Para la física Adriana Serquis, todo cabe en dos palabras: energía y materia. La energía empuja -es deseo, impulso, palabra-; la materia es lo que queda, lo que se toca, lo que se transforma.

Así pensó siempre la ciencia: como una forma de comprender el mundo. Pero había demasiados problemas que no se resolvían con fórmulas ni modelos matemáticos. Entendió -años más tarde- que la política usada con coraje podía convertir la energía de una idea en la materia de una obra concreta. Adriana es una mujer imparable, tenaz y convencida de que la ciencia y la política pueden -y deben- cambiar lo que ocurre cada día, ahí donde sucede la vida.
Febrero del 2020. Faltaban pocos minutos para que aterrizara el avión que traía al secretario del Ministerio de Ciencia y Técnica a Bariloche. Adriana bajó del escenario, todavía envuelta en el ritmo de la murga uruguaya y se dirigió al aeropuerto. Recibió al funcionario con la cara pintada de blanco y su ojo derecho iluminado por una llama turquesa. Esa misma noche se reunieron con otros doctores en física para discutir las políticas científicas del nuevo gobierno en una cervecería céntrica de la ciudad. Una vez en su casa tardó media hora para sacarse las capas de maquillaje. Un año y tres meses después Adriana sería nombrada presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA): Algunas cosas cambiarían en esa institución. Ahora se presenta como candidata a diputada nacional por Río Negro desde Fuerza Patria.

El gran asombro
De chica quería ser astronauta. Vivía en el borde de Ciudad Evita, a unas cuadras de su casa era todo campo. Con sus amigas subía a las torres de alta tensión -en construcción- y allí acostada, mirando la noche, imaginaba sumergirse en ese infinito de estrellas. La nave Apolo II aterrizó en la luna cuando tenía dos años. Ese asombro planetario ante el poder de la ciencia quedó impreso en su piel de niña con la intensidad de algo que te toca por primera vez. Una de sus amigas quería ser médica y la otra maestra. Tenían un pacto: cuando Adriana viajara al espacio, ellas cuidarían de sus hijos.
Pasaba los veranos en la casa de su abuelo Pepe, en Despeñaderos, Córdoba. Allí aprendió que la ciencia también es ingenio cotidiano: él no terminó la escuela, pero construía cosas deslumbrantes. Un día armó un proyector con un motor, una lámpara y unos lentes para mostrarles películas de Disney a sus nietos y a todos los chicos del barrio.
Cuando terminó la secundaria -una escuela parroquial ligada al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo-, empezó la carrera de física en la Universidad de Buenos Aires y el profesorado en educación primaria. La primera vez que miró a través de un microscopio electrónico vio las líneas espectrales de un gas puro -las ondas de luz que lo identifican como una huella digital-. Le fascinó la posibilidad de descubrir un mundo que no se puede ver a simple vista. Supo que esa misma técnica se usa para analizar la luz que llega de las estrellas. Al poco tiempo empezó a dar clases en séptimo grado en una escuela en La Matanza. Llevó a sus estudiantes hasta la ciudad universitaria para mostrarle el banco óptico de la facultad y que observaran de qué está hecha la luz y los colores. Quería contagiarles su entusiasmo por entender el universo que los rodea.
Veinte años después, regresó de su postdoctorado en Los Álamos, Estados Unidos, movida por el discurso de asunción de Néstor Kirchner. Anhelaba ser parte de los científicos que impulsan la soberanía energética argentina. Aunque en el país del norte ganaba diez veces más, decidió volver. Al visitar nuevamente el laboratorio de la facultad, encontró que estaba a cargo de uno de sus estudiantes de ese séptimo grado. Él fue quién la reconoció
—¡Hola Seño! –—le dijo Pablo Dotro, con los mismos ojos curiosos que cuando tenía doce años.

La matemática de lo invisible
Bariloche vio nacer la energía nuclear de nuestro país con el proyecto inacabado de la Isla Huemul que impulsó la creación del Centro Atómico Bariloche y del Instituto Balseiro a mitad del siglo XX. Años más tarde, con la fundación de INVAP -una empresa estatal de ciencia aplicada que desarrolló satélites y reactores de exportación y un centro de medicina nuclear-, la ciudad se convirtió en un núcleo científico, tecnológico y productivo de avanzada.
A los seis años, viendo una propaganda del Instituto Balseiro en una televisión blanco y negro, le dijo a su amiga: “Yo voy a estudiar ahí”. Y así fue. Allí hizo su doctorado, fue promovida a Investigadora Principal y más tarde jefa del Departamento de Caracterización de Materiales.
—La ciencia de materiales es como un gran rompecabezas —dice Adriana—. Trabajamos a nivel nanoscópico -mil millones de veces más chico que un metro- para entender cómo se comportan las cosas que sí podemos ver.
Fue premiada por la Fundación Konex y por la UNESCO-L’Oréal en el programa “Lasmujeres en la Ciencia” por su trabajo en tecnologías limpias y materiales para reducir el consumo energético. Para ella, investigar siempre fue una forma de intervenir la realidad.
—Los premios me obligaron a salir del laboratorio, a hablar con la prensa, a que me saquen fotos. Al principio me daba un poco de pudor pero después pensé que podía ser una oportunidad para inspirar a otras mujeres. Nosotras tenemos la sensación de que no nos podemos equivocar. Se nos exige más que a los hombres —dice la física nuclear.
Cuando se desató la pandemia, puso a disposición sus conocimientos para combatir el virus COVID 19. Como Marie Curie que desarrolló unidades móviles de rayos X para diagnosticar a los heridos en la primera guerra mundial, Adriana con un grupo de científicos, obtuvo la fórmula del alcohol en gel -cuando ese elemento escaseaba-, reacomodó el laboratorio del Centro Atómico para fabricarlo y repartirlo en los barrios del Alto de la ciudad. Marie Curie fue un gran faro en su carrera. Hace muy poco, leyendo la biografía de la famosa científica descubrió que había nacido el mismo día: el siete de noviembre, justo cien años después.

La energía como política visible
—Nunca dudes de que podés estar en un lugar de conducción –—le dijo Dora Barrancos, la reconocida investigadora feminista, cuando le propusieron a Adriana presidir la CNEA. Esas palabras la sostuvieron los tres años de gestión durante el gobierno de Alberto Fernández.
Cuando abrió la puerta de su despacho en el palacete blanco de la avenida Libertador, encontró un lugar vacío, sin computadoras, sin registros de la administración anterior, no tenía secretaria y el ex presidente tampoco estuvo ahí para recibirla. Así también se encontraba el sector nuclear: desfinanciado y con proyectos ralentizados tras el macrismo. Se propuso volver a poner en marcha el Plan de reactivación nuclear lanzado por Néstor Kirchner en 2006 y coronando con el lanzamiento de los satélites de telecomunicaciones ARSAT durante la administración de Cristina Fernández de Kirchner.
Fueron tiempos intensos. Reconstruyó los equipos técnicos de los reactores CAREM 25 y RA10 y del centro de protonterapia en el área de medicina nuclear con un diseño único en América Latina para el tratamiento del cáncer infantil. Eligió a seis mujeres para puestos de gerencia -mientras que en el plantel anterior esos puestos eran ocupados por varones-, y a tres secretarias en base al listado del cupo trans.
—Era imposible seguirle el ritmo —dijo Vane Morán, su ex secretaria privada—. Yo llegaba a las 8 y ella ya estaba ahí, Me iba a las 18 y seguía trabajando. Eran días largos, situaciones difíciles y decisiones muy importantes que tenía que tomar, pero siempre tuvo muy buen trato conmigo y no me hacía sentir esa distancia de alguien que está más arriba en la jerarquía. Gracias a ella pude incorporarme en la administración pública con 46 años, siendo una persona no binarie. Además me contagió su entusiasmo y empecé la universidad.
Es en el sector nuclear donde la Argentina consiguió sus mayores logros tecnológicos a nivel mundial: exportó reactores multipropósitos a Holanda y Australia. El reactor RA 10 permitiría contar con esa tecnología de punta en el país, ampliando su capacidad en medicina nuclear e investigación básica. Con el reactor Carem competiríamos en uno de los grandes horizontes del futuro del planeta: los pequeños reactores de potencia para producir electricidad. La combinación entre energía nuclear y renovables es la llave para una transición energética más limpia, más accesible y con menor impacto ambiental. Durante su gestión se alcanzaron importantes avances en la construcción de ambos proyectos. Hoy el Carem está paralizado y el RA10 está ralentizado por decisión del gobierno de La Libertad Avanza.

La otra fórmula
—Hay pocos científicos y científicas prestigiosos que se involucran con cuestiones sociales y políticas, Adriana es una de ellas: una gran intelectual que además está muy comprometida con el destino de la nación. Fue muy valiente en hacerse cargo de la CNEA, porque conocía bien la situación altamente compleja en la que estaba el sector nuclear cuando ella asumió. También cuando dio su testimonio sobre su pericia técnica en el juicio por el crimen de Rafael Nahuel —dijo Diego Hurtado, vicepresidente de la CNEA durante su gestión.
El discurso de asunción de Néstor la conmovió: en esas palabras encontró las razones para regresar a su país. Quería ser parte de los científicos que colaboran en el camino de la soberanía energética argentina -aunque ganara diez veces menos que en el laboratorio de Estados Unidos-. Y cuando estuvo en uno de los más altos puestos de poder, discutiendo presupuestos millonarios para proyectos tecnológicos o negociando mejores condiciones para los trabajadores de la CNEA, nunca perdió de vista a quienes no estaban sentados en esa mesa. Por eso se acercó al Movimiento de Trabajadores Excluidos que dos organizaciones sociales de la ciudad cimentaban en Bariloche. Y desde ahí acompañó a mujeres de un barrio popular que intentaban salir de la pobreza y la violencia doméstica elaborando sorrentinos. Reconocía ahí una forma de compromiso real con quienes quedan al margen. Tiempo después, otro compañero del MTE le mencionó a Juan Grabois (creador y referente de ese movimiento) que una compañera del movimiento había sido designada como presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Meses después Grabois la convocó a ser parte del equipo técnico de la Fundación Argentina Humana en el área de ciencia y tecnología. Mas acá en el tiempo el mismo compañero que le acercó su nombre a Juan Grabois le propuso llevarla como candidata a diputada nacional por Río Negro para las próximas elecciones de octubre por Patria Grande. Hoy Adriana es primer candidata a diputada nacional por la lista de Fuerza Patria.
—Si logramos tener reactores modulares pequeños para abastecer al país y exportar al mundo —dice la física nuclear—, es fundamental que, aunque participen capitales externos o privados, nunca tengan la mayoría accionaria. El Estado debe mantener el control: para evitar pasivos ambientales y para impulsar nuestras propias empresas, especialmente las pymes metalmecánicas, que hoy están cerrando. Tenemos que garantizar que lo que producimos pueda hacerse en el país. Y si parte de esa cadena se instala en una región -por ejemplo, donde se extrae uranio, como en Río Negro-, entonces una parte del desarrollo también tiene que quedar en ese territorio. Nuestras leyes deben ser lo suficientemente estrictas como para no dejar huecos. Para que podamos usar estas tecnologías con soberanía, responsabilidad ambiental y una mirada de desarrollo federal.

En este momento dirige la secretaría de investigación de la Universidad de Río Negro. Desde su escritorio en el sexto piso de la calle Mitre puede ver el lago. Ama el agua fría. Practica nado en aguas abiertas. En verano, con un grupo de mujeres, cruza hasta la isla Huemul. Otras veces su pareja la acompaña con el kayak. “Nadar en el lago es lo que más se acerca a flotar en el infinito”, dice la física. Es su bocanada de oxígeno para sostener una agenda repleta de compromisos. También se hace un espacio para compartir con su nuevo grupo de murga “L- mentales del humo(r)” las marchas, el carnaval, esa alegría del canto popular.
Adriana tiene varias caras como un cristal: la que canta en una murga, la que dirige una institución científica, la que enseña, pero la cara que más brilla es su lado noble y tenaz. Hace poco encontró una vieja carta de su abuelo a su madre: “¿Todavía sueña con ser astronauta?”.
No llegó a la Luna, pero trabaja con una energía infinita en cada puesto que ocupa. Siempre buscó comprender lo invisible para hacerlo visible. Tal vez la política sea, hoy, otra forma de plantar bandera en un territorio vasto y desigual.
Por Verónica Battaglia
Fotografía Pablo Candamil
Colectivo de Comunicación Popular Al Margen
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