Se cumple un nuevo aniversario del golpe de Estado en Chile, una herida a la democracia que todavía perdura sobre un pueblo que, pese a todo, sigue en pie para abrir las grandes alamedas.
La mañana del 11 de septiembre de 1973 comenzaba en Chile la ruptura más profunda de su historia democrática. Una herida que sigue abierta a casi 50 años del fatídico golpe de Estado que no solo echó por tierra el proceso que había iniciado Salvador Allende tres años antes, tras ser elegido por el pueblo en las urnas, sino que instauró una larga noche que se extendió por 17 años bajo el mando del general Augusto Pinochet.
Los sucesos abiertos aquel martes gris cuando los militares bombardearon el palacio de la Moneda, desde donde el presidente dio aquel histórico discurso por Radio Magallanes, el último antes de dejar la vida, tienen consecuencias hasta estos días en una democracia que no ha logrado resolver para el pueblo el acceso a los derechos más básicos que fueron arrebatados. Pero los sueños de justicia social truncados se han adormecido y siguen despertando.
“Cuando fue el golpe de Estado yo tenía 15 años. Era chica, pero todo lo que empezó a partir de ahí es algo que uno no olvida”, recuerda ahora Roxana y la voz le cambia de tono. También se acuerda de la fiesta que fue el triunfo de Allende y la esperanza de un cambio radical que se abría con la Unidad Popular y la ilusión un gobierno a favor de la clase trabajadora. Todo eso fue exterminado de la manera más cruenta por los militares como punto culmine de un proceso de desestabilización que venía gestándose a paso firme.
“En aquel momento iba a un colegio experimental que pertenecía a la Universidad y las consecuencias llegaron enseguida: venían los buses a llevar presos a los profesores, detuvieron cantidades de alumnos, los subían a patadas arriba del micro, nunca me voy a olvidar de eso. Ese año yo venía participando en muchas cosas, mi colegio era muy abierto y teníamos talleres de literatura, teatro, muchas actividades humanísticas, culturales. Todo eso se cortó: cuando volvimos a clases en el patio no podíamos estar en grupos de más de tres, nos controlaban el uniforme, el largo de la falda, el color de los calcetines, solo se permitía ir con bolso azul, sino te lo sacaban. Rompieron los laboratorios, terminaron con todo, era inhumano lo que hacían: en el patio estabas ahí con los militares y sus metralletas. Me marcó tanto que en octubre me tuvieron que retirar y repetí el curso”, desanda.
Se terminó el liceo experimental como se terminarían tantas cosas más. “Incluso me llevaron a una psiquiatra, mi cabeza, mi corazón, no fueron capaces de soportar tanto cambio, mi colegio fue destrozado, mi familia, y nunca sabias, porque si te encontraban un disco de Violeta Parra eras extremista”.
Más tarde las desapariciones, la vida entre toques de queda, la destrucción de todo lo creado. “A mi generación le cortaron las alas, nunca supimos lo que era una fiesta, o te quedabas de toque a toque o no ibas. Se acabó el folklore, las peñas, la cultura, la educación. Fue muy largo, yo iba a estudiar una carrera que se cerró, nunca supe que estudiar, nos quedamos en el aire, nunca más conocimos la libertad. Fuimos marcados brutalmente”.
La dictadura fue una noche larga en la que se gestaron nuevas generaciones. “Cómo les planteábamos la historia a nuestros hijos, si hasta sacaron las páginas de los libros. Es muy difícil recordar, aun ahora, volvió la democracia, pero en realidad siento que todavía hay un dejo de dictadura en el país. El día del golpe mi papá estaba en el centro y llegó a las diez de la noche porque no tenía como venir a casa. La sangre corría por las calles, eso es cierto también. Y hay gente que aún lo niega. Pero yo lo viví. Los amigos que se llevaron al Estadio Nacional, los torturados”.
A lo largo de este oscuro periodo se cometieron sistemáticas violaciones a los derechos humanos, se limitó la libertad de expresión, se suprimieron los partidos políticos y fue disuelto el Congreso Nacional. El Estadio Nacional, en Santiago de Chile, se convirtió en el mayor campo de detención y tortura de la salvaje dictadura de Augusto Pinochet. Allí, miles de personas fueron prisioneras, torturadas y muchas asesinados, entre ellos el cantautor Víctor Jara.
El sueño trunco
Allende había ganado las elecciones con la coalición política Unidad Popular, convirtiéndose en la primera experiencia socialista del continente por la vía electoral. La feroz campaña en contra no se hizo esperar para un presidente que en mil días de gobierno y a pesar del asedio estableció cambios históricos: su gestión se caracterizó por abanderar proyectos como la Nacionalización de la minería del cobre y la banca, la Reforma agraria y Reformas sanitarias, educativas y sociales, como la gratuidad en el acceso a la universidad, acto que llevó a que el número de estudiantes universitarios creciera un 89% entre 1970 y 1973.
“El 11 de septiembre yo estaba en una fila con mi hermano para comprar pan, en Las Condes. De pronto veo que la gente empezaba a abrazarse, todos felices, se abrazaban y se felicitaban y yo no entendía nada. Mi hermano me dice vámonos y empezamos a correr hacia la casa que quedaba a diez cuadras. Ya los aviones pasaban bajo”, cuenta Viviana. “Cuando llegamos estaba parte de mi familia, algunos que no llegaban, como uno de mis hermanos que tardó más de una semana en volver. Estaba la radio puesta y empezó una tristeza muy grande: informan que había muerto el presidente. El recuerdo más profundo que tengo es que mi mamá se enterró en el sillón a llorar y mi papá se tomaba la cabeza y caminaba por la casa llorando”. La voz se le quiebra como si pudiera asistir a esa foto que daba inicio a un cambio radical en la vida del pueblo chileno.
“Pasaron más de cuarenta años pero todos los 11 recordamos como grupo de amigos a un integrante que desapareció, después supimos que lo habían llenado de piedras y tirado al mar. Pero aunque hagamos homenajes sus cuerpos jamás aparecieron, hay militares que jamás respondieron, Pinochet se fue a la tumba sin hablar y eso me parece muy injusto. No me va a alcanzar la vida para entérame de la historia y creo que aun seguimos un poco agarrados de la dictadura, de una forma u otra, y hay gente que cree que esto no sucedió. Ni perdón ni olvido, es lo que puedo decir”, dice Alejandra.
“Yo era estudiante de Arte. Esa mañana salimos sin rumbo, buscando refugio en casa de amigos y empezó a llover, no lo olvidaré. Y tenía mucho miedo, pronto empezaron los disparos por todos lados. Ese día cambió todas nuestras vidas, nuestros sueños de una sociedad más justa. Recuerdo el último discurso de Allende, su despedida”, rememora Ximena.
“Ese martes no había colegio, estábamos en paro y estaba esperado para comprar pan. Empezamos a ver pasar los helicópteros con los tipos colgando con metralletas hacia abajo. Aparte del susto tremendo que daba, porque se escuchaban disparos, se veía como disparaban hacia Tomás Moro, donde estaba la residencia del presidente, y empezamos a escuchar las noticias de que pasaba algo parecido en La Moneda. Era un susto tremendo, pero también una pena muy grande que se hizo más evidente al llegar a la casa y ver llegar a mi papá, que trabajaba en la fuerza aérea -un tipo de izquierda de toda la vida- abrir la puerta como aguantando lo que estaba sintiendo, cerrar la puerta y ponerse a llorar como cabro chico, yo nunca lo había visto llorar así”, dice Juan. “Eran todos los sueños quebrados de un solo quiñazo. Y ahí vino un periodo muy oscuro, de mucho miedo, mis hermanos tuvieron que irse de la casa a distintos lugares porque corrían peligro, la gente empezó a dejar de visitarnos por miedo a que le pasara algo, como si hubiésemos tenido la peste”.
También recuerda el drástico cambio en la vida y para siempre. “En el periodo de la Unidad Popular nosotros como jóvenes íbamos a las bibliotecas a ver ciclos de cine, participábamos de distintas manifestaciones artísticas, exposiciones. Era una efervescencia cultural maravillosa y de la noche a la mañana se apagó la luz por 17 años. De ahí en más todo fue subterráneo, de tipos muy valientes que estaban haciendo arte desafiando a la dictadura. Creo que nos quitaron un periodo maravilloso de nuestras vidas, fue un periodo nefasto para el país, para todos, y también para la moral de cada uno”.
Nuevas luces
“¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”. Allende lanzaba estas palabras en su último mensaje, dejando una huella indeleble en la memoria. Y de algún modo, las grandes manifestaciones de los últimos tiempos en el país hermano, con millones de personas en las calles volviendo a poner en evidencia un modelo neoliberal basado en la desigualdad -que fuera enarbolado por décadas, pero que cuyo resquebrajamiento se tornó inevitable- también dan cuenta de que no hay más plazo para las cuentas pendientes con el pueblo.
Así también la voz silenciada a la fuerza pareciera resucitar en las gargantas de los miles que estallaron en octubre pasado contra la desigualdad, la falta de oportunidades, la mala salud, las pensiones de hambre, la falta de educación gratuita, los altos costos de vida y un modelo que nadie eligió: “No son 30 pesos, son 30 años de abusos”, fue una de las síntesis por esos días. El estallido exigió un cambio y puso en jaque todo lo establecido, incluso la Constitución. Actualmente, Chile transita el camino hacia un nuevo texto, la pulseada se dará en el histórico plebiscito del próximo 25 de octubre.
Lo cierto es que aún en la ahora más trágica Allende pudo imaginar, pudo sostener vivo el sueño más noble: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Por Violeta Moraga
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen