Estas líneas constituyen un registro casero en forma de crónica, de las situaciones cotidianas vividas en la intimidad de una familia barilochense durante la cuarentena. Si bien son párrafos repletos de subjetividad y miradas propias, seguramente tienen muchos denominadores comunes que representen a otras familias.
Día 12/ viernes 27 / Yendo de la cama al living
¿Pasan rápido o lentos estos días de encierro? ¿Son jornadas cortas o largas? El tiempo es relativo en algunas curvas de este camino, donde no sabemos bien qué día es hoy, pero en el que haremos las mismas cosas que ayer y mañana. Así es que para las personas con ciertas estructuras mentales (como quien escribe) les resulta fundamental armar una rutina para tener un encuadre de actividades dentro de tanta franja horaria libre. Y aunque nuestros almanaques estén prácticamente en blanco desde hace más de dos semanas, se siente saludable saber que siempre hay cosas para hacer, por más inútil, frívolas, o pelotuda que sea. La lista puede ser larga.
Así es que 10:15hs comencé con mis tareas programadas en el terreno: Juntar hojas en el parque, ordenar el galpón, sacar a pala todas las raíces del parque, y realizar una obra faraónica de movimientos de suelo para hacer un bancal en el que nada crecerá hasta después de la primavera. Es que si de algo sirvió este aislamiento es para embellecer y mejorar a los que tenemos la suerte de tener un parque, jardín o algo verde circundante a nuestra vivienda. A esta altura son muchas las familias que lograron nivel como para competir en la Fiesta de Parques y Jardines que organiza anualmente Villa La Angostura.
Prendo la radio y me entero que el promedio de edad de contagio de los varones es de 43 años. Bingo. Exactamente los junios que llevo puestos. Y yo que pensaba que era solo un espectador en esta obra, otra vez estaba equivocado.
Día 13/sábado 28/ Mañanas docentes, tardes de ocio.
Si me preguntaran qué es lo primero que voy a hacer cuando termine esta cuarentena, estoy indeciso de responder entre salir a la montaña, hacer un asado con amigos/as y familia o abrazar gente por el barrio. Lo que es seguro es que estuve demasiadas horas frente a pantallas de diferentes formas y que este abuso amerita urgente una desintoxicación de las tecnologías. ¿Cuántas veces actualizamos los sitios de noticias nacionales, regionales y locales para informarnos? Llamados, wasap, videollamadas, radio, música, películas, mails, etc. Cada vez que mi dedo pulsa el teclado, siento un deja vu, que me pregunta si esa situación ya la viví anteriormente. ¿Los 800 muertos de España fueron ayer o hoy? ¿Los 150.000 infectados son de EEUU? ¿Río Negro sigue teniendo 5 casos activos? ¿En Bariloche seguimos sin ningún caso confirmado?
Después del desayuno “papá” o “mamá” se disfrazan por tres horas de profesor/a de primaria, con las herramientas y limitaciones que cargamos a cuestas. Así es como a las tareas que mandan por wasap “las seños”, se le suman algunos ejercicios de manuales o cuadernos educativos. Sumas, diagnósticos, cuentos, dibujos tan variados como nuestras energías. Entre medio de estas clases caseras siempre hay alguna frase que deja entrever cómo cada uno vive este momento. “¿Papá, si tiro agua con alcohol al aire, el coronavirus se muere?”, me preguntó este día durante la tarea mi niña que a sus 7 años tiene conocimientos de pestes, pandemias y otros males que nosotres a esa edad ni imaginábamos. Hago una cuenta rápida y computo que en los últimos 100 días, solo fue 10 a la escuela. Eso es casi un tercio de todo un año en el que corrió demasiada agua bajo el puente.
Día 14 / Domingo 29 Patas de burros
Un domingo inestable respecto al clima y las emociones. Encaré en bici a Bustillo a buscar provisiones. Ir en bici me permitió hacer algo de deporte y tardar más tiempo en esta tarea fuera del hogar, actividades que son casi nulas en estos tiempos. Cargue lo indispensable: riñonera, mochila, dinero y anteojos de sol. Enfilé por la asfaltada de Río Minero y a las cuadras se me ocurrió hacer un camino nuevo. Me metí a fuerza de pedaleadas en el Jockey Club Bariloche. Solo unos martillazos de fondo traían el eco de un tiempo que ya se escribe en pretérito. En mi vida había pisado un hipódromo. Sin embargo de pibe escuchaba la radio, durante los programas deportivos, con un relato a toda velocidad con el resultado de las carreras que para mí oído inexperto era relatado en una jerga búlgara. Así como en mi adolescencia en el conurbano bonaerense, me llegaban a la distancia el grito de los goles de alguna tribuna popular de un club del ascenso, en la actualidad de este lugar, domingo por medio, me llega el grito enardecido del público que apostó a las patas de algún burro. Hoy el predio está vacío y pintado con una nostalgia que entristece hasta los pájaros. Sigo mi periplo y llego a Bustillo.
La avenida desierta invita a cruzarla con los ojos cerrados. Los gustos hay que dárselos en vida, sobre todos los que son gratis. Después de sentirme todo un transgresor y mover la adrenalina por el cuerpo ato la bici al poste de luz, para hacer la cola del supermercado. Con suerte me encontré con un conocido a quién salude afectuosamente levantando mi mano derecha como si estuviera haciendo un juramento. Saqué mis estadísticas personales diarias: de las 20 personas en la cola, solo 5 usaban barbijo o guantes. No obstante todos respetaban el metro de distancia reglamentario. Una vez dentro, mediante los altoparlantes arengaban a que te apures y no uses el espacio como un ámbito de esparcimiento. Salgo con más bebidas que comida y veo en la parada del colectivo a dos pibas con el pulgar en alto mirar cada vehículo que pasa. Hacer dedo se convirtió en un imposible en estos días. Resulta un deporte en extinción ya que las posibilidades que te lleven son menos que nulas. Sin embargo algunos seres no pierden sus esperanzas.
Día 15/ lunes 30 Taza taza
Leí en el diario de hoy que la incertidumbre, las nuevas fobias y el cambio de valores son las marcas que dejará la pandemia en la sociedad. Sin ánimo a refutar los fundamentos de esta nota me parece que se olvidaron de otra arista de este aislamiento. Es más, creo que los divorcios van a ser uno de los principales efectos colaterales del coronavirus.
Cuando culmine el aislamiento y sea una potente historia que nos quede para relatarle a nuestros nietos y nietas, lo que va a quedar vigente es el virus de las separaciones entre parejas, insondables por el momento, pero que se van a replicar atravesando las diferentes capas sociales, sin distinguir posiciones políticas, económicas o religiosas. Por cada una que se confirme habrá otros dos o tres casos. Si ahora no alcanzan las camas de los hospitales para la emergencia sanitaria, en unos meses no alcanzaran los monoambientes y techos disponibles para albergar a un sinfín de parejas desmembradas a causa de un exceso de convivencia. Y como siempre, cualquier exceso es demasiado.
Hay que ver cómo quedamos después de que haya pasado la peste. Si no estamos preparados para convivir con fronteras cerradas, mucho menos lo estamos para hacerlo con nosotros mismos, todo el santo día. Y menos aún con otras personas.
En este punto se me aparecen los ojos marrones de mi compañera, lanzando rayos de furia preventiva, diciéndome desde las tripas, sin filtros: “si haces comentarios machirulos en la crónica se pudre”.
No te preocupes petiza. No te preocupes.
Día 16/ martes 31 El final es donde partí.
Hoy trataba de enumerar los aspectos positivos de este aislamiento. Cosas que sucedieron solo porque tuvimos este tiempo de engome. Tener la leñera llena en marzo, rastrillar y juntar mil cajas de hojas en el parque y tener tiempo para uno mismo, entre las principales. Así es como ordené fotos, llamé amigos que hace rato no hablaba. También llegó el momento de limpiar el altillo, leer dos libros, ver mil películas y 500 series, casi todas malas, salvo honrosas excepciones, (como la oriental Parásitos y Hoyo). Anduve 73 kilómetros en bici fija, dormí siestas, comí demasiado, y arreglé esa puta pérdida de agua detrás del inodoro. Volví a escribir con ganas, limpié la salamandra, movimos los muebles del lugar y encontramos objetos perdidos y olvidados hace tiempo.
Este paréntesis en nuestras rutinas, que significa este aislamiento obligatorio, se lo contaremos a las futuras generaciones. No pasa seguido. Es como cuando estalló el volcán Puyehue y nos costó varios días saber bien dónde quedábamos parados, para después entrar en una rutina de barbijo, miles de complicaciones y silencios grises.
Por eso en esta región ya nos sabemos acostumbrados a aguantar situaciones extremas: o un derrumbe nos corta la ruta, o copiosas nevadas que impiden salir y nos ponen frente a térmicas árticas, o el hantavirus, las cenizas del Puyehue, o las crisis económicas que aguantamos siempre con el lomo.
Ayer Alberto oficializó lo que ya se sabía. Se extiende la cuarentena 13 días más. Cuando salió esa frase por su boca, juro que no respiré por un rato. Queda como a 5 años eso. Mamita, agarrate. Y el letargo del tiempo propone un pulso del cuál claramente no me terminé de acostumbrar en esta (primera) cuarentena.
Sin embargo cuando mi niña estornudó tres veces seguidas, en seco dejé de quejarme y entendí que se puede estar peor. Y mucho. Y de alguna manera quedé agradecido con esta peste que nos lleva los últimos días de sol patagónico, mientras la lenga se tiñe de un color ocre con olor a otoño.
Por Sebastián Carapezza
Fotos: Euge Neme
Equipo de Comunicación popular Colectivo al Margen