Ramiro viajó a Valcheta a presenciar el eclipse solar intentando que un año de mierda terminase con un fenómeno único y extraordinario. Trajo esta crónica y las fotos que acompañan esta historia.
Astrónomos, astrólogos, astroaficionados, puestos de choripán, todo desbordado de incertidumbre. Señoras en reposeras sentadas detrás de un neneo gigante intentando un reparo del viento, una chica que lamenta haberse quedado sin pan como para seguir vendiendo sándwiches de milanesa. El viento fuerte, como corresponde a la Patagonia, se presenta como actor secundario, pero un frente de tormenta – sí, una tormenta en Valcheta – intenta robarle el protagonismo al mismo sol y a la misma luna, los que venían preparando este baile, esta danza de luz y oscuridad desde los inicios de los tiempos.
El este de la ruta 23 se llenó de autos en las banquinas, de casas rodantes, de colectivos dando vueltas en U. Todos intentan encontrar un lugar entre el cielo nublado, donde poder ver el Sol, donde dejar de verlo tapado por la luna. Fotografes profesionales, aficionados, en bicicleta, se internan en la estepa para tratar de conseguir un lugar único donde poder hacer esa toma soñada en este mega juego de las escondidas.
Una agente de Policía nos frena. Nos pregunta lo obvio y para no bajarle el precio al asunto, no contarle que en realidad estamos ahí de casualidad, mentimos:
-Sí, venimos a ver el eclipse, pero estamos pensando en seguir hasta Ramos Mexía.
-Todos están haciendo lo mismo ¿ves aquellos de allá? – Me señala 3 autos en fila con sus ocupantes que discuten mientras miran el cielo con desesperación – bueno, recién vuelven de Sierra Colorada.
Decidimos quedarnos donde estamos, la suerte está echada. Nos compramos una gaseosa, el dueño del supermercado nos regala unos lentes que dicen en inglés “Total Solar Eclipse, August 21, 2017 – Stapleton, Nebraska”. Una chica me informa que los lentes para ver eclipses se vencen a los 3 años. Me quedo tranquilo.
Se aproximan las 13 hs. Nos juntamos todos por fin en el predio que el Municipio había destinado a los turistas. Una especie de Eclipse Parade en el medio del desierto. Pienso que no desentonaría algo de música electrónica. Inmediatamente la escucho desde el auto de unos changos que tomaban mate. Desde una 4×4 escucho chamamé. No hay rivalidad, todos miran el cielo. Las nubes regalaban cada cierto tiempo algunos huecos donde se cuela la previa del fenómeno, pero sólo por algunos segundos. Cada vez que sucede la concurrencia lo festeja como si fuera un gol.
Algunas veces el azar presenta los hechos de tal manera que uno piensa que está frente a un milagro. Por azar a eso de las 13:30 el cielo se abre sobre Valcheta. No del todo, sólo que deja un espacio para por fin ver los astros y el eclipse que nos tenían preparado. La gente festeja, sonríe, un locutor nos va narrando lo que todos vemos: “noventa por ciento”, “noventa y cinco”, “noventa y …”, silencio. El mundo a nuestro alrededor se oscurece.
Un gran, prologando y colectivo “Oooohhh!” es lo único que se escucha. Me concentro en la cámara. Trato de no ver el anillo de luz directamente, apunto y saco todas las fotos que puedo. Veo el eclipse en la pantalla, en delay, mediatizadamente. Me doy cuenta de que me lo estoy perdiendo. Tomo aire para bajar la ansiedad, me pongo los lentes regalados y lo miro a los ojos. Durante muy pocos minutos el sol y la luna me hacen un guiño raro, sobredimensionado, sorprendente, tan necesario para mis narraciones del futuro. Esas en dónde voy a contarle a personas de otro tiempo que el 2020 fue un año de mierda, el año de la pandemia, el de la sopa de murciélago, el año en que un virus nuevo, sólo en Argentina, mató más de 40.000 personas, una generación entera. Porque pienso, en mi narración de fantasía, que si los años comunes y corrientes terminan con un solsticio, éste tiene que terminar con un eclipse de sol completo. Un milagroso regalo del cielo lleno de nubes de tormenta para esta zona del planeta acostumbrada a la sequía de que nadie le regale nada; unos agónicos minutos de un cielo único y espectacular para nuestra indómita línea sur.
Texto y Fotos: Ramiro Sáenz
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen