Mayte Puca nada porque no puede dejar de hacerlo, por orden médica, por trabajo, porque no puede hacer otra cosa. Nada para sentirse normal, para destacarse, por el placer del objetivo cumplido. La deportista de élite carga con una cadera rígida, con la imposibilidad de ciertos movimientos, pero su trayectoria gloriosa corrobora la elasticidad de sus propios límites.
Aunque es poco lo que se ve de esa contienda con el lago: los brazos como aspas de un molino que el agua hace avanzar y la cabeza que gira para tomar aire, la madre la sigue desde la orilla, es su fiel espectadora. Se da cuenta que el pataleo es más potente, que sus piernas colaboran con la tarea que, antes, en mayor parte, acarreaban los brazos.
“Vos podés, estás entrenada -le dice su madre antes de cada competencia-. No digas que no hiciste nada, porque yo lo vi, lo vi todos estos días, así que vos andá tranquila. El asunto es que vos la termines, que me demuestres que saliste caminando del agua. Lo demás no importa”. En su primer nacional, la tuvieron que sacar del agua en brazos. Nadó 7 kilómetros, 5 más de lo que su cuerpo estaba acostumbrado, salió segunda y clasificó para el campeonato sudamericano, pero el dolor en la pierna izquierda fue insoportable. Se asustó.
En su infancia, los médicos pensaban que no iba a poder caminar. Al nacer, en un parto complicado, le sacaron la cadera de lugar. Recién a los ocho meses, el padre se dio cuenta de que algo no estaba bien. Cuando la colocó por primera vez en un andador notó que solo apoyaba la punta del pie izquierdo. Comenzaron las consultas médicas, la rutina de ejercicios, la cuna con rieles con los cuales la madre le estiraba la pierna cada mañana, las cuatro operaciones. Después de cada intervención, seis meses de yeso y luego rehabilitación en la pileta. Desde pequeña Mayte asoció el agua con la ausencia del dolor y la posibilidad de moverse.
A los siete años logró caminar por sus propios medios. A los ocho comenzó a competir para el preequipo de Piletas del Nahuel. “Nadie le enseñó cómo tenía que nadar -dijo la madre- porque desde al año y medio la pusimos en la pileta. Después de cada cirugía, volvía al agua, porque era la única manera que ella podía moverse.” Tuvo que aprender a tirarse de cabeza. Los doctores le proscribieron las actividades de impacto. En las primeras carreras, no se animaba a saltar. También supo que ella debía esforzarse más para lograr sus objetivos. Había clasificado a su primer Sudamericano, tenía que encontrar la forma de que la cadera no le doliera. Entrenó más que todos sus compañeros. Ganó el campeonato y salió caminando.
Tiene 26 años. Vive con su madre en la parte alta de Bariloche, a dos cuadras de su casa de infancia que compartió con sus dos hermanas mayores. Fue becada en el colegio Woodville hasta tercer año. Terminó la secundaria en el San Esteban. No se sentía aceptada en la escuela, tenía anteojos y no caminaba bien. Después de clases iba a la pileta. Nadaba durante dos horas por orden médica. Ése era su refugio. Ahí estaba cómoda.
Solo una vez pensó en abandonar una competencia. En 2024, en el circuito mundial de ultramaratones, en Canadá, en el lago San Juan -una masa de agua helada e impredecible, un espejo que puede resquebrajarse en olas de hasta dos metros en cuestión de minutos-, una sospecha nubló la mente de la deportista de élite. El día anterior a la competencia se sentía mal, tenía mucho dolor de garganta. No dijo nada. Esperaba estar mejor al momento de meterse al agua. Luego de cinco horas de avanzar al máximo de sus fuerzas, primera que todas sus contrincantes, se dio cuenta de que no le quedaba resto para continuar. Todavía faltaban dos horas para completar los 32 kilómetros. En ese destello de conciencia, la nadadora francesa, Inés Delacroix, la aventajó. Algo se quebró en los rieles del pensamiento que la guiaban hacia la meta. Las pruebas de larga distancia son pruebas mentales. El 70 por ciento del esfuerzo consiste en resistir la exigencia de las propias ideas. “Puedo quedar última -dijo Mayte-, puedo llegar arrastrada por las olas, pero nunca voy a abandonar. Ése es mi récord”. La nadadora barilochense llegó segunda después de 7 horas, 35 minutos, 12 segundos. Por solo dos minutos, la francesa, le arrebató el primer premio.
En la siguiente fecha, en el lago Ohrid, en Macedonia, volvió a obtener el segundo puesto, pero esta vez tuvo la satisfacción de ganarle a la francesa, que salió tercera. El circuito de ultramaratones finaliza con la mítica carrera Capri-Napoli. En 1986, el argentino Claudio Plit conquistó el primer premio. Diego Maradona, que ese mismo año había sido el goleador del mundial de fútbol, le entregó el trofeo. Según el nadador, fue como si Dios en persona hubiera descendido de los cielos para premiarlo.
36 kilómetros separan la isla de Capri de la costa napolitana. Todo el trayecto en lancha hasta la isla, Mayte estuvo con los auriculares puestos. Escuchó a su cantante favorito: el músico nigeriano Tekno Miles, mientras repasaba las coreografías de las canciones. Recordar la secuencia de pasos aquietó sus nervios. El mar mediterráneo es cálido, pero embiste la ciudad de Nápoles con un oleaje desparejo. Hombres y mujeres de gorras fosforescentes y antiparras se arrojaron al agua, como si les faltara oxígeno. Bracearon con avidez, como si eso fuera lo único que les permitiera recuperar el aire.
La argentina se zambulló con el eco del tema Skeletun en su cabeza. Nadar atenúa los sentidos: debajo de la superficie la nariz y la boca están bloqueados. El golpe del agua contra los oídos apaga el resto de los sonidos. La vista se acostumbra al borboteo blanco. En ese estado anfibio, el recuerdo de la clave africana marcó su ritmo de nado y garantizó el pulso necesario para atravesar las olas y alcanzar a sus rivales. Por segunda vez consecutiva Mayte se volvía a su casa con la gran copa plateada. Primer lugar en el ranking de mujeres -con 6 horas, 57 minutos, 8 segundos- y décimo puesto en la clasificación general.
“Más allá del primer puesto -dijo la nadadora– lo que buscaba en mis 30 km en la Capri era poder salir caminando, porque a mí los médicos me dijeron que era muy peligroso para mi cadera, demasiadas horas, mucha exigencia, que no era viable “. Ganar la Capri Napoli en 2023 significó también el apoyo material para participar en todas las fechas del circuito mundial en 2024. Este tipo de competencias son muy costosas, además de la inscripción, se suman los traslados y las estadías. El premio de 2.500 dólares y la invitación a las carreras posibilitaron su consagración como una atleta de élite.
Empezó a competir a los ocho años para demostrarle a su padre que podía hacerlo. Un entrenador recién llegado de Buenos Aires, la vio nadar en Piletas del Nahuel y la invitó a participar en un provincial en Viedma. La madre la acompañó preocupada. El padre nunca la vio ganar ninguna competencia, estaba enfermo y al poco tiempo falleció. Hasta ese momento, el sustento económico de la familia dependía de los ingresos que el padre generaba recorriendo las calles de la ciudad con su taxi. Salía temprano a la mañana y volvía después de la cena, incluso los feriados y las fiestas. Entonces ella y su madre se mudaron al piso de arriba de la casa, que no estaba terminado, para alquilar la planta baja y procurarse una entrada de dinero. No había gas, ni agua, los huecos de las ventanas estaban tapados con nylon. Mayte se bañaba en el vestuario del club.
A los trece años probó las aguas del Nahuel Huapi. Dejó atrás la monótona línea negra y el bullicio y la contención de la pileta para adentrarse en sus pensamientos, en su propia música. En el lago no hay entrenador, no hay médicos, no hay público, no hay madre, ni padre. Es la posibilidad infinita de deslizarse sin dejar huellas. Pero su verdadera pasión es la danza. Nada porque no puede dejar de hacerlo, por orden médica, por trabajo, porque no puede hacer otra cosa. Nada para sentirse normal, para destacarse, por el placer del objetivo cumplido. “La sensación que me queda después de nadar es hermosa -dijo la deportista- pero en el baile amo el proceso, amo todo, aprender las coreografías, bailarlas y en el post me siento muy bien. Pero no me puedo dedicar a esto.”. Los médicos le prohibieron hacer actividades de impacto. Todos los deportes implican algún tipo de golpe. Tampoco puede practicar nado sincronizado, hay ciertas figuras que la cadera no le permite realizar. Ni siquiera automovilismo: tanto tiempo sentada le causa molestias.
La pandemia la sorprendió en Mérida, México. Cuando no podía salir a nadar, bailaba en su cuarto, aunque la cadera doliera. Había conseguido una beca para estudiar Licenciatura en Criminología y Criminalística en esa ciudad bañada por el mar Caribe. Su entrenador mexicano José Luis Prado Medel -nadador olímpico – diseñó la manera de fortalecer sus piernas para evitar el dolor. Adaptó los ejercicios para ganarle kilómetros a la cadera, le pidió a Mayte que pataleara con pesas en sus tobillos para prepararse para la gran Capri Napoli. Una vez conseguido el podio, el siguiente desafío fue idear el plan perfecto para que la cadera soportara el circuito mundial completo: 150 kilómetros en el lapso de un mes y medio.
“Es una muchacha muy disciplinada –dijo su entrenador-. Compitió con la mejor nadadora de México: Marta Sandoval, que era su rival. Ellas nadaron muy juntas en el cruce de Cancún a Isla Mujeres y al final Marta entró primero. A Mayte le quedó una astilla en el dedo -como decimos acá-. Y luego en Acapulco logró pasarla y llegar primera”.
Se recibió con un excelente promedio y regresó a su ciudad natal. Ahora entrena en el club Pehuenes. Apenas abre la pileta ya está en el agua. Nada de cuatro a cinco horas por día y luego dos horas más en el gimnasio. Hay cosas que la frustran como no poder hacer el ejercicio de peso muerto con la pierna izquierda. “Dame tres semanas y lo consigo -le dijo a Nano, su preparador físico-. Lo voy a hacer, no sé cómo, pero lo voy a hacer-.
El domingo pasado participó de la travesía internacional más larga de su trayectoria: Santa Fe – Coronda. Este febrero el río estaba bajo, no tenía mucha corriente, el agua marrón ascendía a treinta grados. Necesitó 9 horas, 15 minutos, 18 segundos para ser la primera mujer en completar los 57 kilómetros. Mayte sabe que sobre exige su cuerpo. Si el dolor es demasiado grande corre el riesgo de perder todo lo que consiguió hasta ahora. Una nueva operación implicaría una prótesis y volver a empezar de nuevo: aprender a caminar, a subir una escalera, a nadar de otra forma. La línea es muy delgada, pero ella quiere ganarle a la cadera. Ésa es su competencia.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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