A través del proyecto Vox Pop Uli el equipo de Diseñadores Sin Fronteras reflotó la idea del cárter parlante: un artefacto de apariencia rudimentaria que narra cuentos y poemas mientras esperás el colectivo.

Una voz susurra y parte el aire frío de la noche: “Esta historia me la contó mi padre…”, comienza. La caja metálica que cuelga en la pared descascarada de la parada de colectivos sobre la ruta 40, a la altura del barrio Los Maitenes, parece llegada de otro tiempo. Un artefacto herrumbroso del pasado -o del futuro- que conserva las voces vivas que ahora se desprenden y flotan, narrando historias. Si no quedara nada, podría ser la pieza que siguiera sonando, una, y otra, y otra vez. Hasta que alguien escuche la humanidad.

Vox Pop Uli, dice al costado del botón que hay que apretar para que uno de los treinta cuentos seleccionados cuidadosamente, y que la caja atesora, comience a escucharse. Es aleatorio, tanto puede irrumpir la voz de Julio Cortázar como la de Alberto Laiseca o Nicolás Guillen. Quizás sirva, para levantar la cabeza de la pantalla y llevarse en la memoria una nueva historia, otra, que seguramente nos acompañe más tarde en el vaivén del viaje.   

La idea de colocar un artilugio que contara cuentos surgió hace años, como surgen las buenas ideas, en una charla entre amigos. “Se le ocurrió a Ariel Uzal, artista multifacético de Bariloche, que imaginó la posibilidad de esta instalación para que la espera tuviera esta compañía”, dice ahora Manuel Rapoport, diseñador industria que integra el equipo de Diseñadores Sin Fronteras. La devolución fue rápida: “Hay que hacerlo”. 

El proyecto comenzó a tomar forma y a avanzar como el agua, superando obstáculos y encontrando la forma de seguir adelante. “Fuimos consiguiendo los accesorios necesarios, haciendo mucho uso de objetos descartados. La carcasa, de hecho, es la tapa de un cárter oxidado. Nos gustaba la idea de que fuera una cosa medio posatómica y antivandálica, que no fuera atractivo como objeto, sino que fuera atractivo por lo que hace. La única interfaz es un botón, lo apretás y te cuenta alguno de los cuentos seleccionados, que son cortos y de artistas conocidos”, cuenta Rapoport.

Adentro de la caja están los accesorios: hay una radio vieja, que fue desarmada, un lector de MP3, una batería y conexiones que permiten el artilugio. Primero se instaló -con algunas limitaciones que se fueron resolviendo en el camino, como la durabilidad de la batería -en una parada del km 6, donde permaneció un año.

Después lo desarmamos, porque se decía que iban a tirar esa parada de colectivo. Ahí salimos a buscar otra y elegimos una del alto, donde está instalada ahora”, continúa y narra los diversos vericuetos técnicos que debieron ir superando, hasta que finalmente, una empresa de paneles y sistemas de electricidad solar donó un panel para poder resolver la necesidad de energía que permite a la caja funcionar, con un tipo de batería especial.

El proyecto fue apadrinado y llevado adelante por Diseñadores Sin Fronteras, fundación que viene trabajando con distintos aportes a la comunidad, desde un lugar que muchas veces sale de lo cotidiano, encontrando caminos alternativos de intervenciones y arte urbano.

El espacio, se propuso desde los inicios la idea de trabajar junto a comunidades en situación de vulnerabilidad para co-crear soluciones desde el diseño, con enfoque social, territorial y sustentable. “Nacimos del encuentro entre personas que creemos en el poder transformador del diseño cuando se pone al servicio de las comunidades. No llevamos respuestas: escuchamos, dialogamos y construimos con otros. Nuestra práctica se basa en el respeto, la colaboración y el intercambio de saberes”, describen.

Acompañamos procesos comunitarios a través de proyectos de diseño participativo en los que se vinculan creatividad, producción local, identidad cultural y autonomía. Trabajamos en red con organizaciones sociales, universidades, gobiernos locales y aliados nacionales e internacionales.  Diseñamos desde lo cotidiano, desde lo posible, desde lo que ya está —pero aún no ha sido reconocido como potencia”, comparten sobre su hacer, con una visión donde “el diseño no sea un lujo ni una herramienta para unos pocos, sino un derecho, una posibilidad compartida y una vía hacia una vida más digna para todas las personas”.

Sobre este proyecto, Rapoport rescata la particularidad: no hay en ningún lado del mundo. “Cuando vimos que venía la primavera pensamos que era el momento de juntarnos e instalarlo, hace ya unos diez días atrás”, continúa sobre este “compañero brutalista” que te narra cuentos y poemas mientras esperás el colectivo. “Pensamos que estaba bueno esto de salir del celular, que te cuenten un cuento y pasar ese tiempo de espera de una manera más amorosa”.

Ahora, queda en manos de la comunidad el cuidado del artefacto, del que vecinas y vecinos ya están pendientes y atentos a su funcionamiento. “Adentro no hay nada de valor, y a la vez, hay un valor enorme, que es todo el potencial de lo que da”. 

Por el momento, todo el suceso es misterioso, ya que no se ha hecho una difusión masiva. “Si querés descubrirlo tenés que ocuparte de descubrirlo”, dice Rapoport. “La idea es que sea autónomo y que quede ahí. Si nadie lo rompe, esto puede durar años”.

Que así sea: seguramente la espera, de ahora en más, pueda ser en muy buena compañía.

Por Violeta Moraga

Equipo de Comunicación Popular Al Margen

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