La ciudad se despliega a un lado y otro de la Escuela Municipal de Arte La Llave, un faro de inclusión, creatividad y contención social que da lumbre a toda la comunidad desde hace cuarenta años. A lo largo de las décadas, el proyecto sobrevivió a todos los vaivenes con la fuerza de su esencia: el arte como derecho y herramienta de transformación.

“Este es un espacio que transforma, que genera encuentro y que marcó a generaciones enteras”, afirma Ana Pereda, quien integra La Llave desde hace 20 años, actualmente en la Dirección de Formación Artística que nuclea el Departamento de Coordinación Artística, la División Coros Municipales, la División Camerata Juvenil Municipal, la División Ballet Tolkeyen y la División Administración de este complejo artístico que abre sus puertas de 8 a 22 horas de lunes a sábado.
Desde hace tres años, bajo una nueva estructura organizativa, la Dirección de Formación Artística articula a más de 1.600 estudiantes, que van desde los cinco años hasta adultos mayores, pasando por todas las edades. “Nos emociona cuando alguien vuelve y dice: ‘Yo pasé por acá, fui parte de esto’. Porque para muchas personas, este espacio significó un punto de inflexión en su vida artística o personal”, cuenta Ana.
Una escuela de puertas abiertas
Uno de los pilares de La Llave es su acceso público y gratuito, lo que la convierte en un espacio democratizador del arte en una ciudad atravesada por desigualdades. Además, ofrece actividades de extensión en barrios, con 12 propuestas fuera del edificio central, y una programación abierta al público en su sala teatral y su hall, convertido en sala de exposiciones permanente. “Se van generando muchas actividades que se desprenden de los talleres: este año tenemos 130 propuestas y el año pasado tuvimos 17.000 espectadores en la sala, más allá de los alumnos”, continúa.

Lo cierto es que La Llave ha sido cuna y punto de paso para docentes y artistas reconocidos que han continuado su trayectoria dentro y fuera de Bariloche. “Es un lujo el grupo de docentes que tenemos. Son profesionales con recorrido que eligen enseñar, compartir, formar”, destaca.
Además, se han desarrollado programas de formación certificados en alianza con instituciones como la Universidad Nacional de Río Negro, lo que amplía el alcance del aprendizaje en la institución. “Es importante poder ofrecer trayectos que sirvan a nivel profesional, no solo vivencial”, agrega.
Ubicada en un punto neurálgico de la ciudad, en la esquina de Onelli y Sobral, La Llave no solo está en el centro geográfico, sino también en lo simbólico. “En algún momento el área de coros se llamó ‘El Faro’, porque sentimos que el lugar cumple esa función: ilumina, guía, reúne”, comparte Ana.
Durante todo el 2025, las actividades se enmarcan en los festejos por los 40 años. Desde enero, la escuela viene desarrollando propuestas especiales, y también entrevistas y registros históricos que rescatan la memoria colectiva de miles de barilochenses que pasaron por sus aulas.

“Muchos de los que hoy traen a sus hijos a los talleres fueron alumnos ellos mismos. Esa continuidad habla de algo profundo, de una pertenencia que va más allá del arte: es un sentido de comunidad”, dice Ana, que también recuerda haber recibido decenas de mensajes de exalumnos que hoy viven en otras partes del país o del mundo.
“Lo que pasa acá te cambia, para muchos chicos es el primer contacto con el arte”, continúa. “Tener una escuela de arte, publica, gratuita, municipal, en Bariloche, que pueda ser el espacio de muchos niños y jóvenes es una grana alegría: que esto se convierta en política publica y se mantenga a lo largo de los años”, sintetiza.
“Para mí, La Llave está asociada a toda mi vida en Bariloche. Es el lugar donde formé mi carrera, donde aprendí tanto como enseñé”, dice por su parte María Lo Prete, psicóloga, musicoterapeuta y docente, quien está en la institución desde hace 28 años: “Entré en mayo del 97, al poco tiempo de llegar, en un programa que era Arte y Salud Comunitaria, en el cual trabajábamos en conjunto con el Hospital Zonal, con el servicio de salud mental”, recuerda.
Tras años de trabajo en talleres de música, expresión corporal, arte y salud mental, con actividades de la escuela y de extensión, María presentó sus papeles de jubilación. Se cierra así un ciclo, y lo hace investigando y recopilando la historia institucional de este espacio único que nació en el contexto del retorno a la democracia. Por aquellos años, Manuel Bendersky, quien fuera director de Cultura cuando se creó la escuela, tomó una decisión estratégica: agrupar los talleres artísticos municipales dispersos, que habían logrado subsistir, y darles entidad legal a través de una ordenanza. Había una visión clara: el arte debía estar al alcance de todos, especialmente de quienes más lo necesitaban. Fue así como se gestionó un edificio propio —gracias a un programa de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro para construcción de escuelas primarias— que evitó los vaivenes del alquiler y dio estabilidad a la escuela.

“Hubo resistencia, claro. Algunos sectores no querían que se construyera en esa zona”, recuerda María. “Pero Bendersky lo tenía claro: la escuela debía estar cerca de los barrios populares. Que todos puedan llegar”.
Hoy, el edificio no solo alberga aulas, sino también una sala de exposiciones, una biblioteca, espacios para danza, música, teatro y artes visuales. Además, funciona como sede de proyectos autónomos como el Ballet Tolkeyen, la Camerata Juvenil Municipal, las orquestas y diversos coros y disciplinas.
“Es importante este espacio, porque el arte está en todos, desarrolla algo que es un aspecto de lo humano que todos tenemos y que, quizás en un plano más sutil, contribuye mucho al desarrollo y a la vida de una persona”, continúa María. “La escuela nació con una línea que es la educación por el arte, como parte del desarrollo integral de una persona. Por otro lado, es un lugar ecléctico y muy inclusivo, porque el arte en sí es inclusivo, y en ese seguido la escuela es un espacio valorado por la comunidad porque mucha gente tiene un lugar ahí”.
La inclusión como práctica
“Desde que comencé siempre me ha marcado la posibilidad que tiene esta institución de brindar educación artística de manera gratuita para los vecinos de Bariloche y sus alrededores. Además, es una escuela que trabaja la modalidad de talleres, y eso es muy positivo para el proceso formativo de cada alumno: acá cada quien puede desarrollarse a su ritmo, según sus propias búsquedas y necesidades”, explica el guitarrista y compositor Luis Cháves Chávez, docente desde 2013 a cargo del taller de guitarra donde alumnos de más de 80 años comparten espacio con jóvenes, aprendiendo juntos a través de la música en un proceso muy enriquecedor. “Hay quienes vienen solo a tocar una canción y otros que encuentran su verdadera vocación”, cuenta.
Algunos de sus exalumnos, como Fernando Jalil, Rodolfo Cansino, Eduardo Andrade, hoy tienen una destacada trayectoria artística. “Eso es importante, pero también es muy valioso que alguien logre cantar una canción de manera anónima, en una reunión familiar, eso hace al universo personal de la persona, pero significa mejor calidad de vida, significa poder expresarse, estar más contento. Y cuando una persona se desarrolla, está mejor, toda la sociedad se beneficia”, dice.

Chávez también destaca la fuerte impronta territorial: docentes trabajan en juntas vecinales, centros comunitarios y barrios, llevando arte y educación gratuita a quienes muchas veces están fuera del sistema formal. Asimismo, menciona su fnción social. “Hay chicos que vienen a hacer un taller y también pueden merendar. Eso se gestiona desde la institución y es política cultural”, remarca el docente.
La escuela tampoco escapa al contexto de precarización y dificultades que atraviesan distintas instituciones. Una gran parte del plantel docente está contratado de forma precaria, con renovaciones trimestrales que dificultan la planificación a largo plazo y generan malestar frente a que una escuela tan importante funcione con esta inestabilidad laboral. Hay además, gestiones para intentar agrandar el espacio, ya que el edificio va quedando chico.

Aun así, el compromiso del equipo es innegable y, como dice Chávez: se hacen cosas maravillosas. “Recibí mi formación en la educación pública y siento que esto es una forma de devolver lo que me fue dado“, afirma y adelanta que este año, en el marco de los 40 años, se organizan múltiples actividades: entre otras cosas, el “Mes de la Guitarra” que empezó en septiembre, incluye un taller gratuito con Juan Falú y un concierto especial, que tendrá lugar en el Camping Musical; también se espera una clase magistral del reconocido “Negro” Aguirre, junto a la presentación de un libro de partituras en la Biblioteca Sarmiento.
Así, 40 años después, La Llave sigue abriendo puertas: al arte, a la comunidad y a la posibilidad de imaginar y construir un mundo más sensible, más humano y más justo.
Por Violeta Moraga
Colectivo de Comunicación Al Margen