desgastante pero con resultados positivos y tangibles a la vista) yo me dedico a seguir limpiando rincones exóticos de la casa. En eso estaba mientras me preguntaba qué le diría el Sebastián de 25 años al actual, que se encontraba en este instante limpiando con un fanatismo inédito los tarritos de los condimentos y especies. Una seguidilla de adjetivos me vinieron a la mente. Ninguno reproducible ni políticamente correcto.
Otro pasatiempo que encontré en estos 10 días de encierro es mirar y reír con la cantidad de memes que circulan con la (mono) temática que nos involucra. No dejo de sorprenderme con la creatividad e ingenio de quienes hacen videos, placas y chistes casi en tiempo real con lo que sucede, sea un partido de fútbol, una (desafortunada) frase política o el coronavirus. Asombra cómo pueden jugar con el humor en cualquier tragedia. Algunos de ellos merecen sin dudas una mención especial o un premio exclusivo cuando entreguen premios Gardel para programas de radio y televisión. Tienen la función social de hacer reír en las perores situaciones. Me copo y reenvío varios pensando de que si hubiera un mundial de memes tendríamos serias chances de ganarlo.
Por la noche viene la ronda de videollamadas vía wasap a familiares y amigos que viven en otras latitudes. Si bien la conversación nunca ahonda y se mantiene en la superficie, al tiempo que se espera con delay la respuesta del otro lado, sirve para verse las caras, los gestos, mostrar contexto y sobre todo para pasar el tiempo que a esta altura de la crónica se lo ve como un enemigo. La palabra que más se repite en estas videollamadas es: aguantar.
Dia 11 jueves 26/ Preguntas sin respuestas.
¿Qué fecha es hoy? ¿Ya pasó el fin de semana largo? ¿Estará abierta la dietética? Los días comienzan a ser todos iguales. Al no estar presente el trabajo, el colegio, el fútbol, las juntadas con amigas y amigos y otras actividades que marcan la rutina de la semana no se diferencia claramente en qué fechas estamos parados. El almanaque me precisa (mientras tacho un día) y veo que quedan 5 más días para el fin de la cuarentena decretada hasta el día 31. Los titulares de los diarios digitales anuncian que existen muchas chances que el aislamiento se extienda. ¿Cómo carajo van a hacer para contener a la gente por más tiempo en sus casas? ¿Cómo hace una familia del conurbano para convivir tanto tiempo hacinada bajo un mismo techo? 8 muertos en el país. y casi 500 infectados resultan un buen contrapunto.
Me recuerdan que dentro de esta pandemia somos privilegiados por no tener necesidades económicas, por tener un parque o no tener ningún familiar contagiado. Tienen razón, pero si vamos al caso ante cualquier situación adversa siempre vamos a encontrar personas que la estén pasando peor que nosotros. Y la queja es un derecho humano. O debería serlo.
Encima el día de hoy es un ensueño y no poder disfrutarlo o ir al lago a caminar resulta difícil. Tiene algo de histérico: al paisaje se lo mira pero no se lo toca. Un paraíso al alcance de nuestras manos pero que lo podemos mirar desde nuestras casas. Así es como las únicas picadas que disfrutamos no tienen que ver con las sendas del Parque Nacional sino con unas que tienen salamín, pan y quesos.
Releo las líneas que hacen estas aguafuertes de la pandemia y observo que en ellas no hay miedo a un posible contagio, no hay angustia contenida, solo incertidumbre y una frase que retumba en mi cabeza: ¿Hasta cuándo?
Por Sebastián Carapezza
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen