Mis dos abuelos maternos fueron fervientes militantes peronistas. Mi abuelo estuvo absolutamente en todas las Plazas de Mayo cada vez que el General convocó, o las circunstancias lo ameritaron.

Esquilas y bombas en el bombardeo de 1955 y la herencia familiar.

Mi abuela se quedaba en el chalecito estilo “Evita” de Banfield (Ese que se pagaba a 30 años de crédito del Banco Hipotecario sin intereses ni usura) cuidando a Gladys y Susana, a la sazón mi vieja y mi tía.

Mi abuelo estaba dispuesto a cruzar el Riachuelo nadando si los milicos levantaban los puentes de la capital para regresar a la casa suburbana con mi abuela, mi vieja y mi tía de 10 y 4 años respectivamente.

Peronismo al palo, sin fisuras. Proyecto de país que no paraba de convertir trabajadores analfabetos en clase media con tierra, techo y trabajo a largo plazo y en cuotas. Mi abuelo (y mi abuela) eran unos de ellos.

Rogelio Ismael estuvo en la previa y los días posteriores. La historia me la contó dándole de comer galletitas de agua a las palomas de Plaza de Mayo durante muchos sábados por la mañana de paso al Correo Central a comprar estampillas.

Me hablaba de los aviones arriba de la Plaza, de las bombas, los muertos…

Después cruzábamos al Ministerio de Economía y me mostraba las esquirlas de bombas y metralla del 55 esparcidas en el mármol. Única prueba que tenía para demostrarme los hechos desterrados de la historia oficial y darle veracidad a la historia que le contaba a su nieto.

Después cruzábamos al puerto y mientras recorríamos las dársenas abandonadas me contaba que por un túnel que salía de atrás de la Casa Rosada a Perón lo esperaba una “cañonera” en el puerto, que lo llevaría al Paraguay. Había algo de épica en esa huida. Las historias estaban intrínsecamente conectadas y yo con 10 años, sin saberlo comenzaba a sentir al peronismo como un legado familiar, una pasión que no entiende demasiadas razones, una bronca que nace de abajo y no comprendés demasiado porqué.

El bombardeo del 55 fue la expresión del odio de clase que profesaba la Burguesía Terrateniente contra el pueblo trabajador. La demostración que estaban dispuestos a asesinar para defender sus privilegios. Eso lo entendí años más tarde.

Usaron imágenes de Cristo en vez de esvásticas. Muchos festejaron. Mis abuelos lloraron abrazados en el suburbio.

Antiperonismo al palo.

La pregunta quedó dando vueltas en el aire: ¿Qué hubiera pasado si Perón hubiese bancado utilizar los 10 mil fusiles que Eva quería repartir entre los trabajadores organizados en la CGT?  Mi abuelo no llegó a explicarme esa parte. Pero esa, es otra historia.

Las consecuencias de la guerra civil y la proscripción política están a la vista. Ellos iniciaron este ciclo de odio, bombas y decadencia. Gestaron el germen de la Dictadura y este plan económico que excluye mayorías.

Fue hace 70 años y es hoy. Porque las historias están intrínsicamente conectadas.

Los de abajo lo saben, lo intuyen o se lo contaron como a mí, un sábado al mediodía. Los momentos felices se heredan. Las tragedias colectivas también. Nuestra historia se amasa con ambos sentimientos y necesita ser contada para que el presente encuentre explicaciones y el futuro un cauce distinto. No olvidamos ni perdonamos. Memoria y justicia.

Por Alejandro “Duke” Palmas

Colectivo de Comunicación popular Al Margen

Seguí leyendo Al Margen:

¿Te gusto la nota? Compartiendola nos ayudas a disputar sentido y difundir otras voces.